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Wings Of
Starlight
Allison Saft
Sinopsis
Han pasado Siglos desde que un hada de la estación cálida en Pixie
Hollow cruzó hacia los Bosques de Invierno, y mientras la
mayoría teme las leyendas de monstruos que acechan en las tierras
heladas, Clarion no puede evitar sentirse intrigada por la belleza
estoica del invierno. Pero bajo la atenta mirada de la monarca actual
y los ministros estacionales de la corte, Clarion tiene poco tiempo para
pensar en ensoñaciones mientras los días hasta su coronación se
desvanecen. Eso es, hasta que los informes de un monstruo que cruza
del invierno a la primavera llegan al palacio. Clarion ve la derrota de esta
amenaza como una oportunidad para demostrar que es digna de su
nuevo papel. Pero en lugar de encontrar un monstruo al borde del
invierno, encuentra a Milori, un joven guardián de los Bosques de
Invierno. Juntos, forman un Vínculo improbable mientras corren
para salvar sus tierras. Pero a medida que su alianza se calienta a Algo
más, descubrirán que hay una razón por la que un hada de estación cálida
y un hada de invierno no deben estar juntas. Y el costo podría ser
tan mortal como los monstruos que merodean por los Bosques de
Invierno.
Para aquellos que ven el mundo como podría ser:
más brillante y lleno de magia.
PRÓLOGO
Hay cosas ocultas para todos, excepto para aquellos que saben
exactamente dónde buscar. Si miras por la ventana en las primeras horas
del crepúsculo, cuando todo el mundo todavía está dormido, es posible
que notes un orbe de luz que se filtra entre las hojas de finales de verano,
cada una tiñéndose de rojo trás su estela. Es posible que veas tenues cintas
de oro en el aire, brillando sobre los jacintos que se abren paso a través de
la tierra recién descongelada. Tal vez, si eres verdaderamente observador,
podrías apreciar las marcas de cincel que marcan el encaje de cristal de
cada copo de nieve. Por desgracia, pocos lo son. Y por eso, pocos
experimentarán alguna vez el verdadero asombro. Pocos sabrán alguna
vez que incluso la cosa más mundana (el menguar de la luna, el flujo de la
marea, la aparición fortuita de una baratija perdida debajo de la mesa de
la cocina) es mágica.
Todo esto, por supuesto, es obra de las hadas.
Orquestan el cambio de estación en una sola noche y luego regresan a
casa. Se dice que si vuelas más allá de la segunda estrella a la derecha y
sigues recto hasta la mañana, también llegarás ahí: el Reino de Pixie
Hollow. Visto desde arriba, Pixie Hollow es como un pastel cortado en
cuatro trozos generosos. En su centro se encuentra el árbol de polvo de
hadas, luminoso y dorado como una vela en la oscuridad. Al este está el
Valle de la Primavera, donde las flores permanecen eternamente en flor.
Al sur, el Claro de Verano, donde los días se alargan y se vuelven lánguidos
como un gato soñoliento. Al oeste: el Bosque de Otoño, fresco, nítido y
resplandeciente de color.
Luego, al norte, están los Bosques de Invierno.
Los habitantes de las estaciones cálidas hacen todo lo posible por
mantener el Bosque de Invierno lejos de sus pensamientos. Pero cuando
lo vislumbran bajo la inmensa sombra de la montaña, no pueden evitar
pensar en sus árboles esqueléticos, o en los carámbanos que brillan como
colmillos desnudos a la luz de la luna, o en aquellos que habitan en un
lugar tan gris y sin vida. Las hadas de invierno, así razonan las hadas
cálidas, es mejor dejarlas en su soledad nevada. Han manejado sus propios
asuntos durante siglos. Además, el frío allí es tan amargo y cruel que
destrozaría las alas de un hada cálida en un instante. Nunca resultaría
bueno cruzar su frontera.
Ahora bien, la mayoría de sus temores son supersticiones infundadas.
Pero, aunque las estaciones cálidas no lo sepan, en los Bosques de Invierno
habitan fuerzas oscuras. Hay un lugar donde todos los árboles se inclinan
hacia atrás, estremeciéndose ante el lago helado que se extiende bajo ellos.
Allí, el aire mismo es tan pesado y extraño como un sudor febril. Nadie
visita ese lugar. Nadie sensato, en todo caso, salvo el joven Guardián de
los Bosques de Invierno.
Pero si fueras lo bastante valiente o lo bastante tonto, podrías poner
un pie en el hielo. Debajo de él, no encontrarías agua, sino una oscuridad
profunda y retorcida. Incluso si pudieras soportar el terror que inspira
durante más de un momento, no serías capaz de entenderlo. Las sombras
sólo ocasionalmente se organizan en una forma reconocible. Aquí, un
diente. Allí, un ojo, una garra.
No, pocos experimentarían jamás semejante terror. Pero si de alguna
manera hubieras llegado hasta el lago en esa noche fría y sin luna, como
lo hizo el Guardián de los Bosques Invernales, tal vez hubieras... Habrías
visto lo que hizo: el momento en que una grieta solitaria fisuró la
superficie del hielo. Es posible que hayas oído el crujido que hizo que la
nieve se desprendiera de las ramas. Es posible que hayas sentido que el
bosque mismo temblaba de anticipación.
Entonces, algo, apenas una sombra, se elevó como humo del hielo roto.
Se puso a hervir y luego se fusionó en una forma que recordaba a la
pesadilla que lo había engendrado. En la oscuridad, era casi imposible
verlo, pero sus huellas se posaban pesadamente sobre la tierra. Luego,
impulsado por un horrible y antiguo instinto, avanzó con dificultad hacia
las estaciones cálidas.
1
Era una tarde ideal para soñar despierta: el aire dorado por la luz del
sol y el polvo de hadas, el prado zumbando con el rumor bajo de las abejas.
Clarion estaba posada en la rama de un roble, rodeada por el suspiro y el
susurro de las hojas. Qué dulce encontrarse sola y, al menos durante
quince gloriosos minutos, sin nada que hacer.
Casi se arrepintió de la idea, por más hermosa que fuera. Era muy fácil
imaginar la respuesta de la reina Elvina, pronunciada como un decreto
real: La reina de Pixie Hollow no se queda de brazos cruzados mientras
aún haya trabajo por hacer.
Pero Clarion no era la reina de Pixie Hollow (al menos todavía no) y su
cita semanal con la Ministro de Verano había terminado inesperadamente
temprano. No tenía intención de desperdiciar ese raro destello de libertad.
Con su coronación acercándose, cada momento de su vigilia estaba
repleto de lecciones, ensayos, pruebas y más reuniones de las que jamás
hubiera creído posibles. Todo esencial, supuso, cuando solo le quedaba un
mes para absorber los cientos de años de sabiduría de Elvina. Y, sin
embargo, Pixie Hollow era vasto y maravilloso, y Clarion a veces
sospechaba que no sabía nada sobre sus tierras. ¿Cómo podía saberlo,
cuando había pasado casi toda su vida observándolo todo desde lejos?
Clarion miró hacia el campo de los girasoles con algo peligrosamente
cercano al anhelo. A medida que se acercaba la hora dorada, las hadas
dotadas de talento para la luz emergieron, radiantes de emoción y ansiosas
por enfrentar el caos controlado de su hora más ajetreada del día. A través
del dosel, las observó serpentear a través del aire denso de polen, dejando
rastros de polvo de hadas a su paso. Algunas trabajaban en equipos para
inclinar los rayos del sol cada vez más cerca de la línea del horizonte,
gritando cosas como «¡Un poco a la izquierda!« y «¡No, tu otra izquierda!».
Otras sumergían sus manos en los rayos de sol y los recogían en sus
canastas, tan fácil como recolectar agua de un pozo. A Clarion nunca le
dejaba de sorprender la cantidad de pequeños detalles que formaban parte
de la magia cotidiana de una puesta de sol. Parecía imposible que pronto,
en la noche del solsticio de verano, ella fuera responsable de todos ellos.
La perspectiva la aterrorizaba más de lo que quería admitir.
Un zumbido agudo interrumpió sus pensamientos. Y algo pasó a toda
velocidad junto a ella: una franja negra contra el cielo que se iluminaba.
Clarion se tambaleó hacia atrás y estuvo a punto de perder el equilibrio
antes de apoyarse en una rama.
¿Qué demonios fue eso?
Con una mano apoyada sobre su corazón palpitante, miró hacia abajo
a través de la cortina de hojas. Una abeja, vacilante en su vuelo, aterrizó
pesadamente en el suelo y se quedó terriblemente inmóvil. Después de un
momento, sus alas revolotearon y Clarion dejó escapar un suspiro de
alivio. No estaba herida, entonces, pensó. La pobre criatura debía haberse
agotado. Las abejas eran un grupo trabajador y tendían a sobrestimar sus
límites, especialmente allí, en el calor perpetuo del pleno verano. Por
suerte, no era nada que una cucharada de azúcar no pudiera solucionar, y
había azúcar en abundancia en Pixie Hollow. Las cocinas, sin duda
repletas de todo tipo de dulces a esa hora, estaban en el palacio. Mejor
aún, la colmena, y toda su miel, estaban al otro lado del prado.
Un problema simple con una solución simple.
Y aún así, Clarion dudó.
Cualquier problema en el reino le provocaba un deseo intenso de
solucionarlo. En otro tiempo, había creído que esa tendencia era una
chispa de su magia de talento gobernante latente, una pequeña parte de
un todo que finalmente tenía sentido para ella. Pero ahora comprendía
que no podía confiar en sus instintos, en su compasión.
La Reina de Pixie Hollow no pertenece a sus súbditos.
Desde su llegada, la noche en que emergió de una estrella caída, como
todas las reinas de Pixie Hollow antes que ella, Elvina le había inculcado
que era diferente. Que ellas eran diferentes, marcadas indeleblemente con
polvo de estrellas. Además de Elvina, Clarion era la única gobernante con
talento en todo Pixie Hollow.
Clarion miró hacia el prado, donde equipos de talentos en animales y
talentos de jardinería pastoreaban su bandada de abejas. ¿Se darían cuenta
de que faltaba alguna? Incluso si lo hicieran, la búsqueda les llevaría toda
la noche. Tal vez algo tan insignificante como salvar una abeja no fuera de
su interés, pero no podía soportar la idea de irse ahora. ¿Qué clase de reina
sería si se alejara del sufrimiento incluso del más pequeño de sus
súbditos?
Ahora solo faltaba bajar de ese árbol.
Una pesada capa colgaba sobre sus hombros, atrapando sus alas bajo
su peso. Todas las hadas emitían un aura tenue, una que se encendía y se
apagaba según su estado de ánimo, pero gracias a sus alas, su brillo
siempre había estado al borde de lo irreprimible. Aunque las hadas con
talento para la luz aquí en el claro de verano compartían su inclinación
por el oro, el parecido no era lo suficientemente sorprendente como para
permitir que se escondieran a plena vista. Dejar que alguien viera sus alas
era tan bueno como gritar aquí viene la futura Reina de Pixie Hollow.
Si alguien le decía a Elvina que había estado allí sin nadie que la
atendiera... No, no era para menos. Tendría que bajar. Incómodo, sí.
Peligroso, casi con toda seguridad. Pero prefería con diferencia el riesgo
de caerse a soportar otro de los sermones de Elvina.
Armándose de valor, Clarion descendió rama por rama. Sus músculos
ardían y la corteza le raspaba las manos hasta dejarlas en carne viva, pero
por algún milagro, logró no torcerse el tobillo al aterrizar en el mar de
girasoles. Se alzaban sobre ella, balanceándose suavemente con la brisa y
proyectando sombras moteadas sobre la hierba. Y allí, a solo unos metros
por delante de ella, la abeja yacía en un charco de luz amarilla.
Se acercó a la abeja con cautela y se arrodilló a su lado. —¿Estás bien?
Las antenas de la abeja giraron letárgicamente hacia ella, lo que
Clarion decidió interpretar como un sí.
Se le ocurrió que nunca antes había interactuado con una abeja.
Muchas hadas las tenían como mascotas, tanto como se podía tenerlas,
considerando que iban y venían cuando querían. Las hadas se hacían
amigas de ellas con platos de néctar que dejaban en los alféizares de las
ventanas y en los jardines de las casas llenos de sus flores favoritas:
nébeda, lavanda y susan de ojos negros.
Elvina nunca había prohibido esas cosas, por supuesto, pero tampoco
las había alentado. La facilidad que tenían otras personas con los animales
de Pixie Hollow era otra cosa que Clarion nunca había aprendido.
—Vamos a llevarte de nuevo al aire —dijo. Se sentía un poco tonta al
hablarle a una abeja como si pudiera entender. Las hadas con talento en
animales podían comunicarse con sus ellos. Pero, por si acaso, añadió: —
Por favor, no me piques.
Cuidadosamente, tomó a la criatura en sus brazos. La abeja no ofreció
resistencia y Clarion habría jurado que vio gratitud en sus ojos cansados.
Su pelaje era sorprendentemente suave y desprendía un leve aroma: el
brillo del limón y la terrosidad del polen. Estando tan cerca, Clarion se dio
cuenta por primera vez de lo similares que eran las alas de una abeja a las
del resto de sus súbditos. Eran tan frágiles y preciosas como el cristal y
estaban marcadas con un intrincado patrón de venas. Hizo que ese
instinto protector se encendiera más en su interior.
Sosteniendo la abeja contra su pecho, se abrió paso a través del campo
de girasoles. A través del dosel, vio a las hadas revoloteando. Las motas de
polvo de hadas flotaban perezosamente en el aire, junto con el sonido
chispeante de sus risas. La llenaban de felicidad y nostalgia, y también de
una terrible soledad. Todas las hadas que compartían un talento vivían
juntas, trabajaban juntas, jugaban juntas. Se mezclaban con otras, por
supuesto, pero había un entendimiento innato entre aquellas que fueron
creadas para el mismo propósito. A veces, Clarion se preguntaba cómo
sería sentirse como si pertenecieras a algún lugar, tener tantas otras
personas a las que recurrir, que te entendían tan completamente.
Llegaron al borde del campo, donde un alto arce proyectaba su larga
sombra sobre ellos. Pero lo que llamó la atención de Clarion fue el hueco
en su tronco (un agujero a unos pocos pies del suelo, lleno de hileras
precisas de panales dorados): la colmena.
Con cuidado, Clarion dejó la abeja en el pasto. —Vuelvo enseguida.
Ella respondió con un aleteo. En cierto sentido, tal vez la abeja sí la
comprendió.
Clarion se volvió hacia el árbol y respiró profundamente para
tranquilizarse. Ya había trepado a un árbol hoy. ¿Qué era otro? Se levantó,
encontrando puntos de apoyo en las ranuras de la corteza y en los
sombreros de los hongos de miel que florecían en el tronco. Por fin, trepó
al borde del agujero. El zumbido relajante de las abejas reverberaba en su
pecho, y los reconfortantes olores florales de cera y néctar la inundaron.
Clarion soltó con cuidado una capa de cera que sellaba el panal.
Inmediatamente, la miel brotó a la superficie. Bajo la luz del sol del
atardecer, casi parecía brillar. Clarion arrancó una hoja de una rama y
luego la usó para recoger la miel que goteaba lánguidamente del panal.
El viaje de regreso fue peligroso con una mano, pero logró no caerse.
Se apresuró a regresar con su abeja y colocó la hoja a su lado. —Aquí
tienes.
Clarion la observaba ansiosamente mientras bebía. Poco a poco, la
abeja empezó a moverse. Primero se puso una pata, con cautela, como si
estuviera probando si sus delicadas piernas la sostendrían. Luego,
claramente envalentonada, alzó el vuelo. Hizo piruetas y cabriolas, dando
vueltas en círculos alrededor de Clarion como si quisiera decirle: únete a
mí.
—Ojalá pudiera.
Clarion no pudo evitar sonreír. Aunque su talento se le escapara, tal
vez pudiera hacer algo bueno.
—¿Mel? —llamó alguien con la voz entrecortada por el pánico—.
¿Mel?
La abeja se animó al oír su nombre.
Clarion levantó la vista y vio una talento animal que peinaba
frenéticamente los girasoles. —¿Buscas esta?
El rostro moreno del hada apareció entre los pétalos, la confusión se
reflejaba claramente en sus rasgos. Parpadeó con fuerza al ver el espacio
vacío que tenía frente a ella. —¿Hay alguien ahí?
—Aquí abajo.
Se sobresaltó y estuvo a punto de caerse de su posición. Clarion hizo
una mueca de dolor. Era cierto que era raro ver a un hada de pie. Con
timidez, ajustó la caída de su capa. Afortunadamente, el brillo del sol de
verano atenuó la luz que arrojaban sus alas. Lo poco que se le escapaba del
cuello apenas manchaba su piel, tan levemente como el reflejo de un botón
de oro que sostenía bajo su barbilla. El sudor le corría por la espalda y se
deslizaba entre sus apretadas alas. Realmente no podía esperar a librarse
de esa capa... y del calor, por cierto.
Cuando la talento animal recuperó el sentido, su mirada se posó en la
abeja. —¡Mel!
Mel se lanzó a toda velocidad hacia el hada, pero se desvió en el último
momento. El hada no se inmutó, como si estuviera acostumbrada a ese
tipo de exhibiciones. Parecía estar reprimiendo una sonrisa mientras Mel
se zambullía en un girasol.
—Se suponía que hoy debías polinizar las caléndulas —se quejó el
hada, pero Clarion pudo notar por la expresión de su rostro que estaba
aliviada de haberla encontrado.
Mel resurgió cubierta de polen. Se sacudió el exceso como un perro
mojado y luego voló para unirse al resto de su colmena. Hasta Clarion se
dio cuenta de que se estaba acicalando.
—Parece rebosante de energía —observó Clarion.
—Oh, no sabes ni la mitad. —La talento animal sacudió la cabeza con
exasperación y se volvió hacia Clarion—. Fue un gesto muy amable el que
hiciste.
Clarion se sintió sorprendida y algo desconcertada por los elogios.
Pocas hadas le hablaban sin que ellas se dirigieran a ella primero. Elvina
exudaba un aura imponente que envolvía a Clarion en su protección. La
mantenía dentro, sí, pero a todos los demás fuera. Estaba
lamentablemente fuera de práctica con cualquier tipo de charla
intrascendente.
Esforzándose por mantener la formalidad fuera de su voz, dijo: —No
fue ningún problema.
—Aun así, gracias. —La sonrisa de la talento animal era tan cálida
como el verano mismo—. Estoy segura de que estás bastante ocupada sin
tener que perseguir abejas descarriadas.
Clarion le devolvió la sonrisa con indecisión. —De nada.
—¿Te he visto antes por aquí? —El hada frunció el ceño, escrutando
su rostro como si intentara localizar sus rasgos—. Pareces casi...
—¿Clarion?
Clarion se estremeció al oír su nombre y la voz familiar de la Ministro
del Verano. Expuesta. El miedo se apoderó de Clarion cuando se volvió
para mirar a la ministro. Aurelia estaba flotando justo detrás de ella con
una mirada de leve sorpresa. Tenía la piel oscura y los ojos dorados como
el polvo de hadas. Su cabello caía en rizos hasta los hombros. Ese día,
vestía un vestido de milenrama; la falda escalonada estaba cubierta de
flores, dispuestas en racimos de color rosa, naranja y blanco.
—¿Qué haces todavía aquí? —preguntó—. Pensé que ya habrías
regresado al palacio.
—Me desvié un momento —respondió ella con voz débil—. ¿Para
descansar?
Aurelia se alegró al oír eso. Había sido moldeada por una eternidad de
lánguidas tardes de verano y valoraba la paz y la tranquilidad por encima
de todo. Aquí, en el Claro de Verano, siempre había tiempo para una siesta
o un vaso de limonada. Pero, aunque dormitaban durante el calor del
mediodía, realmente cobraban vida por la noche. El verano era la única
estación en la que nunca se dormía de verdad. Si Clarion se quedaba allí
el tiempo suficiente, aquellos que vivían bajo la luz de la luna (los talentos
de luciérnaga y los talentos de contar estrellas) emergerían de su letargo.
—Mi brillante protegida —susurró Aurelia—. ¿Ves? Estás
aprendiendo sobre el verano.
El elogio sonó hueco, pero Clarion forzó la alegría en su voz. —
Gracias, Ministro.
Ella sonrió con indulgencia. —Ahora, si me disculpan, tengo que
comprobar cómo están mis talentos con la luz.
Con eso, se fue. De mala gana, Clarion miró a la talento animal, que se
había puesto bastante pálida. Abrió la boca para decir algo, cualquier cosa,
para tranquilizarla. Pero era demasiado tarde. Vio el momento exacto en
que la otra hada se dio cuenta. El momento exacto en que su sorpresa se
convirtió en mortificación... y algo parecido al asombro. Clarion apenas
pudo soportarlo.
—Princesa Clarion —dijo con voz entrecortada—. Lo siento mucho.
Clarion levantó las manos en señal de apaciguamiento. —No hay
necesidad de disculparse.
—Pero lo hay. —La talento animal inclinó la cabeza profundamente—
. Su Alteza, por favor, perdone mi impertinencia. Si hubiera sabido...
Entonces nunca habría hablado con Clarion.
¿Qué más podía decir? En voz baja, dijo: —Estás perdonada.
La talento animal inclinó la cabeza de nuevo. Murmurando un
«gracias» entrecortado, se apresuró a marcharse. Sin duda, volvería a su
trabajo... y a sus amigos.
Ese familiar dolor de soledad se desplegó a través de ella como una
estrella que se derrumba. Durante unos preciosos minutos, Clarion casi
había podido olvidar quién era. Allí no había guardias que la siguieran a
distancia. Nadie se ponía firme cuando pasaba. Ninguna conversación se
apagaba a medida que se acercaba. Ningún susurro se extendía a su paso.
Pero nada de eso importaba al final. Incluso allí, no podía escapar de lo
que era.
Ella debería haber deseado esto: respeto, deferencia, distancia
imparcial. Pero no lo hacía. Más que nada, quería lo único que parecía
verdaderamente imposible: ser conocida. Elvina nunca...
Elvina.
Oh, estrellas. Si no se iba ahora, llegaría tarde.
Se desabrochó el broche que llevaba en el cuello y dejó caer la capa de
viaje de sus hombros. La recogió apresuradamente en sus brazos y
emprendió el vuelo, saliendo de los girasoles en una ráfaga de luz y pétalos
dorados. Unas cuantas abejas que pasaban lentamente se desviaron de su
curso para evitarla.
Mientras se elevaba más alto en el cielo, arrastró una estela de polen
detrás de ella. Se permitió un momento para mirar hacia atrás... y se
arrepintió de inmediato. Los talentos de la luz aparentemente habían
terminado su trabajo de la tarde. Se habían dividido en equipos y estaban
lanzando una bola de luz de un lado a otro sobre una red. Incluso desde
esa distancia, Clarion podía escuchar sus gritos de risa... y los gritos
mezclados de triunfo y frustración cuando un equipo anotó un punto.
La visión de sus súbditos, tan completamente felices y sin
complicaciones, debería haberla deleitado. Pero en ese momento, sólo era
un doloroso recordatorio de su propia soledad gobernante. Por mucho que
quisiera, nunca podría pertenecer verdaderamente a ese grupo.
2
El árbol de polvo de hadas se alzaba a lo lejos, majestuoso y
exuberante con su dosel parecido a una nube. Cascadas escalonadas de
polvo de hadas, tan dorado y brillante como la luz de las estrellas, brotaban
del corazón de sus ramas más altas y se acumulaban en el ápice de su
tronco. Sus ramas se curvaban protectoramente alrededor del pozo de
polvo de hadas antes de desviarse en elegantes arcos y caprichosos rizos.
Clarion siempre había pensado que uno parecía un corazón al revés, otro
como la cola de un gato curioso. Y justo debajo del pozo, alojado en un
hueco del antiguo tronco del árbol, estaba el palacio. Las ventanas
salpicaban la corteza, cada una iluminada desde adentro.
Incluso desde allí, Clarion podía distinguir el resplandor de la luz que
había dejado encendida en su dormitorio, emanando suavemente de las
puertas de vidrio de su balcón. Había contado con que volver a escondidas
sería la parte más difícil de esta pequeña aventura, pero no había previsto
el desafío adicional de su propia tardanza. En realidad, no esperaba
haberse ido. Había tenido una racha de puntualidad muy buena. Elvina
estaría muy decepcionada de verla rota.
Ojalá Clarion hubiera logrado dominar la teletransportación, una de
las habilidades más útiles de las gobernantes. Elvina siempre lo hacía
parecer tan fácil: se disolvía en un remolino de polvo dorado brillante y
luego reaparecía al otro lado de la habitación. Clarion había logrado una
vez hacer desaparecer su mano izquierda antes de que volviera a la
existencia con venganza. Dado su historial con la magia, había estado
medio convencida de que desaparecería para siempre, o que terminaría en
medio de la habitación sin el resto de su cuerpo unido a ella.
Aterrizó en la maraña de ramas que había justo fuera de su balcón y
atenuó su resplandor. Con un poco de suerte, nadie buscaría un destello
dorado entre el follaje... aunque en secreto se deleitaba imaginando cómo
reaccionarían sus súbditos cuando la siempre digna Princesa de Pixie
Hollow irrumpiera en sus propias habitaciones. Sin embargo, imaginar la
reacción de Elvina era decididamente menos divertido. Afortunadamente,
había tenido la previsión de dejar las puertas del balcón sin llave. Las abrió
con cuidado y luego regresó a su habitación. Tan pronto como cerró las
puertas detrás de ella, se filtraron voces apagadas desde el pasillo. Clarion
reconoció instantáneamente tanto a Petra como a Artemis.
—… se siente un poco mal... —Clarion notó con agradable sorpresa la
voz de Petra. Prácticamente se estaba desgastando por la tensión de la
mentira.
Su amiga más antigua (bueno, su única amiga) siempre había sido
terrible en ese tipo de cosas. No ayudaba que, incluso después de todos
esos años, Artemis (la guardia de Clarion) siempre consiguiera ponerla
nerviosa. Clarion supuso que apreciaba el esfuerzo, considerando que no
le había pedido a Petra que la cubriera. Ni siquiera sabía que la esperarían
hoy.
Qué momento tan afortunado.
Clarion cruzó la habitación y se detuvo frente a su tocador, que estaba
abarrotado de frascos de fragancias y cosméticos. Una rápida mirada al
espejo confirmó que no tenía polen en la nariz ni pétalos sueltos
enredados en el cabello. Se veía un poco enrojecida por el vuelo, pero no
era nada que no pudiera explicarse. Petra había dicho que se sentía mal,
después de todo. Clarion estuvo tentada de usar la excusa para excusarse
de su lección, pero no tenía sentido retrasar lo inevitable. Había avanzado
poco en su magia desde que Elvina comenzó a entrenarla, y no esperaba
un gran avance antes de la siguiente.
Un destello en el rabillo del ojo le llamó la atención. Las nubes se
habían movido, dejando que un haz de luz solar se derramara en la
habitación. Más allá del vidrio de las puertas de su balcón, la vista familiar
de las montañas que vigilaban sombríamente los Bosques de Invierno la
recibió. En el calor de la hora dorada, la nieve que las cubría brillaba con
un blanco brillante. No importaba cuántas veces la mirara, esa belleza fría
y austera nunca dejaba de aturdirla.
Por tonto que fuera, Clarion anhelaba ver las montañas de cerca. Casi
podía imaginarse de pie en la cima: el viento en su cabello, la nieve
bailando a su alrededor, la belleza de Pixie Hollow vista desde esa gran
altura. Qué maravilloso sería.
Elvina había desalentado cualquier tipo de preguntas sobre el Bosque
de Invierno, por supuesto. Aun así, el invierno no la asustaba tanto como
sabía que debería. Desde la cálida y aislada seguridad de su dormitorio,
había algo muy pacífico ahí... y muy terriblemente solitario.
Igual que ella.
Nadie de las estaciones cálidas había visitado los Bosques de Invierno
en cientos de años, desde antes de que naciera Elvina, y ¿quién sabía
exactamente cuánto tiempo había pasado? Las hadas con talento
gobernante vivían vidas largas. Clarion nunca había entendido la falta de
curiosidad de Elvina. Había todo un reino más del que no sabían nada.
Alrededor, lleno de hadas con las que nadie había hablado jamás. Solo las
hadas de primavera y otoño habían visto a las hadas de invierno, y solo a
la distancia, mientras cruzaban el Mar de Nunca Jamás en cada cambio de
estación.
Son tan fríos como su temporada, decían sus informes, y apenas miran
en nuestra dirección.
Clarion intentó imaginárselos, sombríos y monocromáticos contra un
cielo de color pizarra, pero esos detalles sobrios nunca la satisfacían.
Ardía en preguntas para las que tal vez nunca tuviera respuesta. ¿Cómo
sería vivir en un lugar tan duro? ¿Qué tipo de problemas tenían? ¿Y cómo
era el Guardián de los Bosques Invernales?
La voz de Artemis sonó desde el pasillo: —Quítate del camino, tinker.
Se oyó un ruido estrangulado de protesta y luego el pomo de la puerta
se sacudió amenazadoramente contra la cerradura.
—Princesa Clarion —llamó Artemis, —he venido a escoltarla a los
aposentos de Su Majestad.
Entonces, ya no podía evitarlo más. Si realmente se lo proponía (o creía
que Clarion estaba en peligro real), Artemis era más que capaz de sacar la
puerta de sus goznes.
Clarion abrió la puerta de golpe y se encontró de frente con el puño de
Artemis, que estaba listo para golpear. Petra, que claramente estaba en
medio de un valiente esfuerzo por frustrarla, estaba tratando de agarrarse
a su antebrazo. Artemis se puso firme de inmediato. Petra ahogó un grito
de sorpresa. Un rubor cubrió el puente de su pálida y pecosa nariz.
Artemis y Petra siempre la impresionaban por su contraste: Artemis,
alta y de hombros anchos; Petra, con huesos tan delicados como los de un
colibrí. Sin embargo, ninguna de las dos se había molestado en aprender
qué hacer con su cabello. Artemis se lo había cortado hasta la barbilla y
enmarcaba su rostro de tez aceitunada con mechones negros irregulares,
como si se lo hubiera cortado con un cuchillo sin filo por aburrimiento. O
necesidad. Petra ostentaba una mata de brillantes rizos rojos. La mayor
parte del tiempo, los llevaba amontonados sobre la cabeza y sujetos con lo
que tuviera en su taller. Ese día, había elegido un clavo; el metal brillaba
suavemente a la luz. Un peligro para la seguridad, en lo que a Clarion
respectaba.
—Su Alteza —dijo Artemis cuando se recuperó, —¿Se siente bien?
Su Alteza. A pesar de las muchas veces que Clarion se lo había pedido,
Artemis nunca dejó de mostrarse formal. La talentosa exploradora había
sido la sombra de Clarion desde que ella tenía memoria: la seguía o
permanecía obedientemente a su lado en las ocasiones en que Clarion
hacía apariciones públicas. Pero, en verdad, Clarion sabía
sorprendentemente poco sobre ella, aparte de su aterradora competencia
y su insistencia en la puntualidad. Ninguna de las dos tenía exactamente
la costumbre de compartir sus sentimientos con la otra.
—Mucho mejor ahora, gracias. —Clarion vio por encima del hombro
de Artemis la expresión de pánico de Petra. Casi con toda seguridad
llegaría tarde a su lección, pero no podía dejar que Petra se enojara con el
peor escenario que había imaginado. Con su voz más majestuosa,
agregó—: ¿Me darías un momento? Necesito hablar con Petra. A solas.
Artemis, obviamente pensando en el horror indescriptible de llegar
incluso un minuto tarde a una cita, parecía angustiada. Sin embargo, dijo:
—Por supuesto, Su Alteza.
Se retiró por el pasillo y cruzó los brazos tras la espalda en actitud de
descanso. Sin duda, estaría escuchando, a pesar de su expresión de
indiferencia. Todos los talentosos exploradores eran incorregiblemente
entrometidos, pero Clarion supuso que eso era lo que los hacía buenos en
su trabajo.
Clarion hizo pasar a Petra a su dormitorio y cerró la puerta detrás de
ellas. Inmediatamente, Petra se aferró al brazo de Clarion. En un susurro
agudo, preguntó: —¿Dónde has estado? Pasé a saludarme, pero no
respondiste a la puerta. Entonces, Artemis me acorraló para preguntarme
si te había visto, ¡y tuve que inventar algo!
—Lo siento. Y gracias. Tengo…
Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, Petra se desplomó en el
suelo. Su vestido, cosido con hojas de arce verde, se arremolinaba a su
alrededor. Dejó escapar un largo gemido y acunó su cabeza entre sus
manos. Clarion casi le recordó el objeto afilado que le había atravesado el
moño, pero lo pensó mejor. Claramente, tenía preocupaciones más
importantes en ese momento.
—No sé cómo puedes estar a solas con ella todos los días —dijo
Petra—. Es tan intensa... ¿Alguna vez has intentado interponerte en su
camino cuando se le ocurre algo?
—Como una cuestión de hecho…
—Te cubrí tanto como pude —continuó Petra, —pero una vez que ella
le informe a Elvina lo que le he hecho, mis días aquí estarán contados.
—Gracias por cubrirme —logró intervenir Clarion—. Pero estoy
segura de que eso no es...
—Tal vez no sea demasiado tarde para escapar. —Una vez que Petra
se puso en marcha, no hubo mucho que pudiera detenerla. Cada palabra
salía de su boca con una urgencia cada vez mayor—. He oído que algunas
hadas se ganan la vida en otros lugares, escondiéndose en barcos piratas
o...
Clarion no sabía por dónde empezar a desentrañar esa cuestión. En
cambio, fingió considerarla. —Esa sí que es una idea. Me imagino que
tendrían mucho trabajo para un mecánico de barcos.
Petra la miró boquiabierta. —¡Estás tratando de deshacerte de mí!
Clarion no pudo evitar sonreír. —Remendando redes, reparando el
casco, arreglando ollas y sartenes…
—Está bien —se quejó Petra, pero no había veneno en su voz—. Lo
entiendo.
Clarion se rió suavemente, pero rápidamente se puso seria al ver la
expresión extrañamente agridulce en el rostro de Petra. Clarion lo
entendió perfectamente. Habían pasado algunas semanas desde que se
habían visto y, sin embargo, parecía que no había pasado el tiempo.
Aunque no habían nacido de la misma risa, a veces Clarion se sentía como
si fueran hermanas. Siempre habían compartido una comprensión innata:
ninguna de las dos era exactamente lo que parecía a primera vista.
Pocas hadas tomaban en serio a Petra cuando lo único que se
molestaban en notar eran las cosas inquietas que decía. Pero a Clarion
siempre le había encantado ver cómo su mente giraba como una máquina
fantástica. De hecho, consideraba que la catástrofe era uno de los muchos
encantos de Petra, ahora que sabía cómo sacarla de ese estado. En el
fondo, era brillante, divertida y leal: el tipo de hada que nunca dejaba que
sus miedos la detuvieran, sin importar lo poderosos que fueran.
Oh, cómo la extrañaba, incluso cuando estaba aquí.
Años atrás, antes de que Elvina le prohibiera a Clarion vagar
libremente, antes de que sus obligaciones se apoderaran de todo su tiempo
libre, las dos habían sido inseparables. Se escapaban (o quizás más
exactamente, Clarion arrastraba a Petra, a patadas y gritos, desde su taller)
para explorar, con la sufrida presencia de Artemis detrás de ellas. Ahora,
Clarion tenía su entrenamiento y Petra su trabajo.
Se especializaba en trabajos de metal intrincados, pero había pocas
cosas que no pudiera reparar o fabricar. A lo largo de los años, había
fabricado de todo, desde joyas hasta utensilios y esculturas, y soñaba aún
más. Una vez se pasó una tarde entera explicando sus esquemas para una
prótesis.
Naturalmente, Elvina se había enamorado tanto de su arte como de su
ingenio y la había designado como la artesana personal de la Corona.
Clarion todavía recordaba lo orgullosa que había estado Petra, cómo su
entusiasmo la había hecho positivamente luminosa. Eso llenaba a Clarion
con la alegría más pura que jamás había conocido. Por mucho que Clarion
añorara esos días sin preocupaciones que solían compartir, Petra merecía
su éxito.
Ella merecía la felicidad.
Clarion le ofreció las manos a Petra. Cuando ella las tomó, Clarion la
levantó del suelo y la guió hacia el aire. —Te veré tan pronto como
pueda—. Después de un momento, agregó: —Te avisaré si necesitas huir
para vivir en el mar.
Petra gimió lastimeramente. —Bien.
Clarion abrió la puerta de su dormitorio. Con un último suspiro de
angustia, Petra recorrió el pasillo. Se detuvo solo un momento para
lanzarle una mirada prolongada a Artemis. Artemis, por su parte,
permaneció perfectamente impasible, pero Clarion no se equivocó al
notar la tensión en sus hombros.
Sinceramente, un día de estos, Clarion organizaría algún tipo de
intervención. Diez años de añoranza eran suficientes.
—Estoy lista —dijo.
Las puertas de su dormitorio daban a una enorme cámara: un hueco
que se había formado en el tronco. Pasarelas y escaleras de madera
trazaban el perímetro, descendiendo en espiral hasta un nivel de duramen
sólido. Debajo de eso estaba el corazón vivo del árbol, donde la magia fluía
a través de él como savia, hasta las venas más estrechas de sus hojas y
hasta sus raíces más lejanas.
Juntas, subieron las escaleras de caracol hacia las habitaciones de
Elvina. Las paredes se habían desgastado con el tiempo y habían sido
talladas por innumerables manos de talentosos carpinteros. Clarion
siempre encontraba algo nuevo que admirar cuando pasaba. Aquí y allá,
una imagen la impactaba: un iris ornamentado, los ojos redondos de un
búho, la curva del río que atravesaba Pixie Hollow. En algunos lugares, la
obra de arte estaba oculta por manchas de musgo y enredaderas en flor,
pero Clarion aún podía ver pintura impregnada de polvo de hadas
brillando debajo. Nadie raspaba nunca el follaje; el árbol de polvo de
hadas, por supuesto, debería haber contribuido a su propio estilo.
Se detuvieron frente al enorme conjunto de puertas que se alzaban
ante la cámara de Elvina, cada una de ellas grabada con asombrosos
detalles con la mitad reflejada del árbol de polvillo. Artemis las abrió de
golpe y dejó que un rayo de sol del atardecer se filtrara en el pasillo.
Respiró profundamente para tranquilizarse y entró, donde se encontró
con la pared de retratos.
Los cuadros de todas las reinas que la precedieron la miraban
fijamente, todas ellas serenas y poderosas. Con siglos de diferencia entre
ellas, cada una estaba hecha en un estilo radicalmente diferente, pero
todas habían sido realizadas por una mano reverente. La llenaban de un
silencioso asombro. Parecía imposible que su retrato alguna vez colgara
junto al de ellas. Cuando era más joven, las había buscado en busca de
algún parecido con ella. Algunas compartían su piel clara o sus ojos azules
encapuchados, otras su cabello castaño miel. Pero todas tenían las mismas
alas: luminosas y doradas y con forma de mariposa monarca. Ahora, solo
le preocupaba que si las miraba demasiado de cerca, encontraría
decepción en sus rostros.
Clarion apartó la mirada de los retratos. Al final de la hilera estaba
Elvina, cuya silueta se recortaba contra la ventana iluminada por el sol.
Llevaba un vestido dorado con faldas anchas y volantes; la tela brillaba con
el polvo de hadas tejido en ella. Motas doradas colgaban de la cola de su
vestido y brillaban en el suelo, arremolinándose sin fuerzas en el aire. Una
corona (la que había confeccionado Petra, observó Clarion) descansaba
sobre su cabeza; se alzaba muy por encima de ella, curvada hacia atrás en
forma de cuernos de cabra. Con ella, se veía imponente, exactamente como
debería ser un hada con talento para gobernar.
—Llegas tarde —dijo ella con cansancio. No era tanto una acusación
como una afirmación. Había sucedido antes. Ambas sabían que volvería a
suceder.
Clarion hizo todo lo posible por no desanimarse. —Lo siento.
Elvina se giró para mirarla. Clarion no pudo evitar notar lo cansada
que se veía la reina hoy. Mechones de gris se entretejían en su cabello
castaño y el brillo de su vestido borraba los matices fríos de su piel blanca.
Aun así, su expresión no admitía discusiones ni humillaciones. Había algo
inescrutable en sus ojos verdes, la mirada remota e inflexible de un hada
que había vivido cien vidas. A veces, esa visión de su futuro intimidaba a
Clarion.
—Por una buena razón, espero —dijo Elvina.
—Sí, claro. Una muy buena razón. —Aún no sabía cuál era, pero seguro
que podría encontrar una explicación razonable si se la pedían.
Elvina hizo un sonido despectivo, como si los detalles no le
importaran. Clarion apenas podía creer su suerte. —¿Has estado
practicando las técnicas que discutimos?
Clarion asintió. Lo había estado. Por supuesto que lo había estado. Sin
embargo, no podía decir que hubiera avanzado mucho en los últimos
meses, un hecho que la consternó infinitamente. Desde el momento en
que un hada abría los ojos por primera vez, sabía exactamente cuál era su
talento: su afinidad mágica, su vocación en la vida, aquello que le llegaba
tan fácilmente como el aliento. Los talentos, según los relatos de la
mayoría de las hadas, daban a todos en Pixie Hollow un propósito y
alegría. Clarion dudaba mucho que el suyo fuera a sentirse alguna vez tan
fácil.
Elvina le había dicho que la magia del talento gobernante tenía sus
raíces en la emoción... o más bien, en la ausencia de ella. Solo con una
claridad mental perfecta y una concentración total podía encontrar la
libertad de manipular la luz de las estrellas que brillaba intensamente en
su interior. Pero por mucho que Clarion lo intentara, ya fuera mediante
ejercicios de respiración, ejercicio o pura fuerza de voluntad, no podía
vaciarse de sentimientos. No podía librarse de ese anhelo desesperado de
conexión.
—Bien —dijo Elvina—. Déjame ver.
En un instante, las manos de Clarion se enfriaron por los nervios. No,
no podía desesperarse todavía. Tal vez esta vez, sería diferente. Extendió
su mano. En lo profundo de su pecho, sintió esa fuente infinita de magia.
Si aplicaba suficiente presión, si se aferraba a él con todas sus fuerzas,
podría doblegarlo a su voluntad.
Concéntrate, pensó. Contrólalo.
Por un momento, una luz dorada floreció en el centro de su palma. Se
apagó como una vela en la brisa, pero una esperanza tentativa se encendió
dentro de ella. Se sintió mareada por el esfuerzo, pero con un poco más
de...
La luz chisporroteó y luego se apagó. Clarion resopló y cerró los dedos
alrededor de la brasa moribunda como si pudiera conservarla. Intentó que
su decepción no se reflejara en su rostro.
Al otro lado de la habitación, se encendió una luz brillante. Cuando
Clarion levantó la vista, Elvina estaba iluminada por su poder. Se
balanceaba en su palma como una estrella en miniatura, resaltando los
planos de su rostro y toda la habitación. Emitía tal brillo y calor que
Clarion tuvo que resistir el impulso de levantar el brazo para protegerse.
A diferencia de las hadas con talento de luz, las hadas con talento
gobernante no necesitaban manipular una fuente de luz. Nacidas de
estrellas caídas, llevaban pozos de luz estelar en su interior. Su magia
podía atravesar la oscuridad absoluta y casi cualquier cosa que se cruzara
en su camino. Podía moldearse para convertirse en un escudo que
protegiera al reino. Más que nada, era un símbolo: algo en lo que los
ciudadanos de Pixie Hollow podían creer.
Elvina apretó el puño y la luz se apagó. —Clarion.
Aquí viene. Clarion adoptó una expresión de neutralidad mientras se
preparaba para su conferencia.
—Tu coronación será dentro de un mes.
Clarion inclinó la cabeza. —Lo será.
—Aún no has dominado la habilidad más fundamental de nuestra
magia.
—No lo he hecho —dijo ella, con un leve temblor en la voz.
La Reina de Pixie Hollow requería un dominio de la política, la
organización y el liderazgo, pero también la magia única de las
gobernantes. Una magia que Clarion había estado luchando por
perfeccionar desde que comenzó oficialmente su entrenamiento. No podía
teletransportarse. No podía producir más que un destello de luz.
Evidentemente, ni siquiera podía ayudar a una sola abeja sin horrorizar a
sus súbditos.
Después de un momento de tensión, Elvina preguntó: —¿Dónde
estabas?
¿Qué sentido tenía ocultarlo? Suspiró derrotada. —En el Claro de
Verano.
Los labios de Elvina se tensaron. No necesitaba hablar para que
Clarion sintiera todo el peso de su desaprobación. La mirada en sus ojos
decía: ya es hora de dejar de lado las cosas infantiles. —¿Por qué no
regresaste aquí después de tu reunión?
—Tenía la intención de volver a tiempo, de verdad. Pero justo cuando
me iba, hubo... —Se interrumpió antes de perderse en detalles que Elvina
no quería ni necesitaba—. Pensé en ofrecer mi ayuda a un hada de los
animales.
La sorpresa de Elvina era palpable. —Eso no es asunto tuyo. Estoy
segura de que esa hada tenía sus asuntos bajo control.
—Pero ella me dio las gracias —protestó Clarion—. Quizá
necesitaba...
—Entiendo que te sientas limitada por nuestro papel, pero no puedes
ayudar a todas las hadas que lo necesitan y, desde luego, no puedes hacerte
amiga de todas. Una buena reina debe centrarse en la tarea que tiene entre
manos y ayudar a gran escala. Este es un reino enorme. —Elvina flotó
hacia la ventana. Allí, en las ramas más altas del árbol de polvo de hadas,
podían ver la mitad de Pixie Hollow extendida ante ellas—. Todo es tu
responsabilidad. ¿Entiendes lo que esto significa?
—Por supuesto que sí.
—Eres joven —Elvina frunció el ceño—. No has conocido el conflicto,
el conflicto real, uno que amenace a todas las personas bajo tu protección.
Debes estar preparada. Hasta que no hayas dominado los conceptos
básicos, no puedes intentar resolver problemas que no te interesan. Esto
es mucho más complicado de lo que parece a primera vista. Te confío todo
lo que tengo.
Su tono dejaba espacio para algo que no se decía. Había tantas cosas
que podía completar. No quiero que lo desperdicies. No creo que puedas
manejarlo.
—Para ser una buena reina…
—Debes ser tan fría y remota como la estrella de la que naciste —
terminó Clarion por ella. Era el principio que sustentaba la filosofía de
gobierno de Elvina, que había quedado impreso en Clarion desde el día en
que llegó.
Elvina la miró fijamente. —Sé que no te resulta fácil, pero es la única
forma en que puedes mantener la imparcialidad, la única forma en que
puedes hacer los cálculos necesarios para dictar sentencia de manera
justa.
Pero si esa era realmente la única manera, ¿por qué había llegado así?
Cuando emergió por primera vez de su estrella, una sensación de
propósito ardía en su interior. Esa certeza se sentía tan lejana ahora. A
veces, sospechaba que había empeorado en la magia a medida que se
acercaba su coronación. A veces, en el fondo, le preocupaba que tal vez
cualquier día, una nueva estrella se estrellaría contra la tierra y surgiría
una nueva heredera, tan perfecta como la propia Elvina. Tan perfecta
como Clarion no pudo serlo.
—Lo entiendo —murmuró.
El semblante severo de Elvina se suavizó. —Estás bajo mucha presión.
Pero lo lograrás, Clarion.
Pero ¿cuándo?
La idea la lastimó más de lo esperado. —Gracias.
—Ve a descansar un poco —dijo Elvina—. Mañana te toca dirigir la
reunión del consejo.
Casi lo había olvidado. Cada semana, los Ministros de Temporada se
reunían para discutir la situación en cada uno de sus reinos. Cualquier
tema, desde disputas hasta solicitudes de recursos, se presentaba ante
Elvina.
Y a partir de mañana, supuso Clarion, ante ella.
Mañana, entonces. A partir de mañana, intentaría actuar como la reina
que Pixie Hollow necesitaba.
3
A la mañana siguiente, con la advertencia de Elvina todavía
resonando en sus oídos, Clarion se preparó para la reunión del consejo: la
primera que organizaría sola. Por si acaso, rebuscó una última vez entre
los papeles que tenía sobre el escritorio, una colección de informes de sus
ministros. La agenda del día era, afortunadamente (y sorprendentemente),
ligera. Pixie Hollow estaba en su momento más ajetreado en las semanas
previas a cada cambio de estación. Con el solsticio a un mes de distancia,
el final de la primavera no constituía calma.
Sin mencionar que estaba el asunto de su coronación.
Su coronación. La sola idea de ello hacía que sus nervios se
intensificaran con renovada intensidad. Pronto, Clarion tomaría las
decisiones que garantizarían que el reino funcionara como debía y que las
estaciones cambiaran sin problemas. No solo Pixie Hollow dependía de
ella, sino también tierra firme y todos los humanos que la habitaban.
La presión la destrozaría si se obsesionara demasiado con eso. En su
lugar, pondría en práctica el consejo de Elvina y se concentraría en la tarea
en cuestión. Si no podía manifestar un estallido de magia, al menos
dirigiría una reunión con un aplomo inequívoco. Hoy, Elvina no
encontraría ningún defecto en ella.
Se puso de pie y, de inmediato, un escalofrío la recorrió. Clarion se dio
la vuelta, casi esperando encontrar a alguien (o algo) observándola a través
de las puertas de cristal de su balcón. Pero sólo era su propio reflejo
cansado el que la miraba, enmarcado como un retrato por ramas
entrelazadas... y más allá, las montañas de los Bosques de Invierno. Las
más altas se alzaban en picos curvos que se extendían unas hacia otras en
forma de media luna. A la luz de la mañana, toda la nieve estaba teñida de
rosa como una concha. A veces, casi podía imaginar que las montañas la
miraban fijamente.
Durante toda su vida le habían dicho que no se podía confiar en las
hadas de invierno. Quedaban pocas historias que explicaran el origen de
su conflicto, pero Clarion había visto una o dos representaciones teatrales
que abordaban el conflicto que había separado sus mundos. Todavía
recordaba estar sentada junto a Elvina, sin aliento, con las manos
apretadas contra la barandilla de su palco de ópera, mientras Saga, la más
talentosa de las narradoras, tejía la historia de Titania, la primera reina de
Pixie Hollow.
Mientras hablaba, las imágenes brillaban en una nube de polvo dorado
detrás de ella. Destellos de lanzas de carámbanos y flechas de plumas. El
árbol de polvo de hadas, no más que un retoño que se inclinaba ante el
viento. El Guardián de los Bosques de Invierno y su cruel corona dentada,
envuelta en una oscuridad imponente.
En privado, Clarion había pensado que el drama de la historia era
terriblemente romántico. Elvina, por su parte, se había burlado cuando
uno de los consejeros de confianza de Titania murió de esa manera
trágica. Pero a pesar de toda su teatralidad, la leyenda nunca se explayó en
los detalles que Clarion ansiaba. Se habló sólo de un vago desacuerdo
entre los dos gobernantes y de una fuerza oscura que había consumido al
Guardián de los Bosques Invernales. Eso, para la mayoría de los habitantes
de las estaciones cálidas, fue suficiente para desalentar cualquier
curiosidad sobre sus fríos vecinos.
Clarion recogió sus notas y abrió las puertas del balcón. El aire fresco
la inundó y los sonidos de la tierra de las hadas despertándose se filtraron
desde arriba. Con un aleteo de sus alas, saltó a la balaustrada de su balcón
y luego al aire.
Subió, apartando hojas y ramitas, hasta que pudo ver la fuente del pozo
de polvillo. Una cascada de polvo dorado se derramó desde un agujero en
un nudo hasta los pétalos rosados de un lirio. El exceso goteó sobre hileras
de hongos ostra perlada hasta que por fin se vació en el pozo, acunado en
el intrincado espiral de las ramas del árbol.
El polvo de hadas, el elemento vital de su sociedad, se producía en las
profundidades del árbol. Nadie sabía exactamente cómo ni por qué,
aunque los especialistas en polvo habían escrito densos tomos académicos
y discutido teorías durante siglos. Todo lo que Clarion sabía con certeza
era que la magia fluía a través de él, inundándolo todo con su vasta red de
raíces. Si se permitía detenerse, podía sentirlo a su alrededor, cálido y
reconfortante. Hacía que el aire oliera dulce, como té con miel y rollos de
canela en un horno. Su sutil presencia nunca dejaba de llenarla de
asombro.
A esa hora, todo el mundo había empezado a hacer cola para recibir su
ración diaria de polvo: una taza de té y nada más. Las hadas guardianas
del polvo se encontraban de pie, sumergidas hasta los tobillos en las aguas
poco profundas del pozo de polvillo, sumergiendo sus tazas en el estanque.
Con una eficiencia que Clarion admiró, lo vertieron sobre cada hada. Sin
él, el vuelo sería imposible; las alas de un hada no podrían soportar su peso
sin ayuda. A lo largo de toda la cola, las hadas chismeaban y reían. Algunas
llevaban tazas llenas de té de diente de león, ansiosas por una dosis de
energía; otras todavía vibraban con la energía de sus turnos de noche. Uno
de los guardias que estaban abajo la vieron medio escondida detrás de una
cortina de hojas. Ella levantó una mano en un gesto tímido. Él palideció y
luego miró hacia otro lado, intentando hacer algo complicado y de aspecto
laborioso con la brizna de hierba que tenía en las manos.
Clarion intentó no desanimarse por la decepción. Petra siempre había
dicho que su expresión transmitía cierta majestuosidad, al igual que su
voz. No era como si pudiera hacer algo al respecto.
—Su Alteza.
Clarion dejó escapar un jadeo de sorpresa. Estiró el cuello y vio a
Artemis sentada en una de las ramas justo encima de ella. Siempre se las
arreglaba para ocultarse a plena vista: un talento impresionante, aunque a
veces aterrador.
—Buenos días —dijo Clarion, un poco sin aliento.
Su guardia tenía una expresión que rayaba en la simpatía. Siempre era
difícil saberlo con Artemis, que dominaba el sutil arte del estoicismo. Pero
a veces, Clarion la pillaba observando a los otros exploradores cuando
salían de patrulla con algo parecido al anhelo en sus ojos. En la única
ocasión en que Clarion le había preguntado al respecto, Artemis se había
quedado completamente callada. Algunas heridas, supuso Clarion, no
debían ser hurgadas.
—No están acostumbrados a una reina que acepta la familiaridad —
dijo Artemis con brusquedad—. Lo único que le ofrecen es respeto.
Respeto, ¿Eh?
Aunque lo quisiera, no se sentía digna de él. Aun así, los vacilantes
intentos de Artemis por consolarla siempre conseguían alegrarla. Artemis
nunca lo admitiría, por supuesto, pero Clarion sospechaba que había un
alma sensible enterrada en algún lugar debajo de ese exterior frío y
profesional. Uno de estos días, ella podría revelarlo.
—Por supuesto. —Con un brillo forzado, Clarion preguntó—: ¿Nos
vamos?
Artemis asintió.
Clarion hizo todo lo posible por mantenerse fuera de la vista y las
condujo a la sala del consejo, situada justo debajo del pozo. No había
ninguna puerta, sino que los lados del techo abovedado habían sido
tallados de modo que pareciera estar cubierto con franjas de cielo abierto.
Intrincados diseños en espiral, realizados con pintura brillante de polvo
de hadas, llenaban las delgadas tiras de corteza que quedaban entre cada
panel. Ocultos dentro de los patrones estaban los símbolos de cada
estación: la flor de hoja perenne para la primavera; la luna llena para el
otoño; un arcoíris para el verano; y un copo de nieve para el invierno.
Siempre había intrigado a Clarion. Si sus reinos siempre habían estado
separados entre sí, ¿por qué los talentosos artistas habían incluido el
invierno en sus diseños?
A medida que se acercaban, el sonido apagado de las discusiones de
los ministros llegó a Clarion a través del techo abierto. Qué había de qué
discutir a esa hora de la mañana era algo que no podía entender. Supuso
que era algo que se debía a relaciones laborales tan infinitamente largas.
Había un sinfín de pequeñas disputas y desaires políticos que sacar a la
luz y litigar, cuyos orígenes Clarion apenas había podido reconstruir
desde su llegada. En cualquier caso, nunca se cansaban de debatir cuál de
las estaciones era la más importante. Clarion se armó de valor al entrar en
la cámara.
Dentro, los tres Ministros estacionales se reunían alrededor de una
mesa larga que ocupaba casi la totalidad de la sala. La Ministro de
Primavera parecía estar pronunciando algún tipo de discurso apasionado,
al que el Ministro de Otoño asintió distraídamente. La Ministro de
Verano, mientras tanto, parecía estar a punto de quedarse dormida donde
estaba. Pero tan pronto como la notaron, un silencio cayó sobre ellos. Era
parte de la magia del talento gobernante, que había aprendido: una
habilidad para captar la atención de una multitud. Artemis se dobló entre
las sombras, cayendo en un perfecto camuflaje. Clarion mantuvo la
barbilla en alto mientras se dirigía a la cabecera de la mesa, donde Elvina
solía estar de pie. De alguna manera, la habitación se veía completamente
diferente desde este punto de vista.
El más cercano a ella era el Ministro del Otoño, Rowan, quien le dirigió
una sonrisa relajada. Como siempre, parecía recién salido del frío; sus
pálidas mejillas estaban rojas como el fuego. Sus ojos castaños la miraban
con destellos y su cabello castaño rojizo se rizaba alrededor de sus orejas.
Llevaba una capa de retazos de hojas otoñales sujeta con un broche
castaño pulido. A Clarion le gustaba más, aunque sólo fuera porque se
atrevía a hablar fuera de lugar en su presencia. Era entusiasta, agradable
y sólo ocasionalmente propenso a ataques de melancolía.
A su lado estaba la Ministra del Verano, Aurelia, que levantó la barbilla
en señal de reconocimiento. Ese día, se había vestido con la flor más
hermosa de la temporada: un vestido de hortensias, un collar de zinnias y
brazaletes de rosas. Se había peinado con un elaborado moño en lo alto de
la cabeza.
Y luego estaba la Ministra de la Primavera, Iris, que le hizo un pequeño
gesto con los dedos a Clarion. Había elegido un vestido de campanillas de
invierno con falda ancha y un delicado crecimiento de las sienes que
formaba una corona que enmarcaba su rostro con largos mechones. Tenía
una tez cálida y arenosa y ojos casi tan negros como su cabello, que le caía
largo y suelto hasta la mitad de la espalda. Como su estación, era ligera y
etérea, voluble y entusiasta: una personalidad lo suficientemente brillante
como para despertar a la naturaleza de su letargo.
Este había sido el séquito de Elvina desde que Clarion estaba viva. Aun
así, no podía evitar la sensación de que estaban incompletos sin un
Ministro del Invierno. En algún lugar al otro lado de la frontera, el
Guardián de los Bosques Invernales gobernaba en soledad su reino helado.
Pero incluso si las estaciones cálidas y el Invierno habían estado en buenos
términos, no era como si el Guardián de los Bosques Invernales pudiera
unirse a sus reuniones. Las hadas cálidas no podían soportar el frío del
Invierno; después de solo unos minutos, sus alas se volverían quebradizas
y se romperían, mientras que las alas de las hadas de invierno se
derretirían como la escarcha bajo el sol primaveral.
Iris le sonrió radiante. —¡Buenos días, Su Alteza!
Clarion se sobresaltó. La alegría que podía reunir, incluso a primera
hora, nunca dejaba de conmoverla. —Buenos días.
—Tengo entendido que hoy nos vas a dirigir —dijo Rowan, bajando la
voz con aire conspirador—. Por fin has convencido a Su Majestad de que
vaya más despacio para variar, ¿eh?
Clarion extendió sus notas sobre la mesa frente a ella. —No es nada
como…
Antes de que pudiera terminar su frase, las puertas se abrieron para
dejar paso a Elvina. Entró en la habitación en un remolino de polvo de
hadas y faldas diáfanas. Los ministros se pusieron firmes de inmediato y
todos murmuraron: —Su Majestad —al unísono. Elvina, sin embargo, no
se detuvo a hacer cumplidos. No dijo nada mientras ocupaba su lugar en
el extremo opuesto de la mesa. Luego, miró a Clarion con una mirada
expectante. Directamente al grano, entonces.
—Por la presente, doy comienzo a la reunión. —Clarion se aclaró la
garganta cuando su voz tembló, apenas—. Comenzaremos con los
informes de los ministros. Ministro de Verano, ¿podría compartir
cualquier asunto nuevo?
—Ya casi estamos listos para el cambio de estación —dijo Aurelia con
voz lánguida—. No tengo mucho que contar, aparte de tu coronación.
Elvina no dijo nada, pero parecía visiblemente incómoda. Clarion hizo
todo lo posible por no pensar en ello. La alternativa era darle peso a ese
temor silencioso que había en su interior: que Elvina no confiaba en que
ella asumiera su papel.
—Los preparativos avanzan según lo previsto —continuó Aurelia—.
Hemos reunido casi toda la luz solar que necesitamos y hemos
identificado el lugar perfecto. Cuando tenga un momento libre, Alteza, le
pediré que venga a aprobarlo.
Con su cálida y pausada cadencia, Aurelia describió los demás
proyectos en los que habían estado trabajando sus hadas durante la
semana anterior. Cuando terminó, Iris prácticamente vibraba de emoción
apenas contenida.
—Continuaremos con la Ministro de Primavera…
—Me alegro mucho de que lo hayas preguntado, Alteza. Mis hadas
jardineras están trabajando duro en los arreglos florales. Pero hay algunas
cositas que quiero terminar de arreglar... —Iris sacó no menos de cinco
ramos de debajo de la mesa. Rowan la miró en silencio y asombrado
mientras los colocaba en una ordenada fila—. Háblame de los colores.
¿Qué te parecen? También podríamos ir en una dirección completamente
diferente y...
Clarion se sintió un poco abrumada. —Confío en usted, Ministro.
Estoy segura de que será hermoso.
—Seguro que sí —dijo Iris con aire arrogante—. ¡Ay! Pero todavía nos
queda el asunto de los mosaicos de gotas de rocío... Las hadas del agua
han estado experimentando con diseños. Por supuesto, no puedo traerlos
aquí, pero tal vez pronto puedas venir a Springtime Square y podamos
repasar todos los detalles.
—Lo espero con ansias —dijo Clarion, y se dio cuenta de que lo decía
en serio. Aunque no tenía el ojo para el diseño que tenía Iris, su
entusiasmo era ciertamente contagioso—. ¿Ministro de Otoño…?
—Yo —dijo Rowan con pesar —no tengo nada que aportar en este
momento, al menos no a tu coronación.
Era comprensible. Aunque el otoño no llegaría a tierra firme hasta
dentro de varios meses, prepararse para el cambio de estación requería
mucha coordinación y esfuerzo. Antes de que pudiera decirlo, Iris dejó
escapar un suspiro.
—Oh, pero tú sí —dijo Iris—. Necesito que me prestes algunos de tus
aviones rápidos.
—Ah, cierto. —Rowan se dio un golpecito en la barbilla. Su tono de
voz tenía un matiz burlón—. Ahora, ¿por qué es esto, otra vez?
—Para llevar los pétalos... ¡Uf! —Iris levantó las manos—. Escucha. Si
no puedes apreciar mi visión artística...
—Ya que estamos en el tema —intervino Aurelia, —me vendrían bien
algunos retoques, si aún no los has puesto a todos a trabajar.
—Es una cuestión más práctica —reflexionó Rowan—. Pero no estoy
convencido de que pueda prescindir de ellos.
Mientras los tres deambulaban por los caminos secundarios de su ruta,
Elvina miró a Clarion con otra mirada elocuente desde el otro lado de la
mesa. Esta vez decía: ¿Y bien?
Correcto. Le correspondía a ella poner orden en la reunión.
—Si me lo permites —interrumpió Clarion, más suavemente de lo que
pretendía. Aun así, se quedaron en silencio. Todas las miradas de la sala
se posaron en ella de nuevo. Decidida a no perder el valor, continuó—:
Seguramente podemos organizar un horario que funcione para todos.
¿Quizás el Ministro del Otoño pueda prescindir de algunas hadas un día
a la semana...?
Rowan miró a Elvina como si buscara su aprobación. Elvina solo hizo
un vago gesto con la mano, como si dijera: como ella quiera.
Satisfecho, Rowan asintió.
Clarion no pudo evitar sonreír. Tal vez había logrado una pequeña
victoria: resolver un problema que le habían planteado. Sin embargo, antes
de que pudiera continuar con la reunión, un hada exploradora
prácticamente entró en la sala desde arriba.
Los cinco saltaron de la sorpresa.
La exploradora apenas evitó chocar contra la mesa. Sin embargo,
saludó a Elvina, aunque luchaba por recuperar el aliento. Era como si algo
la hubiera perseguido hasta allí. Clarion se arriesgó a mirar a Artemis. La
curiosidad y la preocupación se reflejaban en su expresión, pero no se
desvió de su posición.
Elvina se puso de pie, asumiendo una vez más su papel de reina. —
¿Qué pasa?
—Disculpe la interrupción, Su Majestad —susurró la exploradora —
pero justo antes del amanecer, se avistó un monstruo en Pixie Hollow.
Un silencio gélido descendió sobre ellos.
Iris habló primero, su confusión era evidente en su voz. —¿Un
monstruo? Como un halcón, o...
—No, señora ministro —respondió la exploradora con gravedad—. Es
un monstruo. No sé cómo llamarlo de otra manera. Pasó del invierno a la
primavera.
¿Un monstruo? ¿De invierno? Clarion no había conocido nada más
que de hadas de invierno y algunos animales que prosperaban allí; pero no
monstruos. Pero cuando miró a Elvina, la reina no parecía para nada
nerviosa. Por otra parte, mantenía la compostura en cada situación, sin
importar lo peligrosa que fuera. Por mucho que desconcertara a Clarion,
siempre había admirado y envidiado eso de Elvina. Una verdadera reina
de Pixie Hollow no podía mostrar grietas.
—¿Y cómo era ese monstruo? —preguntó Rowan con cautela.
—Es difícil de identificar, señor. Algo parecido a un zorro, pero no
como ningún otro zorro que haya visto antes. Tenía algo así como un
brillo, o una sombra... —La exploradora se quedó callada, cada vez más
pálida—. Lo seguimos todo lo que pudimos, pero lo perdimos de vista
cuando salió el sol.
—Envía a buscar a la comandante de inmediato —dijo Elvina—. La
veré aquí.
Con la tranquilidad de seguir una orden, la exploradora recuperó parte
de su compostura. Volvió a prestar atención. —Sí, Su Majestad.
—Una vez que hayas hecho eso, toma tu unidad y asegúrate de que
todos los ciudadanos entren —continuó Elvina. Frunció el ceño con
preocupación—. Hasta que podamos identificar la amenaza, nadie sale.
—Sí, Su Majestad.
Artemis se animó y movió los dedos hacia la espada que llevaba atada
a la cadera. —Majestad, si hay algo que pueda...
—No abandonarás tu puesto al lado de la princesa —respondió Elvina
con frialdad.
Clarion sintió una punzada de compasión al ver cómo Artemis se
marchitaba. Inclinando la cabeza, dijo: —Por supuesto que no.
Elvina hizo un gesto con la muñeca a la otra exploradora. —Puedes
retirarte. En cuanto al resto, se levanta la sesión. Por cuestiones de
seguridad, no abandonen el palacio hasta que se les diga lo contrario.
—Pero, Majestad, no puedo quedarme aquí —protestó Iris—. Si llega
a primavera...
La expresión del rostro de Elvina no admitía discusión. —Los
exploradores se encargarán de esto.
—Sí, por supuesto —respondió Iris, pero Clarion no se dio cuenta de
que su tono denotaba preocupación. Aurelia apoyó una mano firme sobre
su hombro y le apretó.
El crujido de papeles y murmullos bajos llenaron la habitación.
Clarion observó cómo los ministros se alejaban, con un terror helado
alojado en lo más profundo de su pecho. Un monstruo. ¿Cómo podía ser
posible algo así?
—Tú también, Clarion —dijo Elvina con cansancio—. Ve a tu
habitación.
La indignación estalló en su interior. ¿Era eso, entonces? ¿Descartada,
igual que las demás, como si no fuera más que una niña? Esta reunión, una
oportunidad para demostrar su capacidad, había salido mal. ¿Y ahora
Elvina la dejaría fuera de algo tan importante?
—Puedo ayudar.
—No puedes. Este no es un asunto que te concierna.
Debería haberla destrozado recibir la confirmación de todos sus
peores temores: Elvina no la necesitaba. En cambio, esa semilla de ira
floreció en su interior. Cruzó la habitación a toda prisa, su brillo se
intensificó y arrojó una luz ámbar sobre las paredes que las rodeaban. —
¿Cómo puede no concernirme? Se espera que gobierne todo Pixie Hollow
en un mes.
Por fin, Elvina la miró, la miró de verdad. Claramente, Clarion la había
sorprendido, porque no respondió durante unos largos momentos. —Solo
quiero decirte que no deberías preocuparte por esto.
Clarion no podía aceptarlo. —¿Pero no debería aprender a manejar
una crisis?
—Aún hay tiempo para enseñarte. Ese momento no es durante una
crisis. Créeme. Tengo esto bajo control. —Elvina apoyó las manos sobre
los hombros de Clarion. Le pesaban mucho y Clarion sintió que su
resistencia se ahogaba momentáneamente bajo la sorpresa.
Elvina rara vez la tocaba, rara vez mostraba algún tipo de ternura hacia
ella. Y, sin embargo, Clarion no podía olvidar la forma en que Elvina la
había mirado cuando surgió por primera vez de la estrella en su día de
llegada. Ella había ayudado a Clarion a salir del cráter, luego acunó su
rostro con algo parecido al asombro y al terrible reconocimiento brillando
en sus ojos. Había llenado a Clarion de una gran tristeza, una que no
entendía ni podía entender.
Antes de que pudiera responder, apareció la capitana de los
exploradores, Nightshade. Iba vestida con su uniforme completo (una
coraza y placas de corteza de árbol atadas a sus antebrazos y espinillas,
todas ellas relucientes de manera amenazante) y llevaba una lanza en la
mano y un carcaj con flechas de hierba serrada en la espalda. Su cabello
rubio estaba recogido en un moño severo en la nuca, que estaba bronceada
por la exposición al sol.
—Su Majestad. Su Alteza —dijo, poniéndose el puño sobre el corazón
a modo de saludo—. Deberíamos hablar de logística.
—Deberíamos —convino Elvina—. Clarion...
—Por favor, déjame quedarme —insistió Clarion—. No te
interrumpiré.
—No se trata de eso —espetó Elvina—. Vete.
Clarion no pudo evitar mirarla, atónita. Elvina se había mostrado
impaciente o decepcionada con ella antes, sí, pero nunca había sido tan
brusca. Sin decir otra palabra, se volvió hacia Nightshade y empezó a
hablar en voz baja. Clarion, que se erizaba de vergüenza y se sentía
ofendida, comprendió que ese era el fin de la discusión. Elvina había
prometido enseñarle todo lo que necesitaba saber, ¿y qué mejor manera
de aprender que observando? Era evidente que su opinión no era valiosa
ni bien recibida.
Estaba a punto de quedarse escuchando desde la puerta como un niño
al que mandan a dormir. Había jurado hacerlo mejor, comportarse con la
dignidad que correspondía a su papel. Y sin embargo...
—Vamos, Alteza —dijo Artemis en voz baja. Ahora no había forma de
confundir la compasión en su voz. Ella prácticamente sacó a Clarion de la
sala del consejo y la llevó de regreso a su habitación. Esta vez, Clarion se
sintió demasiado herida para protestar.
Fuera de la ventana de su dormitorio, el caos controlado había
estallado en Pixie Hollow. A lo lejos, podía oír el sonido de los cuernos
que resonaban desde las torres de vigilancia en lo alto de los pinos. El
polvo de hadas salpicaba el cielo mientras las hadas revoloteaban hacia
sus hogares y los exploradores se elevaban sobre el dosel con sus arcos
tensos y sus ojos fijos en las sombras. El corazón de Clarion se dolía de
preocupación. Su gente estaba sufriendo. Petra probablemente estaba
muerta de miedo, y eso era lo que más la dolía.
Tienes que ayudar a gran escala, le había dicho Elvina. Pero no podía.
No mientras estuviera encerrada en su dormitorio, y ciertamente no
mientras Elvina le prohibiera cumplir con sus deberes.
La Reina de Pixie Hollow no se queda de brazos cruzados mientras aún
haya trabajo por hacer.
Clarion nunca había sido perfecta, lo sabía. Pero ¿cómo podría serlo
cuando los mandatos de Elvina se contradecían entre sí? Tendría que
elegir uno. Y ahora, con su coronación tan cerca, no podía contentarse con
no hacer nada.
No estaría de más que ella misma buscara al monstruo, ¿no?
Si volvía con algo útil, nunca más la dejarían fuera. Y tal vez, sólo tal
vez, podría convencerse de que las estrellas no habían cometido un
terrible error. Seguramente, con todos los exploradores y Elvina ocupados,
nadie notaría su ausencia. Solo tendría que esperar hasta la noche, cuando
Artemis finalmente terminara su servicio, para escapar.
A medida que pasaban las horas, el sol se hundía y teñía el cielo de un
rojo intenso. Justo antes de que llegara el crepúsculo, Clarion abrió las
puertas del balcón. Cuando salió, las sombras se posaron pesadamente
sobre ella y le hicieron cosquillas en la piel con inquietud. Una ráfaga de
viento hizo que todas las ramas se sacudieran y, enterrado en algún lugar
debajo del sonido, habría jurado que escuchó el aullido distante de un
zorro.
En algún lugar, allá afuera, acechaba un monstruo.
Apenas había pasado por su mente esa idea cuando su mirada se fijó
en las montañas. La oscuridad casi total del crepúsculo las había
transformado en algo austero y sombrío. Por primera vez, le devolvieron
la mirada con una expresión casi expectante. Clarion no supo si eso la
emocionó o la inquietó más. Reuniendo valor, emprendió el vuelo hacia el
valle de la primavera, hacia la frontera donde la primavera se encontraba
con el invierno.
4
Un silencio inquietante se había instalado en la primavera. No había
canto de pájaros, ni brisa que se agitara entre la hierba alta, ni se oía el
eco de risas entre los árboles. Clarion nunca había visto Pixie Hollow así.
Parecía casi desolado.
La oscuridad descendió lentamente, filtrándose entre los cerezos en
flor y sobre los prados. Muy por debajo de ella, vislumbró su resplandor
reflejado en un estanque. La luz del sol que se desvanecía brillaba sobre el
agua, pero hadas del agua que tallaran ondas en ella, la superficie era
desconcertantemente similar al vidrio en su quietud. Uno de los mosaicos
de gotas de rocío que Iris había mencionado estaba inacabado en la orilla,
claramente abandonado una vez que los exploradores hicieron sonar las
alarmas.
A medida que se acercaba a la frontera, el sonido del agua corriendo
llegó hasta Clarion. Poco a poco, los árboles se fueron aclarando a medida
que se alejaban de las orillas fangosas de un río. Con un aleteo de sus alas,
Clarion descendió y aterrizó con un suave golpe de sus zapatillas en la
hierba. Las moras y las zarzamoras crecían silvestres entre la maleza, y el
delicado aroma de las flores perfumaba el aire. A medida que se acercaba
al río que separaba la primavera del invierno, se sintió extrañamente
expuesta, sin bosques que la envolvieran y sin el brillo de sus alas atenuado
por una capa de viaje. Nunca antes había estado tan cerca de la frontera.
Ella nunca había estado tan sola.
Una raíz del árbol de polvo de hadas surgía de la tierra y se extendía a
lo ancho del río. Puentes como este existían entre cada estación en un
anillo ininterrumpido: del invierno a la primavera, de la primavera al
verano, del verano al otoño y del otoño al invierno. Cuando Clarion llegó
por primera vez, su existencia la había desconcertado. ¿Qué utilidad
tenían las hadas para ellos, cuando tan pocas de ellas caminaban por algún
lado? Ahora, se maravillaba ante la poderosa magia que fluía a través de
ellos.
Las cuatro estaciones existían simultáneamente en Pixie Hollow,
gracias a las raíces del árbol de polvo de hadas que las unían en un solo
lugar. Un pensamiento, uno que ella sabía muy bien que no debía albergar,
surgió en su mente: si el invierno y las estaciones cálidas realmente
estaban destinadas a estar separadas, entonces ¿por qué existía este
puente?
Un lejano susurro de los árboles la sacó de sus pensamientos. La
inquietud le recorrió la espalda en un escalofrío. El sonido provenía del
Bosque de Invierno. Cuando volvió su atención hacia él, habría jurado que
vio un destello de luz desaparecer detrás de una hilera de árboles
completamente blancos. Los oscuros agujeros en sus troncos la miraban
fijamente como ojos que no parpadeaban.
Tal vez, después de todo, había encontrado lo que había venido a
buscar.
Armándose de valor, Clarion puso un pie en el puente. A mitad de
camino, el exuberante musgo que cubría la corteza dio paso a una gruesa
capa de nieve. De sus costados caían carámbanos que brillaban con
malicia a la luz del atardecer. Clarion se detuvo justo antes de la escarcha
que cubría el borde mismo de la primavera.
Al anochecer, todo lo que había al otro lado del río estaba pintado de
plata y carbón. Las ráfagas de nieve flotaban perezosamente en el aire, un
frío espejo de las flores de cerezo que descendían flotando desde el dosel
de la primavera. La nevada le parecía un velo que separaba sus mundos.
Parecía más mágico de lo que había previsto, pero no podía bajar la
guardia ni olvidar por qué había venido allí en primer lugar.
Las sombras parecían más oscuras en invierno, pero sus alas emitían
suficiente luz para poder ver. El polvo de hadas se desprendía de ellas
cuando se movía, y las motas brillaban como brasas en la oscuridad. La
nieve que cubría la tierra estaba intacta: no había huellas de patas, ni
hendiduras, nada. El explorador había dicho que este monstruo se parecía
a un zorro. Si era lo suficientemente grande como para ser visto a gran
distancia, irradiando algún aura siniestra, ¿adónde podría haber ido?
De repente, se sintió realmente tonta. Debió haber imaginado ese
sonido por completo. ¿En qué estaba pensando al alejarse en busca de un
monstruo? En ese momento, el plan le había parecido tan obvio, tan
sensato... Ahora, lo veía por lo ridículo que era. El estrés y la duda de su
inminente coronación lo habían confundido todo. Lo verdaderamente
sensato sería dar marcha atrás ahora.
Pero, ¿dónde la dejaba eso? No soportaba la idea de volver a su
dormitorio vacío o, peor aún, a una sala del consejo de la que no había
podido salir.
Además, estaba allí, tan cerca de un lugar que la había llamado durante
años. Era tan extrañamente tentador extender la mano y atrapar un copo
de nieve. Incluso tan cerca del borde, el aire primaveral todavía conservaba
su agradable frescor vespertino. ¿Qué tan cerca tendría que llegar para
sentir el frío intenso? Muy tentadoramente, llevó la mano hasta el borde
del borde, dejándola flotar a un centímetro de las ráfagas. Finalmente,
sintió el leve suspiro del invierno contra su piel. Armándose de valor, dejó
que sus dedos se deslizaran hacia el otro lado.
Un frío que la invadió hasta los huesos, tan intenso y repentino que la
hizo jadear. Se le erizaron todos los pelos del dorso de los brazos. Clarion
retiró la mano de golpe y sopló aire cálido en las palmas ahuecadas. Bueno,
ahora no tenía ninguna duda sobre su incapacidad para cruzar. Aun así, el
escozor la dejó algo exultante. Nunca había sentido nada parecido.
Otro destello de movimiento atrajo su atención. Esta vez, lo pudo ver
claramente: un débil resplandor plateado que brillaba en la oscuridad. No,
pensó, un aura. La luz espectral envolvía una sombra que se desprendía de
la propia noche. Clarion retrocedió unos cuantos metros. Era el monstruo.
—¡Quédate atrás!
Pero en cuanto las palabras salieron de su boca, la sombra se hizo
visible. Clarion intentó, sin éxito, tragarse su creciente mortificación.
Aquello no era un monstruo.
Era un hombre.
Parecía estar delicadamente formado a partir de la nieve, con su piel
clara y su cabello blanco como el hueso. Le caía hasta los hombros, con la
mitad de él retirado de su rostro para revelar las puntas puntiagudas de
sus orejas. Sus alas brillaban como el hielo bajo la luz del sol poniente.
Contra el crudo telón de fondo del invierno, era casi... etéreo.
Un hada de invierno.
No se había imaginado que un hada de invierno pudiera ser tan
modesto. Era solo un chico, no mayor que ella. Y, sin embargo, las
apariencias engañaban. No podía subestimarlo.
Ella adoptó una expresión de compostura. Evidentemente, era
demasiado tarde, porque él levantó las manos en un gesto apaciguador y
dijo: —Le pido disculpas. No quise asustarla.
Su cortesía la sorprendió aún más que su repentina aparición.
—No lo hiciste —dijo ella con cautela.
—Bueno —respondió visiblemente sorprendido, —es un alivio.
El hada de invierno se acercó lentamente a la frontera, cada paso
medido, como si le diera la oportunidad de retirarse. Ella se obligó a
permanecer inmóvil donde estaba. Con cada paso que daba, la nieve crujía
bajo sus botas y su expectación aumentaba. Se detuvo justo al borde de la
frontera.
Desde tan cerca, podía ver cada plano de su rostro, desde sus anchos
pómulos hasta su mandíbula cuadrada. No había calidez en los ojos del
joven. Su mirada era cautelosa y estaba fija en ella, como si fuera un animal
herido a punto de atacar. Cualquiera que fuera la desconfianza que
albergaba Clarion, parecía ser completamente mutua.
—¿Quién eres? —preguntó Clarion. Su voz sonó exactamente como la
había practicado: autoritaria, serena, desapasionada. La voz de una reina,
aunque no fuera exactamente la suya.
—No pretendo hacer daño a nadie —dijo. Clarion resistió el impulso
de reír, como si el simple hecho de decir eso pudiera tranquilizarla—. Mi
nombre es Milori.
—¿Y qué tienes que hacer aquí? —hizo una pausa y lo miró de arriba
abajo—. ¿Milori?
Si a él le molestaba su tono escéptico, no lo demostró. Desde su
expresión neutral hasta sus hombros hundidos, era la viva imagen de la
confianza. —He venido a solicitar una audiencia con la Reina de Pixie
Hollow. —Después de una pausa, añadió—: Y parece que la he
conseguido.
—¿Sabes quién soy? —En su estupor, Clarion abandonó su altivez
regia. La pregunta sonó mucho más esperanzadora de lo que pretendía.
—Por supuesto que sí —dijo, casi desconcertado. Un brillo extraño
apareció en sus ojos, no del todo desagradable, pero que ella no podía
interpretar con exactitud.
A ella no le importaba mucho porque él sabía quién era ella.
Él sabía quién era ella y no se había alejado de ella ni había dudado ni
había entrado en pánico. Podía contar con una mano las pocas hadas que
se atrevían a mirarla a los ojos, que se atrevían a hablarle sin que nadie se
lo pidiera. Tal vez no tenían respeto ni amor por la realeza de la estación
cálida en los Bosques de Invierno, pero ella prefería con gusto la
impertinencia a la reverencia.
—¿Puedo preguntar qué lo delató? —preguntó, tratando de no sonar
demasiado ansiosa.
El brillo de sus ojos se intensificó. Si ella no lo supiera, diría que
parecía divertido. —Tu porte regio.
Clarion lo miró fijamente. —¿Cómo dices?
Su sonrisa burlona indicaba que ella había demostrado su punto de
vista. —Y tus alas —añadió, más sobriamente, —son muy distintivas... y
brillantes. Te vi venir a bastante distancia.
Clarion se las dobló a la espalda con timidez. De repente, deseó haber
traído su capa de viaje después de todo. —Lamento mucho decepcionarte,
pero en realidad no soy la reina de Pixie Hollow. Estás buscando a la reina
Elvina. Yo solo soy la reina en formación.
Y no muy buena, además, casi añadió.
—Ya veo —respondió él. Toda la alegría desapareció de su expresión.
Clarion se dio cuenta de que la echaba de menos cuando desapareció;
semejante seriedad no encajaba en un rostro como el suyo—. ¿Y cómo te
llamo?
Una pequeña parte de ella sabía que debía insistir en el decoro. Nadie
la llamaba por su nombre, salvo Elvina y Petra. «Su Alteza», estuvo a punto
de decir. Pero lo que salió de su boca fue Clarion.
—Clarion —repitió él. Qué extraño era oír su nombre con su acento
cadencioso, con esa voz tan fresca y suave como un cristal. Un escalofrío
la recorrió, un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío.
Clarion se pasó las manos por la falda, intentando parecer
desinteresada. —¿Le transmito tu mensaje a la reina Elvina?
—Si eres tan amable, dile que el Guardián de los Bosques Invernales
desea hablar con ella. Es un asunto urgente que concierne a nuestros dos
reinos.
¿Podría estar hablando del monstruo? Su mente daba vueltas con las
posibilidades. Había esperado llevarle información a Elvina... ¿Y qué
información podría ser más valiosa que algo que viniera del propio
Guardián de los Bosques Invernales?
—Ella nunca aceptará. —No era mentira; Elvina nunca había
fomentado su interés por los Bosques de Invierno—. Pero tal vez pueda
reunirme con el guardián.
Una expresión bastante peculiar se dibujó en sus rasgos, apareció y
desapareció en un instante. —Eso se puede arreglar, si lo desea.
Clarion luchó para evitar que la emoción la desbordara. Tendría que
orquestar otra huida, lo que podría resultar difícil una vez que la situación
se hubiera estabilizado. Pero por la seguridad de Pixie Hollow, por la
oportunidad de demostrar su valía, podía lograrlo. —Lo haré. Solo dime
cuándo y dónde.
—¿Funcionaría aquí y ahora?
—¿Aquí y…? —Clarion casi se cae al río cuando se dio cuenta de ello.
Milori era el Guardián de los Bosques de Invierno. El Guardián de los
Bosques de Invierno estaba allí, hablándole como si fuera la cosa más
natural del mundo. No pudo evitar que la acusación se reflejara en su voz
cuando dijo—: ¡Podrías haber empezado por eso! ¿No enseñan decoro en
invierno? ¿Y qué está haciendo el Guardián de los Bosques de Invierno en
la frontera?
—Supongo que lo mismo que la reina de Pixie Hollow. —Hizo una
pausa para pensarlo—. O la reina en formación, por así decirlo. Estás
buscando algo.
Ella no podía discutir con eso. Se cruzó de brazos y lo miró desafiante.
—Supongo que sí.
El silencio se tensó entre ellos.
—Me alegra poder llevar a cabo nuestra reunión desde esta distancia
—dijo, inclinando la cabeza hacia ella. La ironía se apoderó de sus rasgos
mientras observaba el espacio que ella había creado cuando él emergió del
bosque—. Pero podría ser más fácil si te acercas.
La nevada se hizo más espesa y, cuando sopló una ráfaga de viento, se
arremolinó a su alrededor, ocultándolo parcialmente de la vista. La
frontera era como una barrera entre ellos. Además, si hubiera querido
hacerle algún daño, más allá del golpe que ya le había asestado a su
dignidad, seguramente ya habría hecho algo. Tentativamente, Clarion
volvió a cruzar la distancia que los separaba y se detuvo justo al borde de
la Primavera. La escarcha crujió bajo sus pies cuando aterrizó.
A Clarion le molestaba el hecho de tener que inclinar la cabeza hacia
atrás apenas un poco para encontrarse con su mirada. Sus ojos eran tan
grises como el cielo invernal y estaban fijos en los de ella, y había un
cansancio terrible detrás de ellos. Al darse cuenta de eso, se sintió
extrañamente desequilibrada. ¿Qué podría molestarlo tanto como para
mostrarlo tan claramente?
De cerca, lo miró de nuevo. Unos cuantos mechones de pelo sueltos se
rizaban alrededor de sus orejas puntiagudas. Pero lo que más la impactó
fueron sus brazos, nervudos y musculosos, completamente desnudos bajo
su túnica de plumas. No podía entender cómo no tenía frío. Pasar la mano
por el borde durante un momento había sido suficiente para atravesarla
hasta los huesos. ¿Sentiría él lo mismo si se acercaba a ella? ¿Sentiría calor
al tacto, como si acercara su mano a una llama? Clarion se aclaró la
garganta, decidida a poner fin a esa línea de pensamiento.
—¿Qué es entonces? —preguntó ella.
El ángulo de la luz del sol que se desvanecía dejó la mitad de su rostro
en sombras. —Creo que un monstruo pronto cruzará a tu reino.
Fue una proclamación sombría, pero había llegado demasiado tarde.
Aun así, si tenía alguna información sobre ese monstruo, esta excursión
había valido la pena. No regresaría al palacio completamente vacía... —
Me temo que ya lo ha hecho. Nuestros exploradores lo vieron justo antes
del amanecer de esta mañana.
—Lo siento —respondió en voz baja. Algo parecido a la culpa se dibujó
en su expresión—. Esperaba tener tiempo para advertirte antes de que
llegara a primavera.
¿Para advertirme?
Clarion frunció el ceño. —¿Lo viste?
—Y lamento no haber podido detenerlo —dijo, como si no pudiera
hablar lo suficientemente rápido. Ella no creyó haber malinterpretado la
emoción estrangulada en esas palabras—. Pero es por eso que he venido a
pedir tu ayuda.
—¿Mi ayuda? —No pudo evitar que la incredulidad se reflejara en su
voz—. Dime primero qué es este monstruo.
La sorpresa se reflejó en su rostro. Por un momento, no dijo nada,
como si no la hubiera escuchado bien. —No lo sabes.
Clarion estaba segura de que ella parecía tan desconcertada como él
ahora. —¿Cómo podría hacerlo?
—Tu predecesora no ha sido sincera contigo —dijo con un toque de
amargura.
—Disculpa —dijo ella, tambaleándose hacia atrás. ¿Cómo se atrevía a
lanzar semejantes acusaciones? Y si sabía qué era ese monstruo, si había
venido de su reino, entonces no tenía ningún punto de apoyo—. ¡Quizá
deberías atar a tus bestias antes de dejarlas atravesar las estaciones
cálidas!
Milori parecía dolido, pero no intentó defenderse. Eso hizo que parte
de su ira se disipara. Extendió una mano, como si quisiera atravesar la
frontera y detenerla antes de que huyera. Al final, debió pensarlo mejor.
Cerró los dedos en un puño a su costado. —Escúchame, Clarion. Puedo
explicarlo, pero...
—Estoy escuchando.
—Pero es demasiado peligroso quedarse aquí mucho más tiempo. El
monstruo sólo está activo en la oscuridad.
Clarion estaba harta de que le negaran la información que quería. —
Oh, qué conveniente.
Al menos tuvo la delicadeza de parecer escarmentado. —Puedo estar
aquí mañana a primera hora, si quieres.
—Yo… —le hubiera gustado, aunque sólo fuera para saciar su
curiosidad—. No puedo.
Parte de su gravedad desapareció y fue reemplazada por desconcierto.
—¿Por qué no?
—No sé cuáles son tus obligaciones, Guardián de los Bosques de
Invierno —dijo, sintiéndose extrañamente nerviosa, —pero yo tengo
obligaciones. No puedo abandonarlas para ir a donde me plazca,
especialmente no a la frontera del Invierno.
—Ya veo. —Se pasó una mano por el pelo, algo abrumado—. La reina
no sabe que estás aquí, ¿verdad?
—No. Me escabullí. —Clarion se desanimó. Le avergonzaba sólo un
poco admitirlo. Tal vez él pensaría menos de ella, ahora que sabía lo
frustrada que estaba en su papel—. Peligrosa o no, las noches son el único
momento que realmente es mío.
—Muy bien —dijo, claramente imperturbable—. Te veré mañana al
atardecer.
Dicho esto, dio media vuelta.
—¡Espera! —La indignación y el pánico estallaron en su interior. ¿Y si
no podía ir mañana? ¿Y si necesitaba tiempo para pensar en lo que se
comprometía a hacer? —Yo… yo no acepté eso.
Milori hizo una pausa, como si estuviera reflexionando. —Si estás
interesada en resolver este problema en lugar de evitarlo, ya sabes dónde
encontrarme. Estaré esperando aquí, al atardecer, todas las noches
durante una semana. —Estudió su rostro, y la intensidad inquisitiva de su
mirada hizo que se le subiera el calor por el cuello. Lo que sea que
encontró hizo que una leve sonrisa se curvara en sus labios. Eso, pensó
débilmente, le sentaba mucho mejor que la gravedad—. Buenas noches,
Clarion.
Él alzó el vuelo. Clarion solo pudo mirarlo mientras se adentraba más
en el Bosque Invernal y captó el momento exacto en que la luz de la luna
doró sus alas y proyectó su delicada sombra sobre la nieve.
Levantó las manos y se las pasó por la cara con frustración. Había
venido allí en busca de respuestas, pero se marcharía con muchas más
preguntas que las que tenía antes.
5
Tu predecesora no ha sido sincera contigo.
Las palabras de Milori la perseguían mientras regresaba al palacio.
¿Qué creía exactamente que ella debía saber? Y lo que es más
preocupante, ¿qué creía que Elvina le había ocultado?
Seguramente era una traición siquiera pensar en algo así. Pero Elvina
había estado sobrenaturalmente tranquila cuando esa exploradora
irrumpió en la reunión del consejo, asumiendo su papel con la misma
facilidad con la que se ponía un vestido nuevo. Si ya sabía sobre el
monstruo, entonces...
No, no. Clarion no podía permitirse seguir ese camino.
Llevarle información a Elvina era tentador, sí, pero involucrarse en
algún tipo de... ¿qué, conspiración? Eso estaba más allá de sus
posibilidades, y con su coronación acercándose, no podía permitirse el
lujo de distraerse con el Guardián de los Bosques Invernales y sus crípticas
palabras. Por lo que sabía, él le estaba mintiendo. Y, sin embargo, a
Clarion le resultó difícil dudar de la genuina preocupación (y culpa) que
había visto en su rostro.
Dejó a un lado el recuerdo de su expresión angustiada. Sincero o no,
no podría volver a verlo.
A lo lejos, el árbol de polvo de hadas brillaba en la noche como el
resplandor de una linterna. Pero Clarion no podía decidirse a regresar a
casa todavía. Milori le había advertido que esa criatura, fuera lo que fuese,
cazaba en la oscuridad, pero debajo de ella, el valle de primavera
dormitaba pacíficamente: sin caos, sin terror y, ciertamente, sin
monstruos. Seguramente no haría daño comprobar cómo estaba Petra;
después de todo, estaba de camino a casa. Giró a la izquierda, guiada por
el viento en su curso constante.
El rincón del artesano se encontraba enclavado en la base de un
enorme sicómoro, rodeado por todos lados por una pendiente de tierra
silvestre con hierba alta y campanillas azules. La mayoría de los artesanos
construían sus casas sobre las raíces del árbol, cada casa coronada con un
techo de hojas de arce. Delicadas escaleras de hongos dentados del norte
brotaban de la corteza y pavimentaban el camino hacia sus puertas de
entrada. La creatividad de los artesanos siempre asombraba a Clarion. Sin
ellos, poco se haría en Pixie Hollow. Aparte de reparar y construir
infraestructura, inventaron todo tipo de cosas para hacer más fácil la vida
diaria.
Sus trabajos manuales, y los primeros preparativos del otoño, yacían
dispersos en el centro del claro: copas de bellota llenas del tinte para los
artistas de las hojas, cuidadosamente dispuestas en un gradiente del
escarlata al dorado; bancos de trabajo hechos con tapas de setas con
herramientas esparcidas; carros a medio ensamblar hechos con cáscaras
de aguacate ahuecadas. A poca distancia, Clarion divisó sus ruedas de
cáscara de castaño, esperando a ser instaladas. El desorden daba la
impresión de un lugar abandonado a toda prisa. Pero velas y lámparas
alimentadas por la luz del sol ardían suavemente en los alféizares de las
ventanas, y ella podía ver las vagas formas de siluetas moviéndose en el
interior.
Clarion se dirigió hacia la casa de Petra, escondida en un rincón
apartado del pueblo. A diferencia de la mayoría de las otras casas, la suya
era una intrincada obra de piedras de río apiladas, unidas con barro y
polvo de hadas y techada con una gruesa capa de musgo. Según admitió
ella misma, Petra prefería un aspecto menos «orgánico», pero un hongo
solitario brotó del techo como para fastidiarla.
Clarion se apeó en el porche. La puerta se alzaba sobre ella, una
delicada astilla de un árbol talado que Petra había lijado y pulido hasta
dejarlo brillante. Llamó a la puerta. Inmediatamente, se escuchó un grito
desde adentro.
Clarion suspiró. —Soy yo.
—¿Clarion? —Las cortinas se abrieron y el pálido rostro de Petra
apareció en la ventana. La puerta se abrió lentamente y apareció ella,
agarrando un martillo en una mano y la tapa de una bellota (un escudo
improvisado, supuso Clarion) en la otra—. ¡Me asustaste!
Clarion no pudo evitar sonreír. —¿Tan poco acostumbrada estás a
recibir visitas o creías que un monstruo tocaría a la puerta tan
educadamente?
Tan pronto como la palabra monstruo salió de sus labios, Petra se
quedó sin aliento. —¿Qué estás haciendo aquí? Es demasiado peligroso
estar afuera.
Antes de que Clarion pudiera responder, Petra la agarró del brazo y la
arrastró hacia el interior entre una ráfaga de pelo rojo alborotado y polvo
de hadas esparcido. La casa estaba completamente oscura,
desconcertantemente. Parpadeó con fuerza, tratando de que sus ojos se
acostumbraran. —¿Quizás un poco de luz...?
—De ninguna manera. Tus alas son tan brillantes como parecen —se
quejó Petra—. Si no lo has hecho ya, lo atraerás hasta aquí.
Clarion se burló: —Eso es ridículo.
Petra le dirigió una mirada significativa. —¿Has olvidado el incidente
del murciélago? Yo no.
Eso sí que fue bajo. Una vez, muchos años atrás, las dos se habían
escapado al otoño al amparo del anochecer para sentarse bajo las estrellas,
con jarras de sidra de manzana caliente. Le había llevado días convencer
a Petra de que valdría la pena. Lo que no había tenido en cuenta era que
su brillo interrumpía los patrones de vuelo de los murciélagos en el
camino. Incluso ahora, podía ver el destello de las alas oscuras y oír su
propia risa por encima del grito horrorizado de Petra.
—El explorador dijo que parecía un zorro —dijo Clarion—. Esta vez,
estás a salvo.
Petra no se dignó responderle, sino que corrió las cortinas con
intención. Las alas de Clarion iluminaban la oscuridad de la habitación.
Su resplandor trazaba el contorno de todas las cosas de Petra y el polvo de
hadas que se desprendía de ellas se esparcía por el suelo, brillando como
estrellas. Por lo poco que podía distinguir en la penumbra, parecía que el
banco de trabajo de Petra se había volcado en el suelo. Claramente, estaba
en medio de un proyecto. Todos los demás aspectos de su vida, desde
socializar hasta ordenar, desaparecieron cuando se sumergió por
completo en ella. A Clarion le sorprendió y decepcionó darse cuenta de
que no sabía qué había captado la atención de Petra esta vez.
Ambas habían estado realmente ocupadas últimamente.
Aparentemente satisfecha con sus medidas de seguridad, Petra se
deslizó hasta el suelo y miró a Clarion con los ojos vidriosos. —¿Qué haces
aquí tan tarde?
—Quería ver cómo estabas.
Petra suspiró con inquietud mientras comenzaba a recogerse el
cabello en un moño desordenado en lo alto de la cabeza. —Oh, bueno. Es
más de lo mismo. El trabajo ha sido...
—Para ver si estás a salvo —interrumpió Clarion—. Estaba
preocupada por ti, encerrada aquí sola.
—¡Oh! Sí, lo más segura que puedo estar. No me importa tener una
excusa para quedarme aquí. —Estudió a Clarion casi con sospecha—. ¿Es
por eso por lo que viniste? Parece que tienes un secreto.
—¿Un secreto? —Clarion se rió nerviosamente. ¿Lo era? Ir a la
frontera no estaba prohibido, exactamente, pero si alguien descubría que
se había reunido con el Guardián de los Bosques de Invierno... Bueno, en
realidad, no sabía qué pasaría. Era mejor no mencionarlo, en parte porque
nunca volvería a verlo, y sobre todo porque la mera mención de un hada
de invierno en cualquier lugar cercano a las estaciones cálidas destrozaría
la frágil constitución de Petra. Ya parecía estar a un pelo de una mala
noticia de sufrir un ataque de nervios. Además, Petra era terrible
guardando secretos. —No, por supuesto que no. ¿Qué te dio esa idea?
—Oh, no. —Petra apoyó la frente en las rodillas. Cuando volvió a
hablar, su voz sonó apagada—. Es realmente malo, ¿no?
A Clarion se le cayó el alma a los pies. ¿De verdad era tan obvia que
Petra ya la había descubierto?
De alguna manera, Petra se desplomó aún más en el suelo. Levantó la
barbilla y miró a Clarion con una mirada de pura desesperación. —Elvina
realmente me va a desterrar.
Clarion parpadeó con fuerza, entre aliviada y confundida. —Um… ¿no?
—¿Peor? ¿Has venido a darme la noticia de que no vamos a sobrevivir
a la noche? No, es...
—Petra —interrumpió Clarion, agarrándola por los hombros—. Estás
hablando de catástrofes otra vez.
—Cierto. Tienes razón. —Petra se desanimó y luego se obligó a volver
a enderezarse—. Entonces, ¿qué pasa? La reina de Pixie Hollow aparece
en mi puerta...
—Reina en formación —intervino Clarion.
—¿Sin previo aviso y sin ningún asunto pendiente?
Qué dulce sería hablar de lo que había pasado con ella. Clarion suspiró
y se sentó en el borde de la mesa de Petra, en el poco espacio que quedaba
para ella, de todos modos. Algo tintineó detrás de ella, y ella lo apartó.
Petra no lo hizo. No le gritó que tuviera cuidado, por lo que supuso que no
era nada importante.
Mientras Clarion observaba el rostro demacrado y surcado de hollín
de su amiga, un dolor floreció en lo más profundo de su pecho. En
momentos como ese, podía apreciar la verdadera sabiduría de la filosofía
de Elvina. Una reina tenía que llevar sola el peso de sus decisiones.
Mantener a todos a distancia hacía que fuera mucho más fácil resistir la
tentación de agobiar a los demás. Y entonces, dijo: —Prometo que no
tengo segundas intenciones, secretos ni malas noticias.
Petra no parecía convencida. Distraídamente, tomó una de sus
herramientas y la giró entre sus dedos, mirándola fijamente. —No tienes
que ser misteriosa, Clarion. No conmigo.
—¿No? —Señaló los restos de la cabaña de Petra y se obligó a
sonreír—. Lo sé. Te he echado de menos. ¿Por qué no me cuentas qué es
todo esto?
—¿Aún no te lo he dicho? —Los ojos de Petra se iluminaron y toda la
ansiedad, toda la incertidumbre, se desvanecieron. Rebuscó entre sus
cosas hasta que recuperó dos láminas planas de metal—. Esto podría ser
innovador. He estado desarrollando una nueva técnica de soldadura
usando arena y...
Clarion se dejó llevar por el entusiasmo de Petra. Aunque apenas
entendía una palabra de lo que decía, verla en su elemento la calentó como
la luz del sol. Y en algún lugar, en lo más profundo, despertó una chispa
de tristeza.
¿Cómo será, se preguntó, estar tan segura de tu camino?
¿Cómo será compartirlo?
Cuando regresó al palacio, las puertas del balcón se cerraron con
demasiado ruido detrás de ella. Clarion contuvo la respiración,
preparándose, pero después de unos momentos, no había sucedido nada.
No sonó ninguna alarma. Ningún explorador derribó su puerta.
Un pequeño alivio, pensó. De algún modo, había logrado salir airosa
de su misión de reconocimiento. Se sentía casi mareada por la prisa que le
suponía.
Se puso un camisón y se sentó en el tocador para deshacer su trenza.
Mientras trabajaba, quitándose los pétalos de las flores y las horquillas del
pelo, una parte fantasiosa de ella creyó que todavía podía oler la nieve y la
resina de pino. El invierno, de alguna manera, la había seguido hasta allí.
Acababa de tomar su peine cuando sonaron tres golpes fuertes en la
puerta. Clarion hizo una mueca. No había forma de confundir ese anuncio
autoritario, por más que no tuviera palabras.
Elvina.
Con toda la serenidad que pudo, Clarion dijo: —Entre.
Cuando se dio la vuelta, vio a Elvina enmarcada en la puerta. A pesar
de lo tarde que era, no se había quitado su atuendo. Su expresión era
ilegible a primera vista, pero a Clarion le pareció detectar un destello de
alivio en sus ojos. —Estás aquí.
—¿Dónde más podría estar? —Clarion le sonrió radiante, esperando
que eso la distrajera de la voz entrecortada, y se giró hacia el espejo. Tomó
su peine y se puso a alisar las ondas de su cabello.
En el reflejo, Clarion vio que la expresión de Elvina se ensombrecía. —
No te encontré cuando te visité antes.
Clarion no tenía respuesta para eso. Si tan solo hubiera ideado alguna
mentira ingeniosa, alguna excusa... Pero parecía imprudente idear algo
ahora. —Lo siento.
Su voz sonó terriblemente pequeña y patética, incluso para sus propios
oídos. Elvina exhaló un largo suspiro. —Pensé que habías crecido por ese
impulso tuyo. Al menos, pensé que tuviste el buen sentido de mantenerte
alejada de un peligro tan evidente. Debería reasignar a tu guardia para que
supervise la situación.
—No fue su culpa —protestó Clarion. El pánico la atravesó. ¿Cómo
pudo haber sido tan descuidada? No había considerado cómo podría
afectar a Artemis, cuyo trabajo consistía en asegurarse de que Clarion se
mantuviera alejada del peligro—. Fue mía.
La expresión cálida de Elvina desapareció. —Desobedeciste mis
órdenes directas.
—Y me disculpo por eso. —Clarion se puso de pie. Con su cabello
suelto y su camisón holgado, se sentía totalmente incapaz de desafiar a
Elvina. Pero tal vez, ahora que tenía toda su atención, podría llegar a ella—
. Sin embargo, no puedo quedarme de brazos cruzados mientras nuestros
súbditos se ponen en peligro. La Reina de Pixie Hollow debe...
—¡Temí lo peor!
La crudeza de la voz de Elvina silenció todos los pensamientos
coherentes de Clarion. Resonó en el silencio. La respiración de Elvina se
volvió irregular y fue solo entonces que Clarion comprendió. Elvina no
solo estaba furiosa con ella.
Ella tenía miedo.
—Los exploradores no pudieron rastrear a la criatura —continuó
Elvina—. No dejó rastro, fue como si simplemente hubiera desaparecido.
Cuando regresé al palacio y encontré a Artemis en estado de pánico y a ti
desaparecida, ¿qué se suponía que debía creer? Si te había capturado...
Entonces no habría coronación y Elvina tendría que gobernar durante
otros mil años... o hasta que cayera otra estrella, una que trajera una
heredera mucho más adecuada. Clarion no sabía qué era peor: su
autocompasión o lo desdichada que parecía Elvina con sus manos
temblorosas.
—¿Dónde estabas? —preguntó Elvina en voz baja.
Tu predecesora no ha sido sincera contigo.
Clarion alejó el recuerdo de las palabras de Milori tan rápido como
surgieron. —Fui a ver cómo estaba Petra. Ya sabes cómo se pone.
No era mentira, no del todo.
—Lo sé —cedió Elvina. La respuesta pareció apaciguarla y, momento
a momento, se recompuso—. Eres amable con esa artesana, pero no me
desobedezcas otra vez. Pixie Hollow no puede permitirse el lujo de que su
heredera vaya a donde le plazca y se ponga en peligro innecesario. Eres
demasiado valiosa.
Por supuesto. Las órdenes no eran para que ella las cuestionara ni las
entendiera. Clarion se abrazó a sí misma. —¿Elvina?
Elvina inclinó la barbilla en señal de reconocimiento.
Si quería la respuesta a su pregunta, tenía que andar con cuidado. —
Esa exploradora dijo que el monstruo venía de los Bosques de Invierno.
¿Estarán bien las hadas de invierno?
Elvina frunció el ceño, claramente sorprendida por esta nueva línea de
preguntas. —El Bosque de Invierno es un lugar peligroso y árido, plagado
de monstruos. Ya están acostumbrados.
Lleno de monstruos. Clarion no podía quitarse de la cabeza la mirada
de desconcierto de Milori cuando dijo: no lo sabes. Luchando por
mantener un tono neutral, preguntó: —¿Sabías eso antes de hoy?
—Solo de forma vaga —respondió Elvina con cautela—. Hay una razón
por la que no hemos intentado ponernos en contacto con el invierno.
—Pero es el trabajo de la Reina de Pixie Hollow mantener a salvo a sus
súbditos. —Clarion se atrevió a mirar a su mentora a los ojos. Se sintió
nerviosa y fría por la emoción de responderle. No creía que le gustara—.
¿No es así?
—Sus súbditos, sí —dijo Elvina, mirándola fijamente—. Las hadas de
invierno se las han arreglado solas durante siglos y han coexistido junto a
esas criaturas desde que yo estoy viva... y estoy segura de que desde hace
mucho, mucho más tiempo. Además, responden al Guardián de los
Bosques de Invierno. El Guardián tiene su propia manera de hacer las
cosas, y te aseguro que no apreciarían nuestra interferencia.
Clarion no estaba satisfecha con esa respuesta. ¿Cómo podía estarlo,
cuando el propio Guardián de los Bosques Invernales le había pedido
ayuda? Elvina exigió que aceptara sus decisiones y explicaciones sin
cuestionarlas. Ayer, tal vez lo hubiera hecho. Pero ahora, Clarion no podía
negar que tal vez Milori tuviera razón.
Elvina le estaba ocultando algo.
Cuando Clarion no respondió, Elvina pareció aliviada. Su postura
rígida se relajó y su tono se suavizó. —Dejemos esto atrás.
Permaneceremos alertas, pero por ahora, parece que el peligro ha pasado.
Mañana, las cosas seguirán como siempre y seguirás al Ministro de Otoño.
Te vendrá bien ver cómo se las arregla para prepararse para un cambio de
estación.
—Sí, Su Majestad.
Con un gesto rígido, Elvina salió de la habitación.
En cuanto la puerta se cerró tras ella, Clarion se desplomó en la cama.
En la oscuridad, el techo se llenó de la luz dorada que emanaba de sus alas.
Desde su posición privilegiada, podía ver la inmensidad del cielo nocturno
a través de su ventana. Y allí, extendiéndose hacia las estrellas dispersas,
estaba el pico de la montaña cubierto de escarcha, congelado y desolado.
Esta vez, parecía menos como si las montañas la estuvieran observando, y
más como si fuera un hada de invierno. Si cerraba los ojos, prácticamente
podía verlo: Milori, su cabello como una llama blanca al viento, sus ojos
fijos en el árbol de polvo de hadas.
Te estaré esperando aquí, al atardecer, todas las noches durante una
semana.
6
Al día siguiente, Clarion se arrepintió de haberse quedado despierta
hasta tan tarde. Cuando la tarde cayó sobre el Bosque de Otoño, estaba
exhausta tras un día entero de trabajo junto al Ministro del Otoño... y
temblaba incluso con su chal de telaraña.
Rowan, que se había disculpado hacía unos minutos, regresó con una
taza de té de raíz de diente de león. Se la entregó con una mirada cómplice.
—Terminarás acostumbrándote a los días largos.
—Espero no haberme demorado demasiado —dijo, avergonzada y
agradecida a partes iguales de que él se hubiera dado cuenta—. Gracias.
Él le sonrió. —De ningún modo.
Clarion tomó un sorbo de té. Aunque nunca le gustó mucho la
amargura del diente de león, le hacía sentir que, de alguna manera,
pertenecía a los vivos. Por lo menos, le calentaba las manos. La
temperatura allí siempre era baja. El sol brillaba perfectamente y el follaje
resplandecía eternamente en rojo y naranja. Le hizo añorar cosas que no
había disfrutado durante mucho tiempo: largas tardes junto al fuego o
sumergirse en un océano de hojas caídas.
Rowan había comenzado recientemente los preparativos para la
llegada del otoño y, a pesar de su distracción, Clarion estaba decidida a
memorizar cada detalle. Esta sería la primera transición estacional que
supervisaría como reina y, después de la amarga decepción que había
causado a Elvina la noche anterior, nada podía salir mal. Esta sería su
única oportunidad de demostrar su valía ahora que se había disuadido de
seguir enfrentándose al Guardián de los Bosques de Invierno. No
importaba que hubiera permanecido despierta durante mucho más tiempo
del que estaba dispuesta a admitir, repitiéndole cada una de sus palabras.
Ahora, Clarion dirigió toda su formidable fuerza de voluntad a sacarlo
de su mente. Sin duda, era difícil cuando Artemis acechaba a unos cuantos
metros de distancia, mirándola como si fuera a desaparecer si apartaba la
mirada aunque fuera un momento. Clarion supuso que merecía que le
prestaran nuevamente atención... y la culpa que la acompañaba. Había
metido a Artemis en problemas con su pequeño acto de desaparición.
No había estado en Otoño desde la Juerga del año pasado, cuando todo
el mundo brillaba bajo la luz de la luna llena de la cosecha. Todavía
recordaba el brillo del cetro de otoño que refractaba la luz de la luna en
polvo azul de hadas, cómo había llovido sobre ellos, acumulándose en los
árboles y pegándose en sus pestañas como si fuera nieve. Pocas veces
había visto a Pixie Hollow tan alegre. Sobre todo, recordaba estar de pie
junto a Elvina, con el rostro plácido y dolorido, mientras observaba a todos
bailando y brillando muy por debajo de ellas.
Ella había permanecido, como lo hacía ahora, fuera de nuestro alcance
para siempre.
Clarion observó a las hadas del otoño trabajando en el claro de abajo.
Con el decreto de Elvina de volver a la normalidad, a Clarion le resultaba
imposible imaginar que hubiera existido peligro alguno. Y, sin embargo,
a medida que las sombras bajo los árboles se hacían más profundas, no
podía deshacerse de sus temores.
La luz del sol menguante se filtraba a través del dosel, tiñendo la tierra
de un suave dorado rosa. Unas cuantas hadas se habían reunido alrededor
de una artista de las hojas que aplicaba pigmento sobre una hoja de roble
traída en un carro desde verano, asintiendo y murmurando en señal de
aprobación por su técnica. Un hada de vuelo veloz pasó zumbando junto
a Clarion. Arrastró una gran ráfaga de viento a su paso, haciendo que el
cabello de Clarion revoloteara y una bandada de mariposas monarca se
desviara de su curso. El hada que las pastoreaba gimió en protesta.
—¡Lo siento! —gritó el hada veloz sin detenerse.
—¡Tres mil millas! —gritó la talento animal tras ella, sacudiendo su
cayado—. ¡Tienen que recorrer tres mil millas!
Clarion no pudo evitar sonreír. Qué maravilloso era ver a sus súbditos
discutiendo, riendo y demostrando sus talentos. Rowan, mientras tanto,
parecía completamente imperturbable, como si este tipo de alboroto fuera
algo tan común que no tuviera nada de especial. Estaba de pie con una
mano metida en el bolsillo de su capa. En la otra sostenía un cuaderno,
lleno hasta reventar con sus garabatos al azar. Le había dicho que era una
lista de verificación, pero Clarion no podía llamar lista de verificación a
tal desorden en conciencia. Habían garabateado y agregado elementos con
un desenfreno temerario. Su mente funcionaba a saltos que ella no podía
seguir.
—En este punto del ciclo —dijo, como si ya hubiera estado hablando
durante bastante tiempo, —estamos principalmente probando nuevas
ideas y asegurándonos de que tenemos todos los suministros que
necesitaremos. Elvina normalmente confía en mí para manejar todos los
pequeños detalles. Pero unos días antes de que partamos hacia tierra
firme, nos visita para hacer una revisión final de nuestros preparativos.
—¿Y cómo sabe ella que lo que has hecho es aceptable?
Sus ojos la miraron con un brillo especial. —Intuición.
Ésa era exactamente la clase de respuesta incuantificable que la
atormentaba. No, no podía depender de algo tan poco fiable e inconstante
como su propia intuición. En los últimos días, no había hecho más que
causarle problemas. Seguramente él le estaba tomando el pelo. Elvina casi
con toda seguridad tenía un elaborado sistema de criterios que había
ideado para evaluar su trabajo. Clarion tomó nota mental de molestarla
por ello cuando regresara al palacio.
Rowan, que percibía claramente su angustia, se rió. —Y un poco de fe
en su ministro, por supuesto. Ya lo he hecho cientos de veces, Clarion.
Estás en buenas manos... o al menos en manos experimentadas.
El recuerdo de su edad no la tranquilizó en absoluto. Era solo un
amargo recordatorio de lo mucho que le faltaba por hacer y de que no tenía
el lujo de contar con siglos para volverse competente. —¿Alguna vez te
preocupó?
La sorpresa suavizó su rostro. —¿El qué?
—No lo sé —dijo en voz baja. Descubrió que no podía decir lo que
realmente quería decir. ¿Alguna vez dudaste de ti mismo? En cambio, hizo
un gesto con la mano hacia el claro que había debajo de ellos, donde un
grupo de hadas doblaban hojas secas formando patrones complicados, en
un esfuerzo por lograr la textura óptima para que crujieran al pisarlas. Un
proceso muy complicado, le había asegurado Rowan una vez—. Todo esto.
Todo depende de ti. Todos te miran.
Sus rizos sueltos ondeaban al viento y las sombras de sus largas
pestañas se inclinaban sobre sus pómulos. Mientras la observaba,
frunciendo el ceño, Clarion no podía dejar de ver la quietud de un antiguo
bosque que vivía detrás de sus ojos. —Estoy seguro de que así fue, alguna
vez. Pero no está en mi naturaleza. El otoño es todo reflexión y
desaceleración. A medida que he ido creciendo, he aprendido a no
preocuparme por las cosas antes de que sucedan.
—Ya veo. —¿Ese era el truco, entonces? ¿Simplemente elegir no
preocuparse? Era un concepto verdaderamente extraño para ella,
considerando que su mejor amiga era Petra, quien elegía preocuparse por
cada posibilidad.
—Tienes talento para gobernar —dijo Rowan. —Sé que parece
abrumador en abstracto, pero una vez que te metes en ello, sabrás qué
hacer.
Clarion se arrebujó más en su chal. —Por supuesto.
Su sonrisa se desvaneció al contemplar su expresión. —¿Qué provocó
todo esto? ¿Su Majestad te está causando problemas?
—Hemos tenido nuestros desacuerdos últimamente —dijo tan
diplomáticamente como pudo.
—¿Sí? —Apoyó la barbilla en el hueco del índice y el pulgar, evaluando
la situación—. Desde que llegaste, has intentado ser la imagen misma de
ella. La misma postura. La misma voz... ya sabes cuál es. No puedo
imaginar que ella te haya desalentado.
Clarion quiso tomárselo como un cumplido, pero algo en su tono
sugería que no lo decía como tal. Menos como una madre y su hijo
humanos, de quienes había oído que tendían a parecerse entre sí, y más
como una niña y su muñeca. Ante la evidente simpatía en su rostro. No,
pensó, lástima. Se erizó.
—Ella sólo quiere prepararme para el papel.
—Por supuesto que sí —Rowan se retractó rápidamente—. Y solo
quiero decir que eres un orgullo para ella. Siempre has sido… digamos,
rebelde. Aun así, ¿qué desacuerdos podrían tener?
—Dice que he confundido mis prioridades. Para mí es más natural
abordar lo que veo frente a mí: una discusión, los sentimientos de alguien.
Una oportunidad para investigar, pensó mientras tiraba de un invisible
hilo suelto en su chal. —Me distrae del panorama general.
—Ah. —Había algo indescifrable en su expresión, como si estuviera
intentando contenerse para no decir lo que realmente pensaba—. Tal vez
lo que quiso decir es que no puedes culparte a ti misma cada vez que las
cosas salen mal. Por más que lo intentes, no puedes resolver todos los
problemas de Pixie Hollow por tu cuenta.
—Supongo que no.
Le dio una palmadita en el hombro, un gesto cariñoso que casi la hizo
perder el equilibrio. —Tienes mejores instintos de los que crees.
Pero no lo sé. Si él supiera. Si supiera lo inadecuada que era debajo de
la fachada. Cuando se trataba de las cosas que importaban (la toma de
decisiones, la compostura, el poder puro), ella nunca sería igual a Elvina.
Le ofreció una sonrisa temblorosa. —Lo aprecio. De verdad.
Su expresión se tornó seria. —Clarion. Sabes que no necesitas...
El aire se estremeció y el mundo entero quedó en un silencio sepulcral,
antinatural. Se le puso la piel de gallina en los brazos. El miedo se apoderó
de su columna vertebral como un vendaval. Parecía el momento de
escalofríos antes de que cayera un rayo, pero el cielo, oscuro como estaba
por la noche que se acercaba, estaba despejado.
Rowan frunció el ceño. —¿Sentiste eso?
—Lo hice —dijo ella, un poco sin aliento.
Artemis apareció a su lado en un instante, con los dedos suspendidos
sobre el carcaj de flechas atado a su cadera. Rowan se guardó su cuaderno
en el bolsillo. El dobladillo de su capa ondeó con el viento. En el claro de
abajo, todos se habían congelado. Ninguna sombra de halcón oscurecía la
tierra. Ningún aullido de un zorro rompía el silencio. Pero allí, en la línea
de árboles...
Algo llamó la atención de Clarion. Una niebla negra (¿alguna vez había
sido tan espesa?) se derramó en el claro y las sombras se acumularon en la
tierra. Empezaron a agitarse, como si estuvieran luchando por tomar
forma. Murmullos de alarma estallaron desde el claro de abajo.
—¿Qué es eso? —preguntó Clarion.
—No lo sé —dijo Artemis con aprensión. Sacó una flecha y la colocó
en su arco. Un arma formidable contra sus enemigos naturales, sin duda,
pero algo le decía a Clarion que sería inútil contra lo que fuera que eso
fuera.
Hilos de oscuridad se arremolinaban hacia arriba, entrelazándose a
medida que subían. Clarion captó el destello de escamas negras, el destello
de unos ojos brillantes de veneno. Una serpiente, se dio cuenta después de
un momento, aunque no como ninguna serpiente que hubiera visto antes.
Era sólida, real, y sin embargo su cuerpo parecía estar compuesto
completamente de humo, unido por lo que parecían ser puntos de luz
violeta. Su cuerpo se enroscaba sobre sí mismo en espirales, goteando y
rezumando de sus costuras; la forma exacta de su cuerpo cambiaba de un
parpadeo a otro, como si apenas pudiera recordar qué se suponía que era
exactamente. Le brotó una extremidad, luego un ala, antes de
reabsorberlas. Apenas podía retenerla en su mente. Su larga sombra cayó
como una cuchilla sobre las hadas del otoño.
Monstruo.
Un siseo. Eso fue todo lo que necesitó Artemis para entrar en acción.
Disparó su flecha, que voló por el aire y se clavó en la boca abierta de la
bestia. Aunque le atravesó la nuca, la serpiente ni siquiera se inmutó.
Artemis perdió todo el color del rostro.
—¡Todos, huyan! —gritó Rowan.
Fue entonces cuando empezaron los gritos.
Mientras las hadas alzaban el vuelo, la serpiente escupió su veneno.
Era completamente negro y brillaba con un brillo iridiscente y aceitoso.
Todas las hadas que atacó cayeron del cielo y golpearon la tierra con un
sonido repugnante. No gritaron; solo se quedaron allí, flácidas, como si se
hubieran quedado dormidas en pleno vuelo. Rowan miró horrorizado.
Clarion le agarró el codo. —Tenemos que hacer algo.
Evidentemente, eso bastó para sacarlo de su estupor. Se volvió hacia
ella, con la mandíbula apretada y la boca apretada en una fina línea. —Oh,
no. Tengo que hacer algo. Tú volverás al palacio de inmediato. Es
demasiado peligroso para ti estar aquí.
¿Cuántas veces se vería obligada a quedarse atrás? ¿Excluida de ayudar
a proteger a su pueblo? —¿De qué sirve una reina si se le prohíbe hacer
una sola cosa?
—Mejor que una muerta —gruñó Artemis.
Clarion vaciló. Teniendo en cuenta que solo llegaba una gobernante
cada pocos cientos de años, eran un bien preciado. Nadie sabía qué
sucedería si una reina moría antes de tiempo. ¿Enviarían a otra o Pixie
Hollow quedaría en manos de la sabiduría de sus ministros?
Artemis sacó torpemente una brizna de hierba azul de su bolsillo. Se
la llevó a los labios y sopló. El sonido estridente atravesó el bosque. La
alarma de los exploradores. Después de unos momentos, Clarion escuchó
la alarma que otro explorador había captado a lo lejos.
—Los exploradores llegarán en cualquier momento —dijo Artemis—.
Ven conmigo. No vale la pena arriesgar tu vida.
—Sabes que tiene razón —dijo Rowan, esta vez con más suavidad—.
Vete.
—Está bien —dijo Clarion con voz entrecortada—. Solo ayúdalos.
—La mantendré a salvo, señor. —Artemis sonaba tan comprometida
como siempre, pero Clarion no pasó por alto la emoción que brillaba en
sus ojos.
Arrepentimiento, pensó. Y añoranza.
Asintió y luego centró su atención en el claro que había debajo. Unas
cuantas valientes hadas de vuelo veloz se habían quedado, intentando
acorralar a la bestia y alejarla de sus amigos. La esquivaron y se abrieron
paso entre sus oscuras espirales, arrojándole todo lo que pudieron. Esta
vez, Rowan no dudó. Se lanzó desde el montículo, con las alas desplegadas.
—Distráelo —gritó—. Llevaré a los heridos a un lugar seguro.
Clarion no podía apartar la vista del puñado de veloces voladores.
Cortaban el aire en salvajes ráfagas de polvo de hadas. Con la bestia
distraída, Rowan aterrizó y levantó a una de las hadas caídas en sus brazos.
Justo cuando comenzó a llevarla hacia la línea de árboles, el monstruo se
volvió hacia él. El veneno goteaba de sus colmillos desnudos.
No. Clarion vio el momento en que se dio la vuelta y se dio cuenta de
lo que estaba a punto de suceder. Cada segundo se alargó hasta convertirse
en una eternidad. Por instinto, extendió la mano. Como si pudiera
alcanzarlo desde esa distancia. Como si pudiera hacer algo. Pero el miedo
había encendido una chispa en su interior que la atravesó como un reguero
de pólvora. Conocía esa sensación.
Magia.
Jadeó cuando la luz dorada de su poder se encendió en el centro de su
palma y se lanzó hacia la bestia. Su sorpresa hizo que su puntería fuera
terrible, pero la serpiente retrocedió como si la hubieran quemado.
Por un momento, Clarion sólo pudo mirar su propia mano con
estupefacción. La magia todavía brillaba como polvo de estrellas en su
palma. La bañaba con su luz dorada e hizo brillar los ojos abiertos de
Artemis. ¿Cómo había...? No. En ese momento, no importaba cómo lo
había hecho, sólo importaba que pudiera hacerlo de nuevo. Los
exploradores estaban en camino, pero no llegarían a tiempo. Además, las
flechas no habían hecho nada contra ese monstruo.
Pero quizás la magia sí lo haría.
Ella había prometido ser buena. Había prometido estar a salvo. Pero si
eso significaba salvar vidas... —Por favor, perdóname, Artemis.
Cuando Clarion emprendió el vuelo, solo escuchó el débil grito de: —
¡Su Alteza! ¡Espere!
Cuando se deslizó hacia abajo, colocándose entre la serpiente y
Rowan, esta se había reorientado. Donde su magia lo había chamuscado,
su carne (si es que podía llamarse carne) había comenzado a desprenderse
en gotas de líquido negro.
De cerca, era aún más aterrador que de lejos. Su cercanía le llenaba el
cráneo con un zumbido monótono de miedo. Y entonces, dirigió toda la
fuerza de su mirada hacia ella. Su mente se quedó completamente en
blanco. Todos sus músculos se tensaron con un miedo instintivo. Se obligó
a levantar las manos, pero temblaban. Su magia nunca se había sentido
tan lejana. Pero ahora, de todos los tiempos, tenía que ser perfecta.
Control, pensó, a través del grito de terror del conejo en el que se
habían convertido sus pensamientos. Concentración.
Su magia chisporroteó débilmente en su palma. La serpiente se
preparó para atacar, con la mandíbula muy abierta. En ese momento, el
dominio que había ejercido sobre su magia se aflojó. Dos pensamientos se
le ocurrieron a la vez. Voy a morir. Y, más fuerte aún: si quieres hacerles
daño, tendrás que atravesarme.
Fue el segundo el que la llenó, extrañamente, de serenidad. Una luz
dorada brotó de ella. Brillaba más que el sol y atravesaba la niebla que
colgaba en el claro.
Entonces, algo tiró a Clarion al suelo.
Cayó de bruces, levantando una nube de polvo a su paso. Un gran peso
se posó sobre ella. Cuando las manchas desaparecieron de su visión,
Clarion miró a Artemis, con el rostro manchado de suciedad y
enloquecido por el pánico. No podía oír nada por encima del zumbido en
sus oídos y el sonido de su respiración agitada. Motas de luz de estrellas
aún brillaban en el aire cuando su visión se aclaró, flotando como copos
de nieve al otro lado de la frontera.
Pero cuando se atrevió a levantarse sobre un codo, no vio nada de la
serpiente, salvo una brizna de oscuridad que se deslizaba frenéticamente
hacia la sombra del bosque. El veneno salpicó la tierra donde Clarion
había estado de pie un momento antes.
Artemis la había salvado.
Sin embargo, su alivio no duró mucho. Su mirada se fijó en Rowan, que
yacía inmóvil entre las hojas otoñales esparcidas. Le recordaban
demasiado a la sangre.
—¡Ministro!
Ella se puso de pie y voló hacia él. Él no se movió cuando ella se acercó,
pero su pecho subió y bajó. Vivo. Clarion casi lloró de alivio. Se arrodilló
a su lado y lo sacudió. Su expresión se deformó, no de dolor, exactamente,
sino... ¿de miedo? Sus ojos parpadearon detrás de sus párpados cerrados.
Casi parecía como si estuviera teniendo una pesadilla.
Ella lo sacudió de nuevo, más frenéticamente. —Despierta.
No respondió nada.
La respiración de Clarion se hizo más pesada. ¿Qué estaba pasando?
Lentamente, se puso de pie y observó los escombros que la rodeaban.
Todos los preparativos cuidadosos de las hadas se habían desbaratado.
Había hadas inconscientes en el claro, algunas sollozaban mientras
dormían. El pánico se apoderó de ella. Se acercó a la siguiente hada que
estaba al lado de Rowan y la sacudió. —Despierta.
Nada.
Ella revoloteó de un lado a otro, y de otro, y de otro. Ninguno de ellos
se movió.
Nada, nada, nada.
—Despierta —susurró para sí misma. —Por favor, por favor.
Despierta.
Cuando intentó despertar a un sexto de su sueño, una mano cayó
pesadamente sobre su hombro.
—Su Alteza —dijo Artemis suavemente—. Deténgase.
Por fin, Clarion se arrodilló y se tapó la cara con las manos. Respiró
hasta que ya no sintió que las lágrimas la embargaran. Nunca en su vida
se había sentido tan patética, tan poco digna de una reina. Nunca se había
sentido tan disgustada consigo misma.
Por primera vez, Clarion comprendió plenamente por qué Elvina no
confiaba en ella. Comprendió la verdadera profundidad de sus fracasos. Si
ella no dominaba sus habilidades antes de su coronación, un día, Pixie
Hollow caería en ruinas.
Y sería completamente culpa suya.
7
Clarion apenas recordaba que la hubieran llevado de regreso al
palacio.
Los exploradores habían llegado sólo minutos después de que la
serpiente escapara, y se habían situado a su alrededor en formación, con
pasos silenciosos. Ninguno de ellos le había dicho una palabra; al menos,
si lo habían hecho, ella no lo había oído. Su dolor había tendido una gasa
sobre el mundo; detrás de ella, nada parecía completamente real. Detrás
de ella, nada podía tocarla de verdad. Recordaba vagamente a los
exploradores inspeccionando la escena en silencioso horror. Recordaba la
sensación sorda de dolor cuando notó los rasguños en su brazo. Y a
Artemis alejándola del Bosque de Otoño.
Ahora, estaba sentada aturdida en la habitación de Elvina, sentada en
una tumbona. En algún momento, Artemis se había quitado la capa y la
había envuelto alrededor de los hombros de Clarion. Estaba tibia por el
calor corporal, pero Clarion todavía temblaba. Alguien también había
puesto una taza de té en sus manos, pero se había enfriado. La habitación
estaba acogedoramente oscura, con las pesadas cortinas corridas sobre las
ventanas y la luz de las velas iluminando cada superficie. Las sombras se
reflejaban en el rostro de Elvina.
—Clarion —la voz de Elvina, más suave de lo que la había oído en
mucho tiempo, la hizo volver a su cuerpo—. ¿Qué pasó?
Clarion tomó un sorbo de té, aunque sólo fuera para evitar tener que
responder inmediatamente. Inhaló aire hasta que la neblina que cubría sus
pensamientos se disipó. —No estoy segura de poder describirlo
adecuadamente. Todo sucedió muy rápido.
—Lo entiendo, pero por favor, inténtalo.
Y así lo hizo. En un momento todo había sido normal y al siguiente el
aire se había vuelto frío y pesado. Una sombra había cobrado vida ante sus
propios ojos, apenas formada. Las hadas habían caído como piedras del
cielo y no se habían despertado. El miedo se había sentido como un peso
viviente sobre ella cuando se encontró cara a cara con la bestia, que la dejó
clavada en el lugar. El solo pensarlo la hacía estremecer.
Mientras Clarion hablaba, la expresión de Elvina no cambió. No se
notó sorpresa ni horror. Solo parecía resignada y sombría. Cuando Clarion
terminó de relatar la velada, una enfermiza sensación de certeza la
invadió. La duda que Milori había introducido ya no le parecía tan
ridícula.
—Ya sabes lo que es —dijo.
La luz del fuego brilló en los ojos de Elvina. Las sombras que
proyectaba tallaron líneas marcadas en su rostro. Por un momento, su
expresión fue ilegible. ¿Lo negaría, incluso ahora? Luego, con una mueca
de disgusto en la boca, dijo: —Se llaman pesadillas.
—¿Pesadillas? —Incluso decirlo en voz alta le daba escalofríos.
—Como ya habrás visto, tienen un poder terrible —continuó Elvina.
—Sumergen a sus víctimas en un sueño lleno de terror. En el momento en
que recibimos la primera alarma, hice que nuestros sanadores
comenzaran a trabajar en un antídoto. Hasta ahora, ninguno de sus
esfuerzos ha funcionado. El Ministro de Otoño y otros diez ciudadanos de
Pixie Hollow aún no han sido despertados.
Clarion apenas podía procesarlo. Hasta que desarrollaran un antídoto,
once hadas sufrirían durante toda su vida. La culpa la invadía, pero la
frustración era aún más fuerte. En ese momento, lo único en lo que podía
pensar era en cómo Elvina le había ocultado esto. Si hubiera sabido a lo
que se enfrentaba, si hubiera podido prepararse...
—¿Sabías de lo que eran capaces?
—Y he hecho planes para solucionarlo —respondió Elvina. Clarion
detectó el tono defensivo en su voz—. Los sanadores seguirán trabajando
día y noche hasta que encuentren la cura. Mantendrán a todos lo más
cómodos posible hasta que su tarea esté completa.
No, no permitiría que Elvina la mantuviera en la oscuridad por más
tiempo. —¿Qué son?
—Nadie lo sabe con exactitud. —Elvina se sentó en la tumbona a su
lado y cruzó las manos sobre el regazo. Miró fijamente al frente, con una
expresión extrañamente vacía—. Una vez, hace mucho tiempo, las reinas
recordaban el origen de las Pesadillas. Pero el conocimiento sobre ellas se
ha desvanecido con el tiempo. Todo lo que tenemos son fragmentos.
Titania, la primera reina de Pixie Hollow, le confió la historia a su
aprendiz, y así sucesivamente hasta ahora. Cuando me llegó, se había
distorsionado y vuelto vaga. Era más como un cuento de hadas, uno
desgastado por la repetición hasta que casi no parecía real. Todo lo que
puedo decirte es que las Pesadillas habitan en los Bosques de Invierno,
donde las noches son largas y el frío se siente como un abrazo familiar.
Nadie las había visto en una eternidad, pero mi mentora me transmitió
esto: si alguna vez reaparecían, debíamos actuar con rapidez.
Sus palabras se asimilaron lentamente. A lo largo de los años, Elvina
le había dado a Clarion fragmentos de la historia de Pixie Hollow. Pero
nunca se habían mencionado Pesadillas. Claramente, fue una decisión
deliberada. Omisión. Antes de poder detenerse, antes de poder tragarse
otro destello de dolor, dijo: —¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No me pareció importante.
—Parece importante ahora.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó Elvina entre dientes—. Aún no
puedes acceder a todo el espectro de tus habilidades. Las leyendas sobre
cosas que muy bien podrían no haber sucedido nunca, que tal vez ni
siquiera hubieran existido, solo te habrían distraído.
—No puedes decidir lo que debo saber y lo que no. —La voz de Clarion
tembló con la fuerza de su ira. El ataque la había sacudido demasiado
como para mantener su compostura habitual. Once personas heridas
debido a sus fracasos y a la falta de precaución de Elvina—. ¿Qué más no
me has dicho?
Elvina suspiró como si la conversación la hubiera agotado por
completo. —Clarion, concéntrate.
Control. Concentración. Si no podía presentarse como una reina
apropiada, Elvina no la trataría como tal. Clarion respiró profundamente,
haciendo todo lo posible por suavizar sus rasgos hasta lograr una
expresión pasiva. Así era como más le gustaba a Elvina. Así era como
podía convencerla de que era capaz.
—Tengo que estar preparada para cualquier eventualidad —dijo
Clarion. —¿Cómo puedo estar preparada si no sé a qué me enfrento?
Una vez recuperada la compostura, Elvina la miró menos como un
cardo veloz a punto de atravesar la plaza de la primavera. Por fin, de vuelta
a territorio familiar. Con la misma medida, la reina dijo: —Ya nos
ocuparemos de eso.
Clarion dejó la taza de té en el platillo con un tintineo tan frágil como
sus nervios. —¿Cómo?
El silencio descendió sobre ellas. Por un momento, Clarion pensó que
ese sería el final de la discusión. Pero Elvina la sorprendió al responder.
—Debemos minimizar el riesgo de que se repita otra tragedia.
Convocaré una reunión mañana para discutir el plan de seguridad para
Pixie Hollow. Mientras tanto, los exploradores se encargarán de expulsar
a las pesadillas y deshacerse de ellas.
Clarion solo podía pensar en lo rápido que había atacado; en hadas
cayendo del cielo, recortadas por la luz del sol de color rojo sangre, con
polvo de hadas saliendo de sus alas flácidas. No había forma de deshacerse
de una bestia como esa con tanta pulcritud. Pero luego recordó cómo
había huido cuando ella había desatado su magia, como una cucaracha que
se aleja de un repentino torrente de luz. Clarion todavía no sabía cómo lo
había hecho, o si podría volver a hacerlo.
Pero Elvina podría.
—Tienen miedo de nuestra magia.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Elvina. —¿Ah, sí?
—Pude invocar mi magia... solo por un momento. Si tan solo hubieras
podido verla. —Clarion reprimió su entusiasmo tanto como pudo. Se
recordó a sí misma que la compostura, no la convicción, sería lo que
convencería a su mentora—. Ninguna de las armas de Artemis hizo nada
al respecto. Pero si tú o yo acompañamos a los exploradores...
—No. Eso está fuera de cuestión, Clarion. —Elvina se levantó de su
asiento abruptamente, su tono se tornó gélido—. Pixie Hollow es tan
fuerte como su reina.
¿De qué sirve una reina si tiene prohibido hacer absolutamente nada?
Mejor que una muerta.
Su corazón se retorció. Si eso fuera cierto, entonces Pixie Hollow
debería haber sido inquebrantable. Elvina, después de todo, era la reina
perfecta. Aunque ahora, Clarion no estaba tan segura. Elvina no
escuchaba consejos. No compartía información valiosa, que podría haber
evitado que todo esto se desarrollara de forma tan catastrófica como lo
hizo.
Si estás interesada en resolver este problema en lugar de evitarlo, ya
sabes dónde encontrarme. En ese momento, solo podía pensar en Milori y
sus tristes ojos grises: alguien con un plan para actuar.
Elvina no le estaba mintiendo, sin duda, pero tampoco le estaba
diciendo toda la verdad. A menos que Clarion quisiera quedarse sentada
en silencio, a menos que quisiera sofocar por completo su propia intuición
para siempre, no le quedaban opciones. Por el bien de Pixie Hollow, se
tragaría sus reservas. En cuanto pudiera, encontraría a Milori donde la
primavera tocaba al invierno.
A la mañana siguiente, Elvina convocó una asamblea.
Por orden suya, todos dejaron de lado sus tareas del día y se dirigieron
a la sala del trono del palacio. Hiedras y enredaderas floridas colgaban del
techo como estandartes reales y la luz del sol se filtraba por delicadas
fisuras en la madera, bañando el espacio de oro.
El trono en sí brotó de la tierra: el tronco de un árbol joven, tallado en
un asiento. Las ramas retorcidas, exuberantes con hojas de verano,
formaban los apoyabrazos y el respaldo. Era hermoso, pero Clarion
siempre había sospechado que era terriblemente incómodo. Allí, en el
estrado cubierto de musgo, se alzaba sobre las hadas reunidas debajo. Le
asombraba la cantidad de vidas que algún día tendría en sus manos. No
había visto a todos sus súbditos en un solo lugar desde el día en que llegó.
Elvina se encontraba en el borde mismo del estrado, majestuosa y
absolutamente resplandeciente. Llevaba su atuendo completo ese día: su
corona con cuernos, tejida con flores silvestres, y su vestido de falda
ancha, brillante y dorado por el polvo de hadas. Clarion se encontraba a
poca distancia. Detrás de ella, flanqueados a ambos lados por las Ministros
de Primavera y Verano. Ninguna de las dos había dicho una palabra en
toda la mañana. Sin Rowan, sin la animada discusión y las risas que él
provocaba, parecían casi perdidas. Su silencio le había venido muy bien.
Clarion se sobresaltaba con cada traqueteo de las hojas en la brisa, con
cada sombra que se alargaba.
Los murmullos resonaron entre la multitud reunida. En sus rostros
vueltos hacia arriba, Clarion vio toda su preocupación reflejada en ella
multiplicada por mil. Distraídamente, buscó esa chispa de poder dentro
de ella y no encontró nada. ¿Por qué la había abandonado de nuevo,
cuando había llegado a ella tan fácilmente el día anterior? En ese
momento de peligro, frente a esa bestia, algo dentro de ella había cedido.
¿Pero qué?
No recordaba qué técnica había empleado. En ese momento, su mente
se había sumido en una especie de vacío, entre la desesperación y la
resignación. Era completamente imposible reproducirlo allí, de todos los
lugares posibles, y no sabía cómo recrear esas condiciones a menos que
decidiera convertir en un hábito el lanzarse de cabeza a situaciones que
amenazaran su vida. Además, no sabía si quería averiguar si, cuando
realmente importase, podría invocar el poder que necesitaba para salvar a
alguien.
Elvina levantó una mano y el silencio se apoderó de la multitud al
instante. Allí estaba el magnetismo del talento gobernante en acción. Eso
nunca dejaba de impresionar a Clarion.
—Gracias a todos por reunirse aquí hoy —dijo Elvina. —Entiendo que
esto es inusual y que todos tienen trabajo que terminar, así que intentaré
ser breve. Sin embargo, hay una situación terrible en Pixie Hollow, una de
la que estoy segura que muchos de ustedes han oído hablar a través de
rumores y especulaciones. Ayer, un grupo de hadas fue atacada en el
bosque de otoño por una criatura que cruzó desde el bosque de invierno.
Las palabras de Elvina suscitaron jadeos y gritos de alarma.
—Sé que muchos de ustedes tienen preguntas. —La voz de Elvina se
escuchó por encima de la multitud y resonó en los altos techos—. Sé que
muchos de ustedes están preocupados. Quiero dejar esas preocupaciones
a un lado y asegurarles que estamos haciendo todo lo posible para
mantener a salvo a todos los residentes de Pixie Hollow. Todas las
víctimas están vivas y en condición estable. Si bien no tenemos mucha
información para compartir, parece que estos monstruos pueden atrapar
a sus presas en un sueño del que no pueden despertar. Y aunque aún no
hemos podido despertar a las víctimas, nuestros sanadores están
trabajando arduamente para restaurarlas. Ahora...
Un hada de tormenta vestida con un vestido de lirios de lluvia apareció
entre la multitud. —Con el debido respeto, Su Majestad, ¿cómo sucedió
esto? Justo el otro día, todos fuimos puestos bajo toque de queda, y luego
nos aseguraron que la amenaza había sido manejada.
Clarion intentó que la sorpresa no se reflejara en su rostro. En sus
diecisiete años, nunca había oído a nadie cuestionar a Elvina tan
abiertamente. Pero muchos de los presentes asintieron en señal de
acuerdo.
—Nuestros exploradores no encontraron ninguna evidencia de una
amenaza continua en ese momento —respondió Elvina, con algo de
frialdad en su tono—. Con la información que teníamos, y dada la
inminente coronación de la Princesa Clarion, parecía que el mejor curso
de acción era reanudar la actividad normal. Lamento mucho la falta de
precaución y les aseguro que un descuido así no volverá a ocurrir. Lo que
sucedió fue una tragedia y acepto la responsabilidad. Ahora, si me lo
permiten… —Cuando nadie más intervino, juntó las manos y continuó: —
Once de sus compañeros están actualmente bajo el cuidado de nuestros
sanadores. Uno de ellos, como muchos de ustedes ya saben, es el Ministro
del Otoño.
Otra hada, una artista de las hojas salpicada de pigmentos, habló desde
atrás de la multitud: —¿Cómo se manejarán los preparativos para el
otoño?
Los murmullos estallaron de nuevo entre la multitud, en voz baja y con
miedo. Clarion no había considerado realmente el impacto que esto
tendría hasta ahora. Si una estación no llegaba a tiempo a tierra firme, los
efectos podrían ser desastrosos. Un verano largo significaba sequía.
Significaba olas de calor mortales e incendios forestales. Cultivos
marchitos en el suelo y aguas ahogadas por floraciones de algas. La
naturaleza era una vasta red, como la delicada tela de una araña. Si se
tocaba un hilo, reverberaba por todo el conjunto. Había cosas que ni
siquiera el polvillo y la ética de trabajo de las hadas podían solucionar.
Esa voz viciosa en su cabeza susurró: y todo sería culpa tuya.
Si ella fuera una gobernante más competente, entonces…
—Aún faltan varios meses para que llegue el otoño a tierra firme —
respondió Elvina, con mucha más confianza de la que Clarion podía
reunir—. Haremos todo lo que esté en nuestro poder para asegurarnos de
que los preparativos continúen sin problemas. Las hadas del otoño están
bien informadas, y la princesa Clarion y yo nos encargaremos de ocupar
el lugar del ministro. Sin embargo, anticipo que se recuperará mucho
antes de que sintamos su ausencia.
La inquietud de la multitud pareció disiparse. Clarion creyó ver que
parte de la tensión se disipaba de los hombros de Elvina cuando sus
súbditos volvieron a quedarse en silencio. La idea de que se hubiera
sentido desconcertada, aunque fuera por un segundo, le parecía absurda.
Elvina nunca había mostrado nada más que una convicción
inquebrantable en sus propios planes. Se había negado a escuchar algo
diferente la noche anterior.
—Antes de despedirlos —dijo Elvina, —me gustaría compartir los
nombres de quienes se están recuperando del ataque.
Sus manos ahuecadas se llenaron de la luz de su magia. Con cada
nombre que recitaba, dejaba que un orbe de luz se elevara hasta el techo.
El polvo de hadas caía suavemente sobre ellos. Desde allí, Clarion podía
ver a las hadas abrazándose o uniéndose de la mano para consolarse.
—Nos ocuparemos de las criaturas que hicieron esto —dijo Elvina,
cuando las once luces brillaron intensamente sobre ellos—. Pero no
debemos ser imprudentes. A partir de hoy, voy a instituir un toque de
queda nuevamente. Ahora que hemos aprendido que estas criaturas están
activas en la oscuridad, nadie saldrá después de que se ponga el sol. No
habrá excepciones. Cualquiera que rompa esta regla responderá ante mí.
¿Se entiende?
El silencio era completo.
Entonces, un meteorólogo, con el pelo alborotado por seguir los
patrones del viento, preguntó: —¿Y qué pasa con el invierno?
Había en él una leve nota de acusación. De repente, Clarion se percató
de la montaña que se alzaba hacia el norte, toda su blanca y deslumbrante
silueta azotada por el viento.
Varias hadas hablaron a la vez, clamando por ser escuchadas.
—Dijiste que esas bestias vinieron del invierno.
—¿Las han soltado?
—¿Han perdido el control sobre ellas?
—¿Ellos también han sido víctimas?
Elvina levantó la mano y exigió silencio una vez más. Cuando se calmó
el alboroto, respondió: —El Guardián de los Bosques de Invierno no ha
tenido contacto con las estaciones cálidas desde hace bastante tiempo. Sin
embargo, no creo que sea culpa suya. Solo puedo imaginar que ellos
también deben estar sufriendo. Mis pensamientos están con ellos.
¿Elvina lo creía o lo sabía? Clarion se estremeció ante el giro que
tomaron sus propios pensamientos. Odiaba esa nueva paranoia, esa
desconfianza hacia la mujer que prácticamente la había criado.
—Dicho esto, comparto tu inquietud. Debemos tomar medidas para
protegernos a largo plazo. —Elvina inclinó la barbilla y la sombra
ganchuda de su corona se extendió por el suelo. —Tengo la intención de
derribar los puentes entre el invierno y las estaciones cálidas.
Si la multitud reaccionó, Clarion no pudo oírlo por el zumbido en sus
propios oídos. El horror se sintió como si unas garras le arañaran la
espalda.
—Llevará tiempo —continuó Elvina—. La magia que fluye en su
interior es poderosa y no se puede destruir por medios ordinarios. Pero
ten por seguro que el plan ya está en marcha.
¿Ese era el plan de Elvina? ¿Abandonar al invierno en manos de las
Pesadillas? O peor aún, ¿dejarlos completamente a la deriva, separados
del resto de Pixie Hollow? Tal vez Clarion tenía poca experiencia en
gobernar. Tal vez no comprendía exactamente a qué se enfrentaban. Pero
sabía, en lo más profundo de su ser, que eso estaba mal.
Cuando Elvina despidió a la asamblea, las hadas comenzaron a
aparecer. Una voz familiar atravesó la penumbra de sus pensamientos.
—¡Clarion!
Alzó la vista y vio a Petra abriéndose paso hasta el pie del estrado, con
su pelo rojo brillando bajo la luz del sol. Verla consoló a Clarion más de lo
que esperaba. Antes de que pudiera abrir la boca para saludarla, Petra se
lanzó hacia delante y agarró el antebrazo de Clarion. Algo tan familiar
como abrazarla en público haría que se levantaran las cejas, pero sintió
todo el calor y el alivio que Petra pretendía en la presión constante de su
agarre.
—Estás bien —suspiró Petra—. Cuando me enteré de lo que pasó, yo...
—Está bien. Estoy bien. —Clarion le ofreció una sonrisa insegura—.
Casi del todo.
Petra retiró la mano y la dejó doblarse protectoramente frente a su
pecho. —¿Qué pasa?
La mirada de Clarion se dirigió a Elvina, que había comenzado a hablar
con Aurelia e Iris en voz baja. Artemis, de pie obedientemente al pie del
estrado, por supuesto, notó su débil intento de ser sigilosa. Entrecerró los
ojos hacia Clarion, como si dijera: sé que tramas algo. Después de su
desaparición hace dos noches, y el ataque en otoño, supuso que nunca
volvería a escaparse de su guardia tan fácilmente.
—No aquí —dijo Clarion—. Sígueme.
Petra gimió.
Clarion la condujo hacia la puerta de la sala del trono. Artemis
comenzó a seguirlas de inmediato, lo suficientemente cerca como para
vigilarlas, lo suficientemente lejos como para permanecer fuera del
alcance del oído. Por más inconveniente que fuera a veces, Clarion no
podía negar lo segura que se sentía con su sombra cayendo sobre ellas.
Petra la miraba furtivamente de vez en cuando, el color de sus mejillas se
intensificaba con cada momento que pasaba. A veces, era imposible saber
si quería huir de Artemis o ir hacia ella.
Cuando llegaron al césped del palacio, una extensa extensión de verde
salpicada de lirios y acederas, Clarion se sentó en el césped. A esa hora de
la mañana todavía estaba fresco y húmedo por el rocío. Todo el campo
brillaba bajo la luz del sol. Clarion no pudo evitar pensar que parecía
escarcha.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó Petra.
—¿Qué opinas del plan de Elvina?
Parte de la preocupación desapareció del rostro de Petra. Como se
sentía cómoda con el ámbito de la logística y con su propia experiencia,
dijo: —ya habló con algunos de los artesanos sobre eso. Las raíces del
árbol de polvo de hadas no se pueden destruir fácilmente, por lo que no
será tan simple como usar a las hadas leñadoras. Pero si hay alguna
manera de imbuir un hacha con magia, entonces teóricamente…
Petra comenzó a esbozarle la teoría, pero Clarion apenas procesó su
significado. No soportaba la idea de que la magia del talento gobernante
y el ingenio de los artesanos se utilizara de tal manera. Debía haber una
forma. Como Milori, que había buscado su ayuda, siendo rechazada tan
sumariamente. Más que nada, Clarion no podía soportar la idea de
desperdiciar esta oportunidad. Si tenía incluso una pequeña oportunidad
de reparar la grieta entre sus mundos, ¿cómo podría rechazarla?
—Tengo que detenerla —dijo Clarion.
El rostro de Petra palideció y su voz se convirtió en poco más que un
chillido. —¿Detenerla? ¿Por qué?
Clarion se sentó más erguida. —¡Porque no está bien abandonar a las
hadas del invierno a las Pesadillas! ¿Sabes siquiera qué pasará si se
destruyen los puentes?
—Nadie podrá cruzar al invierno de nuevo —respondió Petra. A juzgar
por su ceño fruncido y su tono vacilante, las protestas de Clarion la
obligaron—. Pero los pulverólogos confirmaron que hay otros sistemas de
raíces que conectan al Invierno con el Árbol de Polvo de Hadas. Estarán
bien solos.
¿Estarán bien solos?, se preguntó Clarion. Sacudió la cabeza. —Tiene
que haber otra manera.
Después de lo desdeñosa que había sido Elvina con sus ideas, Clarion
no se hacía ilusiones de poder disuadirla, lo que significaba que tenía que
hablar con Milori.
—Hacía tiempo que no veía esa mirada —dijo Petra, con una mezcla
de admiración y cautela.
Clarion parpadeó, saliendo sobresaltada de sus pensamientos. —¿Qué
mirada?
Petra frunció el ceño y señaló su propio rostro. —Esa mirada significa
que vas a hacer algo imprudente.
Clarion sonrió inocentemente, aunque sólo fuera para ocultar que en
verdad planeaba hacer algo imprudente. —¡Jamás lo haría! Ya no puedo
hacer esas cosas.
Petra se tapó la cara con las manos. —¿Por qué no te creo?
—Sólo voy a hablar con Elvina —mintió—. No te preocupes.
—¿Por qué dices eso? ¡Eso me va a preocupar aún más!
Pero Clarion ya había comenzado a planear. El nuevo decreto de Elvina
le había dado la oportunidad perfecta para escabullirse. Hasta nuevo aviso,
nadie estaría fuera de casa por la noche. Nadie se daría cuenta de que se
había ido. Nadie, excepto Elvina.
Y Artemis.
Clarion se atrevió a mirarla, medio escondida tras su túnica color tierra
contra el tronco del árbol de polvo de hadas. Como si la hubieran llamado,
como si pudiera percibir el plan desacertado que se estaba gestando en su
mente, Artemis la miró a los ojos con el ceño fruncido y receloso.
Por el bien de Pixie Hollow, Clarion tendría que encontrar una forma
de evitarla.
8
Durante toda la semana, Clarion no pudo concentrarse en nada más
que en el sol que se alejaba lentamente hacia el oeste. Durante el día, la
vida continuó con normalidad. Pero a medida que la tarde se desvanecía y
daba paso a la noche, el miedo se cernía sobre Pixie Hollow como una
nube de tormenta. Incluso Clarion se estremeció ante cada aullido lejano
de un animal. Ese día, era aún más dolorosamente consciente de las
sombras que se alargaban. Porque una vez que el sol se ocultara en el
horizonte, la semana que Milori le había ofrecido se habría acabado.
La impaciencia se alojó como una astilla en su mente. Sus obligaciones
habían consumido cada minuto libre últimamente, y hoy no era la
excepción. Durante la reunión del consejo, se quedó mirando la silla vacía
de Rowan mientras los representantes de los exploradores y sanadores
presentaban sus actualizaciones sobre las pesadillas. Las únicas palabras
que realmente absorbió fueron sin rastro y sin cura. Confirmó aún más lo
que sospechaba: no había nada que las estaciones cálidas por sí solas
pudieran hacer.
Necesitaba hablar con Milori.
Después de esto, su agenda estaba misericordiosamente despejada,
pero Artemis sin duda resultaría ser un obstáculo. A raíz del decreto de
Elvina, había estado particularmente atenta. Con cualquier clic de una
cerradura o crujido de una puerta, Clarion sentía el peso de los ojos de la
exploradora como la punta de una espada presionando su columna
vertebral. Si no podía escabullirse, tendría que probar una táctica
diferente: pedir permiso. Clarion podría no haber conocido a Artemis tan
bien como conocía a Petra, pero conocía sus valores. Más importante aún,
conocía su corazón. Si alguien podía entender la carga de querer mantener
a salvo Pixie Hollow, era ella.
En cuanto terminó la reunión, Clarion ignoró con determinación la
mirada evaluadora de Elvina y se apresuró a regresar a su habitación.
Abrió las puertas del balcón y salió al calor del atardecer. Artemis, como
era de esperar, estaba sentada en las ramas bifurcadas de un árbol cubierto
de musgo, con su espada de madera pulida apoyada en el hueco de su
cuello y hombro. Sus brazos descansaban perezosamente sobre la rodilla
que había encogido contra su pecho. El ángulo de la luz del sol le dejaba
la mitad del rostro en sombras y encendía los tonos azules de su cabello
oscuro.
Distraídamente, Clarion notó que el árbol de polvo de hadas había
desarrollado una sola baya de nunca jamás justo encima de la cabeza de la
exploradora, como si le ofreciera hospitalidad mientras ella vigilaba en
solitario. De vez en cuando, se fijaba en sus habitantes y en sus estados de
ánimo. Una vez, después de un día particularmente difícil, las ramas que
se encontraban justo fuera de su ventana habían florecido
desenfrenadamente con magnolias doradas en forma de mariposa.
—Su Alteza —dijo Artemis a modo de saludo, con su voz tan fría y
deferente como siempre.
Clarion apoyó los codos en la barandilla del balcón, haciendo todo lo
posible por parecer despreocupada. Se le ocurrió que rara vez hizo tal cosa
(qué concepto, parecer casual) y tenía poca idea de qué hacer con sus
manos o su cara.
—Tengo una tarde libre —dijo. —Esperaba poder salir.
Artemis la miró con recelo. —¿Adónde quieres ir?
—¿La frontera entre la primavera y el invierno? —En cuanto las
palabras salieron de su boca, hizo una mueca. Había querido sonar segura,
pero sonó más como una pregunta.
Artemis hizo una mueca. —No creo que a Su Majestad le guste mucho
eso.
—No, no creo que le guste.
Artemis parecía aliviada. —Entonces estamos de acuerdo.
—Si —añadió alegremente Clarion, —ella supiera que fui.
Artemis se enderezó, dándose cuenta de la jugada de Clarion. Dejó la
espada sobre su regazo y se volvió hacia ella con una mirada en su rostro
que solo podía describirse como incrédula. —Quieres que le mienta a Su
Majestad por ti.
Bueno, eso fue mucho más fácil de abordar de lo que esperaba. —Si
quieres decirlo así… sí.
—Seguro... —Como si fuera una señal, la rama del árbol que contenía
la fruta cayó sobre el hombro de Artemis. Desconcertada, la arrancó y la
miró fijamente—. ¿Qué es esto?
Clarion reprimió una sonrisa. —Un soborno, creo. ¿Funcionó?
Artemis no pareció impresionada, ni tampoco se dignaba dignificar
sus payasadas con una respuesta. —Seguro que hay otro lugar al que te
gustaría ir. —Después de un momento, con un toque de esperanza en su
voz, agregó: —¿Quizás el rincón del artesano?
Clarion la miró a los ojos con toda la convicción que ardía en su
interior. —Ningún otro lugar me vendría mejor que la frontera.
Artemis, sintiendo claramente que Clarion no se dejaría llevar por el
buen sentido, suspiró profundamente. —¿Permiso para hablar
libremente?
—Por supuesto.
Artemis se puso de pie y, con un aleteo, aterrizó con gracia en la
barandilla. Las hojas proyectaban sombras moteadas sobre su rostro. —
Su Alteza, tengo órdenes de mantenerla a salvo... Dadas las circunstancias,
y francamente, conociéndola, la frontera es el último lugar al que debería
permitirle ir.
Clarion había esperado esa respuesta. Artemis, después de todo, era la
hada más dedicada a sus deberes que conocía y mucho más dedicada a ella
de lo que Clarion merecía. Por mucho que la frustrara, la conmovía.
Artemis no sería tan estricta si no le importara. —No insistiría si no fuera
importante. Créeme.
Artemis dudó. Lo que sea que vio en la expresión de Clarion debió
haberla ablandado, porque se sentó de modo que sus ojos volvieron a estar
casi a la altura de los suyos. Mordió la fruta y masticó pensativamente. —
¿Qué hay en la frontera que tanto deseas ver?
—El guardián de los bosques de invierno.
La sorpresa se reflejó en los ojos de Artemis, un cambio tan sutil como
las sombras que pasan sobre la luna. Con cautela, preguntó: —¿Por qué
querrías reunirte con él?
—Creo que sabe cómo derrotar a las pesadillas. —Clarion frunció el
ceño—. Aislar al invierno del resto de Pixie Hollow no es una opción. Si
puedo salvar a más hadas, entonces tendré que intentarlo.
Artemis parecía más confundida de lo que Clarion la había visto jamás.
Con inconfundible cariño, dijo: —Siempre has sido tan testaruda.
La esperanza se encendió en su interior. —Entonces, ¿me dejarás ir?
—No debería hacerlo, por tu propio bien. No soy ajena a lo que ocurre
cuando alguien dirige con el corazón por encima de la cabeza. —Artemis
sonrió con tristeza, como si estuviera perdida en algún ensueño—. La
reina Elvina y la comandante Nightshade me dieron una segunda
oportunidad al nombrarme guardia real. Si te ocurriera algún daño, no sé
cuánto me costaría.
A Clarion le sorprendió tanto la vulnerabilidad de Artemis como su
confesión. Artemis había sido una presencia tan constante que le
sorprendió darse cuenta de que había tenido una vida antes de que Clarion
llegara. Había cosas sobre ella que no sabía... y que tal vez nunca supiera.
—No puedo imaginar que alguna vez te guíes por el corazón.
—Eso fue hace mucho tiempo —dijo Artemis.
Cuando volvió a mirar a Clarion, su fachada estoica había vuelto a su
lugar. Pero, solo por un momento, Clarion la había visto de verdad. Eso
prácticamente confirmó lo que Clarion había sospechado durante mucho
tiempo. Artemis no había elegido esto: la vida mimada de la guardia
personal de una reina en formación. ¿Cuántas veces la había sorprendido
Clarion mirando con nostalgia después de las patrullas? ¿Cuántas veces la
había sorprendido afilando su espada ya afilada para una batalla que
nunca llegaría? De hecho, la vez que Clarion la había visto más viva fue
cuando la empujó fuera del camino de esa bestia.
Tal vez podría imaginar una versión temeraria de Artemis, después de
todo. Ella no era el tipo de hada que podía dejar que otros arriesgaran sus
vidas, especialmente si ella misma podía asumir el riesgo.
—No me pasará nada malo —dijo Clarion en voz baja—. Te juro que
nunca haría nada intencionalmente que pusiera en peligro tu posición.
Artemis se pasó una mano por el pelo y dejó escapar un largo suspiro.
—Si realmente crees que este es el mejor camino a seguir, entonces confío
en ti.
Confío en ti. Había ansiado oír esas palabras durante mucho tiempo.
Ahora que las había oído, apenas podía creerlas.
—Lo haré —dijo Clarion apresuradamente, aunque sólo fuera para
mantener la emoción fuera de su voz.
Artemis ya parecía arrepentida. —Vete, entonces. Si Su Majestad
viene a buscarte, le daré tus excusas.
Clarion le agarró la mano libre y le apretó. —Gracias.
Artemis miró fijamente sus manos con una expresión extrañamente
nerviosa. Luego, se liberó y volvió a lucir una máscara de profesionalismo.
—Solo regresa antes de que oscurezca por completo.
A solo unos minutos de la puesta del sol, Clarion esperaba en el
puente que unía el invierno y la primavera. Se sentó sobre el musgo
húmedo que cubría la raíz, dejando que sus pies colgaran sobre el agua.
Su reflejo la miraba, rodeado por el aura suave de sus alas en el crepúsculo.
Allí, a pesar del peligro que prometía la noche, se sentía casi en paz. Con
el tranquilo murmullo del río debajo de ella y la constante nevada del otro
lado de la frontera, era...
—Viniste.
Clarion jadeó y estuvo a punto de caer al agua.
Cuando se recuperó, levantó la vista y vio a Milori de pie a unos metros
de ella. ¿Cuándo había llegado allí? Era como si hubiera aparecido de la
nieve misma. Abrió la boca para hablar, pero algo en la suave sorpresa de
su rostro le robó las palabras. No sabía si la ofendía o si lo hacía querer.
Por otra parte, suponía que no le había dado ninguna razón para esperarla.
Se dio cuenta demasiado tarde de que estaba medio tirada en el suelo,
mirándolo boquiabierta. No ayudaba que él pareciera casi hermoso a la luz
del atardecer. Los copos de nieve se habían acumulado en sus pestañas y
brillaban contra su cabello blanco, de modo que parecía dorado por la
escarcha. Clarion esperaba sinceramente que el calor que le subía por el
cuello no le alcanzara la cara. Que la tomaran tan poco digna... no sería
bueno.
Con un aleteo de sus alas, Clarion se enderezó por completo y flotó
sobre el suelo. Con recato, se sacudió la hierba de la falda. —Lo hice —
dijo. Luego, con más suavidad: —me tomó más de lo que pensé que sería.
Tuve que averiguar cómo volver aquí de nuevo.
—Por supuesto —dijo—. La última vez que hablamos mencionaste tus
obligaciones.
Su voz volvió a adquirir un tono irónico. A Clarion le molestó mucho
esa insinuación. Fuera cual fuera la idea que tuviera de la realeza de Pixie
Hollow, en realidad estaba bastante ocupada. —No ha sido fácil. Me han
mantenido bajo llave y nuestro nuevo toque de queda complica las cosas.
Su expresión se suavizó con preocupación. —¿Un toque de queda?
—Sí. Nos atacaron. —Le pareció una explicación insuficiente para lo
que había sucedido. El recuerdo le revolvió el estómago de miedo y culpa.
Si tan solo hubiera podido detenerlo—. Once hadas han caído en una
especie de letargo. Nuestros sanadores están trabajando para revivirlas,
pero...
—Lo siento —dijo como si lo dijera en serio. Peor aún, parecía como
si creyera que era culpa suya—. Varias hadas de invierno han corrido la
misma suerte. Tampoco hemos podido desarrollar un antídoto.
Una terrible tristeza se apoderó de él y Clarion tuvo que luchar contra
el impulso de… ¿qué, exactamente? No tenía ningún consuelo que
ofrecerle. Pero, al menos, podía comprenderlo. Había pocas cosas peores,
pensó, que sentirse indefenso cuando otros dependían de uno.
Clarion sonrió con tristeza. —¿Aún crees que puedo ayudarte?
—Sí, lo creo —dudó—. Simplemente no pensé que volverías. ¿Por qué
lo hiciste?
—Porque quiero escuchar tu plan. —Se cruzó de brazos para
protegerse del frío que emanaba de la frontera y de las noticias que tenía
que compartir—. Como nadie sabe cómo destruir a los monstruos, Elvina
pretende atraparlos en el invierno. Va a cortar los puentes que unen el
invierno con las otras estaciones. Aún tendrás tu suministro de polvo de
hadas, pero...
Milori se puso tan pálido como los bancos de nieve. Se sentía menos
aislada, pensó, al ver a alguien reaccionar con el mismo horror que ella.
Un centenar de emociones y pensamientos pasaron por su rostro, pero al
final, todo lo que dijo fue: —¿No estás de acuerdo con ella?
—Por supuesto que no. Yo misma vi al monstruo. —Cuando cerró los
ojos, todavía podía ver la pesadilla, como una imagen residual grabada a
fuego en su mente. Puede que no se haya sumido en el sueño, pero aún así
la atormentaba en sus sueños—. No te dejaré que te ocupes de ellos solo.
No era lo suficientemente fuerte para proteger a nadie, pero cuando mi
magia lo golpeó... no sé qué pasó exactamente. Parecía casi tener miedo.
Elvina me prohibió involucrarme, pero me niego a dejar que siga adelante
con esto si soy capaz de destruirlos.
—Nadie en invierno ha sido capaz de hacerles retroceder —dijo, casi
con asombro. —Realmente tú podrías ser la clave.
La clave. No lo diría si supiera lo poco que dominaba la magia del
talento gobernante.
—No sé nada de eso. —Miró hacia otro lado—. Lo único que puedo
decir es que se llaman pesadillas. Al menos Elvina me lo dijo. Pero tú ya
lo sabías, ¿no?
—Sí —dijo de mala gana—. Sé lo que son.
Tu predecesora no ha sido sincera contigo, le había dicho.
No, ciertamente no lo había sido.
Claramente confundiendo su silencio con una traición, añadió: —Mi
conocimiento es incompleto, pero creo que las Reinas de Pixie Hollow
tienen información que yo no tengo. Pero cuando me di cuenta de que
sabías incluso menos que yo... —Frunció el ceño, como si buscara las
palabras adecuadas para hacerle entender—. No ha habido mucha buena
voluntad entre nuestros reinos. Temía que no confiaras en mí a menos que
lo escucharas de la propia Reina Elvina.
—Lo entiendo —dijo ella en voz baja. Supuso que no se equivocaba.
Sus hombros se relajaron con alivio—. ¿Cómo te enteraste tú?
—Hay un lago congelado en lo profundo de los Bosques de Invierno
que se ha utilizado durante mucho tiempo para contener pesadillas. —
Mientras Clarion estudiaba su rostro, se dio cuenta de lo exhausto que
parecía. Las sombras que se formaban bajo sus ojos sugerían que no había
dormido bien en días. ¿Cuánto tiempo había permanecido despierto,
preocupado por sus propios súbditos? —Por fin han escapado.
—Como una prisión —murmuró. De repente, se dio cuenta de algo—.
Entonces tú...
—Sí —dijo con voz cansada—. Por eso me llaman el Guardián de los
Bosques Invernales.
«Qué carga tan pesada», pensó. No era de extrañar que ahora pareciera
tan culpable. ¿De verdad creía que era culpa suya? Una parte de ella
anhelaba extender la mano para aliviar la tensión de su frente, para
ponerle una mano tranquilizadora en el brazo. Ya no era un problema que
él pudiera soportar solo. Pero resistió el impulso y, en cambio, con una
gentileza que la sorprendió, dijo: —Quiero ayudarte. Dime cómo.
Un pequeño alivio suavizó lo peor de su desesperación. —Hay un lugar
llamado El salón de Invierno, donde se guarda una copia de cada libro de
Pixie Hollow. Está presidido por un hada conocido como el Guardián del
Conocimiento de las Hadas. Hay un libro en su colección que ni él ni yo
podemos leer. Él cree que solo la magia del talento gobernante puede
desbloquearlo.
¿Todos los libros de Pixie Hollow? ¡Qué espectacular! A Clarion nunca
más le faltarían respuestas. Pero la sugerencia de que su magia era la clave
la atravesó por completo. Con el pequeño poder que podía reunir, era una
gobernante solo de nombre. Cuando realmente importara, lo
decepcionaría. Pero no tenía sentido decírselo ahora.
—Es muy fácil —dijo ella, forzando una sonrisa—. ¿Me lo traerás?
—Es demasiado pesado para llevarlo. Además, el Guardián es... —
Milori hizo una mueca, lo que le dijo mucho más de lo que las palabras
podrían decir. De hecho, debía ser un hombre temible para inspirar tanta
deferencia en el Guardián de los Bosques Invernales—. No sé qué haría si
quedara expuesto a los elementos. Es un libro muy antiguo.
Bueno, eso sin duda plantearía desafíos. —¿Qué sugieres entonces?
Sin dudarlo, respondió: —Tendrás que venir conmigo al invierno.
Su primer pensamiento fue absolutamente no, y su primer instinto fue
reír, pero al menos su entrenamiento en el desinterés majestuoso había
demostrado ser lo suficientemente eficaz como para ocultar su reacción.
¿Él quería que ella fuera con él al invierno? Era totalmente imposible,
suponiendo que fuera siquiera posible. No pudo evitar que la incredulidad
se reflejara en su voz cuando dijo: —¿Y cómo propones que lo haga?
—El Guardián me ha dicho que las hadas cálidas solían cruzar al
Invierno —dijo Milori con incertidumbre, como si le costara creerlo él
mismo.
Si lo habían hecho, ciertamente no fue en vida de Elvina. Milori no
exageraba cuando dijo que el Salón de Invierno contenía todo el
conocimiento de las hadas. La idea de que otros lo hubieran cruzado le
provocó un escalofrío. Todas las veces que se había preguntado sobre la
existencia de los puentes y había admirado los grabados de las insignias
de Invierno por todo el palacio... Tenía sentido. Tal vez sus reinos
realmente pertenecían juntos.
—Si puedes encontrar una manera de proteger tus alas del frío —dijo,
—deberías poder cruzar por un breve período de tiempo.
En teoría, eso era cierto. Mientras sus alas permanecieran aisladas, no
se congelarían. Clarion exhaló un largo suspiro para tranquilizarse. No
podía creer que estuviera considerando siquiera un plan tan peligroso
después de la promesa que le había hecho a Artemis. Pero si eso protegería
a sus súbditos, tanto en invierno como en las estaciones cálidas, no tenía
otra opción.
—Está bien. Aún no sé cómo lo lograré, pero... —Antes de terminar la
frase, la solución se le ocurrió. Petra. Si había un hada con la que podía
contar para idear un ingenioso invento, esa era ella.
La expectación encendió los ojos grises de Milori. —Tienes una idea.
—Sí —dijo ella de mala gana. Solo implicaría reclutar al hada más
reacia a los riesgos de todo Pixie Hollow para que participara en el plan
más desacertado que Clarion había ideado jamás—. No puedo garantizar
nada, pero lo intentaré.
—Eso es todo lo que pido. Gracias.
Hablaba con tanta sinceridad, con tanta esperanza, que casi la hizo
sentirse nerviosa. Su gratitud, y el saber que alguien contaba con ella tan
profundamente, le parecían algo muy preciado. Quería abrazarlo. —Por
supuesto.
Él también debió sentir el peso del silencio. Apartó la mirada antes de
romperlo. —Supongo que no tenemos forma de comunicarnos entre
nosotros mientras tanto. Si quieres, puedo seguir esperándote aquí al
atardecer.
—¿Todas las noches? —Clarion levantó una ceja —¿Nadie te extraña?
Él inclinó la cabeza. —¿Qué quieres decir?
—¿Nadie te sigue la pista? —le preguntó. El calor se extendió por sus
mejillas cuando se dio cuenta de lo que había dicho exactamente—.
Quiero decir... ¿a nadie le importa que vengas a rondar la frontera de la
primavera como un fantasma?
—Ah. —Si se sintió ofendido, no lo demostró. En todo caso, parecía
disfrutar de la relación en la que se habían enfrascado—. Si las hadas del
invierno supieran que yo estaba... ¿cómo has dicho?, rondando por la
frontera... entonces no estarían contentas. Pero ahora es primavera, así
que todo está tranquilo. Además, ¿quién está ahí, en realidad, para vigilar
lo que hago? Nadie está por encima de mí en posición social, excepto tú.
Nadie más que tú.
Su corazón se tambaleó al pensar en esas palabras. Se sintió como si él
hubiera tejido algún hechizo; uno que hizo que el mundo se redujera a
esto: la nieve cayendo suavemente sobre la tierra y la firmeza de su mirada
sobre ella.
Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y se abstuvo de
recordarle de nuevo que todavía no era reina. Se encontró hambrienta de
más detalles sobre cómo funcionaban exactamente las cosas en invierno,
aunque solo fuera para librarse de esa… inquietud. —¿Hubo un Guardián
de los Bosques de Invierno que te entrenó?
Sacudió la cabeza. —Dejó sus notas. Eso es todo lo que tengo.
—Oh. —Clarion no podía imaginar lo difícil que sería tener que
improvisar con lo que alguien más había dejado atrás, y hacerlo
completamente sola. Los Ministros estacionales en las estaciones cálidas
eran iguales: uno se desvanecía antes de que llegara otro, los dos nunca se
superponían. Pero la reina servía como luz guía y como roca firme, para
ayudar a los recién llegados a ponerse de pie. Esta era otra forma más en
la que habían dejado que el Invierno se las arreglara solo. La culpa se
apoderó de su estómago.
Milori, que percibió claramente el giro sombrío de sus pensamientos,
le dedicó una pequeña sonrisa. —Fueron notas muy detalladas, ten la
seguridad.
Eso la hizo reír a carcajadas. La imagen mental de un Milori recién
llegado, agobiado y hojeando un tomo de siglos de antigüedad en busca
de respuestas, había atravesado su tristeza como la brusquedad de una
lluvia de verano.
—Bueno —dijo, —espero que estuvieran bien organizadas.
—Por tema —respondió solemnemente.
—Bien. —Clarion dudó, repentinamente reacia a irse—. Bueno, no
debería quedarme. Mi guardia se pondrá fuera de sí si no regreso antes de
que oscurezca por completo.
Él levantó la vista. —Deberías darte prisa, entonces.
De hecho, debería. La luna había brillado en lo alto, una delgada media
luna creciente, como un ojo que se abre. —Te veré tan pronto como pueda.
—Cuídate, Clarion.
El sonido de su nombre le provocó una oleada de calidez, pero duró
poco. Cuando parpadeó, él se había ido de nuevo. Solo había dejado atrás
un remolino de nieve que brillaba a la escasa luz de la luna.
9
A la mañana siguiente, Clarion encontró a Artemis instalada en las
ramas que había justo fuera de su balcón. El árbol de polvo de hadas,
evidentemente poseído por alguna chispa de capricho travieso, había
hecho crecer un verdadero huerto en miniatura sobre ella. Las bayas de
nunca jamás de todos los tonos colgaban tentadoramente de sus ramas,
perfumando el aire con una dulzura sutil. Artemis, ya sea completamente
inconsciente o fingiendo no darse cuenta, aparentemente había decidido
ocuparse de tallar. Su delgada hoja titilaba a la luz del sol de la mañana
mientras trabajaba. Verla llenaba a Clarion de un cariño renovado.
Pocos eran tan confiables.
Anoche, Clarion había cerrado las puertas de su balcón detrás de ella
justo cuando la oscuridad total se instaló como una fuerte nevada sobre
Pixie Hollow. En el momento en que la cerradura hizo clic detrás de ella,
captó un destello de luz de hada en el rabillo del ojo. Artemis, deslizándose
fuera del árbol, como si finalmente pudiera descansar.
—¿Y bien? —preguntó Artemis sin levantar la vista—. ¿Encontraste a
tu Guardián de los Bosques Invernales?
A Clarion no le gustó la forma en que su estómago traidor se revolvió
ante su elección de palabras. Milori ciertamente no era suyo. No era como
si Clarion se hubiera escapado para algún tipo de encuentro. —Lo hice.
Por fin, Artemis la miró. Había un inconfundible destello de esperanza
en sus ojos. —¿Y tenía la información que querías?
—No exactamente. Aunque tiene una idea de dónde encontrarlo. —
Clarion apoyó los codos en la barandilla y frunció el ceño mientras
apoyaba la barbilla sobre los puños. Ahora, solo quedaba el pequeño
asunto de darle la noticia de lo que implicaría exactamente encontrarlo.
Apenas había convencido a Artemis de que la dejara visitar la frontera.
Reclutarla para un plan para cruzarla... Bueno, eso lo haría con calma—.
En ese sentido, hay un lugar al que me gustaría ir hoy.
—¿Oh? —Artemis parecía tan consternada que Clarion no pudo evitar
reír. Era raro ver una demostración tan abierta de sus emociones por parte
de ella.
—No hay ningún lugar peligroso, te lo prometo. Esta vez, me gustaría
ir al rincón del artesano. Necesito pedirle un favor a Petra.
Artemis se animó ante eso, pero rápidamente puso su rostro en
neutral. —¿Un favor?
—Lo mejor es acabar con esto de una vez —pensó. —Espero que pueda
hacer algo que me permita cruzar al invierno.
Artemis casi dejó caer su cuchillo. Lo manipuló torpemente por un
momento antes de mirar a Clarion con una mirada de absoluta
incredulidad. —¿Qué?
—¡Por muy poco tiempo! —añadió Clarion apresuradamente—.
Necesito leer un libro.
—¿Leer un…? —Artemis se quedó en silencio y se pellizcó el puente
de la nariz. Cuando su brazo cayó flácidamente a su costado, reveló una
expresión que sugería que había decidido que era mejor no hacer
demasiadas preguntas. Cuando volvió a hablar, hizo un noble esfuerzo por
sonar diplomática—. Su Alteza, ¿está segura de que es una buena idea?
Confío en su criterio, por supuesto, pero es un viaje muy peligroso.
—Lo sé, y sé que pido mucho, pero no veo otra salida.
Con un suspiro de resignación, Artemis se guardó en el bolsillo tanto
su cuchillo de tallar como su pequeña escultura deforme. —¿Vamos a
visitar al calderero?
Clarion, casi sin fuerzas por el alivio, se dejó caer contra la barandilla.
—Sí. Gracias.
Juntas, se dirigieron al rincón del artesano, que se elevaba muy por
encima de los árboles. Desde ese punto de observación, Pixie Hollow era
una extensión acolchada de verde intenso y azul brillante. El aire brillaba
con cintas de polvo de hadas mientras las hadas pasaban zumbando. Los
sonidos distantes de sus risas la alcanzaron desde esa altura y su pecho se
encogió de emoción repentina. Algo tan preciado necesitaba protección.
De vez en cuando, Clarion vislumbraba a los exploradores aferrados a
las ramas más altas de los pinos. Asintieron en silencio al pasar. —¿Ya
encontraron algo?
—No —dijo Artemis con tristeza—. No que yo sepa.
—Parece imposible que algo de ese tamaño pudiera desaparecer sin
dejar rastro.
—Aunque encontraran algo... —Artemis parecía preocupada—. Esa
cosa ni siquiera se inmutó cuando fue alcanzada por mis flechas. Pero vi
lo que hizo tu magia.
Clarion se calentó ante la abierta reverencia en su voz. En verdad,
apenas sabía lo que había hecho. En un momento, se había sentido casi
resignada a su destino: si moría, lo haría protegiendo a otra persona. Lo
siguiente: luz dorada, tan brillante como una estrella caída. No sabía que
Artemis había visto eso, considerando que la había derribado al suelo de
inmediato. Los raspones en sus codos todavía le dolían.
—Entonces, ya entiendes —dijo Clarion en voz baja, —por qué hago
lo que hago.
—No creo que tengas ni idea de lo que estás haciendo, pero he
depositado mi confianza en ti. —Artemis le ofreció una leve sonrisa y
luego pareció recordar que había sido casi descarada. En tono grave,
agregó—: Con el debido respeto, por supuesto, Su Alteza.
No fue exactamente el voto de confianza que Clarion esperaba, pero
por ahora tendría que ser suficiente.
Volaron en silencio hasta que llegaron a la cabaña de Petra en su
rincón solitario del rincón del artesano. A la luz de la mañana, el rocío que
cubría el techo de paja cubierto de musgo brillaba de manera tentadora.
Cuando aterrizaron en el porche, Artemis pasó los dedos por la áspera
fachada de piedra de la casa. Con genuina admiración en su voz, dijo: —
No sabía que la artesana fuera tan emprendedora.
Clarion se permitió una pequeña sonrisa discreta. —¿Nunca la has
visto concentrada en algo? En realidad, da bastante miedo.
Teniendo en cuenta que el rostro pálido y pecoso de Petra aún no había
aparecido en la ventana, probablemente estaba en uno de sus estados de
fuga mientras hablaban. De hecho, todas las persianas estaban cerradas,
impidiendo que entrara la luz. En serio, podía ser tan intensa. La mayoría
de los demás artesanos se mantenían bien alejados de su camino cuando
estaba absorta en un proyecto. Se convertía en un hada completamente
diferente.
Clarion llamó a la puerta. No hubo respuesta, pero se oyó el sonido
metálico y el choque del metal contra metal. Oh, era casi seguro que Petra
ya estaba perdida para el mundo.
—¿Volvemos en otro momento? —preguntó Artemis.
—Oh, no es necesario. —Clarion probó el picaporte y descubrió que la
puerta estaba desbloqueada.
Artemis miró fijamente la puerta entreabierta con una expresión de
desconcierto y consternación. Era evidente que tenía algunas palabras
selectas sobre seguridad que prefería guardar para sí.
Clarion abrió la puerta con cuidado y se sintió recibida por una ráfaga
de calor y el olor característico de la soldadura. Inmediatamente, a Clarion
le empezó a picar el sudor en la nuca. El polvo de hadas centelleaba en la
sofocante oscuridad de la habitación. Todo tipo de herramientas para las
que Clarion no tenía nombre flotaban en el aire, como si las llevara la
corriente de un río. Y allí, inclinada sobre su mesa de trabajo y bañada por
el cálido resplandor de su forja, estaba Petra. Sus rizos rojos eran salvajes
y sus pecas estaban ocultas tras vetas de oro y hollín. Martillaba una fina
lámina de metal fundido, dándole forma con una concentración tan
completa que Clarion pensó por un momento que no había notado su
presencia en absoluto.
—Clarion —dijo Petra con una voz sobrenaturalmente tranquila.
Señaló un artefacto que flotaba fuera de su alcance—. Pásame eso.
Artemis se colocó junto a la puerta. Clarion le sonrió alentadoramente
antes de cumplir con el pedido de Petra. Mientras le entregaba la
herramienta, dijo: —Necesito pedirte un favor.
Petra emitió un sonido distraído para indicar que la escuchaba, pero
no la miró. Al menos, Clarion no creía que lo hiciera. Llevaba las gafas de
seguridad que había ideado con la ayuda de un hada del agua el año
pasado. Habían fijado gotas de rocío (teñidas de negro con bayas de espino
y cáscaras de nuez) a marcos de metal. Así, Clarion no podía verle los ojos
en absoluto.
—Necesito que me ayudes a cruzar al Bosque Invernal.
—¿Eh? —Petra se tambaleó hacia atrás desde su mesa de trabajo y casi
se estrella contra la pared. Sus gafas de seguridad cayeron de lado sobre
su rostro y las lentes con forma de gota de rocío estallaron por el trato
brusco. El agua goteó por sus mejillas y dejó manchas negras, pero su
sorpresa fue tan grande que apenas pareció notarlo. —¡¿Qué?!
—Dije…
—Ah, ya te he oído —dijo Petra con tono sombrío. Por fin, se limpió
los restos de las gafas con el dorso de la mano—. Lo que no entiendo es
por qué quieres ir a invierno.
—¿Porque es por una muy, muy buena razón? —intentó decir Clarion.
—¡Pero va contra las reglas!
—Cruzar la frontera no está prohibido—. Técnicamente no lo estaba.
Sin embargo, era mortal si no se tomaban las precauciones adecuadas, lo
que lo convertía en un destino poco popular.
—Quizás no lo sea para mí —dijo Petra, —pero casi seguro que sí lo
es para ti.
—Me inclino a estar de acuerdo —dijo Artemis dolorosamente desde
el fondo de la sala.
Petra gritó sorprendida. Luego, cuando se dio cuenta de quién había
hablado exactamente, el color desapareció y luego se le subió a las
mejillas. —¡Tú! ¿Qué estás haciendo aquí?
Artemis miró por encima del hombro, como si alguien más pudiera
haber provocado tal reacción. Cuando se dio la vuelta, tenía una expresión
bastante nerviosa. Se aclaró la garganta y luego dijo: —acompañando a Su
Alteza, que insistió mucho en este curso de acción. ¿Puedes ayudarla o
no?
Petra la miró boquiabierta. —¿Estás involucrada en esto?
Artemis suspiró. —Desafortunadamente, y ahora tú también lo eres.
—Nadie tendrá que saber que fuiste tú quien me ayudó —interrumpió
Clarion antes de perder totalmente el control de la situación.
Petra tocó con el martillo a Clarion. —¡Todavía no he aceptado!
Siempre tienes algún plan descabellado, y esta vez, yo...
Clarion la agarró de la muñeca y la bajó. Ella había comenzado a agitar
el martillo de manera bastante amenazante. —Las pesadillas vinieron de
Invierno. Si puedo cruzar la frontera e investigar, tal vez pueda evitar que
vuelva a suceder algo como lo que sucedió. Y lo que es más importante,
puedo convencer a Elvina de que no necesita seguir adelante con su plan.
—Eso no me hace sentir mejor —gruñó Petra—. Si acaso, me hace
sentir peor. Podrías haber muerto el otro día, Clarion, ¿y ahora quieres
volver a lanzarte en su camino? No seré yo quien te deje hacerlo.
La ternura y la frustración se hicieron un nudo en el interior de
Clarion. —¿Y quieres vivir toda tu vida así? ¿Preocupada de que te puedan
atacar en cualquier momento? ¿Siendo escoltada a todas partes?
—No —dijo Petra en voz baja.
—Puedo detenerlo —dijo Clarion, apretándole el antebrazo—. Pero
necesito tu ayuda. ¿Por favor?
Petra se frotó los ojos con las palmas de las manos. —¿Por qué yo? No
tengo talento para la costura. Si quieres mantener tus alas aisladas, la
forma más fácil es vestirte para el frío. —Como si se hubiera dado cuenta
de algo por primera vez, su expresión se iluminó—. ¿Por qué no le
preguntas a Patch? Así podemos fingir que nunca tuvimos esta
conversación.
Patch tenía talento para la costura y había confeccionado varios
vestidos para Clarion a lo largo de los años. Pero ¿un abrigo de invierno?
Patch nunca aceptaría una petición tan ridícula sin una explicación, y se
lo diría a Elvina de inmediato si Clarion le daba una. Patch también tenía
tendencia a mirar fijamente sin pestañear cuando le hablaban; eso
inquietaba a Clarion, sentía como si su alma estuviera siendo medida con
cada palabra.
—Podría —dijo Clarion con voz pausada—. Pero Patch no es la mejor
artesana de Pixie Hollow.
Petra se pavoneó. —Bueno, yo…
Clarion tomó una de sus herramientas del aire y la hizo girar
distraídamente entre sus dedos. —A menos, por supuesto, que no creas
que estás preparada para la tarea.
—Deja eso —se quejó Petra—. Y por supuesto que lo haré. No será un
desafío a nivel práctico. Puede que no se vea elegante, pero...
—No me importa —dijo Clarion, quizás demasiado entusiasmada—.
¿Puedes hacerlo?
—Tengo muchas otras cosas que hacer, ¿sabes? Pero supongo que
puedo hacerlo. —Petra palideció y luego se cubrió la cara con las manos—
. No puedo creer que esté haciendo esto. Por favor, no hagas que me
arrepienta.
—No lo haré. —Clarion apoyó la cabeza en su hombro—. Gracias.
—Me debes una —murmuró Petra—. Me debes mucho.
Clarion sonrió a pesar de sí misma. —Lo sé.
Esa noche, Clarion fue a la frontera. No sabía exactamente qué la
poseía. No era como si tuviera algo terriblemente urgente que compartir
con Milori, pero no podía negar el vértigo que había brotado dentro de ella
por las pequeñas victorias de hoy. Por primera vez desde que surgieron las
pesadillas, tenían un camino a seguir. Además, había algo en la idea de él,
rondando la frontera en soledad hasta que ella regresara una vez más. Lo
había hecho todas las noches durante una semana, por supuesto, pero
parecía tan terriblemente triste…
Si así lo deseaba, ninguno de los dos tendría que estar solo.
Llegó justo cuando el cielo empezaba a teñirse de un rosa apagado. Al
otro lado de la frontera, los pinos y abedules dibujaban siluetas irregulares
contra el sol poniente. Esta vez, Milori ya estaba allí. Estaba sentado en el
puente, con un libro abierto en la palma de la mano. La luz menguante lo
cubría de oro y bailaba sobre la nieve recién caída, hasta que todo el
mundo pareció brillar.
Nunca antes se le había ocurrido lo hermoso que era el invierno.
Milori se volvió hacia ella en ese preciso momento, como si ella lo
hubiera llamado por su nombre. Claramente, no había tenido tiempo de
protegerse, porque su expresión se transformó en algo que ella no sabía
cómo interpretar. Parecía casi deslumbrado, como si hubiera estado
mirando directamente al sol. Por un momento, olvidó cómo respirar. Pero
cuando parpadeó, su rostro había vuelto a adoptar una agradable
neutralidad. Tal vez se había imaginado esa mirada de ensueño.
Convencerse de eso hizo que fuera mucho más fácil recuperar el sentido.
Clarion bajó al puente. Esforzándose por mantener la voz serena, dijo:
—Buenas noches.
—Buenas noches. —Cerró el libro. Una rápida mirada a la tapa reveló
que se trataba de algo que ella no reconoció, pero el lomo delgado y dorado
le recordó los volúmenes guardados en la sección de poesía de la
biblioteca. Pensó en preguntarle al respecto, pero él le dijo: —No esperaba
que volvieras tan pronto.
No parecía disgustado, pero el reconocimiento la avergonzó más de lo
que quería admitir. Tal vez debería haber esperado una o dos noches antes
de volver corriendo. Pero si iban a trabajar juntos de manera eficaz, la
conveniencia no era algo de lo que avergonzarse.
Ella adoptó un tono fingido de ofensa. —Entonces me has
subestimado.
—Un error que no volveré a cometer. —Una sonrisa irónica se dibujó
en la comisura de sus labios, una sonrisa que Clarion intentó no notar—.
¿Qué has logrado en un día?
Ella alisó un pliegue invisible de su falda. —He encontrado una
manera de cruzar, pero pueden pasar algunos días antes de que pueda
intentarlo.
—Es una gran noticia —frunció el ceño pensativo—. ¿No has tenido
ningún problema? Has mencionado obligaciones.
—Cierto —suspiró con tristeza—. Esos.
El silencio descendió sobre ellos mientras ella consideraba qué decirle.
El silencio nunca la había desconcertado, pero Clarion se encontró
ansiando llenarlo. Ella y Milori nunca podrían ser nada parecido a
amigos... Pero allí, en el crepúsculo, el espacio entre ellos era tan bueno
como una pared sólida, nada parecía completamente real. ¿Qué daño
podía causar fingir?
Lentamente, Clarion se sentó en el puente junto a él hasta que se
sentaron casi hombro con hombro. La magia que fluía a través de las raíces
del árbol de polvo de hadas le calentó las palmas de las manos y la conectó
a tierra. Desde tan cerca, podía ver los copos de nieve acumulándose en su
cabello blanco y las sombras de plumas que sus pestañas proyectaban
sobre sus pómulos. Ese pensamiento problemático resurgió, sin que nadie
lo pidiera: hermoso.
Y peligroso, se recordó.
—Nunca me había dado cuenta de todo lo que implica planificar una
coronación. —Apoyó la barbilla en las manos y miró su reflejo vacilante
en la superficie del río—. Todos quieren mi opinión sobre cada detalle,
pero apenas puedo asimilar que vaya a suceder. Las expectativas...
—Parece mucha presión.
Clarion lo miró, sorprendida por la genuina comprensión en su voz.
Con timidez, se colocó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja. —
Lo es… Pero no viniste aquí a escuchar mis problemas. No todo es estrés.
Hay un baile la noche de la próxima luna llena, justo una semana antes de
mi coronación.
Milori entreabrió los labios como si quisiera decir algo pero se
contuvo. Al final dijo: —haremos una reunión esa misma noche.
Clarion se animó. —¿En serio?
—Por supuesto —sus ojos brillaron con una alegría silenciosa—. Tu
inminente coronación merece un reconocimiento. Nunca perdemos la
oportunidad de celebrar en invierno.
Ella resopló con incredulidad y sin elegancia, pero no podía obligarse
a preocuparse demasiado. Había aprendido que Milori tenía un sutil
sentido del humor, pero no podía imaginarlo en un baile. En las estaciones
cálidas, las fiestas se prolongaban durante horas, llenas de espectáculo,
baile y ruido... Mientras tanto, el invierno y su guardián le parecían las
aguas tranquilas de un estanque. —¿Incluso tú?
—Incluso yo —respondió con una seriedad que sorprendió a Clarion.
Ella escuchó con claridad lo que no había dicho: alguna vez.
Se dio cuenta de que echaba de menos el cálido destello de diversión
en sus ojos y pensó en lo que podía hacer para recuperarlo. Se ajustó la
falda para poder sentarse con las piernas cruzadas y se inclinó para
mirarlo. —¿Y qué tipo de cosas haces en un baile de invierno?
Milori sonrió ante su entusiasmo. —Me imagino que se hacen las
mismas cosas que en un baile de estación cálida.
—No estoy tan segura. —La curiosidad brotó en su interior, demasiado
urgente como para reprimirla—. Te recuerdo que no sé absolutamente
nada sobre el invierno.
Milori se quedó en silencio por unos momentos, su mirada buscó la de
ella. —¿Qué quieres saber?
Todo. Admitirle que siempre se había sentido atraída por su reino la
hacía sentir terriblemente expuesta. Pero ahora, por fin, podía tener
respuestas a todas las preguntas que había tenido desde que llegó. Pero
¿por dónde empezar? —No lo sé. ¿Qué tipo de talentos tienen?
—Son demasiados para enumerarlos todos. Tenemos talentos para el
hielo, talentos para los copos de nieve, talentos para los glaciares, talentos
para los carámbanos…
A Clarion le daba vueltas la cabeza mientras seguía repitiendo las
cosas. ¿Cuántas complejidades podría haber en el agua congelada? —¿Y
tú?
La sorpresa suavizó sus rasgos. —No sé si existe un nombre para lo
que soy.
—Seguramente la hay.
Cada talento tenía un nombre, y en los raros casos en que el talento
innato de un hada se convertía en algo más especializado, casi siempre
sabían intuitivamente cómo llamarlo. Qué extraño, entonces, que se le
escapara. Talento de guardián parecía ser el nombre más simple, pero
parecía… inadecuado. Había algo en él que la molestaba, como un cuadro
colgado torcido en la pared o un suéter que no le quedaba del todo bien.
Además, dejaba demasiadas cosas sin explicar.
—Vigilar las pesadillas no puede ser el único objetivo de tu trabajo —
insistió—. ¿Quién da la bienvenida a los recién llegados?
—Yo.
Su respuesta la electrizó. Se sentó más erguida. —¿Y quién coordina
los preparativos para llevar el invierno al continente?
—Supongo que también yo —dijo con cautela, —pero es una parte muy
pequeña de mi función. Mis deberes como guardián de los Bosques de
Invierno tienen prioridad sobre todo lo demás.
—Tienes responsabilidades similares a las de Elvina. —Al
comprenderlo, Clarion se giró para mirarlo de frente. Sus ojos reflejaban
su brillo, ardiendo aún más con su emoción—. ¡Quizás también tengas
talento para gobernar! ¿Naciste de una estrella?
Milori dudó. —No, no lo hice.
—Ya veo. —De todas las cosas, la decepción surgió dentro de ella.
Clarion se la tragó lo mejor que pudo. Qué tontería, esperar que hubiera
alguien como ella además de Elvina. A medida que el aura de oscuridad la
rodeaba, sonrió con incertidumbre. —Ahí se va esa teoría. Lamento no
haber podido ser de más ayuda.
—No hay nada por lo que disculparse. No saberlo no me molesta —
dijo con dulzura—. ¿Estás bien?
—Estoy bien. —Clarion desvió la mirada hacia el Bosque de Invierno,
incapaz de soportar la insoportable seriedad de su mirada. La nieve se
movía con el viento y se derretía en cuanto se acercaba a la frontera—.
Pensé que tal vez habría alguien más como yo en Invierno. Tiene sentido
que no lo haya. Ser una buena reina significa ser tan fría y distante como
una estrella.
Con el rabillo del ojo, vio su reacción. Todo su cuerpo se movió hacia
atrás, como si las palabras lo hubieran golpeado físicamente. —¿Eso es lo
que crees?
¿Lo creía? Lo que ella personalmente creía era irrelevante.
—Eso es lo que siempre me ha enseñado Elvina —dijo, entrelazando
los dedos sobre el regazo—. Pero yo nunca he sido así. Siempre he querido
cosas que no debería. Es mi mayor defecto.
—¿Lo es? Entiendo la necesidad de esa visión del mundo, pero… —
Cuando se atrevió a levantar la vista de nuevo, la visión de él le quitó el
aliento. El sol poniente lo pintaba con sombras duras—. ¿Qué daño hay
en desear que las cosas sean diferentes?
¿La necesidad de esa visión del mundo? Clarion sintió el peso de sus
palabras como un cuchillo en el corazón. Tal vez él no fuera un gobernante
con talento como ella. Tal vez no habían pasado exactamente por las
mismas cosas. Pero en ese momento, no importaba. La forma del dolor de
él coincidía con el de ella.
Milori estaba igual de solo que ella.
Anhelaba apoyar su mano sobre la de él, pero se sentía anclada en ese
lugar. Durante mucho tiempo había deseado que alguien la viera, que la
viera de verdad. Ahora que alguien podía hacerlo, comprendía lo aterrador
que sería permitirlo, y cuánto más complicada sería toda esta misión.
Siempre he querido cosas que no debería.
Nunca le había parecido tan cierto.
10
Después de tres días de espera angustiosamente largos, Petra le envió
una actualización. Sucedió mientras Clarion se hubiera acostado, una vez
más despierta antes de que el sol saliera por completo.
El cielo que se extendía por su ventana era una franja aterciopelada de
color púrpura salpicada de estrellas que se apagaban. Incluso desde allí,
podía ver una franja de montañas cubiertas de blanco que la observaban.
Un pequeño tormento, cuando lo único en lo que podía pensar era en lo
pronto que estaría bajo su sombra... y en lo pronto que ella y Milori
estarían del mismo lado de la frontera. Tal vez entonces podría
convencerse de que todo esto era realmente real.
Se oyeron unos suaves golpes en la puerta de su balcón.
Clarion se puso de pie de golpe mientras el pánico la invadía como una
tormenta repentina. A esa hora, alguien en la puerta de su casa no
presagiaba nada bueno. Otro ataque, o...
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, todo el miedo
desapareció de ella. Algo entre fastidio y puro alivio tomó su lugar cuando
vio a Artemis parada allí. Su guardia estaba en el balcón, su silueta
dibujada por su propio resplandor. Clarion se clavó las palmas de las
manos en los ojos llorosos. ¿Qué podría querer tan temprano?
Artemis volvió a llamar, esta vez con más énfasis.
Clarion se quitó las mantas y cruzó la habitación. Abrió un poco la
puerta, dejando entrar un suspiro de aire fresco y el débil sonido de la
charla de los guardianes del polvo mientras se preparaban para distribuir
las raciones matinales. Hizo lo posible por mirar a Artemis con enojo,
aunque imaginó que su efecto se veía algo disminuido por su aspecto
desaliñado. Todavía llevaba puesto el camisón y el pelo le caía suelto hasta
la mitad de la espalda. —Buenos días.
—Buenos días —respondió Artemis obedientemente—. Perdón por
molestarte a esta hora, pero pensé que podrías necesitar esto.
Sostenía un fino rollo de pergamino atado con un cordel verde. Clarion
lo aceptó de su mano extendida y desplegó la nota. De inmediato
reconoció la letra de Petra, así como las reveladoras manchas de hollín y
grasa y algo que sinceramente esperaba que no fuera sangre. Coser no
podía ser tan peligroso, incluso para alguien sin experiencia, ¿verdad? El
mensaje en sí, sin embargo, era inusualmente breve y no estaba firmado.
Lo único que decía era: —Está hecho.
A Clarion se le paró el corazón y abrazó el pergamino contra el pecho.
La expectación que se había acumulado durante días la invadió. Después
de tantos años mirándolo, después de tantos años preguntándoselo, podría
ir a invierno esa misma noche. Le costó mucho contenerse para no dar
vueltas por la habitación. Artemis no sabría qué hacer con ella.
Se conformó con sonreírle, solo para encontrar a Artemis mirándola
con una expresión peculiarmente suave. Cuando Artemis se dio cuenta de
que Clarion lo había notado, reorganizó sus rasgos hasta lograr la imagen
misma de la compostura. —¿Algo bueno?
—Podemos recoger mi abrigo.
—Ah. —Artemis hizo una mueca, claramente no estaba entusiasmada
con la perspectiva de dejar que su protegida se adentrara en el invierno—
. Buenas noticias, de hecho.
Al cabo de un momento, a Clarion se le ocurrió algo. Observó la carta
que tenía en las manos. —¿De dónde sacaste esto?
Un leve rubor se asomó por debajo del cuello de Artemis. —Me lo dio
la artesana.
—No me había dado cuenta de que pasabas tanto tiempo en el rincón
del artesano —dijo Clarion, intentando adoptar un tono de conversación.
Artemis y Petra se conocían desde hacía años a través de Clarion, pero
hasta donde ella sabía (para su consternación, considerando lo obvio que
era que a Petra le gustaba) nunca habían pasado tiempo juntas sin ella.
Esto era una novedad, de hecho.
—Sólo nos encontramos por casualidad —respondió ella
apresuradamente—. Es decir, me encontré cerca.
—¿Ah, sí? —insistió Clarion, incapaz de evitar que el interés se
reflejara en su voz—. ¿Para qué?
—Antes de irme a casa, hago mi propia búsqueda de pesadillas.
Clarion asintió. —¿Encontraste algo en su casa?
—No, yo... —Artemis parecía nerviosa ahora. Se pasó una mano por el
pelo cortado al ras—. Supongo que tenía curiosidad por lo que estaba
haciendo. Es algo que facilitaría mucho el trabajo de los exploradores.
Satisfecha, Clarion sonrió inocentemente y dobló la carta. —Ya veo.
Bueno, podemos echarle otro vistazo más tarde.
—Como desee, Su Alteza —le dirigió una mirada amarga que casi hizo
reír a Clarion. Tal vez debería burlarse de ella más a menudo. Era un
blanco demasiado fácil—. Podemos ir después de su reunión con la
Ministro de Primavera, que es en una hora, en caso de que lo haya
olvidado.
Ella gimió. Casi lo había olvidado. Con suerte, Iris no la retendría por
mucho tiempo. Sólo ella se interponía entre Clarion y el invierno.
Cuando Clarion se hubo preparado, ella y Artemis se dirigieron al valle
de la primavera. Aunque siempre se sentía más a gusto en verano, la
primavera nunca dejaba de deleitarla. Era el dominio de las hadas
jardineras de Pixie Hollow, hadas capaces de hacer que las flores
florecieran. Clarion podía ver su obra dondequiera que mirara: árboles
rebosantes de frutas cítricas, forsitias doradas, delicados ramos de
glicinas, fresas silvestres madurando en cálidos parches de luz solar.
Mientras revoloteaban por el bosque, Clarion vislumbró sus casas
acunadas en las ramas, todas ellas con techos de fucsias y flores de
trompeta.
Llegaron a la Plaza de la Primavera, el corazón del Valle de la
Primavera. A esa hora temprana, unas volutas de niebla se elevaban desde
el Mar de Nunca Jamás y llenaban el claro. Dos enormes cerezos
enmarcaban la vista del agua... y una piedra cubierta de musgo de la que
florecía una única flor: la Evergreen1. Sus suaves pétalos blancos se
plegaban sobre sí mismos como las alas de un hada dormida. Florecía solo
en el equinoccio de primavera, cuando la primavera estaba a punto de
llegar a tierra firme. Cada año, todas las hadas acudían en masa a ese claro
para que la reina hiciera la última revisión de los preparativos de la
primavera. A pesar de los largos días de trabajo que les esperaban, algunas
se quedaban despiertas hasta el amanecer para ver cómo se desplegaban
sus pétalos con la salida del sol.
Un día, Clarion esperaba verlo ella misma.
Iris las esperaba junto a la Evergreen, iluminada por la luz del sol. Ese
día llevaba un vestido de azafranes, con mangas largas acampanadas que
le cubrían todo el cuerpo, salvo las puntas de los dedos. Su cabello le caía
por la espalda como una cortina de agua oscura. Su rostro, inusualmente
pensativo, se iluminó al verlas.
Después de que las tres intercambiaran palabras amables, Iris suspiró.
—Esperaba tener más cosas para mostrarte hoy. Gracias por venir de
todos modos.
Clarion frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?
Los labios de Iris se abrieron con sorpresa. —¿Su Majestad no te lo
dijo?
A Clarion se le encogió el corazón. —¿Qué cosa?
Iris dudó. —Quizás sea más fácil mostrártelo. Ven a verlo.
1
En el doblaje latino es llamada El gran capullo.
Con un aleteo de sus alas y una lluvia de polvo de hadas, Iris emprendió
el vuelo. Las condujo a lo más profundo del valle de primavera hasta que
llegaron a un campo abierto. Lo que vio Clarion le provocó un escalofrío
de horror. Una línea de descomposición atravesaba el prado y se dirigía
directamente hacia invierno. O quizás más exactamente: desde invierno.
Lo que fuera que había pasado por allí parecía haber drenado el color del
follaje. Las flores marchitas y desecadas y los restos destrozados de lo que
parecía ser un enrejado estaban esparcidos entre la hierba pisoteada. El
leve olor a podredumbre la alcanzó incluso desde allí.
—Por la segunda estrella —murmuró Clarion.
—Los exploradores vinieron esta mañana para evaluar los daños —Iris
se retorció las manos con inquietud—. Nadie resultó herido. Nadie, aparte
de las flores, quiero decir.
Clarion se dio cuenta de que incluso la muerte de las flores le dolía.
Después de todo, la mayoría de las hadas de primavera podían
comunicarse con ellas. Miró a Artemis y esperó que su significado fuera
claro: ¿Sabías sobre esto?
Artemis meneó la cabeza.
Otra cosa más que Elvina no había considerado conveniente
informarle. Y otro recordatorio más de la urgencia con la que ella y Milori
necesitaban descubrir cómo destruir a las pesadillas.
—Me siento muy aliviada de saber que nadie resultó herido —dijo
Clarion en voz baja. —Lamento lo del campo.
—Es muy dulce al decir eso, Su Alteza —dijo Iris, claramente tratando
de sonar más alegre de lo que se sentía—. Lamento que parte del trabajo
que hicimos para su coronación se haya arruinado. Pero Su Majestad se
ocupará de las pesadillas y tendremos todo solucionado en un santiamén.
Mientras tanto, déjame mostrarte lo que han estado haciendo mis chicos
del agua. Te va a encantar.
Clarion apenas tuvo tiempo de responder cuando Iris salió disparada
en otra dirección. Clarion la siguió tan rápido como pudo. Ojalá tuviera
tanta energía a esa hora.
Iris la guió una corta distancia antes de sumergirse de nuevo a través
del dosel. Aterrizaron en las orillas de un río justo cuando un grupo de
libélulas pasó volando con un destello de alas iridiscentes. Cuando Clarion
recuperó la orientación, se empapó del sonido del dominio de las hadas de
agua: el borboteo del agua, el croar de las ranas y el zumbido de los
insectos, y la risa de sus súbditos, tan brillante como un arroyo que fluye
sobre piedras.
A Clarion siempre le había encantado observar a los talentos acuáticos
en acción. Algunos de ellos se dejaban llevar por la corriente en botes
hechos de corteza de abedul y nenúfares, animando a los peces dorados
que flotaban justo debajo de ellos. Otros descansaban sobre troncos
semisumergidos, envueltos por cortinas de espadañas y helechos. Otros
todavía saltaban sobre la superficie, dejando apenas ondas a su paso. Esto
hizo que a Clarion se le cortara la respiración con igual dosis de asombro
y nerviosismo. Por lo general, las hadas no sabían nadar; las alas
empapadas eran demasiado pesadas. Pero las hadas del agua eran
intrépidas y alegres... y estaban perfectamente a gusto.
Al menos, hasta que la notaron. Cuando pasó por allí, se quedaron en
silencio de repente. Clarion se debatía entre el impulso de sonreírles para
animarlos y mirar hacia otro lado para que no se sintieran escrutados.
—Aquí estamos —dijo Iris alegremente.
Clarion tardó un momento en darse cuenta de lo que estaba viendo.
Estaban de pie frente a una enorme telaraña tendida en un marco de
ramas. Estaba cubierta de más gotas de rocío de las que Clarion podía
imaginar, cada una de ellas teñida con tinte. Se dio cuenta de que era un
mosaico, uno diseñado para parecerse a ella. Cuando el sol lo golpeaba, el
agua refractaba la luz y esparcía patrones multicolores sobre el suelo del
bosque.
—¿Qué opinas? —preguntó Iris.
—Es espectacular —dijo Clarion en voz baja, y lo decía en serio. Verse
representada con tanto cuidado despertó en ella un sentimiento que no
podía precisar del todo.
Clarion habría jurado que sintió más que escuchó el suspiro colectivo
de alivio que se escuchó detrás de ella. Como si todo el claro hubiera
estado conteniendo la respiración, el sonido del chapoteo y el parloteo se
reanudó.
Iris juntó las manos. —¡Oh, qué bien! Su coronación será increíble, Su
Alteza. Sólo espere a que…
El sonido de la voz de Iris se desvaneció hasta convertirse en un
zumbido mientras Clarion miraba su propia imagen, una versión de sí
misma más majestuosa y equilibrada de lo que ella misma sabía que era.
Apenas podía concentrarse en ninguna de las cosas hermosas que Iris le
estaba describiendo. Su coronación de alguna manera se sentía
completamente insignificante frente a la amenaza contra Pixie Hollow.
Por mucho que anhelara disfrutar de los talentos de sus súbditos, por
mucho que deseara poder creer en Elvina, todo en lo que podía pensar era
en lo precario que se sentía todo. Todo en lo que podía pensar era en el
abrigo de invierno que la esperaba en el rincón del artesano y en cómo esta
noche, cruzaría hacia el invierno.
—¿Su Alteza?
Clarion se sobresaltó. Iris la miraba con el ceño fruncido y una
expresión de genuina preocupación en su rostro... y también de decepción.
Clarion se sintió culpable por haberse ido a otro lugar de manera tan
obvia. Claramente, esto le importaba mucho a Iris.
—Lo siento mucho, señora Ministro —dijo Clarion—. ¿Me preguntó
algo?
Iris se cruzó de brazos y la miró con expresión evaluadora. —¿Tienes
algo en mente?
—Unas cuantas cosas —dijo Clarion tímidamente—. Hay tanto que
preparar para la coronación. A veces, no me siento preparada.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Iris antes de sonreír. —Su Alteza,
¿está nerviosa?
Clarion hizo una mueca. —Un poco.
—¿En serio? —Iris parecía realmente sorprendida, aunque también
algo encantada—. Nunca lo habría adivinado. Siempre pareces tan serena.
—Es una ilusión cuidadosa —dijo Clarion débilmente.
—Es normal estar nerviosa. —Iris se dio un golpecito en la barbilla—.
Pero realmente pareces agotada. ¿Estás durmiendo lo suficiente?
Casi seguro que no lo estaba. —Bueno, yo…
—Sé exactamente lo que necesitas —dijo Iris, animándose—. Te
enviaré a casa con un poco de té de escutelaria.
Su exuberancia y generosidad sorprendieron a Clarion. —Sería
maravilloso. Gracias.
—De nada —dijo Iris—. El té lo arregla casi todo. Pero si escuchas
algunos consejos, piénsalo de esta manera: eres como un capullo.
Eso… no sonó como un cumplido. Clarion arrugó la nariz. —¿Ah, sí?
Con un movimiento casual del dedo de Iris, un capullo de flor en
miniatura apareció en su mano, brillando con polvo de hadas. —En Pixie
Hollow, por supuesto, las flores florecen cuando se lo pedimos. Pero en
tierra firme, este tipo de flores se plantan en otoño, justo antes de que el
suelo se congele. Uno pensaría que eso las mataría, pero permanecen
inactivas durante todo el invierno. Luego, tan pronto como llega la
primavera…
A su alrededor, los jacintos brotaban de la tierra en tonos de blanco,
rosa vibrante y violeta suave. Despedían un aroma húmedo y verde, tan
etéreo como la primavera misma.
—La primavera es sinónimo de renovación —dijo Iris con serenidad.
—Cuando todo parece imposiblemente oscuro, los capullos son chispas
de esperanza. Las cosas necesitan tiempo para florecer. Solo hay que tener
paciencia y —tras una pausa para pensar, señaló con el dedo a Clarion, —
así que sé amable contigo misma. Ya crecerás, te lo prometo.
Por un momento, Clarion se sintió demasiado aturdida para
responder. —Gracias, Ministro. De verdad.
—Cuando quieras —dijo dulcemente—. Y ahora, sobre esos arreglos
florales…
A media tarde, Clarion y Artemis habían llegado a la solitaria cabaña
de piedra de Petra. Como era de esperar, ella no respondió cuando
llamaron a la puerta, pero Clarion pudo ver el tenue resplandor anaranjado
de la forja a través de las ventanas cubiertas de rocío.
Ella abrió la puerta de un empujón y llamó: —estoy aquí.
Como siempre, los proyectos de Petra abarrotaban todas las
superficies, y la mayor parte del suelo. Pero, curiosamente, sus
herramientas de metalistería estaban quietas e inertes, captando tenues
destellos de la luz del fuego. Hoy, el taller de Petra parecía pertenecer a un
talentoso sastre, si ese talentoso sastre hubiera vaciado toda su ración de
polvo de hadas sobre su espacio de trabajo. A medida que Clarion se
adentraba más en la habitación, tuvo que esquivar agujas y tijeras que
volaban por el aire. Tocó un carrete de hilo y observó cómo volaba
perezosamente por la habitación, desenredándose a su paso.
Adondequiera que se diera la vuelta, había un alboroto de telas y botones
de colores.
Petra estaba de pie en el ojo de la tormenta que ella misma había
creado, jugueteando con un abrigo que había envuelto alrededor de los
hombros de metal de un maniquí. Parecía tan descansada como Clarion:
es decir, nada. No le sorprendería que Petra no hubiera dormido desde que
comenzó este proyecto. Decir que estaba decidida era quedarse corta.
—¿Estás bien? —preguntó Clarion tentativamente.
—Me llevó días hacer un patrón que fuera mínimamente utilizable —
dijo Petra, con un tono casi de trance, —y varias horas de recolección de
seda de araña para convencer a Patch de que me enseñara puntadas
básicas. Pero después de tres prototipos, lo logré. Finalmente.
Clarion miró por encima del hombro y no pudo evitar emitir un suave
sonido de sorpresa. El abrigo era mucho más que utilizable. Debería haber
sabido que Petra era incapaz de hacer nada que no fuera espectacular. Era
un trozo de tela gruesa y dorada que brillaba levemente con polvo de
hadas. Una franja blanca cubría la capucha y los puños de las mangas.
—Es hermoso —dijo Clarion.
—Está bien. —Petra parecía orgullosa, aunque sonara despectiva—.
Pruébatelo.
Petra sacó el abrigo del maniquí y se lo tendió. Clarion deslizó los
brazos por las mangas, se lo colocó sobre los hombros y de inmediato
luchó por contener la risa. Era enorme. Estaba casi ahogada en la tela, pero
al menos sus alas se sentían cómodas.
Petra la miró con inquietud y tiró de las solapas. —El ajuste es
horrible. Me di cuenta demasiado tarde de que no te había tomado las
medidas.
Clarion resopló. —Hace calor. Es todo lo que necesito.
—Tal vez si yo…
—Es perfecto. —Clarion le tomó las manos para calmarla—. Gracias.
De verdad.
—Ni lo menciones —dijo Petra bruscamente.
—Pero tengo que quitármelo inmediatamente. Aquí siempre hace
mucho calor.
—No hace tanto calor —protestó Petra—. ¡Ah! Tengo otras cosas para
ti.
Mientras Clarion se quitaba el abrigo y lo doblaba sobre su brazo,
Petra rebuscó en su mesa de trabajo. Un cuchillo de tallar se cayó y golpeó
el suelo con un sonido metálico. Después de unos momentos, Petra le puso
un par de guantes y botas, mientras y también un extraño juego de lo que
parecían ser raquetas de bádminton. Clarion dejó que estas últimas
colgaran de sus dedos por las correas de cuero unidas a ellas. —¿Para qué
son estas? ¿Para jugar?
—No seas ridícula. Van en tus pies.
Clarion los inspeccionó más de cerca. Escéptica, dijo: —Creo que eres
tú la que está siendo ridícula.
—Son raquetas de nieve —dijo Petra con cansancio—. Aprovechan las
propiedades de flotación distribuyendo el peso sobre una superficie
mayor, de modo que... En realidad, ¡no importa! El punto es que te harán
más fácil caminar sobre la nieve.
—Increíble —murmuró Clarion—. Nunca lo habría pensado.
—Lo sé. —Petra le dirigió una sonrisa, claramente complacida por su
elogio. Después de un momento, la sonrisa se desvaneció—. Solo… ten
cuidado, ¿quieres?
—No te preocupes —dijo Clarion—. ¿Cuándo no he tenido cuidado?
Petra la miró con expresión elocuente: —Sabes que te amo.
A Clarion no le gustó hacia dónde iba esto. —Por supuesto que sí.
—Eres mi amiga más antigua. —Clarion pudo escuchar claramente lo
que Petra no dijo: mi única amiga—. Durante mucho tiempo, fuiste la
única que hablaba conmigo.
Clarion le sonrió. —Me parece recordar que tenías miedo de mí.
—Bueno, eres intimidante —respondió Petra—. Y nunca te has echado
atrás ante lo que te asusta. Solías arrastrarme a tantas cosas que hubiera
preferido evitar.
Clarion recordaba esos días con cariño: dos marginadas inseparables,
corriendo salvajes por Pixie Hollow. Sí, suponía que había arrastrado a
Petra a muchos problemas a lo largo de los años. Estaba la vez que
tomaron a los dos ratones más rápidos y voluntariosos del establo de los
caldereros y los montaron por los campos al galope. O la vez que se
perdieron en una madriguera de conejos después de que Clarion sugiriera
que fueran a hacer espeleología. O la vez que ella había convencido a Petra
para que construyera un carruaje tirado por colibríes, lo que, como era de
esperar, en retrospectiva, fue un desastre.
Pero Petra no parecía estar de humor para recordar. De hecho, parecía
estar preparándose para algo. —¿Adónde quieres llegar con esto? —
preguntó Clarion.
—Ahora que he hecho esto por ti, necesito que me dejes al margen. No
me digas lo que estás haciendo. Cada vez que pienso en ello, yo... —Petra
hizo una pausa para recomponerse—. Es mejor para las dos si pretendo
que no te acercarás al invierno.
—Cierto. —Tenía sentido, pero, aun así, le dolía. Se sentía… aislada,
saber que no podía hablar con ella sobre algo tan importante—. Puedo
hacerlo.
—Bien. —Petra frunció el ceño—. Sabes lo que haces, ¿no?
Cuando Clarion cerró los ojos, vio los campos en ruinas de la
primavera quemados en el fondo de sus ojos. Sus súbditos cayendo del
cielo, inconscientes por una sola gota del veneno de la pesadilla. Clarion
tenía solo una vaga y terrible idea de lo que se estaba enfrentando, y una
idea aún más vaga del plan de Milori. Pero si eso significaba proteger al
invierno, si eso significaba demostrar que era capaz, entonces tenía que
seguir adelante.
Clarion sonrió de la forma más alentadora que pudo. Si tenía que
mentirle a Petra en el futuro, más valía que practicara. —Por supuesto que
sí. No tienes absolutamente nada de qué preocuparte.
11
Unos minutos antes del atardecer, Clarion se encontraba en la
frontera, envuelta en su abrigo nuevo. Miraba fijamente al otro lado: la luz
menguante que brillaba sobre la nieve, las sombras que se acumulaban
bajo los abetos, el denso remolino de ráfagas de nieve. Sus dedos
temblaban mientras abrochaba los delicados botones de su abrigo, y no
podía decir con certeza si era la emoción o los nervios lo que la tenía tan
nerviosa.
—Has encontrado una solución muy práctica.
Clarion se sobresaltó al oír la voz de Milori. Las raquetas de nieve que
llevaba colgadas del hombro chocaron entre sí ante el repentino
movimiento. —¡Por favor, no me pilles desprevenida de esa manera!
Milori aterrizó en el puente con un leve destello de diversión en sus
ojos. —Mis disculpas —dijo, aunque en realidad no sonaba tan apenado.
Empezó a sospechar que realmente había aparecido con el viento. Se
puso una mano sobre el pecho y confirmó que su corazón seguía latiendo.
—Está bien.
En verdad, le resultaba bastante difícil mirarlo con enojo cuando él la
miraba de esa manera. La alegría había desaparecido de su expresión y
ahora la observaba con una curiosa mezcla de esperanza y temor. Una
ráfaga de viento apartó la nieve suelta de las ramas y le acarició el pelo
blanco por encima del hombro. —¿Estás lista?
¿Estaba lista?
La perspectiva de cruzar la frontera la asustaba más de lo que quería
admitir. La parte sensata de ella, sofocada como estaba bajo su entusiasmo
y determinación, se preocupaba por los peligros. Confiaba en Petra, pero
ni siquiera ella podía hacer que un abrigo fuera impermeable a cosas como
las lágrimas o el agua. Un descuido podría costarle las alas a Clarion. Pero
en el fondo, le preocupaba cómo se sentiría al cruzar finalmente la
frontera. ¿El invierno seguiría teniendo su atractivo una vez que pusiera
un pie en él?
—Un momento. —Clarion se puso rápidamente las botas y los
guantes, y luego las raquetas de nieve. Cuando terminó, Milori dio un paso
atrás para darle el visto bueno. Clarion miró hacia la frontera, donde las
puntas de sus botas rozaban la línea de escarcha. Se obligó a cruzar, y aun
así, se sentía clavada en el lugar.
—No puedo hacerlo si me estás mirando —soltó.
—¿Quieres que me dé la vuelta?
Ella se burló. —No seas ridículo.
Cerró los ojos e hizo todo lo posible por ignorarlo. Se paró lo
suficientemente cerca de la frontera como para que una leve sensación de
frío le invadiera la punta de la nariz. Todo lo que tenía que hacer era dar
un paso hacia adelante. Estaría bien. Clarion respiró profundamente y
suspiró, pero un momento demasiado tarde se dio cuenta de que
probablemente lucía extraordinariamente tonta. Cuando cruzó, sus ojos
la observaban con otra de esas miradas curiosamente burlonas.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Nada en absoluto. —Sus ojos brillaron y su corazón traidor se agitó
al ver su sonrisa—. ¿Necesitas ayuda?
—No, señor —hizo todo lo posible por no parecer ofendida—. No
necesito su ayuda.
—¿Quizás un empujón sea la palabra más adecuada?
Eso no sonó mucho mejor, pero se abstuvo de hacer comentarios.
Milori le tendió una mano. Clarion no pudo hacer nada más que mirarla
fijamente durante unos momentos. —¿Qué es esto?
Él le sostuvo la mirada. —Sólo confía en mí.
Con mucha vacilación, lo tomó y se sorprendió al descubrir que su piel
estaba agradablemente fresca. No sabía qué esperaba. ¿Que él también
estuviera tallado en hielo? ¿Que su solo toque la congelara, incluso a
través de sus guantes? No, él era igual que ella: carne y hueso. Ambos se
quedaron quietos, sus manos eran un puente entre mundos.
Luego, con un suave tirón, la guió hacia el otro lado.
Mientras Clarion atravesaba el velo de nieve, reprimió un jadeo; la
temperatura descendió bruscamente a medida que el invierno la envolvía.
Cuando abrió los ojos de nuevo, había dejado atrás todo lo que conocía. A
pesar de sí misma, soltó una risa sin aliento y miró a Milori. A esa
distancia, le impactó el verdadero color de sus ojos: un gris tormentoso,
con un leve toque de azul glacial. Pudo ver cómo su expresión se suavizaba
mientras la miraba y...
Ella todavía sostenía su mano.
El calor inundó su rostro. Clarion casi la retiró de golpe. —Lo siento...
y... eh... ¿gracias?
—No vale la pena mencionarlo. —Flexionó los dedos como si se
estuviera recuperando de un calambre y luego dio un paso atrás,
alejándose de ella. La nieve crujió bajo su peso.
Nieve. Ella estaba realmente en el bosque invernal.
Olvidada parte de su vergüenza, Clarion inclinó la cabeza hacia el cielo
y giró lentamente. Las nubes flotaban en lo alto como una espesa capa
gris, delineadas por la luz ardiente del atardecer. Abrió la boca para
atrapar los copos de nieve que caían y se derretían en su lengua casi al
instante. Estaba tan extrañamente encantada con todo aquello que no
sabía que alguna vez se había sentido tan... mareada.
—¿Es lo que esperabas? —Había un dejo de sorpresa en su voz.
Su aliento se alzaba en el aire, y eso era maravilloso. —Es hermoso.
Por un momento, él no respondió. Si ella no lo supiera, diría que
parecía casi nervioso. —Hay mucho más que ver. Sígueme.
—Está bien —dijo ella, esperando no sonar demasiado ansiosa.
Y dicho esto, la condujo al bosque.
Sólo el crujido de sus pasos y el suave susurro de las ramas agitadas
por el viento llenaban el silencio. Clarion descubrió que no le importaba.
El silencio allí no era inquietante, sino casi acogedor, como si todo el
mundo estuviera dormido. Había esperado paisajes desolados y franjas de
tierra monocromática y sin vida. Pero todo era espectacular, desde el
intrincado patrón de escarcha en las hojas hasta los carámbanos
iluminados por el sol que colgaban de los árboles. Allí, todo brillaba, tan
mágico como el polvo de hadas.
Pronto el terreno se volvió más rocoso y empinado. Su respiración se
hizo más pesada y salió de ella en pequeñas nubes blancas. El viento
soplaba por la ladera de la montaña y hacía que los faldones de su abrigo
se agitaran detrás de ella. El forro de piel de su capucha le hacía cosquillas
en el rostro, que estaba helado. Estaba segura de que estaba roja como un
tomate. Milori, mientras tanto, permanecía tan pálido como la tierra
cubierta de nieve; no se sonrojaba ni por el esfuerzo ni por el frío. Incluso
mientras ascendían, no voló, sino que insistió en caminar junto a ella.
Obstinadamente caballeroso, observó.
Después de lo que parecieron horas, llegaron a la cima de una de las
montañas. Lo que vio la dejó sin aliento. Desde allí, podía ver todo el
Bosque de Invierno extendido ante ellos. Era una tierra de un blanco
brillante y un verde intenso, con ríos y lagos más claros y azules de lo que
jamás hubiera creído posible. A lo lejos, podía ver las casas de las hadas
de invierno talladas en hielo y moldeadas en nieve, brillando a la luz de la
luna y brillando suavemente desde adentro.
¿Cómo alguien pudo haber pensado que este lugar era tan terrible?
—Aquí está —dijo suavemente.
Podía percibir claramente la reverencia en su voz, que ella también
sentía. ¿Qué podía decir, en realidad? Nunca había visto nada parecido.
Después de un momento, añadió: —Nuestro destino es el Salón de
Invierno. Puedes ver su resplandor desde aquí.
Señaló y Clarion entrecerró los ojos para ver una tenue aura de azul
que cubría la ladera de una montaña distante. —Es un largo camino por
recorrer.
Él le dedicó una pequeña sonrisa. —Hay una forma más rápida de
viajar.
—Si sugieres llevarme...
—Por supuesto que no. —Parecía casi insultado, lo que la hizo
sonreír—. Supongo que no tienen trineos en las estaciones cálidas.
—Trineo —repitió ella.
—Mmm. —Se acercó a la base de un abeto, donde había unas cuantas
tablas de madera talladas en círculos apoyadas contra el tronco. Quitó la
nieve de dos de ellas y se las llevó.
Clarion hizo todo lo posible por no parecer completamente perpleja.
—¿Qué es eso?
Los dejó caer al suelo, a sus pies. —Trineos.
—Ya veo —dijo, aunque no veía nada en absoluto—. ¿Y qué hacemos
con esto?
—Los usamos para bajar de la montaña.
—Nosotros… —Clarion lo miró boquiabierta—. ¿Qué? Eso es absurdo.
Se encogió de hombros y se subió a uno de ellos. —Ya veremos. Ha
pasado mucho tiempo desde que hice esto.
—Entonces, hablas en serio —dijo con incredulidad. Lo único en lo
que podía pensar era en lo alto que habían escalado y en lo resbaladiza que
estaba la nieve compacta bajo sus pies. Olvídate de las pesadillas, este
sería sin duda su fin. No podía negar que la obvia estupidez de la
perspectiva la hacía más atractiva. ¿Cuándo fue la última vez que se había
embarcado en una verdadera aventura? —¿Este es un pasatiempo común
entre las hadas de invierno?
—En tiempos más felices, sí. —La miró a través de las pestañas—. Por
supuesto, si lo prefieres, podemos caminar...
—¡No! No hace falta. —Clarion se sintió ridícula cuando se subió al
otro trineo. Había cuerdas de hilo grueso enrolladas en agujeros
perforados a cada lado, que Milori le informó que estaban destinadas a
servir de asideros—. ¿Y ahora qué?
—Nos vamos.
—¿Qué? ¡Hey!
Él no esperó. Con una sonrisa burlona (que a ella le molestó mucho,
porque le hizo un nudo impresionante en el estómago), se impulsó hacia
el suelo. Su trineo se acercó a la pendiente de la montaña y luego se deslizó
hacia abajo. Bueno, no había nada más que hacer que seguirlo. Decidida a
no pensar en lo peligroso que era, Clarion fue tras él. El terror (y la
emoción) fueron inmediatos.
Nunca había volado tan rápido en su vida.
El bosque pasaba velozmente en franjas de verde y blanco, y la nieve
silbaba debajo de ella. Su estómago se retorció cuando el trineo saltó sobre
los bancos de nieve y el hielo resbaladizo, amenazando con volcar en el
aire, pero ella mantuvo un rumbo constante. El viento le azotaba la cara y
le arrancaba el pelo de la corona trenzada. Se le soltó alrededor de los
hombros y revoloteó salvajemente a su alrededor. La nieve, desprendida
de las ramas por encima de su cabeza, se estrelló contra el suelo.
Al final de la pendiente, Milori se bajaba del trineo, demasiado
despacio. Clarion iba a chocar de frente contra él.
—¡Cuidado! —gritó.
Él levantó la vista y, sin dudarlo, emprendió el vuelo, esquivándola con
destreza. Ella pasó zumbando junto a él, pero chocó contra un terraplén.
El trineo se elevó en el aire y luego golpeó el suelo con fuerza. La fuerza
del impacto arrojó a Clarion de su asiento. Con un grito de sorpresa, se
cayó del trineo y aterrizó directamente sobre un colchón de nieve
profunda.
—¡Clarion!
Por un momento, permaneció allí, mirando aturdida al cielo. —Estoy
viva.
—Eso es bueno. —El rostro de Milori pronto eclipsó su vista—. ¿Y tú
estás bien?
—Creo que sí.
Cuando recuperó el sentido, salió a rastras del agujero con forma de
Clarion que había dejado en el suelo. Él le ofreció una mano. Esta vez, ella
la tomó sin dudarlo y le permitió que la ayudara a ponerse de pie. La nieve
cubría su cabello salvaje y se le pegaba a las pestañas. Su expresión estaba
tan llena de preocupación que no pudo evitar reírse. Qué estimulante
había sido eso. No podía recordar la última vez que se había divertido de
una manera tan pura y tonta. Por solo un minuto, ella no fue la futura reina
de Pixie Hollow. Era solo un hada jugando en la nieve.
Milori la miró con una expresión peculiar.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Nada —dijo él apresuradamente. Extendió la mano para tomar un
mechón suelto de su cabello y ella dejó de respirar por completo. Por un
momento, pensó que tenía intención de colocarlo detrás de su oreja o de
quitarse el hielo que se le había quedado pegado. Pero debió de pensárselo
mejor, porque dejó caer el brazo hacia atrás. Se recordó a sí misma que no
debía sentirse decepcionada—. Es que... pareces diferente aquí. Te sienta
bien.
—¿Ah, sí? —Clarion se acercó un paso más a él e inyectó un tono
desafiante en su voz, aunque sólo fuera para ocultar esa chispa de anhelo
frustrado—. ¿Qué se supone que significa eso?
—Ah —dijo—. Ahí estás.
Ella lo miró con enojo, pero él no se apartó de ella. En todo caso, el
espacio entre ellos pareció reducirse mientras él la observaba.
—Solo quiero decir que pareces feliz aquí. —Su tono se volvió casi
amable—. Es agradable.
¿Cómo no iba a serlo? En la oscuridad que se avecinaba, con alguien
que la veía a través de ella, este le parecía un lugar al que casi pertenecía.
Un mundo entero hecho de luz estelar, brillante y plateada. Se le ocurrió
que nadie había dicho eso de ella antes. ¿Era infeliz en las estaciones
cálidas?
—Gracias —se colocó el mechón de pelo rebelde detrás de la oreja—.
¿Seguimos?
Juntos, se encaminaron hacia el Salón de Invierno. La luz de la luna se
filtraba a través de las ramas desnudas de los árboles y le daba a Milori un
brillo plateado. Tenía el ceño fruncido, preocupado, como si buscara una
forma de romper su silencio pensativo. Por fin, dijo: —Debo preguntarte.
¿Te gustó andar en trineo?
La sorprendió tanto que soltó una suave risa. Qué serio lo había dicho.
—Me encantó.
—¿A pesar de tu aterrizaje forzoso?
—Quizás incluso por eso. Me hizo sentir más viva de lo que me he
sentido en mucho tiempo. Lo confieso, yo... —Se quedó en silencio. Si
terminaba esa frase, casi con toda seguridad él se burlaría de ella por eso,
o al menos pensaría que era una ignorante. Pero supuso que ya había
desgastado bastante su armadura esa noche—. No pensé que el invierno
sería tan... divertido.
Él arqueó una ceja. —¿Qué, creías que nos quedábamos parados como
esculturas de hielo?
—Es una suposición razonable —trató de disimular la indignación en
su voz, pero no pudo—. Solo los hemos visto durante las transiciones
estacionales y a la distancia. Quiero que sepas que pensamos que todos
ustedes son bastante distantes.
Soltó una suave carcajada. —El sentimiento es mutuo, tenlo por
seguro.
Ella sonrió a pesar de sí misma. —Le pregunté a la reina qué sabía
sobre los Bosques de Invierno y me dijo que era un lugar plagado de
monstruos.
En ese momento, otra ráfaga de viento levantó la nieve recién caída del
suelo. Los cubrió de blanco y la atravesó de frío. Clarion se estremeció, en
parte por el frío y en parte por saber que, en plena oscuridad, las pesadillas
podían surgir de las sombras en cualquier momento.
—Está plagado de monstruos —repitió Milori con un tono de
asombro—. Entonces, ¿por qué accediste a venir aquí conmigo si eso era
lo que pensabas? Podrían haberte atacado. O podría haberte hecho
desaparecer.
—¿Podrías haberlo hecho? —preguntó Clarion, incapaz de evitar que
su voz se reflejara en su propia diversión—. No quiero ofenderte, pero no
das mucho miedo.
—¿No? —Ladeó la cabeza y sus ojos brillaban con una especie de
picardía—. ¿Cómo me encuentras, entonces?
Le ardía el rostro y el corazón le temblaba. Irritante, pensó, que bastara
una sola mirada suya para ponerla nerviosa. —Impertinente, por ejemplo.
Milori parecía bastante encantado, a juzgar por la pequeña sonrisa que
claramente intentaba mantener fuera de su rostro. —Mis disculpas, Su
Alteza.
—Estás perdonado —dijo con recato, levantando la barbilla. Después
de un momento, dejó de actuar y suspiró—. La verdad es que siempre he
querido venir aquí. Puedo ver esta misma montaña desde mi habitación.
Todas las noches la miro y siempre pienso... No sé. Te debe parecer una
tontería, pero a mí me pareció triste. Me alegra saber que no es así.
—No lo es en absoluto.
De hecho, tan cerca del pueblo, el sonido centelleante de las risas y las
canciones de trabajo llegó hasta ella. Clarion lo absorbió con avidez. A
través de los árboles, divisó destellos de un río congelado. Aquí y allá,
podía ver hadas bailando sobre su superficie con… ¿cuchillos atados a sus
pies? Todo era demasiado desconcertante y completamente mágico. —
¿Qué están haciendo?
Milori la apartó de ellos tomándola por los hombros. —En otra
ocasión, quizá. Ya te has caído bastante hoy.
Los árboles se fueron aclarando poco a poco y luego dieron paso a un
claro al pie de la montaña. Clarion se detuvo en seco en la línea de árboles.
Una enorme puerta, hecha completamente de hielo, se alzaba ante ellos.
Estaba tallada con la insignia de un copo de nieve y teñida de azul por la
luz etérea que emanaba de detrás.
—Este —dijo Milori— es el Salón del Invierno.
—Guau —suspiró ella.
La guió hacia la puerta. Grandes pilares de hielo se alzaban desde la
tierra y se alzaban sobre ellos, marcando el camino desde el bosque hasta
la entrada. Cuando estuvieron frente a ella, Clarion extendió la mano para
tocar el panel de hielo. Milori la agarró de la muñeca y la detuvo. Antes de
que pudiera protestar, dijo: —Antes de entrar, debo advertirte sobre el
Guardián.
Clarion se quedó en silencio. Había mencionado al Guardián una vez
antes, en un tono que sugería que inspiraba respeto... y tal vez una buena
dosis de admiración.
Hizo una pausa por un momento y luego se decidió a advertir: —es
excéntrico.
Eso no era lo que ella esperaba. Eso podría significar cualquier cosa,
pero supuso que no valía la pena insistir en el asunto. Pronto lo
comprobaría por sí misma.
—Está bien —dijo ella—. Entendido.
Satisfecho, Milori apoyó las manos en las enormes puertas. Las
intrincadas tallas respondieron a su tacto; se iluminaron, con tanta
intensidad que bañaron su rostro de azul. Con un gruñido, se abrieron.
Clarion intentó no jadear cuando atravesaron el umbral. Era un palacio
hecho completamente de hielo. El techo se elevaba sobre ellos, sostenido
por columnas de hielo y goteando carámbanos de un brillo perverso.
Esculturas de copos de nieve colgaban suspendidas sobre ellos, emitiendo
ese mismo resplandor azul inquietante. Incluso el suelo era de hielo
sólido. Le llevó un momento encontrar el equilibrio y no caerse con cada
paso. A su alrededor, las paredes estaban cubiertas de estantes de madera
oscura. Cada uno estaba lleno a rebosar de libros, pergaminos y tablillas.
—Esto es increíble.
Milori se sorprendió, evidentemente, porque sonrió levemente. —Lo
es.
Su voz, aunque tranquila, resonó en el salón, profunda y rica. La luz se
reflejaba en su rostro. Clarion tuvo que apartar la mirada para no mirarlo.
En ese momento, una sombra alargada se proyectó sobre el suelo. Un
sonido terrible rompió el silencio: un gruñido. Luego, el sonido de unas
garras que se arrastraban con saña sobre el hielo.
Una pesadilla.
12
Clarion recurrió a su magia y se preparó para la impotencia que le
sobrevendría cuando no le respondiera. Pero cuando la bestia emergió de
las estanterías, no tenía el aura siniestra de una pesadilla. No estaba hecha
de sombras aceitosas, sino de carne, hueso y pelaje. No resultaba nada
tranquilizador, pensó Clarion, cuando los miraba fijamente con los labios
hacia atrás mostrando los dientes en una mueca. Era casi tres veces más
alta que ellos, con un espeso pelaje gris y ojos amarillos que la perforaban
hasta el corazón.
Instintivamente, Clarion se alejó. —¿Qué es eso?
—Solo es Fenris —le respondió Milori.
¿Sólo? ¿Cómo podía estar tan tranquilo en esta situación? —¡Ya lo has
nombrado!
—No lo hice. —Milori extendió las manos, como si quisiera llamar a
la criatura—. Es el lobo del Guardián.
El lobo, Fenris, se acercó a Milori boca abajo con las orejas pegadas a
la cabeza. Cuando llegó a su lado, Fenris apoyó su enorme barbilla a los
pies de Milori y agitó la cola contra el hielo. Era evidente que los dos eran
amigos.
Clarion se rió sin aliento, aunque sólo fuera para disipar la tensión que
se acumulaba en su interior. Había metido a Petra en algunos planes
peligrosos, pero incluso ella tenía sus límites… o tal vez un poco de instinto
de supervivencia. —¿Y tienes una de estas bestias?
—No —Milori le dio unas palmaditas en el hocico a Fenris—. A mí
siempre me han gustado los búhos.
—¿Búhos? —Clarion no pudo evitar que el horror se reflejara en su
voz. Eran depredadores peligrosos, al menos en las estaciones cálidas.
—El guardián tiene debilidad por las criaturas incomprendidas —dijo
Milori después de un momento. Ahora que ninguno de los dos le prestaba
atención, Fenris dejó escapar un suspiro que sonaba agraviado. La fuerza
de su aliento apartó el cabello de la cara de Clarion—. Fenris es bastante
inofensivo. Todavía es un cachorro. Pero incluso como adultos, los lobos
son asustadizos y es fácil hacerse amigo de ellos si tienes comida.
—No tengo nada para ti. —Clarion se rascó la oreja con cautela. Se
movió como si una mosca se hubiera posado en ella.
—Fenris —dijo una voz afable desde algún lugar entre las
estanterías—. ¿A qué viene todo este alboroto? ¡Oh!
Un hada de invierno entró en el atrio. Era de baja estatura, con un
rostro amable y un cabello que parecía una lengua de fuego blanco. Vestía
un traje de aspecto bastante serio, pero cuando sus ojos se posaron en
ellos, su expresión se iluminó con un entusiasmo desenfrenado e
inconsciente. —¡Milori!
—Guardián. —La actitud de Milori cambió por completo. Su sonrisa
de respuesta lo hizo parecer instantáneamente más ligero—. Te he traído
a alguien.
¿Este era el guardián?
Clarion había esperado que el Guardián del Conocimiento de las
Hadas fuera más… retraído. El Guardián, sin embargo, estaba eufórico.
Volvió su atención hacia Clarion, ajustando sus gafas a medida que se
acercaba. —Un hada cálida, ¿eh? Ha pasado mucho tiempo desde que una
de esas cruzó al invierno.
—¿Has visto hadas cálidas antes? —preguntó Clarion.
—Oh, no. ¡Ojalá! Aunque he leído historias. —Fenris trotó hacia el
Guardián, moviendo la cola, y gimió suavemente. El Guardián le dio unas
palmaditas distraídas en la parte superior de la cabeza—. Al parecer, las
hadas cálidas solían venir aquí todo el tiempo, hace mucho tiempo. Para
patinar un poco sobre hielo, hacer hadas de nieve…
—Eso suena delicioso. —Clarion no tenía ni idea de patinaje ni de
hadas de nieve, pero la forma cariñosa en que le hablaba la llenó de
asombro—. Me encantaría leerlas.
El guardián se animó. —Bueno, yo…
—Quizás más tarde —intervino Milori, claramente percibiendo una
digresión—. Ella no es solo un hada cálida. Clarion es la reina de Pixie
Hollow.
—Reina en formación —corrigió Clarion, mirando fijamente a Milori.
Parecía demasiado satisfecho consigo mismo.
El guardián la miró boquiabierto. —Entonces…
Milori le sonrió, casi con indulgencia. —Por fin alguien podrá leer
nuestro libro.
Nuestro libro. Claramente, era algo en lo que habían estado trabajando
juntos durante mucho tiempo.
La expresión del rostro del Guardián sólo podía describirse como
exultante. —¿Puedes?
—Eso espero —dijo Clarion. La idea de que sus esperanzas se vieran
frustradas era casi insoportable—. Pero aún no estoy segura.
—¡Excelente! —El guardián la agarró del brazo y prácticamente la
arrastró hacia el interior de la biblioteca.
—Guardián —gruñó Milori, con la resignación sufrida de quien sabe
que no tiene sentido protestar.
Él los siguió, con Fenris caminando lentamente detrás de él. Los
estantes laberínticos parecían reorganizarse a medida que avanzaban.
Clarion los estudió distraídamente mientras pasaban, los títulos dorados
iluminados por los candelabros de hielo que brillaban con una suave luz
azul. Por fin, llegaron a su destino: un cuadrado de espacio vacío, rodeado
por todos lados por las estanterías. Una mesa ocupaba gran parte del área,
abarrotada de pilas de libros y plumas de ave.
—Espera un momento —dijo el guardián.
Él la soltó y sacó un par de guantes de su bolsillo. Después de
ponérselos, se elevó hacia arriba, casi hasta el techo, hasta que encontró
lo que buscaba. Sacó un enorme tomo encuadernado en cuero del estante…
y casi se cae por su peso. Clarion contuvo la respiración hasta que lo trajo
sano y salvo al nivel del suelo. Con sumo cuidado, lo puso sobre la mesa.
No era de extrañar que Milori dijera que no podía llevarlo a la frontera.
Era realmente antiguo, con páginas delgadas y amarillentas. La cubierta
estaba descascarada y desgastada, y aunque Clarion pudo ver que alguna
vez había habido una ilustración, la pintura se había desvanecido con el
tiempo. Todo lo que quedaba ahora eran extrañas formas talladas en el
cuero, que brillaban débilmente con un poder latente.
—¿Qué es esto? —preguntó ella.
—No lo sé —dijo el Guardián, mucho más alegre de lo que ella hubiera
esperado—. Ha estado en la colección durante mucho, mucho tiempo.
Está escrito en un idioma perdido. Pero está lleno de ilustraciones de
pesadillas.
Un escalofrío la recorrió. —¿Qué necesitas que haga?
—Está sellado con runas que responden a la magia de los talentos
gobernantes —respondió el guardián—. Sospecho que es como un código.
Una vez que lo desbloquees, deberías poder entender el idioma en el que
está escrito.
El miedo le oprimió la garganta. —Nunca he aprendido a desbloquear
nada con la magia del talento gobernante.
—Inténtalo —le dijo, alentándola. —Debería surgir de manera natural.
Ojalá. —Está bien.
Ella extendió la mano para quitarle el libro, pero él jadeó. —Cambia
primero tus guantes, si no te importa. Es muy frágil.
Milori murmuró algo que sonó como archivista.
Clarion se quitó los mitones húmedos y se puso el par de guantes que
le había entregado el Guardián. El libro era delicado bajo su tacto, el lomo
crujió cuando lo abrió. Inmediatamente escupió una nube de polvo. Hojeó
las delicadas páginas, pasando por alto las letras mayúsculas iluminadas y
los extraños garabatos de monstruos en los márgenes. Las ilustraciones
eran realmente sorprendentes, enmarcando una escritura en un idioma
que no había visto antes. Formas negras amorfas con crueles ojos violetas
la miraban fijamente. Aquí y allá, remolinos dorados de magia perforaban
la oscuridad.
Cerró el libro de nuevo y se quedó mirando las runas doradas que
brillaban en la portada. Pero nada de ellas la atraía. No se reorganizaban
para adquirir un significado. Los había defraudado. ¿Cómo podía haber
pensado de otra manera? Debería haberle dicho a Milori desde el
principio que no podía acceder a todo el espectro de su magia. Su
estómago se retorció de vergüenza. —Lo siento. No creo que pueda
ayudarte.
Ambos tenían la cara decaída.
—Supongo que era una apuesta arriesgada —Milori frunció el ceño
mientras pensaba—. Pero entonces…
—¿Tienes alguna idea? —preguntó el guardián.
—Las runas de las puertas del Salón de Invierno se activan cuando las
toco —respondió—. Tal vez el libro responda a las de Clarion.
El guardián se encogió de hombros. —Ciertamente vale la pena
intentarlo.
Un último intento, entonces. Clarion se quitó los guantes y los dejó a
un lado. Respiró profundamente. Esto era todo. Supuestamente. Si esto, lo
que fuera que esto fuera, no funcionaba, ¿cómo podría alguna vez tener la
esperanza de dominar su magia? No. Solo un intento más. Con dedos
temblorosos, Clarion apoyó la palma de la mano sobre la superficie del
libro.
Una luz dorada salió disparada de allí.
El guardián gritó, medio sorprendido, medio encantado. Incluso el
rostro de Milori estaba bañado por su cálida luz, sus ojos brillaban de
triunfo.
Clarion retiró la mano, pero algo de su asombro se había apoderado de
ella también. Se sintió casi mareada al ver el aire brillar con magia
persistente. —¿Qué está pasando?
—¡Ni idea! —Una vez más, la ignorancia pareció emocionar al
Guardián—. Intenta leerlo ahora.
Cuando Clarion volvió a abrir el libro, la escritura de cada página brilló
con su magia. El polvo de hadas se levantó de la tinta y brilló en la
oscuridad como la luz de las estrellas. A través de la neblina centelleante,
las palabras lentamente tomaron forma en su mente.
—Hace mucho tiempo, cuando el árbol de polvo de hadas era apenas
un retoño, los sueños de los niños, tanto los buenos como los malos,
viajaban por el valle de las hadas —dijo… ¿o no? Clarion no podía decir si
la voz que escuchaba era la suya, porque las palabras ciertamente no lo
eran. Salieron como si las estuviera recitando; la historia se desarrolló en
su mente con tanta claridad que casi podía verla como un reflejo en el agua
quieta.
Se dio cuenta de que era una leyenda. Decía así:
Cada noche, mientras cruzaban los cielos sobre el Mar de Nunca
Jamás, esos sueños se anudaban e iluminaban la noche como una aurora
boreal.
En aquellos tiempos, había hadas con talento para los sueños que
reunían los sueños como si fueran lana esquilada y los llevaban de vuelta
a sus hogares. Durante toda la noche, hilaban los sueños en sus ruecas. Al
amanecer, reunían su hilo y lo tejían a través de las ramas del joven árbol
de polvo de hadas para que las esperanzas y los deseos de los niños
protegieran y alimentaran al árbol a medida que crecía.
Hilar el hilo de los sueños era una tarea larga y ardua; en el proceso
había que separar las pesadillas, pues contenían un poder siniestro.
Quedaban en el suelo del taller como retazos de tela negra. A la luz del
día, se consumían, pero una noche, unos pocos tenaces escaparon a la
atención de los talentos oníricos. Con ese destello de libertad, arrasaron
Pixie Hollow.
Podían cambiar de forma como el humo, pero parecían recordar la
forma de los miedos que los habían engendrado. Monstruos, insectos,
perros feroces… cualquier bestia que un niño pudiera conjurar… atacaron
esa noche. Atacaron con garras y dientes desgarradores. Pero más terrible
aún era su magia. Cualquier hada que fuera golpeada por ella caía en un
sueño inquebrantable, atormentada por sus peores miedos. Y justo antes
del amanecer, cuando las pesadillas se disiparían como la niebla,
encontraron refugio en los lugares más oscuros, esperando el momento
oportuno hasta que cayera la noche una vez más.
La reina de Pixie Hollow estaba preocupada por sus súbditos y por el
frágil árbol de polvo de hadas, que apenas era un retoño y aún estaba
echando sus primeras hojas. Los talentos oníricos no podían destruir a las
pesadillas, por lo que le aconsejaron a la reina que construyera una prisión
que sellarían con una barrera tejida con magia onírica. La única pregunta
que quedaba era dónde colocarla.
Ella y sus ministros debatieron durante horas, hasta que el querido
amigo de la reina, el Señor del Invierno, se ofreció a albergarlo en pleno
invierno, ya que su reino era el más alejado del vulnerable árbol. Él mismo
lo vigilaría para asegurarse de que ninguna pesadilla escapara nunca más.
Con ese acto, obtuvo un nuevo título: el Guardián de los Bosques de
Invierno.
Una noche, los talentos del sueño prepararon una trampa para las
pesadillas sueltas, envolviéndolas en redes de hilos de sueños. Las
transportaron a los Bosques de Invierno, donde los talentos de hielo
habían perforado un agujero en un lago helado. Sumergieron a las
pesadillas en esas aguas oscuras y luego colocaron el tapiz de la barrera de
los talentos del sueño. En el momento en que los talentos de hielo sellaron
el hielo, aprisionando el terrible poder de las pesadillas, las hadas
dormidas despertaron. A partir de ese día, todas las pesadillas fueron
transportadas a su prisión acuática en los Bosques de Invierno.
Allí, los monstruos se peleaban entre sí como animales hambrientos…
hasta que, en una visita, los talentos oníricos se dieron cuenta de que se
habían quedado inquietantemente callados. A lo largo de los siglos, la más
antigua de las pesadillas, alimentándose de toda esa amargura y
desesperación atrapadas, se había vuelto lo suficientemente poderosa
como para unirlas. Como una abeja reina en el centro de su colmena,
ordenó a los demás, sin mente excepto por su anhelo de escapar, que
destruyeran. Aterrorizaba a los talentos oníricos, lo que habían permitido
que se desvanecieran.
Cuando el árbol de polvo de hadas alcanzó su tamaño máximo, los
sueños ya no iluminaban los cielos. Con el tiempo, cada vez menos
talentos oníricos llegaban a Pixie Hollow… hasta que solo quedó uno y
luego ninguno.
—Así es la naturaleza —murmuró Clarion—. Las cosas surgen y caen
según sus designios.
Con eso, el libro terminó. La magia que la recorría se apagó y la nube
de polvo de hadas se hizo añicos, cayendo suavemente sobre la mesa. Su
cálido resplandor sobre el hielo se desvaneció y la misteriosa luz azul llenó
la habitación una vez más.
Ninguno de ellos habló al principio.
Clarion apenas podía procesarlo: todo un talento de hada, perdido en
el tiempo, que podría haber despertado a sus súbditos y contenido las
pesadillas. ¿Qué se suponía que debían hacer ahora?
Los pensamientos de Milori, evidentemente, habían seguido el mismo
camino. Miró al guardián con el ceño fruncido. —¿Has oído hablar alguna
vez de las hadas con talento onírico?
—¡No! —Prácticamente vibraba de emoción. Al menos alguien se
sentía alentado por lo que había descubierto, pensó Clarion—. Este es un
descubrimiento completamente nuevo.
—Ahora tiene sentido —dijo Milori con tristeza—. La barrera que
crearon se está deteriorando y no queda nadie para arreglarla. No hay nada
que podamos hacer.
Clarion apartó la mano del libro y se mordió el labio con los dientes.
Tal vez ya no hubiera talentos oníricos, pero si algo había aprendido de
Petra a lo largo de los años era que no había problemas sin solución.
Simplemente no habían dado con la solución adecuada.
—Debe haber algo —dijo—. Cuando la Pesadilla atacó el Bosque de
Otoño, pude ahuyentarla. Fue casi como si la hubiera repelido mi magia.
No estoy del todo segura de por qué, pero…
—Las reinas de Pixie Hollow nacen de las estrellas, ¿no es así? —
preguntó el Guardián. Cuando Clarion asintió, continuó—: La luz del sol
las quema, así que tiene sentido para mí que las pesadillas sean repelidas
por tu magia. El sol es una estrella, después de todo.
La esperanza brilló en los ojos de Milori. —Entonces podrás
destruirlos.
Clarion levantó las manos. —No, no puedo.
—Pero acabas de decir…
—No puedo controlar mi magia —confesó antes de que pudiera
detenerse—. Lo he intentado toda mi vida, pero no puedo. Nunca me ha
resultado fácil y temo que nunca lo será. Lamento mucho decepcionarte.
Parpadeó con fuerza ante la amenaza de las lágrimas. Qué humillante
sentirse tan abrumada frente a ellos. Milori parecía a punto de protestar,
pero el Guardián apoyó una mano sobre su hombro para calmarlo.
—Tal vez haya algo más que puedas hacer —dijo el Guardián. Después
de una breve pausa, su brillo se intensificó cuando otra idea lo golpeó—.
Si la memoria no me falla, las reinas no nacen de cualquier estrella, sino
de una estrella a la que un niño le ha pedido un deseo. Tal vez la magia de
los talentos oníricos viva en ti, en todos los talentos gobernantes. Es
posible que puedas reparar la barrera. Si hay algo más fuerte que el miedo,
es la esperanza.
—Tal vez —dijo en voz baja. Desesperada por creerlo, pero ahora que
la magia la había abandonado, se estaba volviendo dolorosamente
consciente del frío en el aire. Sus dientes castañeteaban y sus alas se
sentían rígidas bajo su abrigo. Cada respiración era una delgada brizna de
blanco en la oscuridad.
Milori apoyó una mano sobre el codo de Clarion. Su tacto era tan ligero
como una pluma, casi tierno. —Estás temblando.
Clarion se obligó a sonreír. —No hay nada de qué preocuparse.
—No es nada. Necesitamos que vuelvas a las estaciones cálidas.
Por primera vez, con ese hierro y hielo en su voz, ella entendió por qué
sus antepasados habían sido conocidos como los Señores del Invierno.
Clarion intentó mirarlo con enojo, pero descubrió que ya no tenía fuerzas
para luchar.
—Llévate a Fenris —dijo el Guardián, y su actitud se tornó seria—.
Vete.
El alivio suavizó la voz de Milori. —Gracias. Ven, Fenris. Clarion.
Dicho esto, se dirigió hacia la salida y el lobo obedeció. Sus uñas
resonaron en el suelo de hielo mientras seguía a Milori. Clarion le devolvió
los guantes que le había dado el Guardián. Sus dedos se habían puesto
bastante pálidos, algo que ella hizo lo posible por no notar. —Gracias,
Guardián.
Se los metió en el bolsillo. —Cuando quiera, Su Alteza.
Se demoró solo un momento antes de seguir a Milori, poniéndose los
guantes mientras caminaba. Tan pronto como salió a la noche invernal,
una ráfaga de viento helado la azotó. Todo su cuerpo le dolía por lo mucho
que temblaba y las puntas de sus orejas ardían de frío. Se colocó la capucha
sobre las orejas y se acurrucó más profundamente en el forro de piel. Qué
dulce sería meterse debajo de las sábanas con una taza de té.
Milori se encontraba a unos pasos de distancia, iluminado por la luz
de la luna y el resplandor del hielo. Fenris yacía a su lado, con los ojos
amarillos entrecerrados y fijos en Clarion. Eso la dejó helada. La visión de
Milori, prácticamente luminoso, el espacio iluminado por las estrellas
entre ellos brillando, hizo que su corazón se acelerara. Sus botas crujieron
en la nieve cuando se acercó a él. Él le ofreció la mano. Ella la aceptó y,
con la mano libre, tomó un puñado del pelaje de Fenris.
—Sube. —Lo hizo, y después de eso, Milori emprendió el vuelo. La
levantó y la estabilizó mientras ella trepaba sobre la espalda de Fenris. El
lobo emitió un gruñido poco entusiasta para mostrar su desagrado.
Clarion le dio una palmadita en el hombro. —Lo siento, muchacho.
Fenris resopló. Tan pronto como ella se acomodó, él se puso de pie.
El cambio de peso de él la hizo perder el equilibrio y tuvo que agarrarse
a su pelaje para no caerse.
Milori estuvo a su lado en un instante, flotando en el aire y preparado
como para atraparla. Cuando pareció que no se desplomaría (de manera
bastante humillante, pensó) en la nieve, se relajó.
—Supongo que debería haberte advertido que aguantaras —dijo
Milori, en tono de disculpa—. Vámonos.
Salió volando y el lobo lo persiguió con valentía. Por segunda vez esa
noche, ella sintió que estaba volando, incluso con sus alas atadas. Frente
a ellos, Milori era apenas un destello de luz contra la oscuridad del bosque,
serpenteando y esquivando carámbanos y ramas cargadas de nieve.
Clarion casi se rió mientras procesaba exactamente lo que estaba
haciendo. Si alguien de las estaciones cálidas la veía así… Imaginar sus
reacciones atónitas la deleitaba mucho más de lo que debería. Por lo
menos, ahuyentaba parte de su tristeza.
Milori los condujo hasta la frontera entre el invierno y la primavera.
En cuanto Fenris se tumbó, Clarion se deslizó de su espalda y cruzó
apresuradamente el puente. Cuando tocó la primavera, se desabrochó los
botones con dedos entumecidos y temblorosos y dejó que su abrigo se
acumulara a sus pies. El frío del invierno todavía persistía en su piel, pero
desplegó sus alas: rígidas, pero aún doradas y completas.
La ansiedad de Milori se disipó y el alivio que iluminó su rostro la hizo
sentir extrañamente nerviosa. Él descendió de donde estaba flotando y se
sentó en el puente. —¿Cómo te sientes?
—¿Físicamente? Estoy bien. —Se frotó las manos, complacida de
descubrir que la sensación estaba volviendo lentamente a sus dedos.
Retrocedió unos pasos, hasta que estuvo lo suficientemente lejos como
para que el frío que emanaba del invierno ya no pudiera alcanzarla, y
suspiró—. Sólo estoy decepcionada de no haber podido ser de más
utilidad. No sé a dónde iremos a partir de ahora. Pero saber que nuestros
reinos solían estar tan cerca…
No podían dejar que Elvina siguiera adelante con su plan.
—Lo sé. —Después de un momento, con más vacilación, preguntó—:
¿Qué opinas de lo que dijo el Guardián?
Si hay algo más fuerte que el miedo, es la esperanza.
Clarion se quitó la nieve del pelo distraídamente. —Que él tiene más
fe en mí que yo misma.
Milori la miró con el ceño fruncido. —Creo que eres capaz de mucho
más de lo que crees.
Su pecho se encogió con la repentina fuerza de su emoción. —¿Cómo
puedes decir eso? Acabas de conocerme.
Como si fuera lo más obvio del mundo, dijo: —porque fuiste creada
para esto. Lo siento cuando te miro. Tal vez sea tu magia. Tal vez seas tú.
Sea lo que sea, tienes un aura a tu alrededor. Infundes respeto, sí, pero más
que eso, inspiras esperanza. Es la primera vez que lo siento en mucho
tiempo.
El rostro de Clarion se calentó. Se sintió abrumada, tanto que olvidó
por completo cómo hablar. —Oh.
La expresión de Milori se tornó tiernamente inexpresiva, como si se
hubiera dado cuenta tardíamente de que había dicho todo eso en voz alta.
—Perdóname —dijo apresuradamente—. No quise…
—No —lo interrumpió—. Por favor, no te disculpes. Es lo más amable
que me han dicho en la vida.
¿Estaba hecha para esto? Clarion nunca lo había creído. Pero con sus
ojos grises fijos y sinceros en los de ella, casi podía convencerse de que
era cierto. Tal vez, si se permitía pensar en ello, si fingía, aunque fuera por
un momento, que estaba a la altura de la corona que pronto sería suya…
Tal vez ella podría hacer esto.
Valía la pena luchar por un Pixie Hollow completamente unido y
seguro. Por mucho que le diera miedo, tenía que intentarlo. Por el bien de
las hadas de invierno. Por el bien de Rowan y los demás. Si había alguna
posibilidad de que pudieran romper el hechizo de las pesadillas sobre sus
súbditos, valía la pena correr el riesgo.
—Mañana —dijo Clarion con mucha más convicción de la que sentía,
—llevame a esta prisión. Quiero poner a prueba la teoría del Guardián.
13
Cuando Clarion despertó, su almohada estaba húmeda por la nieve
derretida. Si no fuera por eso, podría haber creído que había soñado con
su excursión al invierno. Pero entonces: allí estaba el abrigo, escondido en
el fondo de su armario. Todo había sido real. Una biblioteca tallada en
hielo. Cabalgar sobre un lobo a través de los matorrales nevados. Un libro
que describía talentos que habían desaparecido hacía mucho tiempo. Y un
chico de pelo blanco que la transportaba a través del frío.
Creo que eres capaz de mucho más de lo que crees.
Tal vez la magia del talento onírico aún viva en ti.
Parecía esperar demasiado, pero esa noche descubriría con certeza si
podía sellar la barrera y despertar a sus súbditos de su letargo. Esa
mañana, la preocupaban mucho. Por eso, tan pronto como se preparó, le
pidió a Artemis que la escoltara hasta los Campos de Matricaria, donde
los sanadores realizaban su trabajo. Era uno de los lugares más pacíficos.
Rincones de verano, un prado tapizado de matricaria y salpicado de
manantiales de aguas cristalinas. Beber de ellas tenía un efecto calmante,
por lo que los sanadores siempre tenían frascos de su agua a mano.
Clarion no pudo evitar sentir una punzada de alivio al ver que todavía
no había sido tocado. No todos en Pixie Hollow tuvieron la misma suerte.
El día anterior, un enjambre de pesadillas había descendido sobre los
huertos de calabazas de otoño y los campos de algodón, drenándoles la
vida. Ella no lo había visto, pero Artemis le había transmitido los rumores
que había escuchado de los otros exploradores.
Cuando el sol apareció en el horizonte, Clarion y Artemis habían
llegado a la clínica, un espacio enclavado en el tronco ahuecado de un arce.
Aterrizaron en uno de los hongos que servían de porche delantero de la
clínica, que estaba abarrotada de una variedad de mecedoras. Había luces
encendidas en la ventana, incluso a esa hora temprana. Los sanadores se
turnaban a todas horas para asegurarse de estar siempre disponibles para
ayudar a las hadas que lo necesitaban.
Clarion vaciló frente a la puerta, aspirando el olor amargo y cítrico de
la matricaria. Una terrible mezcla de nervios y culpa le revolvía el
estómago. No había ido a visitar a Rowan ni a los demás desde que los
habían atacado, y no sabía si podría enfrentarlos.
—¿Lista? —preguntó Artemis gentilmente.
Su voz y su presencia la hicieron sentir firme. Tal vez lista fuera una
palabra fuerte, pero podía hacerlo. Clarion asintió.
Llamó a la puerta y un hada sanadora le abrió. Llevaba un vestido
blanco de lirios de agua con volantes y el pelo negro recogido en una cofia
de enfermera. Solo unos pocos mechones ondulados se le escapaban y se
posaban sobre su piel ocre.
—Buenos días —dijo alegremente, y se sobresaltó visiblemente al ver
quién estaba en la puerta—. ¡Oh, Su Alteza! No la esperaba. ¿Qué la trae
por aquí?
—Me gustaría visitar al Ministro de Otoño. Aunque ya sabía la
respuesta, Clarion no pudo evitar preguntar: —¿Ha habido algún cambio
en su condición?
Las alas de la sanadora se inclinaron, al igual que su sonrisa. —No,
lamentablemente. Lamento no tener mejores noticias. Hemos estado
trabajando duro en un antídoto, pero yo…
—Sé que todos están haciendo lo mejor que pueden —dijo Clarion con
dulzura—. ¿Me llevarías con él, por favor?
Con una inclinación de cabeza, la sanadora la condujo a ella y a
Artemis hasta la sala de enfermos, pasando por una cortina de suculentas
con forma de collar de perlas. Clarion se detuvo en seco en la puerta
cuando las náuseas amenazaron con apoderarse de ella. Nunca había visto
esa habitación tan llena. Once catres, cubiertos con musgo y semillas de
cardo mariano, estaban tendidos en el suelo con once cuerpos demasiado
inmóviles sobre ellos. El inquietante silencio de la habitación se apoderó
de ella como el frío del invierno.
—Las dejaré para que puedan tener un momento a solas —dijo la
sanadora.
Clarion se movió silenciosamente entre las filas, su resplandor trazaba
los rasgos atormentados de cada hada que pasaba, hasta que se detuvo
junto a la cama de Rowan. Tenía el ceño fruncido mientras soñaba sus
sueños inquietantes, y su cabello castaño rojizo caía desordenado sobre la
almohada. Las líneas marcadas de sus pómulos parecían aún más
prominentes. Verlo así le encogía el corazón. Sentirse tan impotente la
frustraba tanto como le dolía.
—Lo siento —susurró.
Cuando cerró los ojos, algo rozó los límites de su conciencia. No podía
identificar con exactitud la sensación. Era tan fugaz e inexplicable como
un estremecimiento a plena luz del día, una sensación de que algo no iba
bien, incluso cuando no parecía que nada fuera así. Con cada momento
que pasaba, aquello, fuera lo que fuese, se arremolinaba en el teatro de su
mente. Una brizna de luz fría y oscura que emitía pequeñas chispas de luz
siniestra se enroscó en la mente de Rowan.
¿Era esta la magia que lo ataba en su sueño?
Cuando concentró su atención en ello, se tambaleó hacia atrás,
sorprendida. Sintió escalofríos en la piel y sus pulmones se vaciaron de
golpe. Sus costillas se contrajeron, tan fuerte que sintió que no podía
respirar más. Clarion nunca había sabido cómo había sido su miedo, pero
imaginó que se sentía algo así. Se tambaleó y dio un paso atrás, alejándose
del ministro.
—Su Alteza. —Artemis estuvo a su lado en un instante, sujetándola
por el codo. Su mirada estaba fija con cautela en el ministro—. ¿Estás
bien?
Clarion tardó unos instantes en recuperar la voz. —Creo que sí.
Lentamente, Artemis soltó el brazo de Clarion. —¿Qué pasó?
—No lo sé exactamente. —Clarion se frotó la sien. Con cierta distancia
entre ellos, el terror aflojó su dominio sobre ella, lo suficiente para que
pudiera pensar con más claridad. Había podido ver el poder persistente de
la pesadilla, como un nudo o cadenas pesadas que lo ataban al reino de sus
malos sueños. ¿Podría esto confirmar la teoría del Guardián? Por pequeña
que fuera, tenía alguna conexión con la magia desvanecida de los talentos
oníricos. Solo tenía que esperar que fuera suficiente para reparar la
barrera deshilachada que habían dejado atrás.
Por el bien de todos, ella no podía fallar esta noche.
—Has venido a visitarlos.
Clarion se sobresaltó y Artemis inclinó la cabeza murmurando. —Su
Majestad.
Elvina había salido de una habitación trasera con una sanadora, con
las manos entrelazadas y una expresión solemne. La cortina de suculenta
crujió suavemente detrás de ella. Allí, a la luz de la mañana, Clarion se dio
cuenta de lo agotada que parecía la reina.
—Sí —dijo Clarion. —Quería ver cómo estaban.
Elvina solo asintió. Habían tenido la misma idea, después de todo. A
Clarion se le ocurrió que esto, al menos, las conectaba; sin importar
cuánto sus ideas diferían, compartían tanto el dolor como el amor por sus
súbditos.
Después de un momento de silencio, Elvina dijo: —Mañana tienes una
reunión con la Ministro de Verano.
Clarion suspiró al recordar su horario. —Sí, lo recuerdo.
—Más tarde ese día, tendrás una consulta para tu vestido de gala de
coronación y la prueba final de tu vestido de coronación. Solo te quedan
dos semanas antes de que…
—Lo sé —interrumpió Clarion, con un toque de impaciencia.
Elvina la miró atónita.
Cuando se dio cuenta de que había interrumpido a la Reina de Pixie
Hollow, bajó la mirada con deferencia. No había tenido la intención de ser
tan grosera, pero la idea de vestidos de baile, menús y ceremonias… No
podía soportarlo, no cuando estaba rodeada de todas las hadas a las que
no había logrado proteger. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer excepto
fingir? —Quiero decir… Sí, estoy al tanto. Gracias.
Elvina se recompuso y señaló hacia la habitación de los enfermos. —
Es bueno que te preocupes por ellos, pero quiero asegurarme de que te
concentres en tu coronación y en dominar tu magia antes de eso. Yo me
encargo de las pesadillas.
—He estado concentrada…
Elvina arqueó una ceja. —La Ministra de la Primavera me dijo que
parecías distraída la última vez que te vio.
—Son solo nervios —dijo Clarion vacilando y cruzó la habitación para
flotar junto a Elvina—. Y no puedo evitar preocuparme un poco. Incluso
si tu plan tiene éxito, no despertará a estas hadas.
La expresión de Elvina se ensombreció, pero puso una mano sobre el
hombro de Clarion. —Encontraremos una manera. Mientras tanto, nos
aseguraremos de que nadie más caiga. Mi plan está avanzando. Nuestra
artesana real me ha estado ayudando.
—Petra —dijo Clarion, casi por reflejo. Elvina parecía incapaz de
recordar su nombre.
Racionalmente, sabía que no debería haberse sentido decepcionada.
No era como si Petra pudiera desobedecer a la reina tan fácilmente, no
cuando podían quitarle su posición como artesana real. Y, sin embargo,
todavía le dolía.
—Eso está bien —dijo Clarion. —Ella tiene mucho talento.
Elvina pareció relajarse un poco. —Entonces trata de no preocuparte
demasiado. Yo me encargo de esto.
—Por supuesto —dijo ella.
Pero lo único que podía pensar era: no, yo lo haré.
Justo antes del atardecer, Clarion metió su abrigo, sus guantes y sus
botas en una bolsa. Abrió las puertas del balcón y salió a la luz de la hora
dorada. La luz del sol se filtraba espesa como el jarabe a través de las ramas
del árbol de polvo de hadas, creando sombras moteadas en la tierra. Las
hojas suspiraban suavemente con la brisa, como si se despidieran de ella.
—¿Se va otra vez, Su Alteza?
Artemis estaba sentada en su lugar habitual, hojeando un libro.
Artemis ya se había acostumbrado tanto a su rutina que no se molestaba
en levantar la vista de… lo que fuera que estuviera haciendo. Clarion
entrecerró los ojos para mirar la portada; el título se parecía
sospechosamente a El lenguaje del amor de las flores.
Clarion resopló: —¿Qué estás leyendo?
—Nada. —Artemis cerró el libro de golpe y la miró con enojo. Luego,
recuperando el decoro, se aclaró la garganta y añadió—: Por favor, no te
quedes fuera hasta muy tarde.
—No lo haré —dijo sonriendo inocentemente—. Por cierto, le gustan
los narcisos.
Artemis se sonrojó. Clarion se despidió con la mano y luego
emprendió el vuelo hacia invierno.
Cuando llegó, Milori ya la estaba esperando… y no estaba solo. Un
búho nival, el doble de alto que él, estaba a su lado. Se le heló la sangre de
la aprensión. Desde que había llegado, le habían inculcado que las aves
rapaces eran una de las mayores amenazas para las hadas. Y allí estaba
Milori, acariciando una como si fuera tan dócil como un ratón. En verdad,
las hadas de invierno no temían a nada.
—¿Qué —dijo ella— eso es?
—Esta es Noctua —respondió Milori, como si fuera una respuesta
perfectamente completa a su pregunta. Después de un momento, añadió—
: Es una lechuza nival.
Bueno, había dicho que le gustaban los búhos. —No estabas
bromeando.
Los ojos amarillos de la lechuza brillaban en la oscuridad que se
avecinaba. Se movía con esa errática cautela de la que Clarion nunca había
confiado de los pájaros, y su cabeza giraba de forma antinatural sobre su
cuello. Estaba atada por una de sus aterradoras patas con garras; Milori
sujetaba el extremo como si fuera una correa.
—Nunca bromearía sobre búhos —dijo solemnemente.
—Entonces estás loco.
Milori se limitó a sonreír: —¿Te gustaría conocerla?
Clarion se tragó un gemido de terror. —Oh, sí. Nada me gustaría más.
Dejó caer su bolso y recuperó su equipo de invierno. Una vez que se
abrochó el último botón del abrigo, cruzó el borde y dejó que el frío del
invierno fluyera sobre ella como agua. Mientras se acercaba, no pudo
evitar pensar que Milori lucía más cálido bajo el sol poniente, con sus alas
atravesadas por tonos de oro bruñido y rojo tenue. Y ahora que se obligó
a mirar de cerca, no pudo negar que Noctua era una criatura hermosa. Sus
plumas brillaban tan blancas como la nieve, tan blancas como el cabello
de Milori. Un amuleto de cristal colgaba de una cuerda enrollada
alrededor de su cuello; las riendas colgaban por su espalda.
—Vamos a montarla, ¿no? —preguntó Clarion tan alegremente como
pudo.
—Bueno… —Milori tomó las riendas y desató la pierna de Noctua—.
Será más rápido que caminar.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Clarion.
—Estás a punto de enfrentarte voluntariamente a las pesadillas —
dijo— y tienes miedo de un búho.
Ella resistió el impulso de golpearle el brazo. —No le tengo miedo.
Le dedicó una media sonrisa irónica, como si quisiera decir: está bien.
Y, para su crédito, solo preguntó: —¿Vamos?
—Si es necesario —murmuró.
Con un suspiro de resignación, Clarion se subió a la espalda de la
lechuza. Noctua giró la cabeza ciento ochenta grados para fijarla con una
mirada amarilla inquisitiva. Clarion consideró arrojarse de inmediato al
suelo de nuevo. Si esta bestia despegaba con Clarion todavía sobre su
espalda, caería en picado hacia su muerte con las alas atadas como
estaban. Nunca un hada había tenido miedo a las alturas hasta ahora.
Afortunadamente, Milori pronto se unió a ella. —Espera.
Clarion rodeó con sus brazos la cintura de Milori. Él empujó a la
lechuza hacia adelante; sin dudarlo, Noctua emprendió el vuelo. El viento
le azotó el rostro. Su estómago se revolvió. Clarion contuvo un grito
mientras se elevaban hacia el cielo que se oscurecía. Presionó su frente
entre los omoplatos de él, aunque solo fuera para no ver con qué rapidez
dejaban atrás el suelo firme.
—¡Odio esto!
Milori se rió, un sonido cálido que casi hizo que todo valiera la pena.
Casi.
Cuando finalmente se permitió mirar, la vista era espectacular. Habían
volado lo suficientemente alto como para que Clarion sintiera que podía
extender la mano y arrancar la pálida luna de sus órbitas. El cielo. Las alas
de Noctua atravesaron las nubes bajas, dejando rastros blancos tras ellas.
Luego, se lanzaron en picado. Su cabello se agitó salvajemente a su
alrededor, bailando entre las ráfagas cada vez más espesas.
Milori guió a Noctua hasta una rama y se deslizó por su espalda.
Luego, le ofreció una mano a Clarion y la ayudó a bajar a los bancos de
nieve. Clarion giró lentamente en un círculo, absorbiendo su entorno con
un temor creciente. En esta sección del Bosque de Invierno, los árboles se
volvieron extraños. Sus troncos pálidos se alzaban en líneas rectas y
rígidas, y su corteza estaba en espiral y anudada con formas oscuras que
parecían ojos. Las ramas en lo alto arañaban el cielo y, justo delante, podía
ver un claro en los árboles.
Un escalofrío la recorrió y algo en lo más profundo de su mente le dijo
corre. Era la misma voz que había oído cuando se enfrentó a la pesadilla
en Otoño, que se alzaba sobre ella con sus horribles ojos violetas.
Algo en este lugar estaba mal.
—¿Dónde estamos?
—Un lugar al que pocos van —dijo Milori con tristeza—. Sígueme.
Cuando salieron de la sombra de los abedules y entraron en un claro al
pie de las montañas, Clarion tardó un momento en procesar exactamente
lo que estaba viendo. Un enorme lago se extendía ante ellos, congelado y
mirando a la luna como un ojo negro. Todo en ella se resistía a ello.
Corre.
—Esta —dijo Milori— es la prisión de las pesadillas.
Cuando tocó la superficie, Clarion lo siguió de mala gana. Una tenue
magia protectora brillaba y titilaba dentro del hielo, pero ella podía
distinguir vagamente el agitar de las oscuras aguas debajo. Las
profundidades vacías, como el vacío mismo, la inquietaban más de lo que
quería admitir. Y entonces, un destello de algo… Un ojo violeta, se dio
cuenta, fijo en ella siniestramente, atrajo su atención y le heló la sangre.
No, eso no era agua.
Lo que sea que estaba debajo del hielo estaba vivo.
—Las pesadillas están debajo del lago.
—Sí —dijo Milori—. Así es.
A Clarion se le encogió el corazón al oír la amargura de su voz. No
podía imaginarse la carga que soportaba. No solo tenía que preocuparse
por sus súbditos, sino también por esas criaturas contra las que era
completamente impotente. ¿Cómo sería saber que uno era responsable de
ellas? ¿Pasar los días escuchando, observando, esperando algo que no
podía evitar?
—Milori… —Se quedó en silencio. ¿Qué podía decirle para consolarlo?
Él la miró y abrió los labios como si quisiera responder.
Pero justo en ese momento, sintió como si todas las pesadillas del lago
se volvieran hacia ella. La conciencia de su presencia le hizo cosquillas en
la piel. Esa desesperación instintiva por huir volvió a surgir en su interior
y le provocó un escalofrío desgarrador en la columna vertebral. Lo dominó
lo mejor que pudo y siguió a Milori hacia el centro del lago. Con cada paso,
las pesadillas hervían de furia. Parecían encogerse ante cada una de sus
pisadas.
—Aquí estamos.
Clarion vio el problema al instante: el hielo estaba agrietado. A la luz
del día, apenas se notaba, pero allí, en la oscuridad, tenía unas grietas que
dejaban un brillo siniestro, como si lo que había debajo estuviera
empezando a burbujear. Se agachó junto a la superficie destrozada para
examinarla más de cerca. Pudo distinguir los hilos dorados de la barrera
de la magia de los sueños. Allí, se había vuelto tan delgada y hecha jirones
como una colcha vieja. Unas cuantas pesadillas habían atravesado la
barrera mágica y se habían acumulado justo debajo del hielo como un
derrame de tinta, rechinando los dientes con avidez.
Una terrible comprensión se desplegó a través de Clarion. —Lo van a
destrozar.
—Exactamente —dijo. —He intentado sellar las grietas con hielo, pero
cada vez que vuelvo, es como si no hubiera hecho nada.
No le sorprendió oír eso. Aunque las más grandes permanecieron
atrapadas bajo la red de hilos de sueños, estas perseverarían hasta crear
un hueco lo suficientemente amplio para escapar. Las demás solo tenían
que esperar hasta que la barrera mágica se deteriorara lo suficiente para
dejarlas pasar también.
A menos, por supuesto, que pudiera fortificarla.
Clarion cerró los ojos y se concentró en las fibras deshilachadas y
antiguas de la magia del talento onírico. Podía verlas, brillantes como la
luz de las estrellas, titilando en la oscuridad detrás de sus párpados, de la
misma manera que había podido detectar el poder de la pesadilla en la
mente de Rowan. Cuando se imaginó que cerraba los dedos alrededor de
ese hilo dorado, la felicidad floreció en su interior. Quería envolverse en
él como si fuera un suéter, acurrucarse en su reconfortante calidez. En
realidad, no se sentía tan diferente de su propia magia. Pero también podía
sentir cuán débil era ahora el poder de ese sueño.
Si pudiera tejer la luz de las estrellas en los agujeros que el tiempo
había creado en ella…
Invocó su magia. Mientras la luz dorada emanaba de su piel, un siseo,
amortiguado por la gruesa capa de hielo, se elevó debajo de ella. Un sudor
frío se acumuló en su nuca mientras concentraba su energía en sus manos.
Su primer pensamiento no fue controlar sino proteger.
Su magia se entrelazó con el tapiz de la magia de los sueños. Mientras
las pesadillas aullaban de rabia, su poder iluminó todo el mundo con oro.
Milori la miró con asombro, con los labios entreabiertos suavemente. Ella
tuvo que apartar los ojos de él para mantener la concentración. Una vez
que terminó de coser el segmento raído de la barrera, Milori pudo
congelarse sobre el hielo destrozado.
Algo retumbó en las profundidades de la prisión. El hielo tembló bajo
sus pies. Su magia titiló como una vela que se apaga y sintió que su trabajo
se deshacía como una hilera de puntadas sueltas. Una sacudida de pánico
la recorrió.
—¿Puedes aguantar? —gritó Milori.
—Creo que pue…
Un estruendo resonó en el claro cuando una pesadilla se lanzó contra
la barrera. Clarion se tambaleó y luego perdió el equilibrio sobre el hielo
resbaladizo. Su estómago se hundió cuando sus pies resbalaron debajo de
ella. La conexión con su magia se rompió y aterrizó con fuerza de espaldas.
Se quedó sin aliento y un dolor agudo irradió a través de sus alas. Dolía…
Y, sin embargo, lo único en lo que podía pensar era en la frustración.
Había estado tan cerca. Todo lo que quedaba de su intento era una fina
capa de polvo de hadas sobre el hielo iluminado por la luna, cuyo brillo se
desvanecía como una brasa moribunda. Las sombras nadaban
amenazadoramente debajo de ella, exudando una malicia palpable.
—¡Clarion! —gritó Milori—. ¿Estás bien?
Antes de que pudiera responder, se escuchó el sonido sordo del hielo
al romperse. Justo detrás de Milori, una forma oscura se elevó como humo
desde las profundidades del lago. Se arremolinó y luego se expandió como
una gota de tinta en el agua. Clarion pudo distinguir la forma de unas alas
que se desplegaron y bloquearon la escasa luz de la luna.
—Milori —susurró.
Todo el color desapareció de su rostro. Lentamente, se giró para
mirarlo.
La figura humeante de la pesadilla se retorció y burbujeó hasta que
adoptó una forma reconocible: un cuervo. Uno por uno, diez ojos violetas
parpadearon y se abrieron sobre su cuerpo; todas sus pupilas temblaron,
como si lucharan por enfocar. Sus garras se flexionaron
experimentalmente. Luego, batió sus alas, una, dos veces, enviando una
ráfaga de aire fétido en su dirección. Se elevó más alto en el cielo, con
todos sus ojos fijos en ella. El cuervo de pesadillas chilló y luego se lanzó
hacia ella.
No pensó. Se dio la vuelta. Un dolor intenso la atravesó, pero las garras
de la pesadilla se clavaron en el lugar donde había estado tumbada hacía
apenas unos momentos. La bestia se recuperó casi al instante y volvió a
atacarla. El corazón le latía tan fuerte en los oídos que apenas podía oír el
sonido de su propia respiración entrecortada. Su sola presencia le ponía
los pelos de punta y le enturbiaba la mente con el estribillo constante de
corre, corre, corre…
La pesadilla se lanzó contra ella. El terror que había intentado reprimir
bullía demasiado cerca de la superficie. No podía detenerlo. No podía
hacer esto. No podía…
Una ráfaga de escarcha lo desvió de su curso. El cuervo aterrizó en un
montón sobre el hielo, disolviéndose en humo antes de volver a formarse,
más horrible que antes. Sus alas se desplegaron, con muchas
articulaciones y goteando sombras viscosas mientras se elevaba hacia los
cielos. Soltó otro grito, tan penetrante que Clarion lo sintió resonar en sus
propios huesos. Se zambulló, con las garras extendidas hacia Milori.
—¡Noctua! —gritó—. ¡Ahora!
Noctua chilló, un sonido de pura furia. Cayó sobre la pesadilla como
una tormenta de nieve, con sus aleteos y sus garras desgarradoras.
Desgarraron el cielo, una maraña de blanco y negro. Clarion observó con
el corazón en la garganta hasta que Noctua logró liberarse, con un rastro
de humo goteando de su pico como sangre.
Clarion decidió que tal vez tendría que revisar su opinión sobre los
búhos.
La pesadilla aprovechó la oportunidad. Con un batir de sus alas
desmoronadas, ascendió hasta quedar recortada por la pálida cara de la
luna creciente. Luego, con un último grito, se zambulló y desapareció en
el bosque.
Clarion se desplomó de rodillas y luego golpeó el hielo con el puño
mientras gritaba frustrada. ¿Cómo había podido ser tan inepta? Ya había
tenido suficiente y luego lo había dejado escapar. A medida que la
adrenalina se agotaba, empezó a temblar de nervios. Su respiración pesada
llenaba el aire de niebla.
—Clarion. —Milori mantuvo la voz firme, pero Clarion reconoció el
pánico estrangulado cuando lo escuchó.
—Lo siento mucho. Nunca debí haber…
—Clarion —repitió, esta vez con más firmeza—. Estás sangrando.
Bajó la mirada. Una mancha roja floreció en su brazo. Ahora que la
había notado, el dolor y el frío la inundaron. Se agarró la herida para
detener la hemorragia, pero se estremeció al sentir que su piel húmeda ya
se estaba enfriando. —Oh.
La manga de su abrigo se había roto.
No entres en pánico. Clarion exhaló un suspiro tranquilizador.
Mientras sus alas permanecieran aisladas, no corría ningún peligro.
Milori voló sobre la corta distancia que los separaba. —¿Estás bien?
—Es sólo un rasguño —dijo apresuradamente. Un rasguño profundo,
sí, pero no ponía en peligro su vida—. Lo siento. No pude hacerlo.
—No. Soy yo quien debería disculparse. —La expresión de Milori era
agónica—. Te puse en peligro.
Milori ya cargaba con demasiada culpa. Se negó a dejar que la añadiera
a su lista. Lo señaló con el dedo. —No hiciste nada. Me puse en peligro y,
como futura reina de Pixie Hollow, no aceptaré nada distinto.
Parecía que quería insistir en el asunto, pero lo había pensado mejor
ahora que ella había ejercido su autoridad sobre él. —Voy a reparar el daño
que le hicieron al hielo. Después de eso, deberíamos llevarte a un sanador.
Clarion se apretó el antebrazo con más fuerza, temblando al sentir la
sangre que brotaba de los huecos de sus dedos. —Sí, creo que es una buena
idea.
Milori dudó, como si fuera a desplomarse si él apartaba la mirada
aunque fuera por un instante. Con el ceño fruncido, se dio la vuelta.
Clarion Observó cómo se le subían los hombros mientras tomaba una
respiración profunda. Remolinos de cristales de hielo brotaban de sus
manos extendidas como niebla, brillando a la luz de la luna. La escarcha
florecía en el suelo formando patrones fractales y luego se cristalizaba
sobre el hielo destrozado, como cerámica rota reparada con dorado.
Cuando terminó, silbó para llamar a Noctua. La lechuza se acercó a él
inmediatamente, ululando suavemente en señal de reconocimiento. En
cuanto aterrizó, apoyó la cabeza contra su pico y murmuró: —Gracias—.
Noctua esponjó sus plumas con satisfacción. Ver el vínculo entre ellos, y
cuán rápido Noctua había saltado para protegerlo, le llegó a Clarion en
algún lugar sensible.
—Ella es increíble —dijo Clarion suavemente.
Milori se animó. Hasta Noctua parecía pavonearse.
—Sí que lo es. —La sonrisa de Milori se desvaneció al cabo de un
momento—. ¿Puedes subir? Le diré que nos lleve con los sanadores.
—Creo que sí. —Clarion trepó a la espalda de Noctua con toda la
gracia que pudo. Cuando se estabilizó, frunció el ceño y miró su brazo—.
Aunque puede que me cueste sostenerme.
—Me aseguraré de que no te caigas —respondió sin dudarlo. Clarion
nunca había conocido a nadie que tuviera la costumbre de hacer
juramentos tan solemnes con tanta facilidad.
No podía pensar demasiado en ello, porque cuando Milori se unió a
ella, le rodeó la cintura con un brazo. Un rubor le subió por el cuello ante
su repentina cercanía. No, supuso que no caería. El aroma a pino y agua
fría y la promesa de nevada irradiaban suavemente de su piel. Su presencia
mitigaba la sensación de hormigueo de la ira de las pesadillas que la
taladraba. Así, casi podía creer que estaba a salvo. Sin pensarlo, Clarion
giró la cara hacia el hueco del cuello de Milori y trató de no notar la forma
en que su respiración se agitaba.
14
Noctua los llevó a un extenso arbusto de acebo donde los sanadores
del invierno habían establecido su clínica. Todas sus hojas eran afiladas y
plateadas bajo la luz de la luna, y ramilletes de bayas rojas goteaban de las
ramas cubiertas de nieve. Todo estaba increíblemente silencioso a esa
hora. Clarion no escuchó nada más que el aleteo de las alas de Noctua
mientras aterrizaba.
Milori la ayudó a bajar de su asiento y la condujo a través de un hueco
abierto en las ramas de acebo. Una luz pálida se filtraba a través de los
huecos de las hojas, trazando dibujos en el suelo duro y haciendo brillar
la escarcha. Mientras caminaban, el sendero comenzó a descender.
—¿Es subterráneo? —preguntó Clarion con cierta sorpresa.
—Solo un poco —respondió Milori — Lo mantiene aislado del
viento—.
«Qué ingenioso», pensó Clarion. Allí dentro hacía un calor
notablemente mayor que fuera. Aun así, cada bocanada de aire que
respiraba formaba una nube. El frío se filtraba por el desgarrón de su
abrigo, pero apretó los dientes para evitar que castañetearan. Se
detuvieron frente a una cortina de liquen. Intentó no notar la sangre que
se formaba en las yemas de sus dedos y cómo caía al suelo.
—¿Hola? —gritó Milori suavemente.
La cortina se abrió y apareció el rostro de una mujer con talento para
la curación. Tenía la piel oscura y el cabello blanco que enmarcaba su
rostro con rizos apretados. Al igual que las sanadoras en las estaciones
cálidas, llevaba un vestido blanco; este, observó Clarion, estaba hecho de
prímulas.
—Milori… —Su sonrisa vaciló cuando vio a Clarion, y fue reemplazada
por una sorpresa momentánea. Clarion supo que debía haber lucido
bastante bien. La sangre se había secado en sus manos y empapado el
hermoso abrigo que Petra le había hecho, tiñendo el oro de un rojo lívido.
La mitad de su cabello se había soltado de la trenza y colgaba desaliñado
y parcialmente congelado sobre sus hombros—. ¿Quién es?
—Esta —dijo débilmente— es la Princesa Clarion—.
Clarion observó al menos diez emociones pasar por el rostro de la
sanadora antes de decidirse por la consternación. —¿Y cómo, si se me
permite la pregunta, ha acabado en esta situación?
Hizo una mueca —Nos hemos metido en problemas.
—Ya lo veo —dijo con preocupación—. Y tú…—.
—Estoy bien —dijo rápidamente, levantando las manos.
—Bien. —La sanadora volvió a adoptar una expresión de severo
desagrado, pero Clarion pudo ver el cariño que sentía por él: una especie
de familiaridad nacida de conocerse durante mucho tiempo. A Clarion le
asombraba la naturalidad con la que los súbditos de Milori le hablaban—
. Ten más cuidado con ella de ahora en adelante.
Él, un tanto regañado, respondió: —Lo haré—.
—Me gusta —le susurró Clarion a Milori, sin poder evitar esbozar una
sonrisa burlona.
—Pensé que podrías —dijo—. Ella es Yarrow—.
—Es un honor para mí conocerla, Alteza —dijo Yarrow con una
reverencia—. Ojalá fuera en mejores circunstancias—.
—Yo también —dijo Clarion, momentáneamente aturdida. Qué raro
que la trataran con respeto y calidez. Cómo deseaba que las estaciones
cálidas fueran más como esta.
Yarrow los hizo pasar a través de la cortina de liquen y entraron en la
sala. Clarion se quedó inmóvil en la puerta, con la mano apretada contra
el pecho. La habitación estaba llena de catres construidos con plataformas
de nieve y cubiertos con un entramado de ramitas. Todos ellos albergaban
hadas atrapadas en sus atormentados sueños. Había muchas más de ellas
aquí en Invierno. El corazón de Clarion dolía por ellas… y por Milori, que
observaba la habitación con una expresión de pura culpa.
No es tu culpa, quiso decir, pero Yarrow la instó a que se recostara en
un catre cubierto de mantas. Clarion se puso una sobre los hombros y
suspiró aliviada.
Milori se inclinó más cerca y murmuró: —¿Estarás bien sola por unos
minutos?—.
—Por supuesto —dijo ella alentadoramente—. Ve—.
Él asintió con la cabeza, con gratitud en el rostro. En unos momentos,
había atravesado el piso de la habitación de enfermos y había comenzado
a hablar con otro sanador en voz baja. De vez en cuando, lanzaba una
mirada preocupada a las hadas dormidas.
Yarrow, que había estado acomodando con mucho cuidado las mantas
y las almohadas a su alrededor, dijo: —Ha estado aquí todos los días,
¿sabes? ¿Estás lo suficientemente abrigada?—.
Clarion apartó la mirada de Milori, avergonzada de que la hubieran
pillado mirándola. —Sí, gracias. ¿De verdad?—.
Yarrow asintió. —No hay nada que pueda hacer, pero…
Pero él se siente responsable, pensó Clarion. Ella conocía bien ese
sentimiento particular. —Sé que se preocupa mucho.
—Sí. Es amado aquí en invierno. —Yarrow hizo una pausa por un
momento, como si eligiera cuidadosamente sus siguientes palabras—. Me
alegro de que te haya encontrado. Ha pasado mucho tiempo desde que lo
vimos tan… esperanzado—.
Clarion se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Se arrepintió
cuando sintió que su piel se calentaba y se sonrojaba. —No es nada que yo
haya hecho—.
—Como tú digas —dijo ella sonriendo con complicidad—. Bueno,
vamos a echarte un vistazo
Clarion dejó que la manta se deslizara por su hombro y le ofreció el
brazo. Ver la sangre le revolvió el estómago, pero no había examinado la
herida con atención. La tela rasgada de su abrigo se le pegaba a la piel,
ocultando la peor parte de la herida.
Yarrow chasqueó la lengua en señal de desaprobación. —No puedes
quitarte el abrigo, así que tendré que cortar la manga para ver mejor.
Clarion se encogió. Petra iba a matarla por haber destrozado su obra
maestra de esa manera, pero ese era un problema para otro momento. —
Está bien.
Yarrow asintió y se retiró a otra habitación de la clínica. Allí, en la sala
principal, todo estaba oscuro y acogedor a la luz de las velas. Todo brillaba
con la luz que se reflejaba a través de los carámbanos que goteaban del
techo. Los estantes que cubrían las paredes estaban abarrotados de libros
y teteras, cáscaras de bellota llenas de tinturas y cuencos de vidrio marino
con hierbas secas. El aire olía a tierra y a verde. Hasta ahora, Clarion nunca
se había dado cuenta de cuántas cosas crecían en invierno. ¿Cómo podría
alguien creer que allí no había vida?
Dejó que su atención volviera a centrarse en Milori, que había
empezado a ayudar al otro sanador. Fueron de un lado a otro de la cama,
ayudando a cada hada a beber sorbos de agua. Su corazón se agitó con un
cariño terrible. ¿Cómo había podido pensar que era frío, aunque fuera por
un momento?
Unos minutos después, Yarrow regresó con una canasta tejida, una
taza de piedra que humeaba con el frío y unas delicadas tijeras para tela.
Cortó la manga manchada de sangre y Clarion siseó de dolor cuando la
herida quedó expuesta al aire helado. Yarrow dejó las tijeras en una mesa
auxiliar con un chasquido y se agachó para inspeccionarla más de cerca.
Giró el antebrazo de Clarion con cuidado de un lado a otro. —Está limpio,
pero es bastante profundo. Voy a tener que suturártelo. Debería sanar
rápido, pero tendrás que dejarte un vendaje para la herida durante esta
noche.
Clarion sintió un pequeño alivio al saber que no tendría que justificar
su lesión ni comprometerse a tomar la cuestionable decisión de usar
mangas largas en verano. —Está bien.
Yarrow rebuscó en una cesta y sacó una aguja fina con forma de
gancho, así como una cataplasma de enebro y linaza envuelta en un
paquete de hojas. Trabajó en silencio, limpiando y suturando la herida.
Clarion miró fijamente a la pared, obligándose a no estremecerse con cada
tirón del hilo a través de su piel. Cuando Yarrow terminó de untar la
cataplasma y aplicar un vendaje, le entregó una taza.
—¿Qué es esto?
—Abeto balsámico y wintergreen —dijo Yarrow. —Ayudarán con la
curación y la inflamación.
Clarion se llevó la taza a los labios. Olía a resina y también tenía ese
sabor. Pero le calentó las manos y, en ese momento, eso era todo lo que
podía pedir. —Gracias.
Yarrow la miró con severidad. —Intenta no irritar la herida antes de
que se cierre. No hagas nada extenuante.
—No lo haré.
—Te enviaré a casa con esta cataplasma también. Aplícala una vez al
día. —Entrecerró los ojos—. No lo olvides.
Clarion podía ver cómo Milori se dejaba mimar, Yarrow era bastante
enérgica. Con una risa, Clarion dijo: —No lo haré.
—Bien —Yarrow la observó pensativa—. Espero que vuelva pronto,
Alteza… aunque quizá no aquí… Hay mucho que ver en invierno que no
tiene nada que ver con ese horrible lago—. Hizo una pausa y su expresión
se iluminó cuando se le ocurrió algo. —Milori es un patinador sobre hielo
muy talentoso, ¿sabe? Estoy segura de que él le enseñaría.
Clarion sonrió radiante. —Me encantaría.
Solo tenía que descubrir cómo detener a las pesadillas antes de que el
plan de Elvina cobrara forma. No podía abandonar a las hadas del invierno
en manos de las pesadillas. Se negaba. Esa convicción la llenó de un fuego
decidido.
Tan pronto como Yarrow pasó al siguiente paciente, Milori reapareció
a su lado. —¿Cómo te sientes? —Clarion le ofreció una pequeña sonrisa.
Yarrow había limpiado la sangre de su piel. Ahora, todo lo que quedaba
era una prolija línea de puntos. Lo sorprendió observándola, un mechón
de cabello blanco cayendo de su lugar mientras inclinaba la cabeza. Ella
resistió el impulso de enderezarlo.
—Mucho mejor —dijo—. Un poco resfriada.
—Deberíamos llevarte a casa.
A casa.
Pero cada vez temía más dejar el invierno. —Bien… Es una buena idea
—expresó Clarion.
Afuera, Noctua los esperaba, con sus blancas plumas esponjosas y
brillando fríamente a la luz de la luna. Los dos subieron y, esta vez, cuando
Milori la rodeó con un brazo, Clarion se sintió agradecida por el contacto
cercano. Su antebrazo desnudo le escocía por el frío y el viento que se
deslizaba por debajo de la manga hecha jirones le helaba hasta los huesos.
Noctua emprendió el vuelo hacia la primavera y las espesas ráfagas de
viento se arremolinaron a su alrededor. Incluso en la oscuridad, el invierno
era de una belleza impresionante. Bosques interminables de pinos
cubiertos de nieve se extendían hacia ellos.
Clarion inclinó la cabeza hacia Milori hasta que pudo ver su perfil
delineado por la luz de las estrellas. Así, desprevenido y perdido en sus
pensamientos, parecía muy serio.
Hacía mucho tiempo que no lo veíamos tan esperanzado.
No podía creer que hubiera tenido ese efecto sobre él. Y, sin embargo,
si era cierto, quería sacarlo de su tristeza tanto como pudiera. —Bueno,
eso no salió como estaba planeado.
Ella le hizo reír a carcajadas. Era un sonido agradable, que resultaba
aún más dulce por lo poco frecuente que era. —No, desde luego que no.
—Pero encontraremos una manera —dijo —La próxima vez será
mejor.
—La próxima vez —repitió, tan solemne como una promesa.
—Primero tendré que arreglarme el abrigo —dijo, tirando de un hilo
suelto de su manga—. No estoy segura de cuánto tiempo me llevará. La
primera vez tardó unos días en hacerlo.
—No me importa —dijo—. Te esperaré.
Clarion frunció el ceño y fijó la mirada al frente. Había algo
terriblemente vulnerable en su rostro, era soledad. ¿Cómo no iba a
estarlo? Pasaba el tiempo estudiando libros ilegibles, de pie en la frontera
o patrullando una prisión que no podía vigilar. Estaba tan obligado a
cumplir con su deber… y siempre estaba destinado a fracasar.
—Podría ir a visitarte —dijo, y de inmediato deseó poder decirlo de
otra manera. Sonó demasiado ansiosa para sus propios oídos. Se aclaró la
garganta y agregó: —si vas a estar allí esperando de todos modos, podemos
planificar nuestra estrategia sobre cuáles serán nuestros próximos pasos.
Igualando su fingida despreocupación, él respondió: —como desees.
Ella le dirigió una mirada que decía: ¿cómo desee?
Al parecer, no pudo mantener la fachada, por lo que cedió: —Me
gustaría eso.
No se equivocó al notar el leve rubor rosado en las puntas de sus orejas.
—Bueno, entonces —dijo, —te veré mañana.
Sus labios se curvaron en una suave sonrisa. —Mañana.
Una extraña ligereza, una especie de vértigo, la invadió por dentro.
Aunque volaban muy por encima de los Bosques de Invierno, Clarion tuvo
la clara sensación de estar en caída libre. Entre las pesadillas y Milori, se
había metido en muchos más problemas de los que esperaba.
A la mañana siguiente, Clarion y Artemis se encontraban frente a la
puerta de Petra al amanecer. A pesar del peligro en el que se encontraba,
Clarion se había despertado de un humor extraño. Eso fue, por supuesto,
hasta que procesó que estaba a punto de arruinarle el día a Petra, o incluso
el mes entero. En su mochila estaba el abrigo roto y manchado de sangre
que Petra había cosido tan generosamente para ella. Si había alguna buena
noticia que sacar de toda esa terrible experiencia, era que las botas habían
escapado de la pelea con apenas un rasguño.
—¿Vas a tocar la puerta? —preguntó Artemis.
Clarion se dio cuenta de que había estado mirando fijamente la puerta
y que había apretado la mandíbula. Hizo un esfuerzo para que su rostro se
relajara. —Me estoy preparando mentalmente.
Artemis le lanzó una mirada que estaba entre comprensiva y
compasiva. —Seguro que lo entenderá.
—Ya veremos —respondió Clarion con escepticismo. Ni siquiera
Artemis parecía del todo convencida de sus propias palabras—. Puede que
tengas que intervenir.
—Estoy lista.
—Bien. —Suspiró y llamó a la puerta—. Petra, soy yo.
Apenas pasó un segundo antes de que Petra abriera la puerta de golpe.
Parecía cansada, pero como si hubiera estado despierta durante bastante
tiempo. Su rostro ya estaba manchado de grasa y el calor de su forja
emanaba de manera constante desde su interior. —¿Tienes idea de qué
hora es?
Clarion sonrió inocentemente. —¿Temprano?
—Exacto… —Se interrumpió con un chillido ahogado cuando vio a
Artemis—. Oh, buenos días.
—Buenos días —respondió Artemis con voz forzada.
Clarion dejó que su mirada se moviera de una a otra por un momento,
tratando de no dejar que se notara su exasperación. —¿Vas a invitarnos a
pasar?
Petra gimió, pero se hizo a un lado para dejarlas pasar. —Tienes esa
mirada otra vez. ¿Qué es esta vez?
Lo mejor era acabar con esto de una vez, decidió Clarion. Apartó una
nueva pila de escombros de la mesa de la cocina de Petra y luego volcó el
contenido de su bolso sobre la superficie.
Petra dejó escapar un suave gemido de consternación. —¿Qué has
hecho?
Clarion hizo una mueca. —Puede que haya tenido un pequeño
accidente.
Artemis la miró fijamente y dijo: —podrías haberlo manejado mejor.
—¡Todo mi duro trabajo se arruinó! ¡Completamente arruinado! —
Petra recogió la manga irregularmente cortada del abrigo. Después de
inspeccionarla un momento, la arrojó al otro lado de la habitación con un
grito de sorpresa—. ¿Eso es sangre?
—Baja la voz —susurró Clarion—. Sí, es sangre. No hay nada de qué
preocuparse.
Petra agarró a Clarion por los hombros y los sacudió. Con el rabillo del
ojo, vio que Artemis se movía, como si estuviera debatiendo si intervenir
o no. Al final, dejó escapar un suspiro de resignación y cruzó los brazos
tras la espalda.
—¿Cómo que no hay de qué preocuparse? —preguntó Petra—. Hay
monstruos sueltos, y de repente has decidido vagar por los Bosques de
Invierno, ¿y ahora te presentas en mi puerta con sangre en la ropa?
Por mucho que le molestara la sugerencia de que estaba vagando,
cuando Petra lo expresó así, Clarion supuso que sonaba un poco mal. —
Parece mucho peor de lo que es. No estoy herida. No estoy mal, de todos
modos.
Se subió la manga para mostrarle a Petra la fina tira de gasa que llevaba
atada al antebrazo. Afortunadamente, ocultaba los puntos que había
debajo. Petra la soltó y se desplomó pesadamente en un sillón. Algo que
había en el rincón más alejado de la habitación se volcó y cayó al suelo con
un ruido metálico. Petra apenas se inmutó. —Sé que dije que no quería
saberlo, pero he decidido que no saberlo es mucho peor que la alternativa.
¿Qué está pasando?
Había algo en su voz más profundo que su ansiedad habitual. Había
una verdadera súplica allí, y Petra la miraba con una acusación en sus ojos:
siento que ya no te conozco.
Odiaba decepcionar a Petra y no saber cómo detenerse. Pero si no
podía ser honesta con ella, ¿qué amistad tenían realmente? Clarion no
podía perderla después de todo lo que habían pasado juntas.
—Si te lo cuento —dijo Clarion —tienes que prometerme que no se lo
dirás a nadie.
—No le dije a nadie que ibas a ir al Bosque de Invierno antes —dijo
derrotada—. Pero odio guardar secretos, Clarion. Sabes que soy terrible
en eso, pero… lo intentaré. Por ti.
Con toda la ligereza que pudo reunir, Clarion dijo: —Tienes que
prometerme que tampoco gritarás.
Petra la fulminó con la mirada, lo que Clarion decidió tomar como una
señal de aprobación.
—Hace unas dos semanas, cuando vi por primera vez a la pesadilla en
Pixie Hollow, fui a la frontera de invierno. Pensé que encontraría un rastro
allí. No lo encontré, pero había algo más allí… bueno, alguien—. Respiró
profundamente. —El Guardián de los Bosques de Invierno.
Petra parecía estar al borde del desmayo o de la combustión. —¿El
Guardián de los Bosques Invernales? ¿Conociste al Guardián de los
Bosques Invernales?
—Sólo escucha —Clarion la tomó del codo. —Al principio estaba un
poco escéptica. No es tan malo una vez que lo conoces.
—Que tranquilizador. —Petra rió sin aliento, con un sonido
entrecortado. Entonces, algo se le ocurrió —¿Se han visto varias veces?
—preguntó a Clarion.
—Algunas —contestó. Petra jadeó. —¿Cruzaste la frontera para verlo?
Clarion se sonrojó. —Sí. Pero…
—¿Te escapas para ver a un chico? —Petra parecía disgustada, pero
no tenía ninguna intención de hacerlo. Nunca había tenido buen ojo para
los hombres; la sola idea de encontrar uno lo suficientemente atractivo
como para arriesgar la vida y la integridad física por él era sin duda
desconcertante.
Artemis emitió un sonido que sonó sospechosamente como una risa
ahogada.
—¡No es así! —protestó Clarion, y se dio cuenta demasiado tarde de
que no era exactamente una negación. Los ojos de Petra brillaron con un
triunfo feroz—. Hemos encontrado una forma de detener a las pesadillas.
Por eso necesito tu…
—¿Y así es como se ve detenerlas? —Petra señaló con el dedo el abrigo
arrugado en la esquina— No deberías participar en esto. Es demasiado
peligroso.
Clarion no pudo evitar que la frustración se reflejará entre su voz. —
Estoy tan cansada de que me digan que las cosas son demasiado
peligrosas.
—Pero lo son… Sé que nunca te ha preocupado, pero algunos de
nosotros somos felices escondidos en nuestros rincones.
—Petra…
—No. No uses tu voz de reina conmigo —dijo, casi suplicante—. No
lo haré. No puedo verte llegar a casa así otra vez. Soy una artesana, no una
sanadora. Puedo remendar tu abrigo, pero a ti no.
Por un momento, permanecieron en un frágil silencio, mirándose la
una a la otra a través de la oscuridad del taller de Petra. Clarion se sintió
realmente monstruosa. ¿Era eso realmente lo que Petra pensaba de ella?
¿Que ella era una especie de instigadora imprudente que había ignorado
su incomodidad durante todos estos años?
Artemis, sintiendo claramente que necesitaban espacio, salió por la
puerta sin decir palabra. Cuando se cerró detrás de ella, Clarion recuperó
la voz. Tuvo que luchar para no sentir dolor. —No te lo pediría si tuviera
otra opción. No hay nadie más en quien pueda confiar.
Petra suspiró con inquietud. —Tanto tú como Elvina dependen de mí
para que sus planes funcionen. Estar en esta posición no es fácil para mí.
—Lo sé —dijo Clarion sintiéndose culpable—. Pero su plan es un
error. Es deber de la reina garantizar el bienestar de sus súbditos, no dejar
que todo un reino se las arregle solo.
Petra frunció el ceño y distraídamente tomó un par de tijeras de
costura, el conflicto era evidente en su rostro.
—Lamento haberte puesto en esta situación —continuó Clarion —y
seré lo más cuidadosa que pueda. Pero no puedo dar la espalda a esto. No
lo haré, tenga tu apoyo o no, porque por primera vez siento que estoy
haciendo lo que se supone que debo hacer.
Petra gimió: una señal reveladora de que su rendición estaba cerca. —
Bien. Bien. Considéralo mi regalo de coronación. Pero si vuelve a mí
hecho pedazos…
—No lo hará —interrumpió Clarion sin aliento—. Gracias, Petra.
—Quédate con tu gratitud. —Se volvió hacia su mesa de trabajo y
comenzó a reorganizar sus herramientas—. Simplemente no mueras.
A Clarion se le quedó la respiración atrapada en la garganta. —No lo
haré.
15
—¿Su Alteza?
Clarion se despertó sobresaltada y se encontró desplomada sobre su
escritorio, algo poco digna. Al menos logró evitar caerse de la silla por la
sorpresa. Se giró hacia la puerta, donde una costurera de aspecto agobiado
se cernía sobre el umbral. Artemis se alzaba justo detrás de ella, con una
expresión de disculpa que parecía decir: traté de detenerla.
—Hola —dijo Clarion con voz adormecida.
Las yemas de sus dedos hormigueaban por el entumecimiento que
sentía al apoyar la cabeza sobre el antebrazo. La luz del atardecer se
filtraba por la ventana, algo que a Clarion le causó cierta consternación.
Llevaba horas dormida y apenas recordaba cuándo exactamente se había
quedado dormida. Desde luego, no había tenido intención de echarse una
siesta.
Confusamente, volvió sobre sus pasos. Después de su discusión con
Petra esa mañana, había llegado tarde a la reunión semanal del consejo,
donde procedió a derramar el contenido de su taza de té sobre sus notas,
así como sobre el nuevo vestido de la Ministra de Primavera. Cuando
regresó a su habitación, todavía acalorada por la vergüenza, había
intentado descifrar el remolino de té y tinta en su cuaderno…
Eso debió haber sido la causa. Claramente, trasnochar y levantarse
temprano no le sentaba bien.
—No quiero interrumpir —dijo la costurera con delicadeza—. Pero
tienes que probarte un vestido.
Se había olvidado por completo de que hoy tenía que probarse un
vestido. Patch, la costurera real, sin duda estaría disgustada por su
tardanza. Ella ya había confeccionado un vestido para su coronación, pero
Clarion necesitaría uno nuevo para el baile.
—Gracias. —Clarion hundió las palmas de las manos en los ojos—.
¿Nos vamos?
La costurera la llevó al estudio de Patch. Las hadas ayudantes,
incluidas las hadas quita polvo y las hadas pulidoras, se apresuraban por
los pasillos y seguían a las hadas organizadoras. Clarion había empezado
a llamar a estos últimos el círculo de confianza de decoradores de Elvina.
Revoloteaban por el palacio, gritando órdenes a sus asistentes y evaluando
cada detalle del trabajo de los demás. Notó que su guía los evitaba de
manera llamativa y experta.
Cuando finalmente llegaron, fueron recibidas con un abrupto: —¡Ahí
están!
Patch flotaba en el centro de su estudio. Era de complexión delgada,
rasgos angulosos y tez blanca como el abedul, como si no hubiera visto el
sol en mucho tiempo. Su cabello castaño oscuro estaba trenzado en una
prolija trenza que caía pulcramente sobre su elegante capa de lirios
negros. Una cinta de sastre le rodeaba el cuello como una serpiente.
Mientras Patch vestía prendas oscuras, había rollos de tela de todos
los tonos imaginables apilados en los estantes que cubrían la habitación.
Prendas a medio terminar cubrían los maniquíes esparcidos por todo el
espacio, y todo el estudio parecía brillar bajo la luz del sol, que se reflejaba
en el espejo colocado en su marco ornamentado y relucía en las tantas
madejas de telaraña que Patch había reunido en cestas. Justo afuera de la
ventana, una enorme red se extendía entre las ramas del árbol de polvo de
hadas, cada hebra como un hilo de oro a la luz de la tarde. Allí era donde
Patch obtenía la seda para sus espectaculares bordados y encajes. Sin
duda, Fil, su compañera tejedora de orbes, estaba descansando en el
centro de su red.
Pero lo que más impresionó a Clarion cuando entró en la sala fue la
Ministra del Verano. Aurelia estaba sentada en un sillón, dormitando bajo
la luz del sol, con una elegante mano apoyada en la barbilla. Llevaba un
vestido de pétalos de girasol, cuyo dorado vibrante contrastaba con su piel
negra. Como siempre, lucía tan radiante y luminosa como el verano
mismo.
—Ministra —dijo Clarion sorprendida. —¿Qué hace usted aquí?
Los ojos dorados de Aurelia se posaron sobre ella con curiosidad. —
Te extrañé antes.
Clarion se dio cuenta de que no había podido reunirse con Aurelia
porque se había quedado dormida. —Oh, no. Lo siento mucho.
—Sucede. —Aurelia hizo un gesto con la mano para quitarle
importancia—. No es nada que no pueda discutir contigo aquí. Quería
saber tu opinión sobre el menú del baile de la coronación. He traído a
algunos de mis hadas culinarias, pero Patch los ha desterrado de esta sala.
Patch fulminó a la ministra con la mirada. —Porque si manchan ese
vestido, yo…
—Paz. —Aurelia reprimió un bostezo—. Puede esperar hasta que
hayas terminado.
—Bien.
Patch no perdió tiempo en acompañar a Clarion detrás de una
mampara. Allí la esperaba su vestido para el baile de coronación. La tela
brillaba intensamente y se movía entre sus manos como el agua. Clarion
se quitó el vestido, haciendo todo lo posible por ocultar su brazo herido.
Patch, si es que lo notó, no lo comentó. Le puso el vestido de gala con una
facilidad experta y luego la guió por los hombros hasta el espejo de la sala
principal.
—¿Qué opinas?
En verdad, era lo más hermoso que Clarion había tenido en su vida.
Las faldas del vestido eran un manto de tela dorada que se desplegaba
formando una larga y elegante cola. Las mangas, hechas de tela
transparente, caían hasta el suelo. Cuando se movía, ondeaban detrás de
ella como una capa. Con eso, casi se sentía como una reina. —Es perfecto,
Patch. Me encanta.
Clarion vio las miradas de aprobación de Aurelia y Patch reflejadas en
ella.
—Excelente —dijo Patch, visiblemente satisfecho—. Haré algunos
ajustes finales.
Los veinte minutos transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos.
Mientras Patch colocaba alfileres en el dobladillo y las mangas, la
Ministra del Verano se disculpó un momento… sólo para regresar con su
séquito de hadas cocineras. Patch irradiaba un descontento palpable
mientras preparaban lo que a Clarion le pareció un servicio de té completo
en la esquina de su estudio.
—Si encuentro una mancha en cualquier cosa, aunque sea una gota…
—No lo harás —dijo Aurelia, completamente imperturbable.
Las dos comenzaron a discutir, pero Clarion apenas podía
concentrarse en lo que decían. Sin nadie que le hablara directamente,
todas las cosas que intentaba mantener a raya la rodearon: su inminente
coronación, las pesadillas, Milori.
Tenía que regresar al invierno lo más rápido que pudiera.
Finalmente, una vez que Patch terminó de colocarle alfileres en el
vestido, la llevó de regreso a la mampara para que pudiera volver a ponerse
el vestido con el que había llegado. Patch dobló el vestido de baile casi con
reverencia sobre su brazo y luego gritó: —es toda tuya, Aurelia.
Cuando Clarion volvió a aparecer, Aurelia se había instalado en la
mesa que los cocineros habían dispuesto en la esquina. Sobre uno de los
manteles de encaje de seda de araña adornados de Patch había uno de los
banquetes más decadentes que Clarion había visto nunca. Un expositor de
varios niveles exhibía una impresionante muestra de tartas, algunas
rellenas de rodajas finas de calabaza y tomate, otras con rodajas de
albaricoques y moras. Al lado había un bol de gazpacho de sandía,
adornado con una ramita de menta y un chorrito de aceite de oliva. Había
incluso un pastel de ciruelas, con bolitas de mermelada que olían a
cardamomo y canela.
Todo rebosaba de colores y aromas veraniegos. Evocaba una alegría
pura, o al menos así debería ser. Al mirarlo todo, Clarion sintió un frío
extraño. ¿Cómo podía sentarse allí a planear una fiesta después de lo que
había visto en invierno? Tantas hadas dependían de ella para salvarlas.
Pero en ese momento, Aurelia estaba sentada frente a ella con algo
parecido a la anticipación en su expresión.
Clarion se obligó a sonreír mientras ocupaba su lugar frente a Aurelia.
—Todo luce increíble.
Aurelia se relajó un poco. —Podemos hacer los ajustes que desees.
Clarion miró fijamente el despliegue de platos. No sabía por dónde
empezar, ni cómo lograría superarlo, cuando el estrés le había robado casi
todo el apetito. Aun así, llenó su plato con una pequeña muestra de cada
plato y comenzó a comer sin probar casi nada.
A la mitad del primer bocado, Aurelia dejó escapar un suspiro. —Su
Alteza, ¿pasa algo? Veo que está en otro lugar.
Clarion tragó saliva sin masticar del todo. —No, nada.
Aurelia la miró fijamente con una mirada evaluadora. —¿La misma
cosa que te impidió reunirnos, tal vez?
Ella hizo una mueca. —Es que… todo está sucediendo demasiado
rápido.
Cada día, la coronación se acercaba más y más a ella y sentía cada vez
más que no podía cumplir con sus compromisos con todos. El tiempo se
le escapaba entre los dedos. Y ahora, temía que ni siquiera sus relaciones
más cercanas fueran sólidas.
—Ah —Aurelia se quedó pensativa. —Especialmente en tierra firme,
el verano es una estación de opuestos: una época en la que quieres no hacer
nada y hacerlo todo. Los humanos tienen las mismas probabilidades de
pasar un día entero tumbados en el césped que de permanecer despiertos
toda la noche bailando bajo las estrellas. El calor tiene ese efecto sobre
ellos.
Cómo le gustaría tener ese lujo. —Ya veo.
—Lo que quiero decir, supongo, es que el verano nos anima a saborear
nuestro tiempo, de la forma que elijamos.
Clarion bajó la mirada hacia su plato y, distraídamente, empujó una
tarta con el tenedor. Tal vez fuera un buen consejo, pero no se le ocurría
ninguna manera de ponerlo en práctica. Había demasiada presión y
demasiado en juego para ella. —Me resulta difícil saborear este momento.
Aurelia la miró con el ceño fruncido. —Como el verano, este breve
momento antes de que asciendas al trono es fugaz. Piensa, entonces, en él
como un momento para estar consciente de lo que quieres y de en quién
quieres convertirte.
Siempre he querido cosas que no debería, le había dicho una vez a
Milori.
Pero ahora ya no estaba tan segura. Cuando se permitía soñar, pensaba
en Pixie Hollow, unida y segura. Pensaba en la calidez del invierno, donde
el respeto no significaba distancia. Pensaba en Milori.
Esos momentos de libertad y felicidad habían parecido algo así como
poder. ¿Cómo sería si empezara a confiar en sus instintos? ¿Si hacía lo
que sentía que era correcto, no lo que le habían enseñado? La convicción
se sentía como la luz del sol, iluminándola desde adentro. Tal vez su
corazón nunca la había guiado por el mal camino.
Esa tarde, Clarion regresó a la frontera. Allí, sentada con las piernas
cruzadas en el puente entre la primavera y el invierno, podía sentir el leve
susurro del frío sobre su piel… y la brisa con nieve que se enroscaba
alrededor de su muñeca. Se sentía como si la llamara para que se acercara,
invitándola a flotar sobre la hierba pálida, congelada y rígida por la
escarcha. Nunca escaparía de su atracción ahora que había experimentado
de primera mano lo mágico que era ese lugar, un lugar donde había
bibliotecas talladas en hielo y montañas que se podían atravesar en trineo
y hadas que se hacían amigas de los lobos.
Qué triste que ninguna otra hada cálida hubiera experimentado lo que
ella experimentó.
Clarion se estremeció al percibir otra presencia. Cuando levantó la
vista, captó el momento exacto en que Milori empezaba a descender de su
vuelo. Era evidente que una parte de ella estaba en sintonía con él… o tal
vez lo buscaba. Aterrizó delicadamente en la tierra junto a ella; el
resplandor que emanaban sus alas cubría de plata la nieve como la luz de
la luna. Esta vez, no se reprendió a sí misma por el vuelco que sintió en el
corazón.
¿Qué daño había en permitirse esto?
—Has vuelto. —Le calentó el corazón ver su expresión de agradable
sorpresa y saber que él había esperado con ansias ese encuentro tanto
como ella.
—Te prometí que estaría aquí esta noche —replicó Clarion—.
Además, Yarrow me dijo que podrías enseñarme a patinar. Tengo que
volver para eso.
—¿Lo hizo? —La sorpresa se reflejó en sus rasgos antes de que pudiera
controlar su compostura—. Imagino que es porque no te vio caer del
trineo. ¿Quién sabe qué pasará cuando te pongamos en el hielo?
Clarion lo miró con enojo, pero se dio cuenta de que no podía expresar
mucho entusiasmo ante el brillo en sus ojos. Lentamente, se sentó en el
suelo junto a ella. Se sentaron casi rodilla con rodilla en la oscuridad, lo
suficientemente cerca como para tocarse. El solo pensamiento le picó la
piel como si fuera electricidad. Era ridículo, se reprendió a sí misma.
Habían estado mucho más cerca que esto la noche anterior. Pero claro,
eso había sido por necesidad. De alguna manera, esto la hacía sentir
mucho más vulnerable. Especialmente cuando él la miraba así. Clarion no
podía decir qué exactamente vio allí, pero hizo que un terrible anhelo
surgiera dentro de ella.
—Te enseñaré algún día. —Hablaba en voz baja, casi melancólica,
como si se hubiera perdido en un ensueño. Clarion tardó un momento en
recordar lo que habían estado discutiendo.
—Te haré cumplirlo —dijo ella, un poco sin aliento.
Milori recorrió el borde de su manga. —¿Cómo está tu brazo?
—Bien. —Clarion se colocó la tela hasta el codo y le dio la vuelta al
brazo. Se había quitado el vendaje antes y se había sorprendido; la herida
que había debajo parecía tener días de antigüedad. No había hinchazón ni
complicaciones. Le ofreció una sonrisa burlona—. Deberías confiar más
en tus sanadores.
Resopló. —Sí, pero soy consciente de lo afortunados que somos de que
solo haya sido una herida menor. Si hubiera ocurrido algo peor…
—Milori —Clarion extendió la mano por encima del borde y apoyó la
mano en su antebrazo. Él se quedó terriblemente inmóvil y luego levantó
la mirada hacia ella. Su resplandor bañó su rostro de oro y fijó sus ojos
pálidos en un brillo dorado. En llamas. Por un momento, fue muy
consciente de la sensación de su piel, fresca y suave contra la suya, y del
frío intenso del invierno, como si otra mano reconfortante se posara sobre
la suya. La idea le hizo doler el pecho.
—No te culpes —continuó. —Fue mi decisión cruzar. Sabía los
peligros. Y aunque hubiera resultado gravemente herida, habría sido mi
culpa, no tuya.
Al igual que fue su culpa lo que le pasó a Rowan. Respiró a pesar de la
repentina oleada de vergüenza.
—Eso no es cierto —protestó.
—Lo es. Si tuviera un mejor manejo de mi magia, no estaríamos en una
posición tan precaria. Nadie estaría atrapado en una pesadilla. Ninguno
de nuestros reinos tendría que preocuparse. Pero no lo tengo, así que no
puedo salvar a nadie—. No sabía que esos sentimientos estaban tan cerca
de la superficie. No podía soportar mirarlo mientras brotaban de ella.
Ahora que había abierto la compuerta, descubrió que no podía evitar
expresarlos—. ¿Qué clase de reina seré? Soy la única hada en todo Pixie
Hollow que no puede hacer lo único para lo que nació.
Milori puso su mano sobre la de ella, alejando el familiar frío del aire.
Ella no se había dado cuenta de que había comenzado a hundir sus dedos
en su brazo. Ciertamente no se había dado cuenta de lo cerca que había
estado de llorar. Lentamente, aflojó su agarre sobre él, y se quedó con nada
más que el borde embotado de su desesperación. Después de un momento,
él la soltó, y Clarion retiró su brazo hacia el calor de la primavera. La falta
de contacto se sintió más como una pérdida de lo que debería.
—No debes culparte por cosas que están fuera de tu control —dijo
Milori.
Se rió con fuerza, parpadeando para evitar que las lágrimas se
derramaran. Se pasó las yemas de los dedos por debajo de los ojos. —No
puedes simplemente devolverme mi consejo. No hasta que tú mismo lo
pongas en práctica.
—En ese caso, me retracto. —Sonrió apenas—. No eres la reina sin
talento que crees ser. Puedes usar tu magia, incluso si no está a tu altura.
Lo vi con mis propios ojos.
—Muy pocas veces —protestó Clarion—. Además, apenas soy
consciente de ello cuando lo logró. Eso no cuenta.
—Empieza por ahí entonces.
Clarion soltó una risa sobresaltada. —¿De verdad vas a darme una
lección de magia?
—Compláceme —dijo, inclinándose hacia ella y poniendo una rodilla
en el pecho—. ¿Qué sientes en esos momentos?
—¿En los momentos en que más me resulta? —suspiró Clarion,
recostándose sobre las palmas de las manos. Inclinó la cabeza hacia el
cielo y observó cómo la luz se disipaba lentamente—. Miedo. Durante el
ataque de la pesadilla en Otoño, me llegó en un instante.
Milori se inclinó hacia delante, intrigado. —¿Y cuando se te escapa?
¿A dónde exactamente quería llegar con esto?
—Me recuerdo a mí misma. Recuerdo dominar mi miedo. Controlar
mi voluntad y darle forma. Recurrir a mi poder, creo, es fácil. Es moldearlo
para convertirlo en algo útil… —Se quedó callada al ver su expresión, entre
incrédula y preocupada—. ¿Por qué me miras de esa manera?
—No es nada —dudó—. Es solo que me parece que tratar de reprimir
tu miedo te está perjudicando. De hecho, parece que accedes a tu poder
con mayor facilidad cuando tratas de proteger a los demás, cuando tienes
miedo por los demás pero eres lo suficientemente valiente para actuar.
Él le dirigió otra mirada significativa, que parecía decir: Ese es el tipo
de reina que serás. Clarion desvió la mirada. Él tenía una incómoda
habilidad para desafiar las peores opiniones que ella tenía sobre sí misma.
La hizo sonar casi noble.
—Tal vez —frunció el ceño—. Pero eso es lo que Elvina me dijo que
debía hacer. Dijo que es más fácil acceder a nuestro poder cuando la mente
está despejada.
—Quizás ella lo conceptualiza de manera diferente a ti. —Milori
extendió una mano. En un instante, el aire que tenía ante él comenzó a
brillar. Delicados cristales de hielo brillaron en la puesta de sol, girando y
fusionándose en un orbe de hielo en su palma—. Nadie me enseñó a hacer
esto. Ese es el caso de la mayoría de las hadas de invierno. No lo digo para
confirmar lo que temes, pero… Perdóname por hablar fuera de lugar, pero
es posible que ese consejo te haya hecho más daño que bien. Ya sabes
cómo aprovechar tu magia. Todas las hadas lo saben. ¿Qué pasaría si
dejaras de lado lo que ella te dijo?
En su interior surgió una obstinada resistencia. Elvina no la habría
engañado. Al menos, no intencionadamente. Durante toda la vida de
Clarion, Elvina había sido la imagen de una reina perfecta: todo aquello
que sabía que debía imitar. Naturalmente, eso se extendía a la forma en
que ejercía su magia. Pero la evaluación de Milori tenía un terrible
sentido. Cada vez que Clarion intentaba controlar la chispa de magia que
había arrancado de la fuente de luz estelar de su interior, las paredes de su
mente se derrumbaban. Le desconcertaba que alguien que la había
conocido durante tan breve período de tiempo hubiera llegado hasta su
corazón.
Piensa en ello como un momento para estar consciente de lo que
quieres y de quién quieres llegar a ser.
—No estoy segura de cómo.
—Ya lo lograrás —dijo—. Estás hecha para esto.
Su afirmación tranquilizadora hizo que esa voz interior, esa
desagradable duda que la había atormentado durante semanas, se calmara
y se acallara.
—Alentador —respondió ella—. Pero poco práctico.
Milori lo pensó por un momento. —Dijiste que tu magia te llega más
fácilmente cuando tienes miedo. Tal vez no sea miedo, pero sucede,
cuando estás completamente inmersa en un momento, ya sea positivo o
negativo.
—¿Estás sugiriendo que deje de pensar tanto?
Volvió a sonreír con esa sonrisa irónica. Con un movimiento de sus
dedos, el globo de hielo que tenía en la mano se rompió en una fina capa
de escarcha. Brillaba contra su piel hasta que el viento se lo llevó.
—Algo así.
No era una teoría terrible.
—¿Quieres que lo intente ahora?
—Si quieres —dijo.
¿Por qué no? No tenía ningún otro lugar donde quisiera estar.
Clarion cerró los ojos y trató de… No, no podía intentarlo. Eso
frustraba el objetivo, cuando el objetivo del ejercicio era simplemente
existir. Y, sin embargo, era muy difícil estar completamente presente
cuando podía sentir a Milori allí. La timidez haría que esto fuera
completamente imposible. Abrió los ojos de nuevo, preparada para decirle
que no podía lograrlo, cuando al verlo se silenciaron todas sus protestas.
Él la miraba como si fuera algo digno de admiración. Su expresión se
volvió suave y desprevenida cuando notó que ella lo miraba, como si no
hubiera esperado que lo atraparan pero no le importara demasiado. No
había forma de confundir el anhelo abierto en sus ojos. Se dio cuenta de
que la había mirado así una vez antes: la primera vez que había cruzado
hacia el invierno. Se preguntó exactamente cuánto tiempo había querido
besarla, y se sintió muy tonta, de hecho, por ser tan inconsciente.
Y aún así, Milori permaneció ahí, casi congelado.
La nieve caía a sólo unos centímetros de ella en un remolino brillante
y tentador. Tan cerca de la frontera, para él, su aliento era una suave
columna de blanco en el aire. Clarion se acercó más, hasta que el frío le
inundó el hombro y luego la oreja. Era una sensación extraña: la mitad de
ella a salvo en las estaciones cálidas, la otra mitad mordida por el frío. Con
cuidado, casi con reverencia, dejó que las yemas de sus dedos trazaran la
línea de su mandíbula y su rostro se inclinara hacia ella. El espacio que
había entre ellos era una pregunta, una que él respondió de inmediato. Su
mano acunó el costado de su cuello y, aunque su tacto le heló la piel, una
calidez la inundó.
Clarion se inclinó completamente hacia el lado invernal del puente y
lo besó.
Mientras sus labios acariciaban los suyos, algo floreció dentro de ella
como agua de manantial hasta que se desbordó por completo. Felicidad,
pensó, mucho más pura que cualquier otra que hubiera sentido jamás… y
magia. La sintió vibrar en sus huesos y entretejerse entre sus dedos,
ansiosa por aplicarse. Esta vez, no se sintió como algo que tuviera que
dominar. Se sintió como un río, como un pozo profundo e inagotable. Y
fluyó, hasta que todo su cuerpo irradiaba una suave luz dorada.
Milori se apartó, apenas. Su frente reposó sobre la de ella mientras
compartían la misma respiración trémula. Ella abrió los ojos y habría
jurado que las estrellas sobre ellos brillaban más. Su brillo se reflejaba en
el gris pálido de sus ojos y brillaba a su alrededor, como si las
constelaciones hubieran sido atraídas hacia la tierra. El polvo de hadas
brillaba en sus pestañas y en las mangas de su vestido. Bailaba
alegremente en el aire y se acumulaba en el cabello de Milori como si fuera
nieve, pintando todo el mundo de oro.
¿Ella había hecho esto?
Cuando habló, su voz era baja y llena de asombro: —Eres increíble.
Quizás por primera vez, ella lo creyó.
16
Unos días antes del baile de la coronación, Elvina llamó a Clarion a
su estudio. El primer pensamiento de Clarion fue: ella lo sabe.
Clarion no sabía exactamente cómo, pero supuso que debería haber
esperado que todo se derrumbara en algún momento. Milori no era un
secreto fácil de guardar, después de todo, y especialmente desde aquella
noche en la frontera.
Tal vez Elvina se había dado cuenta de lo distraída que había estado y
había enviado a alguien a seguirla. O tal vez había algo innegablemente
diferente en ella. En un impulso tonto, Clarion había inspeccionado su
rostro en el espejo, buscando alguna evidencia de lo que había hecho
escrita en sus rasgos. Había trazado la curva de su labio inferior, todavía
agrietado y dolorido por el recuerdo de su beso. Todavía podía recordar
cada detalle como si él estuviera frente a ella ahora: el frío de su piel, el
calor de su mirada, el brillo brillante de las estrellas a su alrededor. Nada
había cambiado, no realmente. Y, sin embargo, se sentía consumida por
su inmensidad.
La frecuencia con la que pensaba en ello podría volverla loca. Su
estómago se revolvía casi constantemente, porque el solo hecho de pensar
en él, la hacía caer en picado. Su corazón se aceleraba a la menor
provocación. Apenas había comido nada desde que se separaron, estaba
demasiado nerviosa o emocionada o… lo que fuera que fuera ese
sentimiento. No quería examinarlo demasiado de cerca, porque por
mucho que la emocionara, también la aterrorizaba.
Había decidido no verlo hasta que su ropa de invierno estuviera
reparada; pensó que la distancia la devolvería a sus cabales. Pero Petra le
había entregado el abrigo reparado hacía apenas una hora, y el buen
sentido de Clarion no había regresado; ni siquiera había vuelto a mirar
atrás desde que lo había dejado. Incluso en su ausencia, Milori la
perseguía, tal como sin duda seguía persiguiendo la frontera de la
primavera.
A menos que, pensó, se arrepienta.
Porque, sin duda, lo hizo. Había sido impulsivo y desacertado,
considerando los peligros que enfrentaba Pixie Hollow. Ambos se habían
dejado llevar por el momento y, esa noche, ella tendría que enfrentarse a
la amarga realidad de que nada entre ellos era posible. Oh, ¿qué iba a hacer
si…?
—¿Su Alteza? —preguntó Artemis—. ¿Está todo bien?
Clarion se sobresaltó y se golpeó la rodilla contra la parte inferior del
escritorio. Siseando, soltó un suspiro de dolor y se dio la vuelta para
encarar a su guardia. Artemis estaba de pie junto a la puerta de su
dormitorio, con una expresión bastante peculiar. A Clarion se le ocurrió
tardíamente que Artemis le había informado de la citación de Elvina hacía
unos minutos.
—¡Sí, por supuesto! —Clarion sonrió alegremente, aunque sólo fuera
para ocultar su vergüenza—. ¿Por qué lo preguntas?
Artemis parecía estar luchando por encontrar una forma educada de
responder. Después de un momento, dijo: —Tu brillo…
—Mi… —Clarion miró hacia abajo. Ahora que Artemis se lo había
señalado, supuso que estaba mucho más brillante de lo habitual y teñida
de un rubor rosado. ¿Y si la luz del sol se había intensificado desde la
última vez que lo miró? Ahora supuso que entendía por qué Elvina
siempre advertía contra dejarse llevar por la pasión.
—Además —dijo Artemis, con el aire de alguien a punto de dar una
grave noticia, —el árbol de polvo de hadas está floreciendo.
Clarion se puso de pie y se acercó a las puertas de cristal de su balcón.
De hecho, las ramas que había justo afuera estaban cubiertas de
nomeolvides y delicadas rosas blancas. Las miró con enojo. El árbol podía
ser tan descarado a veces.
—No hay de qué preocuparse. —Clarion corrió las cortinas, ansiosa
por bloquear todos sus lunáticos recuerdos.
—Estaba perdida en mis pensamientos —aclaró.
Artemis asintió, obviamente poco convencida. —¿Quieres que te
acompañe hasta la reina?
Clarion supuso que no tenía sentido evitarlo, pero no estaba
precisamente ansiosa por escuchar las palabras que Elvina tenía
guardadas para ella. —¿Qué crees que quiere?
—Supongo que quiere hablar sobre los informes de los exploradores
—respondió Artemis, con solo un toque de confusión—. Uno de los
ayudantes los hizo entregar antes. Tú los revisaste… —Se quedó en
silencio, como si no estuviera del todo convencida de ese último punto.
—Por supuesto que lo hice.
Según los informes de los exploradores, las pesadillas no habían
detenido su ataque. Anoche, una con forma de gato había ahuyentado a un
establo entero de ratones en las afueras del rincón del artesano. Los
puestos y los carruajes ahora eran poco más que escombros. Y dos días
antes, una pesadilla con forma de pez, lo suficientemente enorme como
para tragarse el reflejo de una luna llena, había barrido varias casas de
hadas del agua de la orilla del río. Todos reunieron tanta alegría como
pudieron. Podría, pero Clarion podía sentir la inquietud que había
comenzado a extenderse incluso durante las horas del día.
Pero no se atrevía a esperar que Elvina quisiera su opinión.
—Bueno —dijo Clarion con un suspiro resignado, —vámonos.
Clarion encontró la puerta del estudio de Elvina entreabierta. Se armó
de valor, anunció su presencia con un suave golpe y entró. Artemis la
siguió mientras pasaba junto a las filas de retratos reales y se adentraba
en el torrente de sol de la tarde.
Elvina estaba sentada en una tumbona, leyendo un documento. Ese
día, había renunciado a su corona y su cabello le caía sobre los hombros
en ondas suaves y sueltas. Clarion podía ver los finos mechones plateados,
que parecían brillar como la fría luz de las estrellas. Se veía mucho más
relajada de lo que Clarion la había visto en mucho tiempo. Parte de la
tensión desapareció de Clarion, reemplazada por una leve punzada de
afecto. Mucho, demasiado, en realidad, pesaba sobre ella. Clarion no había
apreciado completamente cuánto pesaba la corona hasta ahora.
—¿Querías verme?
Elvina dejó a un lado el documento que estaba leyendo y, cuando
levantó la vista, sonrió. —Clarion.
¿Cuándo fue la última vez que la habían recibido con tanta calidez?
Clarion intentó que la sorpresa no se reflejara en su rostro mientras se
sentaba en un sillón. Parecía que su secreto todavía estaba a salvo y que
Aurelia no le había contado a la reina sobre su cita perdida.
Gracias a las estrellas.
En la mesa que había entre ellas había una tetera humeante y un
pequeño tarro de miel. Elvina se inclinó hacia delante para servirles una
taza a cada una. —Me disculpo por lo ocupada que he estado —dijo, y le
pasó una a Clarion—. Te habría llamado antes.
Clarion echó miel en su té con un cucharón de madera e inhaló el
aroma terroso de la flor de zanahoria. —No hay nada por lo que
disculparse. Ambas hemos estado ocupadas.
Bebió un sorbo de té para disimular su expresión y el rubor que
seguramente se extendía por su rostro. Solo era una mentira en parte. Por
supuesto, había seguido con los preparativos para la coronación y pasaba
gran parte del tiempo preocupándose por lo poco que podía hacer hasta
que Petra le arreglara el abrigo.
Sólo se hizo un momento de silencio antes de que Elvina dejara su taza
de té. —Tengo buenas noticias para compartir.
Clarion se animó. Era un anuncio bienvenido; las buenas noticias
parecían escasear en estos días. —¿Qué pasa?
—Mi plan está casi listo para ponerse en acción.
Clarion había cometido el grave error de beber otro sorbo de té justo
después de hablar. Casi se atragantó. —¿Lo está?
—Fue un proceso de ensayo y error —continuó Elvina. —La magia que
se teje entre nuestros reinos es fuerte, por supuesto. Pero los vínculos
mágicos se pueden cortar como cualquier otro: con la herramienta y la
técnica adecuadas.
A Clarion se le heló la sangre en la sangre. —¿Y qué es eso?
—Ninguna herramienta simple podría cortarlo, y mi magia por sí sola
es demasiado débil.
Elvina se levantó de su asiento y se dirigió a su escritorio. Clarion no
lo había notado antes, pero un elegante objeto de metal descansaba sobre
un cojín allí. Fue solo cuando Elvina lo recogió que se dio cuenta de lo que
era: la empuñadura sin filo de una espada. La guarda en forma de cruz
estaba elaborada de manera intrincada, con la forma de ramas
entrelazadas de las que brotaban hojas, porque, por supuesto, Petra
convertiría incluso un arma en una obra de arte. Fijada en su centro había
una piedra solar, cuya superficie similar al vidrio nadaba con una luz
naranja. Si miraba de cerca, podía ver una llama brillando en su interior.
Clarion solo había encontrado otra gema como esta: la piedra lunar
utilizada para transmutar la luz de la luna en polvillo de hadas azul.
—Pero en el solsticio de verano, es un día de gran importancia para los
talentos gobernantes, nuestro poder estará en su apogeo. Petra la ha
construido.
—Usa esto para canalizar nuestra magia. —La gema brilló con la luz
dorada de la magia de Elvina y una espada de luz estelar pura cobró vida.
—Si empuñas esta espada en el solsticio, serás lo suficientemente
poderosa para cortar los puentes. Después de eso, nada ni nadie podrá
cruzar entre el invierno y las estaciones cálidas.
Petra lo había hecho. Por supuesto que lo había hecho.
En circunstancias normales, Clarion se habría sentido orgullosa de la
brillantez de su amiga y de su asombrosa capacidad para resolver
problemas aparentemente irresolubles. Además, eso era lo que siempre
había deseado: que sus inventos tuvieran valor. Y, sin embargo, Clarion
sólo podía sentir horror por lo que Petra había hecho.
Pero entonces se dio cuenta de lo que exactamente había dicho Elvina.
—¿Cuándo la empuñe?
Bajo el duro brillo de la espada, el rostro de Elvina palideció de un
blanco severo. —Tienes que ser tú. Será un comienzo auspicioso para tu
reinado e infundirá confianza en tus súbditos. Verán que has garantizado
la seguridad de Pixie Hollow contra las pesadillas para siempre.
No todo Pixie Hollow, pensó Clarion.
No pudo encontrar una respuesta. Apenas podía comprender algo tan
terrible: una espada lo suficientemente poderosa como para desgarrar la
estructura misma de Pixie Hollow. Sin importar los peligros que
enfrentaban las estaciones cálidas, esto no podía estar bien. En otro
tiempo, podría haber cedido. Incluso podría haber estado de acuerdo. Pero
después de todo lo que ella y Milori habían pasado, después de lo cerca
que habían estado, no podía contener la lengua ante un plan tan
desacertado. —Esta no puede ser la única manera.
La luz de las estrellas se fue apagando hasta que Elvina se quedó con
la empuñadura vacía en la mano una vez más. Sin la luz brillando en sus
ojos, la expresión de Elvina se volvió ilegible, casi fría. —Estás disgustada.
Clarion se levantó tan rápido que su silla se raspó contra las tablas del
suelo. Si Elvina se sorprendió por el repentino arrebato, Ella no dejó que
se notara en su rostro.
—¡Por supuesto que lo estoy! No puedo entender cómo estás satisfecha
con este curso de acción. Me has enseñado a gobernar. Sabes muy bien
que trabajamos para asegurar que cada estación llegue a tierra firme
cuando debe. Esto va en contra del orden natural de las cosas.
Si había aprendido algo en las últimas semanas, era que cada estación
era esencial. Milori no había compartido con ella la sabiduría del invierno
como lo habían hecho los otros ministros, pero no había tenido necesidad
de hacerlo. Ella lo había visto de primera mano. El invierno enseñaba a
perseverar, a aferrarse a la esperanza, incluso en las noches más largas y
oscuras.
Elvina la miró impasible. —Quizás tenías razón cuando me
confrontaste antes. No te he enseñado todo lo que necesitas saber.
Su calma serena hizo que la ira de Clarion se apagará. Con cautela,
preguntó: —¿No?
—Ya te he dicho que el invierno es autosuficiente. Es mejor que siga
siendo así. —Elvina colocó la empuñadura de la espada sobre su escritorio
y juntó las manos. —Hay una historia que se transmite de generación en
generación entre las reinas. Es hora de que la comparta contigo.
Lentamente, Clarion se recostó en su silla. A pesar de lo furiosa que
estaba, no podía negar su propia curiosidad. Los hombros rígidos de
Elvina se relajaron ahora que había recuperado el control de la
conversación.
—Una vez, por difícil que sea de creer, las estaciones cálidas y los
Bosques de Invierno vivían en armonía.
La cadencia de la voz de Elvina cambió, como siempre lo hacía cuando
compartía un capítulo de la historia de Pixie Hollow.
—Por supuesto, fue hace mucho tiempo, un tiempo que nadie vivo
recuerda. Al comprender el peligro que representaban las pesadillas, la
primera Reina de Pixie Hollow dispuso que fueran encarceladas en las
profundidades de los Bosques de Invierno. También le confió al Guardián
de los Bosques de Invierno la responsabilidad de proteger esa prisión.
Durante un tiempo, todo fue pacífico, pero con el tiempo se resintió de su
deber. Reunió a sus exploradores y organizó una rebelión contra la reina.
—¿Qué? —interrumpió Clarion —Pero ¿por qué haría algo así?
Elvina, sintiendo que ahora tenía toda la atención de Clarion, sonrió
con ironía. —Los detalles completos de su conflicto se han perdido en el
tiempo, por desgracia. Tal vez se aburrió, o tal vez creyó que debía
gobernar todo Pixie Hollow. Las reinas de Pixie Hollow tienen muchas
responsabilidades y mucho poder. Tal vez no estaba satisfecho con su
suerte, no tenía jurisdicción sobre nada más que su estéril reino.
Ninguna de esas explicaciones satisfizo a Clarion. Sus reinos no
podían haberse separado por algo tan insignificante como la ambición o
el aburrimiento. No podía creerlo, no después de haber visitado el
Invierno. No después de haberse enamorado de él. Estéril era la peor
palabra que usaría para describirlo. Era hermoso y vibrante, una estación
que cualquiera se habría sentido orgulloso de gobernar.
—Sin embargo —continuó Elvina, —tengo una teoría propia. Creo que
las pesadillas tienen influencia sobre las hadas del invierno.
Hizo una pausa y dejó que esa siniestra declaración se cerniera sobre
ellas como una espada a punto de caer. Se deslizó bajo la piel de Clarion
como el frío del invierno, llenándola de una terrible y punzante inquietud.
—¿Influencia?
—Has visto lo insidiosas que son las pesadillas, cómo pueden hundir
sus garras en la mente de un hada. ¿Quién dice que no pueden hacerlo
mientras aún estás despierta? —Elvina se alisó las manos sobre la falda.
—Además, no puedo imaginar qué efecto debe tener vivir junto a tantas,
durante tanto tiempo. Si la prisión se ha debilitado lo suficiente como para
liberarlas al mundo, seguramente su poder también se ha filtrado.
Clarion se sintió enferma ante la insinuación, ante la idea de todas las
hadas que había conocido a merced de los monstruos. —Crees que las
pesadillas causaron la traición del Guardián.
—Es posible, sí. —Elvina se acercó a Clarion con pasos lentos y
mesurados, y luego se sentó en el borde de su diván. Ahora que estaban a
la altura de los ojos de nuevo, el peso de sus palabras se sentía sofocante,
ineludible—. Es una pena. Significa que nunca se puede confiar
plenamente en el Guardián de los Bosques Invernales.
Clarion no lo podía creer. Se negaba a creerlo. Se clavó los dedos en las
rodillas, aunque sólo fuera para no salir corriendo. —¿Por qué no me lo
dijiste antes?
—No quería abrumarte con demasiada información de golpe,
especialmente cuando ya parecías tan preocupada por las hadas de
invierno. —Clarion sintió esas palabras como una bofetada. Eran casi una
confirmación de sus peores temores: Elvina no la creía capaz de manejar
la verdad ni de cumplir con su deber. Ella se inclinó y apoyó la mano en el
brazo de Clarion. La piel de Elvina se sentía febrilmente caliente, como si
cada uno de sus dedos fuera una marca abrasadora. —Pero ahora, sabes
todo lo que yo hago. Y el día de tu coronación, cumplirás con el último de
nuestros deberes heredados: la Reina de Pixie Hollow debe proteger las
estaciones cálidas contra la influencia de las pesadillas.
La audacia de Clarion, brevemente reprimida bajo el peso de sus
antiguas inseguridades, volvió a la vida con saña. No podía escuchar ni
una palabra más de aquello. —Si eso es cierto, entonces deberíamos
ayudar a los Bosques de Invierno, ¡no cortarles el paso!
—No estamos en condiciones de ayudarlos. —El tono de Elvina no
admitía discusión—. Es demasiado peligroso. No sabemos cómo
combatirlas.
—¿Y entonces me obligarás a abandonar a las hadas del invierno a su
suerte? —La voz de Clarion tembló—. ¿Debo dejar que las pesadillas
destruyan sus hogares? ¿Que los elimine uno por uno? Esto no es
pragmatismo, Elvina. Esto es monstruoso. No lo haré.
Elvina la miró con abierta sorpresa. Cuando se recuperó, Clarion se
sorprendió de lo rápido que había recuperado su porte real como una
armadura, de cómo podía llevar una simple túnica como si fuera su
atuendo completo. Su tono era gélido cuando volvió a hablar.
—Esto es por el bien mayor. Sé que te interesan las hadas de los
Bosques de Invierno, pero debes sacarlas de tu mente. Han sobrevivido
todo este tiempo por sí solas, en las condiciones más brutales. También
soportarán esto.
Pero no deberían tener que hacerlo.
Clarion se mordió la lengua.
Elvina tomó su silencio como una aquiescencia y suspiró, como si
intentara recuperar los fragmentos de su paciencia destrozada. —Lo
entenderás con el tiempo, Clarion. Tu amabilidad es un activo, pero
también una carga pesada. No puedes sufrir tanto por los demás.
—Lo tendré en cuenta —respondió Clarion. —Ahora, si me disculpas,
de repente me siento mal.
No esperó la respuesta de Elvina antes de huir de su estudio. Una vez
que llegó a su habitación, sacó la caja que Petra le había enviado de donde
la había escondido debajo de su cama. Desató la cinta cuidadosamente
anudada y luego tiró de la tapa. Dentro estaba su abrigo: prístino y entero.
Clarion no pudo evitar abrazarlo contra su pecho. No le importaba lo
ridícula que se veía, arrodillada en el suelo con la cara enterrada en la
capucha forrada de piel. No era como si hubiera alguien aquí para
presenciarlo.
Una vez que dejó atrás lo peor del pánico, intentó desesperadamente
ordenar el revoltijo de sus pensamientos. No importaba si lo que Elvina le
había dicho era cierto o no. Todo lo que sabía era que Elvina le había dado
un problema casi demasiado abrumador para asumirlo.
Ella y Milori solo tenían hasta el solsticio de verano para sellar la
prisión de las pesadillas, o Elvina condenaría a los Bosques de Invierno a
un aislamiento eterno.
17
Cada minuto que Clarion esperó en la frontera transcurrió a paso
lento. Ella caminó inquieta por la orilla del río, el dobladillo de su abrigo
remendado ondeando detrás de ella. Mientras observaba la línea de
árboles, todo lo que podía imaginar eran pesadillas desenrollándose de las
sombras, un negro bilioso y voraz. El invierno sellado como si estuviera
detrás de una pared de cristal. Las raíces que los unían, cortadas por su
propia mano. No podía soportar esa visión de sí misma, la fría y remota
reina que pesaba las vidas como el grano en una balanza. Una hoja de luz
estelar sostenida sobre su cabeza, humeando con su poder. La magia del
Árbol de Polvo de Hadas, vaciándose en el río como sangre de una herida
mortal.
Monstruoso, le había dicho a Elvina.
El oscuro torbellino de sus pensamientos sólo sirvió para agravar el
miedo de volver a ver a Milori. Había pasado tantas horas reviviendo ese
beso e imaginando lo que podría decirle cuando… se reencontraran. Esas
preocupaciones se sentían terriblemente lejanas ahora. Y, sin embargo, su
expectación crecía con cada segundo que pasaba.
Afortunadamente, no tuvo que sufrir mucho. Milori nunca llegaba
tarde.
De hecho, llegó temprano.
El sol aún no había empezado a ponerse cuando llegó. La nieve se
arremolinaba a su alrededor cuando aterrizó en el puente entre sus reinos
con una gracia silenciosa. A pesar de todo, su corazón se agitó al verlo.
Apenas se había dado cuenta de lo mucho que lo había extrañado hasta
que lo tuvo allí, de pie, frente a ella. Clarion se sintió dividida entre el
impulso de protegerse con la distancia y correr de cabeza a sus brazos. La
mirada cautelosa en su rostro y la rigidez de sus hombros, al menos, le
facilitaron la elección. Le dolía ver una confirmación tan clara de lo que
había temido.
Nada podría existir entre ellos dos.
Clarion se ajustó más el abrigo mientras pisaba el puente y suspiraba
al sentir la magia zumbando bajo sus pies. Las palabras se evaporaron
mientras lo miraba fijamente. Como siempre, su belleza austera era como
una cuchilla de hielo en el corazón. La escarcha brillaba en sus pálidas
pestañas, que estaban bajas sobre sus ojos grises. Estaba evitando su
mirada.
—Clarion. —Pronunció su nombre con tanta formalidad que parecía
como si la hubiera llamado Su Alteza. El frío la hizo estremecerse por
completo.
—Milori.
El silencio incómodo se hizo más tenso entre ellos. Cuando ella ya no
pudo soportarlo más, soltó: —Hay algo que deberías saber —al mismo
tiempo que él decía:
—Quería…
Sus miradas se cruzaron y el calor se extendió por su rostro. Sus labios
todavía estaban ligeramente separados, y la confesión que había estado
dispuesto a hacer estaba en suspenso. Una mirada de singular
vulnerabilidad se dibujó en su expresión. Clarion no pudo evitar
preguntarse: Si se había equivocado, la esperanza la invadió, pero no, no
podía permitirse leer nada en ello. Era solo que su vacilante intercambio
los había desconcertado a ambos.
Después de un momento, sacudió la cabeza y dijo: —Por favor, tú
primero.
Clarion respiró hondo para recomponerse. Ahora que él le había
cedido la iniciativa, se sentía más lúcida. ¿Por dónde empezar? De alguna
manera, los peligros que el plan de Elvina planteaba para los Bosques de
Invierno le parecían cielos más seguros para navegar que sus
sentimientos. —Hablé con Elvina antes.
Evidentemente, no era eso lo que esperaba que dijera. Milori parpadeó,
desorientado, como si estuviera despertando de un sueño inquietante.
Parte de su energía nerviosa se desvaneció, pero ella pudo ver que luchaba
con el deseo de pedir más detalles. Siempre paciente, respondió: —Ya veo.
Incluso en primavera, sintió un frío insoportable al recordar lo que ella
y Elvina habían discutido. Cruzó los brazos sobre el pecho para evitar un
escalofrío. —Me dijo que el primer Guardián de los Bosques Invernales
intentó derrocar a la Reina de Pixie Hollow. En su mente, esa es la razón
por la que nuestros dos reinos ya no tienen nada que ver entre sí. Peor aún,
cree que las pesadillas tenían algún tipo de poder sobre él. Que podría ser
posible que volviera a suceder, y…
No podía forzar la voz para que salieran las palabras. Ni siquiera quería
decirlas, ni quería hacerle las preguntas que el miedo había despertado en
ella.
¿Crees que es cierto?
¿Albergas el mismo resentimiento que el primer Guardián?
Clarion vio que su expresión se llenaba de certeza, lentamente, y luego
de repente; parecía como si por fin hubiera podido reconstruir algo que lo
había estado desconcertando. —Te preocupa que pueda ser cierto —dijo.
No había acusación en su voz, solo una especie de comprensión resignada.
La culpa la atravesó. ¿Cómo podía creer eso, cuando él y su gente no
habían sido más que amables con ella? Juntó las manos para evitar tocarlo.
—Solo en la medida en que me preocupo por ti. Nunca me has dado una
razón para dudar de ti.
Frunció el ceño mientras la confusión lo invadía una vez más. —Nunca
he visto a una pesadilla tener poder sobre alguien que todavía estaba
despierto. No creo que sea posible.
—Es un alivio —murmuró—. Seguro que hay alguna señal. ¿No has
notado nada…?
Milori se movió sobre sus pies y volvió a apartar la mirada de la de ella.
—Hace días que no duermo bien. Aparte de eso, no.
El miedo se apoderó de ella. —No creerás…
—No son las pesadillas las que me mantienen despierto, Clarion.
Su voz era increíblemente suave, y tan suave que, por un momento,
pensó que lo había oído mal. Cuando volvió a mirarla, la intensidad y la
sinceridad que encontró en ella le calentaron los oídos. El recuerdo
sensorial de su beso se despertó, recorriendo su piel en cálidos rastros y
avivando su resplandor hasta convertirlo en un resplandor rosado. Había
habido algo parecido a la devoción en la forma en que él había acunado su
rostro, un juramento pronunciado en cada roce de sus labios contra los de
ella. Oh, había sido tan tonta al creer que un hombre como Milori haría
una sola cosa sin la intención de comprometerse por completo.
—Oh. —Fue una simple exhalación de sonido.
—No has vuelto. —En cada una de sus palabras se percibía una mezcla
de dolor y alivio—. Al principio, me preocupé de que hubiera pasado algo.
Después, me convencí de que lo lamentabas.
—No —dijo Clarion, riendo sin humor—. No me arrepiento en
absoluto. Sólo lamento haber entrado en pánico y que mi miedo te haya
dado motivos para preocuparte.
Eso era lo que más la asustaba: la sensación de que su corazón ahora
latía fuera de su pecho. Él estaba de pie frente a ella, tan cerca que podían
tocarse. Y, sin embargo, no estaba lo suficientemente cerca. Clarion temía
que nunca estaría satisfecha hasta que pudieran compartir
verdaderamente el mundo del otro. Y ahora que conocía el plan de Elvina…
La aterrorizaba pensar que los dos podrían estar separados para siempre.
Ya no podía evitar contarle lo que había descubierto.
—Sé que hay mucho más que decir. —Dio un paso hacia él, hasta que
sintió la fría caricia de invierno en su rostro. Cerró los dedos alrededor de
su antebrazo y apretó suavemente. —Pero eso no es todo lo que me dijo
Elvina.
Mientras la bebía, la esperanza se desvaneció de sus ojos. —¿Qué
pasa?
—Elvina está a punto de poner en marcha su plan. Tenemos hasta el
solsticio de verano antes de que se destruyan los puentes entre el invierno
y las estaciones cálidas.
Su rostro se puso pálido. Cuando se recuperó lo suficiente para hablar,
dijo: —no pensé que fuera posible.
La desesperación en su voz la dejó helada. —Yo tampoco. Pero todavía
nos queda luz de día. Estoy lista para intentarlo de nuevo.
Si ella fallara…
No, no valía la pena pensarlo. No volvería a fallar una segunda vez.
Reuniendo su valor, dijo: —creo que tú y yo estábamos destinados a
hacer esto juntos, para resolver el problema de las pesadillas para siempre.
—Tú y yo —repitió, tan solemne como un juramento.
Tal vez fue una declaración audaz, pero lo que habían encontrado
parecía un poco el destino, especialmente cuando el espacio entre ellos
crepitaba con posibilidades.
—Si sellamos la prisión antes de que el sol se ponga por completo,
ninguna de ellas tendrá la oportunidad de salir por la noche. —Inclinó la
barbilla, con la esperanza de proyectar más confianza de la que sentía.
Milori la miró con los ojos entrecerrados, y parte de su resistencia inicial
dio paso a algo parecido a… ¿admiración? Clarion continuó antes de que
pudiera perder el valor. —Después de eso, todos los que estén bajo el
hechizo de las pesadillas deberían despertar, tal como cuando las hadas
oníricas sellaron por primera vez a las pesadillas.
—Muy bien —dijo, con cierta reticencia—. Pero si queremos llegar a
la prisión antes del anochecer, tendremos que volar.
Ante eso, la fachada de Clarion se tambaleó. —¿Te refieres a Noctua?
—Por supuesto que no tenemos por qué hacerlo —dijo Milori, con una
pequeña sonrisa burlona en la comisura de su boca. —Sin embargo,
tendríamos que volver a reunirnos mañana y comenzar a caminar mucho
más temprano.
Ella reprimió un gemido. —Está bien. Llámala.
Milori parecía demasiado complacido. Se llevó dos dedos a los labios
y silbó. El sonido atravesó la serena quietud del bosque. De alguna manera,
el silencio se hizo más profundo, como si todo el bosque estuviera
conteniendo la respiración. Solo pasaron unos segundos antes de que
Noctua apareciera, saliendo de entre los pinos y tallando una forma oscura
contra el cielo enrojecido.
Con un suspiro de derrota, Clarion se abrochó los botones del abrigo
y entró en invierno. Noctua se erizó las plumas y soltó un suave ulular
cuando Clarion se acercó. Esta vez, al menos, no se acobardó.
—Creo que le gustas —dijo Milori—. Si quieres, puedes ir sola esta
vez.
La sugerencia la llenó de visiones desagradables de caer en picado
hacia su muerte prematura. Extendió la mano para tomar las riendas. —
No, no lo creo en absoluto.
Milori apoyó una mano en su cintura, dispuesto a levantarla. El frío de
su tacto se filtró por su abrigo y Clarion tuvo que luchar contra el impulso
de inclinarse hacia él. Con un tono de cariño y diversión, dijo: —La reina
de Pixie Hollow realmente ha encontrado a su rival.
A ese juego podrían jugar dos. Clarion le dirigió una sonrisa tímida.
—O tal vez quiero estar cerca de ti.
Eso, aparentemente, silenció cualquier respuesta inteligente.
Sintiendo un rubor de triunfo, Clarion comenzó a subirse a la espalda de
Noctua. Con un impulso, encontró su asiento fácilmente, y no se inmutó
cuando Noctua giró la cabeza para evaluarla con el rabillo de sus ojos
dorados. Tal vez lo imaginó, pero Clarion podría haber jurado que vio un
destello de aprobación allí. Milori se sentó detrás de ella. La rodeó con un
brazo y tomó las riendas en su mano libre.
—¿Lista? —Su aliento rozó su oído. Un escalofrío placentero le
recorrió la columna.
—Lista —respondió ella.
Dicho esto, emprendieron el vuelo. Esquivaron las ramas de pino
cubiertas de nieve y rodearon los carámbanos que refractaban la luz del
sol de color rosa. Cuando atravesaron el dosel, la vista dejó a Clarion sin
aliento. Infinitas extensiones de nieve y aguas frías brillaban, iluminadas
por la hora dorada. Todo parecía tan pequeño desde esa altura… y con las
alas atadas bajo el abrigo, la euforia punzaba los bordes de su asombro. El
viento frío hizo que su cabello se agitara detrás de ella y le mordisqueara
la punta de la nariz. Las ráfagas de viento danzaban salvajemente ante ella,
cada copo de nieve teñido de cálidos tonos rosa y dorado mientras el sol
se ponía como una brasa encendida en la curva de las montañas.
Luego se lanzaron hacia la sombra del bosque. Debajo de ellos, el ojo
redondo del lago helado la miró fijamente, como si todas las pesadillas que
bullían debajo sintieran su presencia y la odiaran. El terror instintivo
aceleró su pulso y la herida en su brazo palpitó con el recuerdo de lo que
había sucedido la última vez que habían venido allí. Pero no podía
permitirse el lujo de perder el valor ahora.
Los pinos los envolvieron y Noctua aterrizó en una rama baja. Incluso
desde allí, el miasma2 que se había asentado como una densa niebla sobre
el hielo se arrastraba sobre ellos. Los pelos de su nuca se erizaron. Incluso
Noctua esponjó su plumaje con inquietud. Sin pensarlo, Clarion le rascó
la parte superior de la cabeza para calmarla y luego se deslizó del lomo de
la lechuza. Sus botas crujieron en la intensa nevada.
2
Según el diccionario: efluvio maligno que, según se creía, desprendían cuerpos enfermos, materias
corruptas o aguas estancada.
Milori aterrizó junto a ella, con sus ojos grises fijos en la prisión que
acechaba más allá de la hilera de abedules retorcidos. Otro viento sopló
entre los árboles y desgarró su abrigo con garras heladas. Un velo de nieve
se levantó del suelo, ocultando el sol que se desvanecía. Todo parecía una
advertencia: abandona este lugar.
—¿Vamos? —le preguntó a Milori.
—Un momento. —Entrelazó sus dedos con los de ella y Clarion hizo
todo lo posible por no derretirse. Su tacto la hizo sentir segura y la
emocionó más de lo que estaba dispuesta a admitir.
De la mano, caminaron con dificultad por los bancos de nieve hasta
que por fin llegaron a la orilla del lago helado. Mientras viviera, nunca se
acostumbraría a su pura presencia. El silencio allí era antinatural, como si
el lago se tragara todos los sonidos. El miedo se apoderó de sus hombros
como un manto de acero. Clarion hizo todo lo posible por respirar a pesar
del peso.
Salió al hielo. Su traicionera superficie brillaba, pero aún podía
distinguir las formas borrosas de las pesadillas ondulando bajo sus botas
como agua oscura. Mientras ella y Milori se dirigían al centro, las
pesadillas se encogían y atacaban por turnos. Evitó las delgadas grietas de
la superficie, que crujían bajo su peso. Se estremeció al pensar en lo que
sucedería si cayera a las profundidades del lago.
Cuando llegaron al centro del lago, la luz del día era una franja rojiza
en el horizonte. Prácticamente podía sentir el hambre y la anticipación de
las pesadillas brotando de las grietas. Se arremolinaban juntas, anhelando
su libertad.
Era ahora o nunca.
A regañadientes, Clarion soltó la mano de Milori. Se agachó junto a
las nuevas fisuras en el hielo y dejó que su atención se dirigiera hacia la
barrera de magia onírica que se encontraba justo debajo, hacia sus hilos
cada vez más finos y sus tramas cada vez más sueltas, que apenas retenían
a las bestias que contenía. Se había desgastado aún más desde la última
vez que estuvieron allí. Su magia ansiaba repararla.
Su primer instinto fue buscar lo que le resultara familiar y cómodo:
dominarse, concentrarse, esforzarse. En cambio, cerró los ojos y sintió que
sus pies se apoyaban en el hielo, que su pecho subía y bajaba al respirar.
Tal vez si intentara verse a sí misma como lo hacía Milori…
Fuiste hecha para esto.
Una tranquila certeza la invadió. La energía crepitó justo debajo de su
piel y su brillo se intensificó. Clarion apoyó la palma de la mano sobre el
hielo y dejó que su magia fluyera a través de ella. Una luz dorada se
arremolinó por su brazo y se concentró en la palma de su mano. Los ojos
atónitos de Milori reflejaron el brillo de su poder.
Clarion lo dejó volar.
La luz de las estrellas fluyó hacia el hielo y se entrelazó con los hilos
deshilachados del sueño. Los fortaleció y, puntada a puntada, cubrió las
lágrimas. Su magia iluminó el hielo desde adentro y la bañó con una luz
dorada y jaspeada.
Mientras las pesadillas se agitaban en su prisión, sus gritos le hacían
temblar los huesos. Se desataban con torrentes de emociones negativas: el
dolor del rechazo, la sensación de humillación que le revolvía el estómago,
el terror agudo de que algo volviera para atormentarla. Todo lo que podía
ver eran dientes rechinantes y ojos siniestros. Todo lo que podía pensar
era en esa terrible versión futura de sí misma, aislando al invierno con un
solo corte. Todos sus peores miedos se sentían demasiado cerca de la
superficie, urgentes e innegablemente reales. La presión se acumulaba
detrás de sus ojos. Sus manos comenzaron a temblar.
Pero con un último lazo tenso, su trabajo estaba hecho. La barrera
reparada brillaba como una capa de gasa de seda de araña. A través de los
puntos, apenas podía ver a las pesadillas, gruñendo y chasqueando
mientras retrocedían de sus nuevos confines.
—Milori —exclamó—. Ahora.
Extendió las manos y la escarcha floreció sobre el hielo destrozado.
Los lamentos de las pesadillas se fueron apagando hasta que ella no pudo
oírlos en absoluto.
La luz de la barrera se atenuó bajo la superficie helada del lago y la
noche se instaló suavemente en el espacio que había dejado atrás. Cuando
su vista se ajustó a la oscuridad iluminada por las estrellas, contempló la
obra del Guardián. El hielo mismo parecía brillar. Con la prisión sellada,
la atmósfera opresiva disminuyó y Clarion imaginó que así había sido ese
lugar siglos atrás.
Hermoso.
Milori dejó escapar un suave sonido de incredulidad. Cuando Clarion
se volvió hacia él, sintió otra punzada de nostalgia. La luz de la luna doraba
el hielo y lo envolvía. Así, estaba resplandeciente, un efecto que no
contribuía a mejorar la forma en que le sonreía.
—Lo hicimos.
Ella no pudo evitar sonreírle. —Lo hicimos.
Apenas podía creerlo. Después de semanas de miedo e incertidumbre,
habían liberado a sus súbditos de las pesadillas. Apenas tuvo tiempo de
procesarlo. Porque con un aleteo de sus alas, Milori se elevó del suelo.
Tomó sus dos manos enguantadas entre las suyas y luego voló hacia atrás,
hasta que ella se deslizó por el hielo detrás de él.
—¡Milori! —protestó ella entre risas. Estaba a punto de hundirse en el
agua, pero su alegría era contagiosa. Se rindió y se dejó deslizar por la
superficie.
La hizo girar para frenar el impulso y apoyó una mano en su cintura
para estabilizarla. —Ven conmigo. Quiero mostrarte algo.
Cuando él era tan feliz sin reservas, ¿cómo podría ella negarle algo? —
Por supuesto.
Milori la llevó a un mirador en la cima de otra montaña. Desde allí se
veían los Bosques de Invierno y, sobre todo, el inmenso lago helado. El
hielo, liso como un espejo, ahora brillaba con vetas doradas. Una suave luz
dorada iluminaba la oscuridad circundante. Más allá, podía ver el Salón de
Invierno, que brillaba frío a la luz de la luna, y los enclaves de las casas de
las hadas de invierno que brillaban como luciérnagas en la oscuridad. Y
allí, luminoso y dorado, estaba el árbol del polvillo. Parecía imposible que
estuviera allí, mirando fijamente el lugar en el que había pasado toda su
vida, un lugar del que creía que nunca se marcharía.
Pero no era la vista que Milori le había traído a ver. En un precipicio
que dominaba la prisión de las pesadillas había una enorme escultura
tallada completamente en hielo.
Clarion se acercó y echó la cabeza hacia atrás para poder apreciarla en
su totalidad. La estatua era de un hombre, con la mano apoyada en una
espada que llevaba a la cadera. Una diadema, tallada con la insignia del
invierno en forma de copo de nieve, descansaba sobre su frente. Una capa
adornada con el pelaje de un animal ondeaba detrás de él. Sus alas,
atravesadas por la luz de la luna, brillaban como el propio invierno.
Parecía extrañamente familiar… casi como Milori, con su semblante
estoico y sus ojos cansados.
—Aquí está —dijo Milori—. Este es el primer Guardián de los Bosques
Invernales. Se dice que esta estatua fue encargada por la propia Reina de
Pixie Hollow.
—El Señor del Invierno —murmuró Clarion.
—Sí —dijo, tras una pausa—. Supongo que también se le conocía por
ese título.
No parecía el monumento de un hombre que lo había arriesgado todo
por su orgullo, sino el de alguien que, incluso en la muerte, no había
olvidado su deber.
Mientras daba vueltas alrededor de la estatua, su mirada se fijó en el
pedestal. Estaba cubierto de liquen y nieve muy compacta, pero podía ver
algo escrito justo debajo. Se arrodilló a su lado y raspó la escarcha con su
guante. Pedazo a pedazo, se fue cayendo. Frotó hasta que pudo distinguir
la inscripción tallada.
EN EL HIELO Y EN LOS CORAZONES DE TODAS LAS HADAS DE
PIXIE HOLLOW,
EL RECUERDO DEL SEÑOR DEL INVIERNO,
UN VERDADERO AMIGO Y PROTECTOR FIRME,
SE PRESERVA PARA SIEMPRE.
Justo debajo de la última línea había un grabado tenue. Clarion lo
reconoció como la insignia real: el árbol de polvo de hadas enmarcado por
las alas de una mariposa monarca. A Clarion le dolió el corazón al verlo.
Esta no era la clase de estatua construida para los vivos, lo que significaba
que la historia de Elvina era completamente errónea. No había habido
ninguna rebelión que hubiera separado sus reinos, ninguna traición. La
consolaba tanto como la desconcertaba.
—¿Qué pasó entonces? —preguntó. —¿Cómo terminamos así?
—No lo sé. —Milori se agachó junto a ella y miró la estatua—. En sus
escritos, enfatizó que las pesadillas no eran algo de lo que la reina debería
preocuparse. Supongo que su sucesor no era tan cercano a la reina, y por
eso, tal vez… Simplemente nos distanciamos con el tiempo. Supongo que
es un rasgo que todos compartimos, el querer cargar con esta carga solos.
Entiendo la necesidad de esa visión, le había dicho Milori cuando
compartió la filosofía de Elvina.
Clarion apoyó una mano sobre su brazo. —No lo has hecho.
—No lo he hecho —dijo sonriendo con tristeza—. No eres la única
hada de Pixie Hollow que cree que no puede hacer lo que nació para hacer.
Durante generaciones, todos los Guardianes de los Bosques Invernales
han cumplido con su deber infaliblemente, excepto yo. Lo que les pasó a
nuestros dos súbditos es completamente culpa mía, y te pedí que
corrigieras mi error.
Fue culpa mía. ¿No había pensado ella exactamente lo mismo,
arrodillada entre los escombros del Bosque de Otoño? Pero al escucharlo
decirlo, se dio cuenta de lo terriblemente injusto que era. Nadie debería
asumir tanta responsabilidad.
—Tengo una deuda enorme contigo —dijo—. Y, mientras compartes
la noticia con tus súbditos, si quieres culparme…
—¿Cómo podría culparte? —interrumpió ella. —¿Qué podrías haber
hecho?
Él se quedó en silencio.
—No me debes nada. Si hay una deuda, te la debo yo a ti.
Tomó sus manos entre las suyas. —Así que perdónate. Esto habría
sucedido de una manera u otra. Tú y yo éramos los desafortunados que
tuvimos que arreglar lo que nuestros predecesores no pudieron. Durante
mucho tiempo, tú y yo hemos desperdiciado nuestra energía tratando de
estar a la altura de ellos. Pero tú eres lo suficientemente bueno por tus
propios méritos.
Milori levantó la mirada hacia ella una vez más y el mundo entero se
quedó tan quieto como el más crudo invierno. La nevada pareció
detenerse; el viento se redujo a un susurro. La emoción que brillaba en sus
ojos la dejó sin aliento y entonces se dio cuenta de lo cerca que estaban.
Su aliento se llenó de vaho en el estrecho espacio que los separaba.
—Espero que sepas que a ti también te sucede lo mismo. —Milori
colocó con cuidado un mechón de cabello detrás de su oreja. Sus nudillos
acariciaron suavemente su pómulo mientras apartaba la mano —Serás una
reina excelente.
Y aunque su corazón se llenó de alegría al oírlo decirlo, el recuerdo de
su coronación hizo que la realidad se estrellara contra ella como una ola.
Se sentía cruel, encontrarse con él justo antes de tener que dejarlo ir. Atrás
quedarían sus días de escabullirse al invierno. Atrás quedaría lo que fuera
que hubiera entre ellos. Porque en el momento en que esa corona fuera
colocada sobre su cabeza, pasaría el resto de su vida en el palacio, sus días
ocupados por reuniones, audiencias y ceremonias. Se convertiría en la
estrella fría, en lo alto de su torre, mirando desde arriba todo lo que había
jurado supervisar desde la distancia.
Como Clarion, ella podría cuidar de él, pero la Reina de Pixie Hollow
nunca podría estar verdaderamente con él, ni con nadie más.
Milori percibió claramente el cambio de su humor. —¿Está todo bien?
—Sí —dijo ella, forzando una sonrisa—. Sólo tengo frío.
No parecía convencido, pero dijo: —Entonces déjame llevarte de
regreso a primavera.
Clarion guardó silencio durante el viaje de regreso a la frontera. Él no
la presionó, aunque ella podía sentir que su preocupación la invadía. Solo
cuando estuvo de pie en el borde del puente se dio la vuelta para mirarlo.
No podía obligarlos a ambos a languidecer sin cerrar el capítulo, no otra
vez. Además, ella le había prometido que terminarían la conversación que
habían iniciado.
—Tengo que confesar que mentí. No todo está bien —dijo.
—Oh —dijo, en un tono que sugería que no sabía si debía fingir
sorpresa—. ¿Puedo preguntarle qué te preocupa?
No sabía si reír o llorar. ¿Cómo podría responder a esa pregunta?
Ahora que habían hecho lo que se habían propuesto, ya no tenían motivos
para verse. —Te voy a extrañar.
—¿Eso es todo? —preguntó —Puedes volver mañana.
—Yo no.
La frustración y el anhelo bullían en su interior. Ojalá fuera así de
simple.
—Mi coronación será en poco más de una semana, Milori. Nuestros
deberes como gobernantes nos mantendrán separados.
Sus palabras le cayeron como un puñetazo en la cara y lo dejaron
tambaleándose. Milori negó con la cabeza, apenas. Ella se dio cuenta de
que quería discutir, pero se limitó a decir: —ya veo.
—Me gustas —continuó sin aliento —Mucho, demasiado.
—Entonces no entiendo por qué…
—Me da miedo. —Cuánto te deseo. Qué doloroso sería perderte. —Lo
que dije fue en serio. No me arrepiento de nada. Me alegro de que haya
sucedido, pero no puede volver a suceder. De ahora en adelante,
deberíamos mantener una distancia formal entre nosotros. Antes de que
se vuelva demasiado doloroso.
A medida que pasaban los segundos, la expresión afligida de su rostro
se fue suavizando poco a poco. Dio un paso cauteloso hacia ella, como si
tuviera miedo de ahuyentarla. En voz baja, dijo: —no creo haber sido sutil
al respecto, pero siento que debo decirte que tú también me gustas.
Clarion no pudo evitar reírse, incluso a pesar de la amenaza de que las
lágrimas le oprimieran la garganta. Apoyó la frente en su hombro, aunque
sólo fuera para ocultar lo mucho que sus palabras la habían afectado.
Supuso que sabía desde hacía tiempo cómo se sentía, pero oírlo admitirlo
en voz alta… Eso hizo que aquello, lo que fuera, fuese real, algo que podía
perder. —¿Eso es todo lo que has aprendido de lo que he dicho?
—No creo que nuestros deberes requieran que nos mantengamos
alejados. Pero defenderé mi punto de vista en otra ocasión. —Cuando se
atrevió a mirarlo de nuevo, él desvió la mirada. Si ella no lo supiera, diría
que parecía nervioso. —Quería invitarte al baile de coronación de
invierno. Se celebrará en tu honor.
La tranquila vulnerabilidad de su voz, oculta tras esa capa de gracia
cortesana, fue como un martillo para sus defensas. ¿Siempre tenía que
poner las cosas tan difíciles? —Milori…
—Puedes asistir en calidad de invitada oficial, por supuesto —se
apresuró a añadir—. Tus súbditos en invierno están muy ansiosos por
conocerte.
Ella lo pensó. El sentido común le dictaba que debía rechazar su
invitación. Sería mucho más sencillo hacer una ruptura limpia, no
torturarse más estando cerca de él. Pero si quería salvar la distancia entre
el invierno y las estaciones cálidas, tendría que aprender a soportarlo. Con
el tiempo, tal vez esos sentimientos se desvanecerían hasta convertirse en
poco más que un recuerdo. Mientras tanto, tendría que practicar.
Asistir, por supuesto, supondría un reto logístico, pero ¿qué tan difícil
podría ser escabullirse de su propio baile de coronación? Una vez que
cumpliera con sus deberes ceremoniales e intercambiara cumplidos con
las hadas adecuadas, nadie notaría si se ausentaba durante una o dos
horas. Volvería antes de que alguien se diera cuenta.
Clarion se tiró de la manga del abrigo. —No tengo nada que ponerme
para un baile de invierno.
Estaba claro que ya sabía que había ganado, porque una sonrisa se
dibujó en sus labios. —Tú eres la reina. Puedes vestir lo que quieras.
Un terrible cariño burbujeó en su pecho. —Entonces supongo que
tendré que irme.
—¿Lo harás? —En cuanto se encendió su entusiasmo, lo tranquilizó—
. Todos estarán muy felices de verte.
—Bueno —dijo ella, —el sentimiento es mutuo.
Demasiado tarde, se dio cuenta de que no se había apartado de él, de
que no había querido hacerlo, a pesar de la distancia que sabía muy bien
que debía mantener entre ellos. Sería algo sencillo: ponerse de puntillas y
besarlo como la otra noche, y enredar los dedos en su pelo blanco como la
nieve.
Su mirada recorrió su rostro y se detuvo, sólo por un instante, en sus
labios. Tenía razón en que nunca había sido precisamente sutil; Clarion
sabía, hasta el polvo de estrellas en sus huesos, que él la dejaría. Y, sin
embargo, permaneció tan inmóvil como tallado en hielo.
—Te vas a enfriar si te quedas mucho más tiempo —murmuró.
Antes de poder pensarlo mejor, dijo: —Me dijeron que me queda bien.
Le tomó sólo un momento darse cuenta de que ella le había devuelto
sus propias palabras. Un destello de anhelo agridulce iluminó sus ojos, y
Clarion supo en ese momento que ella había cruzado una línea de la que
tal vez nunca se recuperaría. Tal vez hubiera sido mejor no saber lo que se
estaba perdiendo.
Tal vez hubiera sido mejor añorar que llorar.
18
Desde que sellaron la prisión, ninguna pesadilla había descendido
sobre Pixie Hollow mientras dormían. Nadie se había despertado para
encontrar su trabajo destruido. Nadie más había caído víctima de su
terrible hechizo.
Nadie se había despertado tampoco de su sueño de pesadilla.
Cuando Clarion visitó la clínica, el inquietante silencio de la
habitación se apoderó de ella. Al mirar a las hadas dormidas, se quedó
paralizada por la sorpresa. Pero la devastación que siguió fue como un
viento helado que la atravesó y la dejó vacía. No lo entendía. Habían
sellado la prisión, ¿por qué no había funcionado como en el pasado?
Tal vez debería haber sabido que no debía confiar tanto en las
historias. Ella y Milori podrían haber evitado que más monstruos
escaparan, pero hasta que encontraran una cura para el hechizo, esta
pesadilla estaba lejos de terminar. Y ahora solo tenían una semana para
hacerlo.
Por lo menos, Pixie Hollow finalmente, aunque de forma tentativa,
había bajado la guardia. Aunque el nuevo desarrollo claramente confundió
a Elvina, ella había anunciado que se levantaría el toque de queda para el
Baile de la Coronación de esa noche.
Sin embargo, Clarion no tenía muchas ganas de celebrar. No podía
contentarse con lo que había logrado hasta asegurarse de que todo había
terminado de una vez por todas, hasta que viera a Rowan y a los demás
despertar y el otoño llegar a tierra firme sin demora. Tenía que haber
alguna manera de liberarlos.
¿Pero cómo?
Clarion le dio vueltas a la pregunta mientras se vestía para el baile, sola
y melancólica en sus aposentos. Aún no le parecía del todo real que, en
una semana, la corona sería suya. Tal vez nunca lo sería hasta que
demostrara que era digna del título.
Las puertas de su balcón estaban entreabiertas y dejaban entrar una
fresca ráfaga de aire vespertino. Los delicados aromas herbáceos de la flor
de la amapola y de la fresia la alcanzaban débilmente. Las flores violetas y
amarillas se mecían en las ramas, como si intentaran llamar su atención.
El árbol de polvo de hadas había echado nuevos brotes en los últimos días;
en el lenguaje de las flores, decía estoy aquí para ti. Clarion se maravilló
de lo atento que estaba últimamente. No pudo evitar preguntarse si sabía
que ella estaba tratando de protegerlo.
Se paró frente al espejo, sintiéndose completamente ridícula y
decididamente poco digna de una reina. Se había puesto el vestido después
de haber sobreestimado enormemente su habilidad para abrochar todos
los diminutos botones que recorrían su columna vertebral. La tela se abría
en la espalda y amenazó con deslizarse por sus hombros.
Como si fuera una señal, dos fuertes golpes sonaron en la puerta.
Sintió un gran alivio. Alguien había venido a rescatarla por fin.
—¿Quién es?
—Artemis, Su Alteza.
—Está bien —respondió ella—. Pasa.
La puerta se abrió de golpe. Artemis estaba de pie en el umbral, vestida
con su atuendo completo de exploradora. Clarion admiró su chaqueta,
toda de corte entallado, de tela negra y relucientes botones dorados, y notó
que su espada no era puramente ceremonial. Llevaba la misma espada que
siempre llevaba en la cadera, pero la había metido en una vaina más
ornamentada. Estaba decorada con intrincados espirales de oro en forma
de flores. Para gran sorpresa de Clarion, incluso había hecho algo con su
cabello. Brillaba como la cáscara pulida de una bellota, peinado hacia atrás
y recogido cuidadosamente detrás de las orejas.
A pesar de su uniforme inmaculado, parecía cansada y un poco triste.
Clarion supuso que lo entendía. Esta noche, habría una ceremonia de
nombramiento de caballeros para los exploradores que habían arriesgado
sus vidas en patrullas durante las últimas semanas. Era el mayor honor
que podían lograr, otorgado por la propia reina. Clarion no necesitaba
preguntar para saber que era algo que Artemis quería y algo que se
merecía, después de haber salvado la vida de Clarion.
Artemis observó la escena que tenía ante sí. Evidentemente
conmovida por la situación de Clarion, preguntó: —¿Necesitas ayuda?
Clarion le lanzó una mirada agradecida en el espejo.
—Por favor.
Artemis se acercó y se puso a trabajar de inmediato en abrochar los
botones con una facilidad experta y eficiente. Cuando terminó, ajustó la
cola, dejándola desplegar como un chorro de agua. Ahora, Clarion podía
apreciar el efecto completo del vestido. La tela brillaba como la luz de las
estrellas, su brillo arrojaba un resplandor centelleante y siempre
cambiante sobre las paredes. Apenas unos minutos antes, se había
trenzado el cabello. Una de las talentosas jardineras le había dejado una
guirnalda de forsitias y pétalos de margarita para que la tejiera en su
trenza. Todo lo que quedaba ahora era aplicar su maquillaje.
—Te ves preciosa —dijo Artemis.
—Tú también. —Clarion se emocionó ante el cumplido, pero no pudo
evitar la expresión agridulce y pensativa que tenía su guardia—. ¿Cómo
estás?
Artemis pareció algo sorprendida pero respondió: —Bien.
Clarion levantó una ceja.
—¿En serio?
Hubo un momento de silencio mientras Artemis analizaba la pregunta
detrás de su pregunta. Su boca se torció en una mueca de incomodidad.
—Ah.
Honestamente, pensó Clarion. Los exploradores y su decidido
estoicismo. Tal vez no fuera profesional insistir en el asunto, pero a
Clarion le importaba su bienestar.
—Tú también mereces reconocimiento, ¿sabes?
—No importa —dijo Artemis apresuradamente—. Hice todo lo que
pude para ayudar en lo que pude. Lo único que quiero es el bien de Pixie
Hollow.
Clarion apartó la mirada de su propio reflejo y la miró con una mirada
significativa. Nadie podía ser tan desinteresado.
—Pero quieres más que eso.
Artemis dudó. —Supongo que sí.
Por segunda vez en todos los años que se conocían, Clarion había
arrastrado a Artemis hasta el borde mismo de su vulnerabilidad. No sabía
si podría convencerla de que diera el salto. Se sentó en el borde de su cama
y apoyó la barbilla en sus manos.
—Una vez, me dijiste que habías guiado tu corazón por encima de tu
cabeza. Por eso te asignaron para ser mi guardia. ¿Qué pasó, exactamente?
Por un momento, Clarion pensó que podría cambiar de tema por
completo, pero Artemis exhaló un largo suspiro y se sentó en la cama a su
lado. El colchón se hundió bajo su peso. Artemis permaneció sentada con
la columna rígida y recta y las manos entrelazadas sobre las rodillas.
—Cuando llegué por primera vez a Pixie Hollow —dijo—, había una
especie de situación en curso. Un halcón había aparecido. Se nos echó
encima y trató de establecer su territorio en el Bosque de Otoño. Ninguna
de las hadas de los animales pudo controlarlo ni convencerlo de que fuera
a otro lado, por lo que dependía de los exploradores manejar el peligro que
representaba. En aquel entonces yo era una especie de tiradora. —Al oír
esto, Clarion reprimió una carcajada. Artemis le dedicó una sonrisa
irónica, pero esta se desvaneció rápidamente—. Había tenido una
escaramuza con él y estaba lista para ahuyentarlo. Lo tenía en la mira,
después de que un amigo de mi unidad y yo lo acorraláramos. Pero ella
había subestimado su ración de polvo de hadas. Cayó.
Las alas de las hadas no podrían soportar su peso sin el polvo de hadas.
Y si estuvieran luchando contra un halcón, sin duda se encontrarían muy
por encima del suelo del bosque.
—Oh —murmuró Clarion.
Artemis inclinó la cabeza y su cabello negro le cubrió el rostro.
—La salvé, pero dejé escapar a nuestro objetivo. Otros se perdieron
como resultado de mi error. Mis superiores determinaron que no era lo
suficientemente sensata como para tomar las decisiones correctas en la
batalla. Mis instintos indicaban que era más adecuada para el servicio de
guardia.
Una buena reina debe centrarse en la tarea que tiene entre manos,
había dicho Elvina una vez, y ayudar a escala.
El corazón le dio un vuelco al oír el dolor en la voz de Artemis, un dolor
que Clarion conocía íntimamente. Ella tampoco podría haberle dado la
espalda a alguien a quien podría haber salvado. ¿Eso era realmente lo que
significaba ser responsable y sensata? ¿Proteger a los hipotéticos muchos
antes que a la persona que tenía delante?
—No estoy seguro de que eso sea un error —dijo Clarion suavemente.
Artemis la miró con una esperanza sobresaltada brillando en sus ojos.
¿Nadie la había absuelto de esto? Muy pronto, Clarion podría restituirla
oficialmente. Había sido castigada (y ella se había castigado a sí misma)
durante demasiado tiempo.
—No sé si yo hubiera actuado de otra manera. Lo que hiciste fue
valiente. —Clarion apoyó el hombro contra la pared—. Artemis, tienes un
buen corazón. Necesitamos más hadas como tú en los exploradores.
Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Artemis. Vacilante, como
si no se atreviera a hablar, dijo: —Es muy amable de tu parte decirlo.
Clarion le devolvió la sonrisa.
—Es verdad.
Antes de que Artemis pudiera responder, otro golpe sonó en la puerta.
—Soy yo.
Clarion se animó al oír la voz de Petra. Era una especie de tradición
que se prepararan juntas para los bailes, pero entre sus horarios y la
tensión por el invierno, no sabía si esperarla.
—La puerta está abierta —gritó Clarion.
Petra entró en la habitación y Clarion sintió tanto como oyó la
respiración entrecortada de Artemis. No podía culparla. Petra siempre
había sido hermosa, pero esa noche estaba absolutamente
resplandeciente. El corpiño de su vestido era ajustado, pero la falda se
ensanchaba en elegantes capas de hiedra. Sus rizos rojos habían sido
domados y recogidos en un elegante nudo en la nuca, con algunos bucles
que enmarcaban ingeniosamente su rostro.
Cuando la mirada de Petra se posó en Artemis, dejó escapar un sonido
ahogado de sorpresa. Artemis se puso de pie automáticamente y las dos se
miraron fijamente desde el otro lado de la habitación con asombro
silencioso. Clarion necesitó de toda su fuerza para abstenerse de hacer
comentarios. En cambio, se fue de la cama al tocador.
Artemis fue la primera en romper el silencio. —Te ves… bien.
A Petra se le subió el rubor por el cuello y el pánico se apoderó de ella.
Casi tropezó con la pared que tenía detrás. —¿Qué? ¿Por qué dices eso?
¿Tengo algo en la cara?
—No, yo… —Artemis parpadeó, claramente insegura de cómo manejar
la situación—. Lo dije porque lo pienso en serio.
—Bien. —Petra todavía parecía profundamente escéptica, pero casi
complacida.
—Entonces —intervino Clarion.
Ambas se sobresaltaron, como si hubieran olvidado por completo que
ella estaba allí.
—Petra y yo tenemos que terminar de prepararnos. —Clarion tomó un
pincel cosmético y luego un bote poco profundo de pintura para ojos.
Dentro había un pigmento dorado hecho con una mezcla de arcilla y polvo
de hadas—. ¿Quieres un poco, Artemis?
Artemis la examinó como si estuviera evaluando una amenaza.
—No, gracias. Te dejo con eso.
Clarion levantó un hombro.
—Como quieras.
Petra se encogió contra la pared cuando Artemis pasó junto a ella.
Cuando la puerta se cerró con un clic detrás de ella, Petra cruzó la
habitación con un revoloteo de faldas de hiedra y rizos brillantes como el
fuego.
—No me dijiste que ella iba a estar aquí.
—Ella siempre está aquí. —Clarion desprendió la pintura de sus ojos
y, sin poder resistirse, añadió—: Esta noche no está de servicio, ¿sabes?
El rostro de Petra se iluminó.
—¿En serio?
Clarion se quedó sin aliento. No había tenido intención de pillar a
Petra, pero ahora había confirmado lo que había sospechado durante años.
Señaló a Petra con el pincel.
—¡Lo sabía!
—¡No hay nada que saber!
Petra parecía dispuesta a arrebatarle el cepillo o a huir por la ventana
más cercana, pero eso no sirvió para apagar la chispa de la travesura.
—Oh, creo que sí.
—De todos modos, no importa. —Petra se tapó la cara con las manos—
. Es aterradora.
Clarion resistió la tentación de poner los ojos en blanco.
—Solo invitala a bailar. No te va a morder.
—Aunque podría apuñalarme —dijo Petra sombríamente.
Clarion sonrió. Qué fácil era caer en ese patrón con ella. Se sentía tan
normal que casi se había olvidado de su última conversación. Casi había
olvidado que esa noche tendría que pasar desapercibida.
Tanto tú como Elvina dependen de mí para que sus planes funcionen.
Estar en esta posición no es fácil para mí.
El recuerdo, el recordatorio de la distancia que las separaba, le provocó
un dolor punzante. Si Petra supiera que planeaba escabullirse hacia
invierno esa noche, intentaría detenerla. Y ahora que estaba claro que su
plan no había tenido éxito del todo, necesitaba hablar con Milori más que
nunca. Tenía que haber algo que pudieran hacer, cualquier cosa para
evitar que Elvina usara lo que Petra le había proporcionado.
La expresión de Petra se suavizó con preocupación.
—¿Qué pasa?
—Últimamente tengo muchas cosas en la cabeza. Cosas de la
coronación. —Clarion forzó una sonrisa. En un esfuerzo por mantenerse
ocupada, revolvió unas cuantas botellas de vidrio con fragancias.
Entrechocaron entre sí, demasiado fuerte en el frágil silencio—. Ven aquí.
Siéntate.
Petra se sentó con cuidado en el borde de su cama.
Clarion se giró para mirarla de frente y casi choca sus rodillas. Secó el
pincel con la pintura para ojos y luego tomó la barbilla de Petra entre sus
dedos.
—¿Lo de siempre?
—Sí —añadió después de un momento—. Pero tiene que quedar
especialmente bien. Sin ningún motivo en particular.
—Por supuesto que no —dijo Clarion con un dejo de picardía.
Clarion apoyó la muñeca en el pómulo de Petra y le aplicó oro en los
párpados. Sus brazaletes tintinearon suavemente y la respiración
constante de Petra se extendió sobre su piel mientras trabajaba. Clarion
siguió un ritmo ensayado, aplicando el pigmento en capas sobre el hueso
de la ceja. Cuando terminó con los ojos de Petra, Clarion cambió a su
pincel más esponjoso y espolvoreó polvo de hadas sobre los pómulos de
Petra. Era todo lo que necesitaba. Cualquier otra cosa ocultaría sus pecas.
—Abre los ojos —dijo Clarion.
Lo hizo, y el corazón de Clarion dio un vuelco. El dorado de la pintura
y el rojo intenso de su cabello resaltaban cada matiz de verde en sus ojos.
Eran del color de un bosque de verano iluminado por el sol.
—Perfecto —dijo Clarion dejando el pincel enfáticamente—. Se va a
enamorar de ti.
Petra soltó un gemido inarticulado en señal de protesta y, a pesar del
miedo y el estrés, Clarion se rió. Durante unas horas más, tal vez podría
fingir que todo era como siempre.
Cuando llegaron al baile, en pleno corazón del verano, las festividades
ya estaban en pleno apogeo. Clarion, Petra y Artemis pasaron por debajo
del Círculo de las Hadas (un anillo de hongos con el capuchón rojo) y
entraron en el salón de baile, anunciadas por el tono brillante y resonante
de la voz de un hada heraldo.
La vista le dejó sin aliento.
Las luciérnagas, suspendidas de las ramas bajas, proyectaban un suave
aura azul sobre la hierba. De vez en cuando, las luciérnagas perforaban la
oscuridad con puntitos de luz mientras volaban por el aire. Incluso sin su
ayuda, todo el claro estaba increíblemente brillante, bañado como estaba
por la luz de la luna. En el centro, un manantial burbujeaba, convertido en
un espectáculo por las hadas del agua reunidas a su alrededor. Con un
movimiento de sus manos, las gotas se elevaban desde la superficie y
refractaban la luz de la luna. Delicadas hebras de agua se entretejían en el
aire y se disipaban en una brillante cortina de niebla.
En la parte trasera del salón de baile, Clarion divisó su destino: un
estrado improvisado sobre el tocón de un árbol joven cubierto de musgo.
Desde allí, Clarion pudo distinguir las puntas en forma de gancho de la
corona de Elvina y el resplandor de sus alas. Cuando estiró el cuello para
ver mejor, vislumbró a la comandante Nightshade flotando justo a su lado.
Pronto, estaría de pie junto a ellas mientras Elvina presidía la ceremonia
de nombramiento como caballero.
Pasaron por mesas de banquete, cada una de ellas repleta de arduo
trabajo de las hadas cocineras. Cada plato era como una carta de amor al
verano y sus frutos: pastel de miel cubierto con panal, moras y rodajas de
higos, delicadas tartas de arándanos espolvoreadas con azúcar gruesa,
mermelada de melocotón y pan dorado, tomates cortados en rodajas
gruesas y servidos con una pizca de sal y albahaca, copas de vino de
grosella, rábanos encurtidos y acelgas arcoiris, jarras de agua de azahar y
menta, streusel de ruibarbo y fresa. A Clarion se le hizo la boca agua al
mirarlo todo.
Pero lo más llamativo eran las hadas, todas ellas ataviadas con sus
mejores galas. Las hadas descansaban sobre los pétalos de las flores que
florecían de noche, acicalándose bajo la luz de la luna llena. Otras estaban
tumbadas sobre los hongos o revoloteaban sin rumbo por el aire, hablando
en voz baja con sus amigos. Normalmente, su charla emocionada ahogaría
el sonido de la música de la orquesta. Pero esa noche, la atmósfera estaba
teñida de melancolía.
Las hadas dormidas, claramente, estaban en la mente de todos.
Mientras se abrían paso por el claro, la multitud se abrió paso para ella
y las conversaciones se silenciaron. A su alrededor, Clarion podía oír
murmullos diferentes de «Su Alteza». Muchos le hicieron una reverencia
o un saludo cuando pasó a su lado. Artemis era una presencia
reconfortante a su lado, guiándola hacia el estrado como la proa de un
barco pirata cortando las olas del Mar de Nunca Jamás. Clarion le hizo un
rápido gesto de reconocimiento antes de flotar para unirse a la reina y a la
comandante de los exploradores. Elvina la recorrió con la mirada, con su
cetro ceremonial agarrado sin apretar en sus manos.
Lo que vio allí la satisfizo.
—Pareces una reina esta noche.
El orgullo que brillaba en sus ojos hizo que Clarion se sintiera
desconcertada. Había ansiado durante mucho tiempo que se lo dijeran y
se sentía extrañamente vacía al oírlo ahora, cuando Elvina no sabía lo que
había hecho.
—Gracias.
Elvina se volvió hacia las hadas reunidas. La orquesta tocó una última
nota temblorosa que se disipó en el aire húmedo del verano y, con eso, el
silencio fue total.
—Bienvenidos a todos. Gracias por venir al Baile de Coronación que
se lleva a cabo en honor a la Princesa Clarion, quien será coronada como
su reina dentro de una semana. —Elvina hizo una pausa cuando su voz
vaciló. Clarion frunció el ceño. Nunca había visto a Elvina vacilar,
especialmente frente a sus súbditos. Pero ahora que Clarion la estaba
estudiando de cerca, pudo ver que el rostro de Elvina estaba bastante
pálido—. Ha pasado mucho tiempo desde que pudimos reunirnos todos
así. Mientras que los heridos en el ataque están en el primer plano de
nuestros pensamientos, la sombra oscura que ha caído sobre Pixie Hollow
finalmente se está disipando.
Se escucharon algunos aplausos tentativos en el claro. Cuando se
calmaron, Elvina continuó: —Y por eso, me gustaría comenzar la velada
honrando a algunos de nuestras valientes hadas exploradoras. Han
trabajado incansablemente para garantizar nuestra seguridad. Cada
noche, arriesgaron sus vidas patrullando los cielos. Evacuaron áreas según
fuera necesario, proporcionaron informes completos y ayudaron con la
reparación de cualquier daño que las pesadillas causaron. Esta noche,
serán reconocidos con el mayor honor que un explorador puede alcanzar:
el título de caballero.
Clarion miró a los exploradores, que estaban de pie en filas ordenadas
y prolijas justo frente al estrado. Aunque la mayoría de ellos estaban
radiantes, ella solo podía concentrarse en Artemis. Ella estaba de pie en la
parte de atrás del grupo, con un anhelo tan evidente en su rostro que
Clarion tuvo que apartar la mirada.
—Todos los Caballeros de Pixie Hollow, por favor únanse a mí.
Un pequeño grupo de exploradores se elevó en el aire y se quedó
flotando detrás de Elvina en un semicírculo. Cada uno de ellos llevaba un
broche en la solapa de su abrigo: un trozo iridiscente de abulón en forma
de estrella, que brillaba contra la tela negra.
—Por favor, da un paso adelante cuando te llamen —entonó Elvina.
Clarion observó cómo, uno por uno, los exploradores elegidos
avanzaban y se arrodillaban ante Elvina. Incluso con la cabeza inclinada,
prácticamente podía sentir la felicidad que emanaba de ellos. Se lo
merecían, de verdad. Pero Clarion no pudo evitar la sensación agridulce
que se apoderó de ella al saber que Artemis se había perdido lo que tanto
deseaba.
—Por la presente, te introduzco en la honorable orden de los
Caballeros de Pixie Hollow. —Elvina les dio un golpecito en ambos
hombros con su cetro—. Levántate, caballero, y sé reconocido.
Cuando el último de ellos fue nombrado caballero, la multitud estalló
en gritos y vítores. En medio del caos, un camarero se acercó al estrado y
le entregó a Clarion una delicada copa. Le dio escalofríos y, cuando bajó
la mirada, vio que era un vaso de limonada adornado con una ramita de
romero.
—Ahora —exclamó Elvina por encima del ruido—. Vuestra futura
reina dirá algunas palabras.
A Clarion se le secó la garganta cuando toda la atención del claro se
concentró en ella. Se adelantó y recorrió con la mirada a sus súbditos. Era
la primera vez que se dirigía a ellos sola y la realidad le resultaba mucho
más intimidante que la idea. El calor lánguido del verano se apoderó de
ella… o tal vez eran sus propios nervios los que la hacían sentir tan
acalorada…
—Buenas noches —dijo con voz insegura—. Quiero repetir lo que dijo
Su Majestad al agradecerles por venir esta noche. Guardaré mis discursos
para el Día de la Coronación, pero mientras tanto, diré que aprecio su
venida a celebrar esta ocasión más de lo que puedo expresar. Disfruten
esta noche y bailen en mi honor. Así que… —Levantó su copa—. Por todos
ustedes… y por los días más brillantes que están por venir.
El sonido brillante de las copas al chocar se extendió por el claro.
Clarion bebió un sorbo de limonada, aunque sólo fuera para disipar el
sabor amargo de su boca. No merecía ser celebrada cuando todavía no
había despertado a los dormidos de su hechizo.
Mientras la orquesta comenzaba a tocar otra melodía, Elvina apoyó
una mano sobre el hombro de Clarion. Aunque no habló, Clarion entendió
lo que quería decir: lo hiciste bien.
—Continúa —dijo Elvina—. Disfruta el resto de tu noche.
—Lo haré. —La invadió una sensación de expectación. Ahora, con sus
obligaciones cumplidas, podría visitar a sus súbditos en invierno. Lo único
que faltaba era escabullirse sin ser detectada.
Mientras revoloteaba por el salón de baile, vio a las hadas hacer
piruetas en el aire al son de la melodía de los músicos. El baile se prolongó
hasta bien entrada la noche, hasta que todo el mundo quedó iluminado
por una lluvia de polvo de hadas y luz de estrellas. Toda su vida había
sabido muy bien lo que se sentía estar sola entre una multitud. Pero nunca
lo había sentido de manera más aguda que esa noche. Ver a los demás
tomados de la mano, dando vueltas y riendo mientras cambiaban de pareja
le recordó todas las cosas que nunca había tenido, y nunca podría tener.
Una mano la agarró del brazo y la sacó de sus pensamientos. Cuando
se dio la vuelta para encarar a quien la había abordado, se encontró
mirando fijamente a Petra. A Clarion se le hizo un nudo en el estómago.
Qué mala suerte la mía, pensó. ¿Cómo iba a escapar ahora?
—Vi un rincón bastante apartado por allí —dijo Petra, como si ya
hubiera estado hablando unos segundos—. ¿Qué te parece?
—En realidad —dijo Clarion, liberándose del agarre de Petra tan
suavemente como pudo—. No me siento bien.
—Oh, no. No puedes usar esa excusa conmigo. No puedes
abandonarme aquí, donde la gente podría hablar conmigo. —Petra se
estremeció—. O algo peor.
—¿Qué podría ser peor que eso?
—¡Muchas cosas! Por ejemplo… —Petra se interrumpió—. No, no me
distraigas. Si te vas, yo me voy contigo.
—No —dijo Clarion apresuradamente—. Quiero decir… no, no tienes
porqué hacer eso.
Petra la miró con desconfianza.
—¿Por qué?
—Porque… —buscó una excusa—. Solo quiero tomar un poco el aire
unos minutos. Deberías quedarte y disfrutar de la fiesta.
—Disfru… ¿Disfrutar? —balbuceó Petra—. Sabes que no disfruto de
las fiestas. ¿Qué está pasando aquí realmente?
Clarion se rió, un sonido quebradizo incluso para sus propios oídos.
—No está pasando nada.
—¿Ah, sí? —Petra se puso una mano en la cadera—. ¿Entonces por
qué intentas huir de mí?
A veces podía ser muy testaruda.
—No lo hago —dijo Clarion, intentando que su creciente frustración
no se notara en su voz.
Evidentemente, no lo consiguió, porque Petra la miró con expresión
algo molesta. —¿He hecho algo?
—No, claro que no. —Clarion miró por encima del hombro con
inquietud. Realmente necesitaba irse—. Sólo quiero estar sola.
Las mejillas de Petra se sonrojaron.
—No puedo disculparme contigo si no sé por qué estás enojada.
Unas cuantas hadas cercanas les lanzaron miradas curiosas. Clarion
agarró la muñeca de Petra y la condujo hacia el borde mismo del Círculo
de Hadas, donde la sombra del bosque se extendía entre el arco de las
setas. La luz de la fiesta brillaba sobre el polvo de hadas del puente de la
casa de Petra, haciendo brillar su pelo rojo cuál fuego. Sin embargo, allí,
en la casi oscuridad, Clarion sintió un extraño escalofrío. Se abrazó a sí
misma y fijó la mirada en el suelo. Era evidente que no iba a escapar sin
ser honesta.
—No estoy enojada contigo. Es solo que no querías que te hablara
sobre el invierno.
Petra dio un paso atrás por reflejo.
—¿Se trata del invierno? ¿Qué tienes que hacer allí? Los ataques han
cesado.
—Pero nadie se ha despertado —replicó Clarion—. Y Elvina me
mostró lo que hiciste para ella.
—Oh.
Oh, ¿eso era realmente todo lo que tenía que decir? Cuando Clarion
levantó la vista, Petra la estaba mirando fijamente, su rostro tan pálido
como el invierno.
—Te dije lo que pensaba sobre su plan y pensé que estabas de acuerdo
conmigo.
La voz de Clarion tembló con una emoción que no se había dado
cuenta de que estaba a punto de salir a la superficie. Había tantas cosas
que quería decir, pero no quería arremeter cuando estaba sufriendo. No
era culpa de Petra. Su obligación era con la Corona, no con Clarion. Aun
así, la participación de Petra le había puesto las cosas bastante difíciles
—No importa. Estoy haciendo lo mejor que puedo para resolver el
problema a mi manera.
Poco a poco, la expresión herida de Petra se transformó en una de
determinación, pero el rubor no desapareció. La emoción intensa siempre
teñía su rostro de un rojo brillante.
—¿Y eso es realmente lo que planeas hacer ahora?
A Clarion no le gustó el tono crítico de su voz. Con cautela, dijo: —He
hecho todo lo que se esperaba de mí esta noche. Estoy tratando de
mantener a salvo a Pixie Hollow.
Petra dejó escapar un suave y frustrado sonido. —¿En vestido de fiesta,
Clarion? No soy ingenua. No vas a investigar una cura. Irás a ver al
Guardián.
Clarion se tambaleó hacia atrás. ¿Petra estaba resentida con Milori por
robarle el tiempo a Clarion o realmente creía que Clarion estaba tan
enamorada como para… poner a un chico por encima de sus deberes? De
cualquier manera, se erizó de indignación. —¿Y qué importa si lo hago?
Petra la miró con incredulidad
—Tú coronación será dentro de una semana.
—Lo cuál significa que debo quedarme dentro hasta entonces —
respondió ella con amargura—. Y no hablar con nadie que se desapruebe.
—No. Significa que tienes que ser más responsable. ¡Es demasiado
peligroso jugar a estos juegos! —El brillo de Petra se intensificó,
quemando un color naranja en los bordes—. Ya te lastimaste por su culpa.
Te has vuelto distante y estás agotada todo el tiempo. ¿Y escabullirte esta
noche, cuando todos esperan que les asegures que todo estará bien? Es
una mala idea. Pero nunca me has escuchado. Pero, de nuevo, ¿quién lo
hace? Nadie me toma en serio, porque soy la única que tiene miedo de
todo.
El dolor en su voz apagó las llamas más ardientes de la ira de Clarion,
pero las palabras de Petra habían herido profundamente.
Crees que soy egoísta. Crees que no me tomo mi papel en serio.
Clarion se mordió los dientes para no decir nada. No recordaba la
última vez que habían peleado así. Por mucho que quisiera defenderse,
por mucho que quisiera arreglar lo que se había roto entre ellas, no tenía
tiempo para eso. No importaba de qué quisiera acusarla Petra, esto tenía
que ver con Pixie Hollow tanto como con sus sentimientos. No le debía
ninguna explicación.
Clarion cerró los ojos con fuerza, como si eso pudiera evitar que se le
cayeran las lágrimas. Furiosamente, y con todo el cuidado que pudo, se las
secó. No podía volver a aplicar el oro en los ojos y no podía encontrarse
con las hadas del invierno luciendo como si acabara de llorar.
—Tengo que irme.
—Clarion, por favor…
Tragándose el dolor, Clarion se deslizó hacia la oscuridad y se dirigió
hacia Invierno.
19
Ojalá Petra lo hubiera dejado así. Ojalá no hubiera incitado a Clarion
a una confrontación para la que no estaba preparada.
Ojalá, ojalá, ojalá.
Clarion se sumió en sus pensamientos mientras recogía su abrigo del
lugar donde lo había escondido en el nudo de un árbol cercano. Lo abrazó
contra su pecho, inhalando el familiar aroma del invierno que se aferraba
al borde de la piel. No le trajo ningún consuelo; solo sirvió como un
amargo recordatorio de lo mucho que le debía a Petra.
Respiró profundamente e hizo todo lo posible por guardar todos sus
sentimientos heridos y archivarlos cuidadosamente. No podía permitirse
el lujo de ponerse sensiblera en ese momento. Después de todo, el viaje de
esa noche hacia el invierno era puramente para cumplir con su deber real.
Podía controlar sus emociones, como cualquier reina competente. Y, sin
embargo, todo lo que quería era retirarse a descansar esa noche, para
meditar sobre cómo había destruido oficialmente su relación con su mejor
amiga.
Aunque el sol ya se había puesto por completo, Clarion ya habría
podido encontrar la frontera entre el invierno y la primavera con los ojos
vendados. Sus alas conocían el camino: cada piedra que sobresalía de la
tierra, cada recodo del río, cada rama que se abría paso en el camino,
guiándola hacia el único lugar que se sentía como en casa. La primavera
parecía percibir su tristeza esa noche. Las ramas de sauce se arrastraban
apaciblemente por sus brazos, y podría haber jurado que las flores de
cerezo florecían más salvajes que antes. Sus pétalos se enredaban en sus
faldas y se posaban suavemente sobre la superficie del estanque iluminado
por la luna por el que pasaba.
Cuando llegó a la frontera, Milori la estaba esperando. Lentamente,
descendió de su vuelo. La cola de su vestido se arremolinó a su alrededor
y, cuando el dobladillo se disolvió en polvo de hadas y motas de luz dorada,
tiñó el agua y el hielo con un dorado brillante.
En la oscuridad total, Milori era un boceto en carboncillo bajo el
resplandor de un cielo salpicado de estrellas. Descubrió que no podía
apartar la mirada de él. Nunca lo había visto con los atavíos de su rango
antes. Llevaba una capa de brocado de seda de araña, teñida de un azul
pálido y bordada con patrones que parecían escarcha en un delicado hilo
plateado. Estaba sujeta alrededor de sus hombros con un broche de hielo
sólido, que brillaban fríamente contra la tela. Un círculo de carámbanos,
frágil e imponente a la vez, estaba anidado en su cabello blanco. Lo había
dejado suelto, por lo que caía como un derrame de agua a la luz de la luna
por su espalda.
Por un momento, se miraron el uno al otro, el aire se espesó con todas
las cosas que no se dijeron entre ellos. ¿Cómo había creído que podría
mantener sus sentimientos fuera de esto cuando se reencontraran?
Quizás Petra no estaba del todo equivocada.
Por fin, Milori rompió el silencio. El dobladillo forrado de piel de su
capa se movió mientras se inclinaba ante ella.
—Estamos aquí para acompañarte al baile.
—Estamos… —Se quedó en silencio cuando vio a Noctua. Estaba
sentada en la rama de un abeto a unos metros de distancia, observándolos
con una mirada que se acercaba demasiado a la exasperación para el gusto
de Clarion. Si hasta un búho podía percibir la tensión, las cosas eran
realmente sombrías—. Por supuesto.
Él señaló con la cabeza el abrigo que llevaba sobre el brazo.
—¿Puedo ayudarte con tu abrigo? —Ella dudó.
Había querido… bueno, querer era una palabra fuerte, pero el punto
era el mismo, mantener cierta distancia entre ellos, pero ¿qué daño podría
haber en un gesto tan pequeño? Se lo entregó.
—No veo por qué no.
Milori se lo tendió para que pudiera deslizar los brazos por las mangas.
Una vez que lo dejó reposar sobre sus hombros, abrochó los botones. Sabía
que debía de haber parecido bastante ridícula, llevando ese abrigo
remendado sobre el vestido de fiesta más elegante que tenía. Pero cuando
volvió a mirar a Milori, él la estaba observando como si todo el conjunto
fuera lo más llamativo que hubiera visto en su vida.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Nada en absoluto. —Le ofreció el brazo—. ¿Vamos?
Ella puso su mano sobre su codo.
—Qué apropiado.
—Es la primera vez que la realeza de Pixie Hollow honra este reino
con carácter oficial —dijo, guiñando un ojo—. Tengo la intención de
causar una buena primera impresión.
Él se dio la vuelta y, mientras ella se movía para seguirlo, se deslizó
hacia el invierno. El frío que la invadió se sintió purificador. El verano y
su baile de coronación parecían terriblemente lejanos ahora.
Mientras la conducía hacia Noctua, Milori dejó que su hombro
chocara suavemente con el de ella.
—¿Tienes algo en mente?
Por un momento, consideró mentir.
—¿Es tan obvio?
La respuesta de Milori fue un encogimiento de hombros que decía: es
doloroso. Después de un momento, preguntó: —¿Son las pesadillas?
—En parte. —Se mordió el interior del labio—. Lo siento. Tenía
pensado ponerme en contacto contigo antes. Los ataques han parado,
pero…
—Nadie se ha despertado.
A Clarion le dolía la tristeza de su voz, las sombras de cansancio que
aún se dibujaban bajo sus ojos pálidos. Cómo ansiaba quitarse algo de esa
carga.
—No entiendo qué hicimos mal.
—No has hecho nada malo. —Milori mantuvo la mirada fija al frente,
aparentemente perdido en sus pensamientos—. Las instrucciones no eran
del todo claras. Además, siempre existía el riesgo de que la leyenda
condujera a un callejón sin salida, pero no fue en vano. Sellar la prisión ha
dado tranquilidad a tus súbditos por primera vez en semanas. Esta noche
es una prueba de ello.
—Supongo que sí —murmuró—. Aún así, no puedo evitar sentirme
culpable, como si nos hubiéramos olvidado de los que dormían. Me parece
mal celebrar sin ellos.
—No estoy seguro de que esté mal aferrarnos a los momentos de
alegría que podamos encontrar.
Su corazón se agitó en respuesta. Ese tono bajo y suave de él parecía
casi… mordaz. Era un sentimiento encantador, uno que deseaba poder
creer que se aplicaba a ella… a ellos… Clarion guardó silencio, por si acaso
se le escapaba algo lamentablemente caprichoso o melancólico. Con su
estado de ánimo actual, no podía estar segura de cuál de los dos sería.
—De todos modos… —continuó avanzando a toda velocidad. Las
puntas de sus orejas ardían de rojo—. El Guardián y yo hemos empezado
a buscar otros textos que puedan proporcionar algunas respuestas. Sin
embargo, podría llevar algún tiempo. El Salón de Invierno es enorme… y,
hay que admitirlo, está bastante desorganizado. Cada Guardián ha tenido
su propio sistema de clasificación, y ninguno de ellos ha conseguido que
fuera coherente en toda la colección durante su mandato. Aún queda una
sección entera con estantes ordenados por colores.
Clarion casi sonrió al pensarlo. Qué mágico que una biblioteca entera
pudiera transformarse en un arcoíris.
—Ojalá pudiera ayudar.
—Yo también —dudó un momento—. Si quieres, puedo escribirte para
contarte nuestros hallazgos.
Después de su coronación, supuso que nadie vigilaría su
correspondencia.
—Está bien.
Él asintió.
—¿Hay algo más que te preocupa? —Clarion dejó escapar un profundo
suspiro. Su aliento se desplegó en una nube blanca—. Me temo que sonará
ridículo en comparación. Petra y yo tuvimos una discusión en el baile y
eso me está pesando.
Cuando llegaron a Noctua, él tomó sus riendas (estas, notó ella,
estaban hechas de un material mucho más fino; aparentemente, incluso
los pájaros tenían riendas elegantes) y vaciló.
—¿Quieres hablar de eso?
Una parte de ella lo hizo, por supuesto. Pero temía que una vez que
abriera la herida, no habría forma de detener la marea. Tendría que pensar
en cómo Petra casi había permitido el peor resultado posible para
Invierno. Pero peor aún, tendría que considerar el papel que ella misma
había desempeñado al abrir una brecha entre ellas. No era como si las
preocupaciones de Petra fueran irracionales. Aventurarse en los Bosques
de Invierno como un hada cálida era objetivamente peligroso. Tal vez
debería haber hablado con ella en lugar de levantar muros.
Quizás no la había escuchado adecuadamente durante mucho tiempo.
Clarion hizo una mueca y negó con la cabeza. —Pronto pasará.
No parecía muy convencido, pero no insistió. —Como quieras.
Ella y Milori se subieron a la espalda de Noctua, algo que se estaba
volviendo casi una segunda naturaleza para ella ahora, se dio cuenta. Ya
no tenía que aferrarse a ella para salvar su vida cuando la lechuza batió sus
alas, llevándolos hacia los cielos. Allí, acurrucada a salvo en los brazos de
Milori, Clarion sintió algo parecido a la paz. Se atrevió a mirar hacia abajo.
Bajo el velo de la noche, toda la nieve estaba teñida de un azul apagado.
Le tomó sólo unos minutos darse cuenta de que Milori los estaba
guiando hacia una zona que nunca había visto antes. Debajo de ellos había
un río, congelado y reluciente como una veta de cristal. Desde esa altura,
podía distinguir a la multitud apiñada sobre el hielo y, esparcidas aquí y
allá a lo largo de las orillas del río, algunas casitas, iluminadas desde
adentro con una alegre luz naranja.
Milori frenó a Noctua, que batió sus alas para flotar casi en el mismo
lugar. Cuando habló, Clarion pudo sentir su voz, retumbando en su pecho
y curvándose suavemente sobre su oreja. —Debo advertirte que esto
podría ser un poco abrumador.
Ella le lanzó una mirada irónica.
—¿Dudas de mí?
—Nunca —dijo en voz baja—. Lo que pasa es que saben lo que has
hecho por ellos.
—Oh. —Supuso que eso haría que las cosas fueran diferentes. En las
estaciones cálidas, nadie sabía que ella y Milori habían sellado las
pesadillas—. Gracias por la advertencia. Pero creo que estoy lista.
En sus ojos brilló una chispa de picardía.
—Entonces prepárate para hacer una entrada espectacular.
Y lo hicieron.
Noctua se abalanzó sobre el baile de invierno en un remolino de
plumas blancas y polvo de hadas. La lechuza desaceleró la caída con unos
cuantos aleteos, levantando la capa superior de nieve; esta se arremolinó
violentamente a su alrededor mientras aterrizaban justo fuera del recinto
del festival.
Incluso por encima del fuerte viento, Clarion escuchó los vítores de las
hadas del invierno. En un instante, la multitud se apiñó a su alrededor y
ella captó fragmentos de su nombre, pronunciado no en un susurro
reverencial sino con… ¿emoción? Era un concepto tan extraño que apenas
podía entenderlo.
—Nuestra invitada de honor ha llegado —gritó Milori por encima de
la conmoción.
De alguna manera, el ruido se intensificó. Clarion solo pudo reír sin
aliento mientras miraba sus rostros. Nunca pensó que alguien se hubiera
alegrado tanto de verla. Solo podía esperar no decepcionarlos.
Milori se inclinó lo suficiente para murmurarle al oído: —te lo advertí.
—Ciertamente lo hiciste.
Mientras Clarion desmontaba, el viento hacía que se soltaran
relucientes rastros del dobladillo de su vestido. Juntos, ella y Milori se
adentraron en el auténtico mar de hadas. Sin embargo, no pudieron
avanzar mucho hacia el río porque la detenían cada pocos pasos.
—Bienvenida al Bosque de Invierno, Su Alteza —le sonrió un hada con
una elegante trenza blanca sobre el hombro—. Quería darte esto, si lo
aceptas.
Le tendió una flor de jazmín envuelta en escarcha, brillante y
perfectamente conservada. Era hermosa y un gesto increíblemente
amable. Debió haber sido difícil conseguirla; el jazmín solo crecía en los
albores del invierno y la primavera.
Clarion lo tomó con delicadeza, temerosa de arrancarle los delicados
pétalos. —Por supuesto que lo haré. Muchas gracias.
Apenas había terminado de pronunciar esas palabras cuando un
hombre ocupó el lugar del hada y le ofreció una figura tallada en hielo.
—Una pequeña muestra de nuestra gratitud, Alteza, por haber
arriesgado su vida para proteger la nuestra.
—Oh —dijo, un poco abrumada. Aceptó la estatuilla con cautela,
acunando en la palma de su mano enguantada. Se derretiría si la sostenía,
si no ahora, entonces cuándo regresará a las estaciones cálidas. Se
maravilló ante la frágil belleza de estas cosas efímeras—. Es un placer.
Cuando llegó la tercera hada, Clarion se dio cuenta de que se había
formado una especie de cola. Le asombró ver tantas hadas esperando
hablar con ella. Al final, sus interacciones se desdibujaron, un torbellino
de manos unidas, nombres y regalos intercambiados, tantos que no sabía
cómo los llevaría a casa ni dónde los pondría, aunque pudiera. Las hadas
de invierno, que habían estado tanto tiempo separadas de las estaciones
cálidas, aparentemente estaban ansiosas por compartir lo que tenían para
ofrecer. Su generosidad y calidez la asombraron. Entre esta recepción y su
pelea con Petra, el mundo se sentía demasiado crudo, todas sus emociones
estaban a punto de derramarse.
Había sido abrumador, realmente.
Cuando el entusiasmo inicial se calmó y la multitud se redujo, una
amable hada cargó sus cosas en un trineo y se ofreció a llevarlo a la
frontera después de las festividades. El último de sus súbditos que
esperaba para verla era Milori. Clarion sintió un gran alivio al verlo.
—¿Cómo lo llevas?
—Perfecto —dijo, y lo decía en serio—. Aunque un poco cansada.
Parecía un poco apenado. —¿Te acompaño a casa?
—No —dijo, quizá demasiado apresurada. En realidad, no quería irse
nunca—. Todavía no. No he visitado ninguno de los puestos.
—Es imprescindible que te vayas. —Milori le ofreció la mano. Al ver
eso, sintió un vértigo irreprimible y radiante—. Ven conmigo, entonces.
Ella tomó su mano.
—Está bien.
La condujo hacia el río helado. A medida que se acercaban al festival,
la noche se hacía más clara. Las velas ardían en todas las superficies
disponibles (piedras, mesas de hielo, troncos) y teñían todo de tonos
rosados. El río absorbía toda la luz de las velas y parecía brillar en la
oscuridad. A lo largo de su ribera, las hadas del invierno habían instalado
carpitas de madera pintadas, con los techos cubiertos de hielo como
pasteles. Con una espesa capa de nieve y cubiertas de carámbanos, cada
una ofrecía algo diferente: sidra especiada, sopa de calabaza
condimentada con fragmentos de semillas de granada, ensaladas de
verduras oscuras y delicadas láminas de remolacha, nueces confitadas
cortadas en trozos finos, pasteles glaseados con cítricos, pudines de toffee
en salsa de caramelo. Clarion insistió en probar un poco de todo.
A su alrededor, las hadas patinaban sobre el hielo y flotaban en el aire
mientras bailaban. Vestían ropas de un blanco puro y de un rojo intenso.
Clarion se detuvo para admirar los encajes de escarcha y las gemas de
hielo que brillaban en sus orejas y muñecas. Qué diferente era incluso su
moda allí.
—¿Te gustaría unirte a ellos? —preguntó Milori.
Clarion se giró para mirarlo, nerviosa por haber sido sorprendida
mirándolo con tanto… anhelo. Le tomó un momento procesar que su
pregunta sonaba sospechosamente como una invitación.
—¿Bailas?
—Puedo hacerlo —dijo, —teóricamente, pero me doy cuenta de que
rara vez tengo motivos para hacerlo.
—Estoy sorprendida —respondió ella con una sonrisa. No podía
imaginarlo bailando—. Yo tampoco. Bueno, supongo que eso no es del
todo cierto. Siempre he querido bailar.
Él emitió un sonido pensativo.
—¿Por qué no lo has hecho?
—Las reinas no bailan.
—En invierno, tal vez sí. —La miró a los ojos de manera significativa
y a ella se le secó la garganta—. Además, todavía no eres reina.
Clarion se sonrojó al oír que sus palabras eran contraproducentes.
Sacudió la cabeza en señal de exasperación. A cada momento que pasaba,
se le hacía cada vez más difícil recordar por qué exactamente había
insistido en mantener cierta distancia entre ellos. Lo que él decía era
cierto: ella aún no era reina. Y la miraba con tanta esperanza que parecía
casi cruel negárselo.
¿Por qué no permitirse una última noche de libertad?
Ella suspiró, adoptando aires de derrota. Se acercó un paso más y
levantó la barbilla para mirarlo a los ojos.
—Supongo que no puedo discutir eso.
Los labios de Milori se separaron en silencio. Clarion sintió un
pequeño escalofrío al ver que ella parecía haberlo dejado sin palabras.
Claramente, no había esperado que ella accediera tan fácilmente. Pero
después de un momento, se recuperó lo suficiente para preguntar: —
Entonces, ¿puedo ser tan atrevido como para pedirte tu primer baile?
Le costó todas sus fuerzas mantener su tono burlón y distante.
—Puedes.
A lo lejos, notó que las hadas musicales habían comenzado a tocar otra
canción. Lentamente, apoyó una mano en su hombro; la otra se deslizó
hacia él. Él se acomodó en el marco del baile, acercándola más con una
mano en la curva de su cintura. El frío familiar y reconfortante de su piel
la envolvió, junto con el aroma de las plantas perennes y la nieve recién
caída. Y aunque él afirmaba que rara vez bailaba, la guió a través de los
pasos con una facilidad practicada. Eran una de las únicas parejas en el
suelo; era liberador, ocupar tanto espacio, no tener miedo de chocar con
otra persona. La tela de su vestido ondeaba a su alrededor mientras
giraban, recogiendo nieve y luz de estrellas.
—¿Cómo has disfrutado de tu primer baile de invierno? —preguntó.
—Es increíble. Es tan… —Se esforzó por encontrar la palabra exacta,
pero la más paradójica encajaba mejor. —Cálido.
Milori parecía complacido, pero pronto su expresión se tornó
pensativa.
—Así es como podría ser, si así lo quisieras.
Por primera vez, Clarion se permitió imaginarlo. Cuando fuera reina,
tendría el poder de cambiar las cosas en las estaciones cálidas. Aunque
Elvina le había transmitido su sabiduría a Clarion, su tiempo en el
invierno le había demostrado que no era la única manera de avanzar. Qué
dulce sería gobernar no desde una distancia imparcial sino con calidez.
Tal vez, entonces, ella no tendría que estar sola. El solo pensamiento la
llenaba de un anhelo mayor que cualquier otro que hubiera sentido jamás.
Cuando la canción terminó, Milori no la soltó de inmediato. Clarion
resistió el impulso de apoyar la cabeza en su hombro. Pero, aunque su
corazón anhelaba quedarse, el frío se había hecho notar. Sus dedos se
estaban entumeciendo y le picaban las puntas de las orejas.
—Debería volver antes de que se den cuenta de que me he ido.
Si estaba decepcionado, no se notaba en su rostro. Pero ella podía
percibir su renuencia a dejarla ir, rota solo por el escalofrío que la invadió.
Incluso después de que él le soltara la mano, su palma todavía descansaba
firmemente sobre la parte baja de su espalda.
—Por supuesto. Vamos a sacarte del frío.
Un estado de ánimo solemne se apoderó de ambos; el vuelo de regreso
a la frontera transcurrió en silencio. Clarion no podía concentrarse en
nada más que en la sensación de que el asunto había llegado a su fin.
Milori también lo sentía claramente. Sujetaba las riendas con tanta fuerza
que le temblaban los nudillos, como si pudiera aferrarse a esos últimos
momentos. Ella apoyó la cabeza en su hombro y dejó que sus ojos cayeran
entrecerrados. Desde ese punto de observación, vio destellos de su cabello
blanco suelto, que se desenrollaba como cintas en la oscuridad.
Noctua aterrizó y de inmediato esponjó sus plumas. Su cabeza pareció
hundirse en ellas. Como el sol ya se había hundido en el horizonte, la
temperatura había caído en picado. Los témpanos de hielo flotaban en la
corriente del río, tan brillantes como láminas de vidrio negro a la luz de la
luna.
Cuando Clarion desmontó, sus botas se hundieron profundamente en
los montones de nieve. Dudó un momento y echó la cabeza hacia atrás
para mirar a Milori, que seguía sentado sobre la espalda de Noctua. La
diadema, congelada en puntas dentadas, se parecía mucho a la estatua del
Señor del Invierno: tan desolado como formidable. El viento atravesó el
Invierno como un suspiro triste. Hizo ondear su capa y las ráfagas cada
vez más espesas se movieron entre ellos como una cortina.
Ella no pudo atreverse a decir adiós.
Así es como podría ser, había dicho, si así lo quisieras.
Después de todo, ¿no merecían la felicidad?
—Milori —empezó ella, al mismo tiempo que él decía—: Yo…
Se aclaró la garganta y dijo: —Continúa.
Clarion dejó escapar un suspiro tembloroso
—¿Bajarás primero?
Sin dudarlo, se dejó caer en la nieve junto a ella. Ella todavía tenía que
mirarlo, pero allí, en terreno llano, tenía menos sensación de que se le
escaparía. Se quitó los guantes, uno tras otro. Reuniendo valor, dijo: —He
estado pensando.
La voz de Milori apenas se oía. —¿Sobre qué?
—Sobre lo que dijiste… Yo… —Sus palabras la abandonaron de golpe.
Toda esperanza de expresarse había desaparecido por completo. Sus
guantes cayeron al suelo. Enredó los dedos en la tela de su capa, donde se
unía a la clavícula. Sosteniendo su mirada, dijo: —No quiero irme.
Milori parecía haber estado esperando toda su vida esas palabras. Una
presa había cedido en su interior y la emoción que ardía en sus ojos la
invadió como una ola. Sus manos se posaron sobre las de ella y sus dedos
rodearon sus muñecas. Ella podía sentir el salvaje latido de su corazón
bajo su tacto, el frío de su piel filtrándose en la suya.
—Entonces no lo hagas —murmuró en el espacio vacío entre ellos.
No lo hagas. Como si fuera la cosa más sencilla del mundo.
¿Qué más podía hacer? Se puso de puntillas y lo besó.
Por un momento, permanecieron suspendidos en una especie de tierna
incredulidad. Entonces, sus labios se separaron debajo de los de ella, y
Clarion sintió que se prendía fuego. Sentía el sabor del cacao y la canela
en la lengua, se tragó el aliento entrecortado mientras se derretía en él.
Sus dedos se enredaron en el cabello de su nuca, inclinando su barbilla
hacia él mientras profundizaba el beso. Las horquillas que sujetaban su
corona de flores se soltaron, bañando la tierra a sus pies con pétalos
blancos y polen dulce. Cada toque de él encendía sus nervios con un calor
lánguido y un frío abrasador.
Sin aliento, se apartó. Pero incluso esa pequeña distancia le dolía.
Cómo resentía sus propias limitaciones en ese momento: la incapacidad
de su cuerpo para tolerar su reino por mucho tiempo.
—Me estoy congelando.
—No podemos permitir eso. —Sus labios rozaron los de ella con cada
sílaba.
Ninguno de los dos parecía dispuesto a separarse.
La abrazó y la hizo caminar lentamente hacia atrás. Clarion se rió con
voz vacilante y le rodeó el cuello con los brazos para mantener el
equilibrio. Se detuvo sólo al llegar al punto en el que ambos mundos se
habían unido: los pies de ella estaban plantados sobre el musgo cubierto
de escarcha y los de él sobre la fina capa de nieve. Pero incluso en
primavera, el frío se le pegaba. La nieve brillaba contra sus pestañas y el
aliento que compartía con él formaba suaves penachos en el aire.
Pensó que esto era suficiente. Podían hacer que esto funcionara.
En ese momento no había nada ni nadie más que ellos dos.
Y entonces, una voz familiar interrumpió su alegría: —¡Clarion!
Elvina.
20
Elvina descendió sobre ellos como una estrella fugaz, su resplandor
brillaba con la fuerza de su ira. Milori no soltó a Clarion de inmediato; sus
dedos se cerraron alrededor de sus brazos casi de manera protectora. Por
mucho que ella lo apreciara, hubiera preferido desaparecer por completo.
Disolverse y ser arrastrada como semillas de diente de león por el viento.
Esto no puede estar pasando.
Cuando Elvina aterrizó en la orilla del río, Clarion casi se encogió. A
lo largo de los años, Clarion había visto muchas facetas de Elvina; aunque
era un hada discreta, Clarion había llegado a comprender y anticipar los
cambios sutiles de sus emociones. Demasiadas veces había visto su
decepción, pero nunca nada como esto. Su rostro estaba contorsionado
por una furia apenas contenida, todos los planos de su rostro tallados en
sombras crudas y luz naranja.
Pero lo que más la hirió fue ver a Petra y Artemis detrás de ella. Petra
se cernía a poca distancia, medio oculta tras un matorral de arándanos.
Aun así, Clarion podía ver lo angustiada que parecía: sus manos
entrelazadas, su cabello suelto de su elegante peinado, su labio mordido y
en carne viva.
Clarion miró fijamente a Artemis, quien negó sutilmente con la
cabeza. Clarion leyó lo que quería decir: no tuve nada que ver con esto.
En ese momento, Clarion no tenía ninguna duda sobre lo que había
sucedido. Después de su pelea en el baile, Petra le había contado a Elvina
adónde había ido Clarion. La mortificación la había atormentado de
manera enfermiza. Pero ahora, la traición ardía en toda su humillación, en
toda su indignación. Por mucho que le doliera, no la sorprendió.
—¿Qué estás haciendo aquí? —fue lo único que se le ocurrió preguntar
a Clarion.
Al parecer, esa no era la respuesta esperada ni deseada. El aura de
Elvina brilló aún más con indignación.
—¿Debo entender que esto es lo que te ha consumido durante estas
últimas semanas? ¿Esto es lo que ha despertado tu curiosidad por el
invierno? Esperaba más de ti, Clarion.
—Es mi responsabilidad —interrumpió Milori. No había rastro de
frialdad en su voz, solo una sinceridad insoportable. A pesar de la diadema
que le rodeaba la frente, parecía dispuesto a arrodillarse.
Clarion le lanzó una mirada incrédula. Por supuesto que intentaría
asumir el peso de la ira de Elvina.
—No es…
—Le pedí ayuda para remediar mi error —continuó Milori, sin
inmutarse—. Todo lo que ha hecho ha sido por orden mía. Perdóneme,
Majestad.
Elvina lo miró como si fuera poco más que un insecto, muy por debajo
de su atención. El disgusto en su rostro hizo que la ira brillara en el
interior de Clarion. Ahora que sabía lo que Elvina creía sobre las hadas de
invierno, sabía que no tenía sentido discutir. No importaba lo que dijera,
nunca la satisfaría ni la convencería.
Aun así, Clarion no podía permitir que Milori aceptara la culpa por
esto. No podía martirizarse más; ya lo había hecho de cien maneras
diferentes. Estaba destinado a mucho más que eso. Durante demasiado
tiempo, las hadas de invierno habían sido ignoradas y difamadas por algo
que noblemente habían hecho voluntariamente. Clarion no podía
quedarse allí y ser cómplice de eso por más tiempo. La carga que los
Guardianes de los Bosques de Invierno habían arrebatado a las Reinas de
Pixie Hollow era inmensa; merecían ser honradas por ello.
—Te equivocas con él. —Clarion se puso delante de Milori, como si
pudiera protegerlo del abierto desdén de Elvina—. Con respecto a todos
ellos. Los Bosques de Invierno no son nada parecidos a lo que creíamos.
—Lo discutiremos en casa —dijo Elvina con los dientes apretados—.
Ven conmigo. Ahora.
—No.
Su voz resonó en el silencio y las estrellas del cielo parecieron
acentuarla, brillando más intensamente con la fuerza de su emoción.
Elvina se tambaleó hacia atrás. Parecía casi desconcertada, como si no
supiera qué hacer o qué criatura petulante había reemplazado a Clarion,
su heredera serena y controlada. La propia Clarion no sabía de dónde
había sacado el valor.
—Me temo que no tienes elección —dijo Elvina.
—¡Ha estado trabajando conmigo para detener las pesadillas! Si tan
solo me escucharas…
—Clarion —dijo Elvina en tono de advertencia.
—Todo lo que he hecho ha sido para proteger a Pixie Hollow. ¿Puedes
decir lo mismo?
Elvina retrocedió como si le hubieran dado una bofetada.
—¿Disculpa?
Las manos de Clarion temblaron con la repentina descarga de
adrenalina. Apenas se reconoció a sí misma. Esta ira justificada parecía
que la incineraría. Pero ardía como un incendio forestal y ahora no podía
detenerla.
—No has tenido ningún respeto por tus súbditos en Invierno.
¡Planeaste darles la espalda y dejarles una tarea imposible! La magia del
talento gobernante es lo único que puede detener a las pesadillas, pero no
te ha interesado en absoluto…
Elvina soltó una risa sin humor.
—No tienes idea de lo que estás hablando.
—Sí, la tengo —insistió Clarion. Ahora que había empezado, no la iban
a callar—. Las hadas de invierno han sido víctimas durante demasiado
tiempo de nuestra comprensión incompleta de la historia, y no voy a
permitir que eso se mantenga así. Mil… El Guardián de los Bosques de
Invierno no es lo que tú creías que era.
—No —dijo Elvina con tono sombrío—. Es joven. Aún no ha tenido la
oportunidad de convertirse en lo que podría llegar a ser: ambicioso, como
su predecesor, o corrompido por las bestias que envenenan todo lo que
tocan. No estás a salvo con él.
A su lado, Milori hizo una mueca.
¿Así que eso era todo? ¿Ignoraría todo lo que Clarion había dicho?
—Nunca he estado en un lugar más seguro.
Elvina avanzó hacia ella. Por la expresión de sus ojos, parecía que
estaba lista y dispuesta a sacar a Clarion de ese puente ella misma.
—Ya te ha puesto en mi contra.
—¡No, me ha puesto en tu contra! —Las palabras se le escaparon antes
de que pudiera detenerse, deteniendo a Elvina en seco. Su voz temblaba.
Y, sin embargo, era la verdad que no había querido admitir—. He
intentado vivir a la altura de los estándares que me has impuesto, todo con
la esperanza de ser digna de la corona. He intentado con todas mis fuerzas
ser como tú, pero no lo soy. Esto es lo que el invierno me ha enseñado.
Su magia estalló en su interior, aumentando con la marea de sus
emociones. Se volvió luminosa con la fuerza de su convicción. Incluso a
través de su abrigo, el resplandor de sus alas tiñó de un blanco pálido el
rostro aturdido de Elvina.
—No, no lo eres, desde luego —dijo Elvina, pero no había horror en su
voz, sino algo parecido al asombro.
—No quiero interrumpir —dijo Petra en voz baja, asomándose por
entre los matorrales tras los que se había escondido. Su rostro se había
vuelto pálido—. Pero creo que algo anda mal.
Señaló y la mirada de Clarion siguió el camino que ella había indicado
hacia el cielo. Ahora que lo mencionaba, algo se sentía mal. En algún
momento de los últimos minutos, la oscuridad de la noche se había
profundizado.
Las nubes colgaban bajas y amenazantes, cubriendo la luna llena y
todas las estrellas que la acompañaban. La energía crujía en el aire y le
hormigueaba los brazos. Los meteorólogos no habían dicho nada sobre
una tormenta, pero… No, no era la promesa de un rayo. Se sentía peor, casi
siniestro. Se estremeció.
Y entonces, algo cruzó el cielo: una estela dorada de polvo de hadas,
increíblemente brillante contra la penumbra cada vez más espesa. A
medida que se acercaba, Clarion se dio cuenta de que era un explorador
de invierno, que se dirigía directamente hacia ellos.
Aunque el hada todavía vestía sus mejores galas, agarraba el arco con
la mano, con los nudillos blancos. Su pecho se agitaba y sus ojos estaban
desorbitados y vidriosos, como si todavía estuvieran mirando algo que no
estaba realmente allí.
—Milori —dijo finalmente con voz entrecortada—. Ha habido un
ataque.
La expresión estudiadamente tranquila de Milori se quebró.
—¿Qué?
—Las pesadillas —dijo el explorador con voz entrecortada—. Han
inundado el festival, más de las que hemos visto nunca. Mi unidad está
guiando a tantas hadas como pueda al Salón del Invierno, pero…
Clarion sintió su pausa como un golpe físico. Se sintió como si
estuviera en caída libre, sumergida en un lodazal de confusión y culpa.
Esto no debería haber sucedido. Pero ¿no era eso lo que ella creía acerca
de las hadas que todavía estaban atrapadas en su sueño eterno? Lo que ella
y Milori habían logrado no era más que un puñado de arena apuntalada
contra la marea creciente. No habían logrado nada en absoluto.
Todo esto es culpa tuya, susurró su duda.
¿Cuántos habían perdido por el hechizo de las pesadillas esta vez?
Saliendo de su estado de shock, Clarion preguntó: —¿Cómo pudieron
liberarse de nuevo?
La comprensión rompió el estupor de Elvina. —Intentaste sellarlos.
—No… no lo sé. —Milori negó con la cabeza. Clarion nunca lo había
visto tan nervioso, pero se armó de valor para hablar con firmeza: —Tengo
que irme.
Clarion lo agarró del codo y le sostuvo la mirada.
—Voy contigo.
La gratitud que iluminó los ojos de Milori la dejó casi sin aliento.
—Clarion —dijo Elvina con un tono suplicante—. No hagas esto.
Clarion solo miró hacia atrás y se fijó en Petra, cuyos ojos estaban muy
abiertos y brillaban con una emoción que no podía identificar. Tal vez ella
y Elvina tenían razón: sus sentimientos por Milori la habían vuelto
imprudente. Pero con esa furia protectora y justa ardiendo en su interior,
nunca se había sentido más en sintonía con su propósito.
—Lo siento —dijo ella suavemente—. Tengo que hacerlo.
Dándole la espalda a sus amigos y a su mentor, siguió a Milori hacia el
frío amargo del invierno.
Por favor, no nos dejes llegar demasiado tarde.
Clarion se aferró a esa súplica como a un salvavidas mientras se
elevaban hacia el recinto del festival, tan fuerte como lo hacía Milori. Él
se aferró con fuerza a las riendas de Noctua, guiándolos a través de la
tormenta que se avecinaba. A esa altura, las nubes, casi negras en la
oscuridad, flotaban sobre su visión como una mancha de humo de un
incendio forestal. Una fuerte nevada la azotaba, amontonándose
pesadamente en sus pestañas y escociéndole la cara como si fueran
descargas de hielo. Cada ráfaga de viento los desviaba de su curso, y
Clarion podría haber jurado que escuchó una voz que se transmitía por
ella.
Caída, susurró.
Por primera vez en todos sus cruces de la frontera, el invierno se sintió
hostil.
Un destello de sombra en el rabillo del ojo atrajo su atención. Clarion
se giró hacia allí, pero vio algo que se dirigía hacia ellos: una forma alada,
dibujada en el resplandor violeta del poder de las pesadillas.
—¡Milori! —gritó—. ¡Cuidado!
Su cabeza giró bruscamente hacia la pesadilla. Un relámpago abrió el
cielo e iluminó a la bestia durante un terrible instante.
Tiró de las riendas y Noctua se desvió del camino de la pesadilla.
Milori se pegó al lomo del búho para mantener el equilibrio y arrastró a
Clarion con él, justo a tiempo para evitar las garras de la criatura que se
acercaban a ellos. Ella presionó su frente contra sus omoplatos y dejó
escapar un suspiro tembloroso, horrorizada por lo cerca que había estado
de perder tanto el asiento como la cabeza. Permanecer a horcajadas sobre
Noctua durante un vuelo casual era una cosa, pero el combate estaba
demostrando rápidamente ser otra completamente distinta.
Clarion levantó la vista y vio que la pesadilla volvía a dar vueltas. Se
había contorsionado hasta adoptar la forma de un búho: una grotesca
burla de Noctua. Su pico se curvaba sobre una serie de dientes
inquietantemente humanos, que se mostraban en una sonrisa vacía. Peor
aún, justo más allá de la silueta de su sombra, vio una nube oscura que se
dirigía hacia ellos a una velocidad alarmante. Un sonido chirriante,
distante al principio, se convirtió en un agudo chillido que resonó en sus
huesos. No, no era una nube, sino un grupo de pesadillas, transportadas
en alas de insectos. Incluso desde allí, Clarion podía sentir su hambre.
El miedo la invadió. No sobrevivirían si el enjambre los alcanzaba.
Debía haber cientos de ellos. ¿Se habían liberado todas las pesadillas?
—Tenemos que aterrizar —gritó Clarion por encima del aullido del
viento—. Ahora.
Milori miró a las pesadillas que se acercaban, con un músculo tenso en
la mandíbula. —Muy bien. Espera.
Clarion obedeció. Después, Milori le entregó las riendas a Noctua. La
lechuza metió las alas en su cuerpo y se lanzó de cabeza hacia el bosque
que se encontraba debajo.
Los ojos de Clarion se llenaron de lágrimas mientras las amargas
garras del viento y el frío la desgarraban. El cabello de Milori ondeaba
detrás de él, azotándole la cara mientras caían en picado. En cuestión de
segundos, Noctua atravesó el dosel del bosque, derribando nieve suelta y
carámbanos afilados como cuchillos a su paso. Las ramas atraparon el
pelaje y el cabello de Clarion con saña, pero ella apenas sintió nada debido
a la pura descarga de adrenalina. A solo unos pocos pies del suelo, Noctua
batió sus alas para frenar la caída.
Cuando aterrizaron, el corazón de Clarion latía con fuerza en su
garganta. Ninguna de las pesadillas las había seguido hasta allí, pero podía
sentirlas, moviéndose más allá del entramado de ramas que había sobre
sus cabezas. Permaneció congelada en el lugar hasta que el horrible
zumbido de los insectos se desvaneció. En los fragmentos de cielo que
podía ver, los ojos aún estaban manchados de un gris siniestro, pero nada
la miraba fijamente. Respiración tras respiración superficial y temblorosa,
el terror fue aflojando su dominio sobre ella y la sensación de hormigueo
de la presencia de las pesadillas desapareció.
Por ahora, habían escapado.
Ella y Milori se deslizaron de la espalda de Noctua. Cuando estuvieron
a salvo en tierra firme, ella se giró para mirarlo. Había perdido su diadema
en algún momento durante el vuelo, y trozos de granizo y ramitas
quebradas quedaron atrapados en su cabello. Pero afortunadamente,
parecía entero y relativamente ileso. Un pequeño rasguño se había abierto
en un costado de su cara.
Ella le ahuecó la mandíbula y con el pulgar le secó la sangre que había
brotado.
—¿Estás bien?
—Lo estoy —respondió Milori. La miró de arriba abajo, buscando
alguna herida. Al parecer no encontró ninguna, porque ella vio que algo
de la tensión se disipaba en él—. ¿Y tú?
—Creo que sí. —Con las piernas temblorosas, giró lentamente para
orientarse. Ya nada le resultaba familiar—. Deberíamos seguir avanzando.
Milori asintió. Lideró su sombría marcha, más adentro del bosque,
más adentro de la tormenta; su resplandor, que brillaba débilmente
plateado en la penumbra, guió su camino. Ella ajustó cuidadosamente sus
botas a la forma de las huellas que él había dejado atrás. A través de la
oscuridad y las ráfagas cada vez más densas, apenas podía ver su propia
mano a una pulgada de su rostro. Cada rama que perforaba la cortina de
nieve se extendía hacia ellos como garras, y su creciente inquietud hizo
que los carámbanos que colgaban de los árboles se convirtieran en
colmillos desnudos y goteantes. Cómo odiaba ver su amado Bosque de
Invierno transformado en un lugar tan embrujado.
Siempre había silencio allí, todos los sonidos se amortiguaban por la
fuerte nevada. Pero este era un silencio antinatural, como si todo el bosque
estuviera conteniendo la respiración, demasiado aterrorizado para
moverse. Los pasos crujían demasiado fuerte en la corteza de hielo que
brillaba fríamente sobre la nieve.
Entonces lo oyó: gritos.
A Clarion se le heló la sangre. Ninguno de los dos dijo una palabra, no
hacía falta. Espoleados por aquel sonido de terror, echaron a correr.
Cuando atravesaron la espesura de hayas y abetos, Clarion se detuvo en
seco.
Los restos del festival se extendían ante ellos. Los puestos por los que
habían paseado poco antes estaban completamente destruidos: no
quedaban más que esqueletos de madera astillada. Sobre sus restos ardían
brasas que se habían incendiado con velas que nunca se habían apagado.
Había fragmentos irregulares de esculturas de hielo esparcidos por la
superficie del río, brillando entre el desorden pisoteado de pétalos de
flores y coronas.
Pero Clarion no podía apartar la mirada de las oscuras siluetas de las
hadas dormidas que yacían sobre el hielo. Parecían estatuas:
perfectamente inmóviles en medio de tanta destrucción. La nieve ya había
empezado a acumularse sobre ellas.
Aquí quedó al descubierto la evidencia de su fracaso.
Las pesadillas se acumulaban alrededor de las hadas como derrames
de aceite, burbujeando mientras luchaban por tomar forma. Se
arremolinaban en el aire, oscuras como el humo. Otras rondaban en sus
formas animales, acribilladas por flechas. Vagamente, Clarion vio cómo
otra flecha se hundía en la cuenca del ojo de un oso deforme. Rugió de
indignación, y escupió saliva (no, se dio cuenta, veneno) de las puntas
letales de sus colmillos.
Eso hizo que Clarion volviera en sí.
Los exploradores volaban sobre sus cabezas, con sus arcos tensos y sus
voces alzadas en gritos de batalla. Aunque no podían luchar contra las
pesadillas, arriesgaban sus vidas para salvar a tantas hadas como pudieran.
Algunas incitaron a las pesadillas a perseguirlas, esquivando y
serpenteando entre las franjas de oscuridad, mientras sus camaradas
condujeron a los civiles hacia el Salón de Invierno. El corazón de Clarion
se estremeció al ver tanta valentía desinteresada.
Un gruñido bajo retumbó detrás de ella.
Clarion jadeó y se dio la vuelta. Se encontró cara a cara con una versión
retorcida de Fenris: un lobo, con la boca llena de demasiados dientes y un
segundo par de ojos montados sobre el primero. Antes de que pudiera
moverse, antes de que pudiera siquiera abrir la boca para gritar, la bestia
se desparramó por el suelo en un rocío de nieve y sombras retorcidas.
Yacía inmóvil de costado, atravesado por una flecha. Un líquido negro
viscoso rezumaba alrededor del asta y el humo se elevaba lentamente
como si se hubiera quemado. Una tenue luz dorada brillaba alrededor de
los bordes de su herida.
Lentamente, Clarion se giró y lo que vio casi le hizo llorar.
Petra se encontraba a unos cuantos metros de distancia, blandiendo
una especie de arma que Clarion nunca había visto antes. La expresión de
su rostro estaba entre triunfal y horrorizada. Su cabello estaba rojo sangre
bajo el manto de la noche, con nieve acumulada como un puñado de
estrellas en sus rizos. Artemis estaba de pie junto a ella, un destello de
oscuridad contra la extensión blanca, con una mano apoyada en su cadera.
—Buen disparo —dijo, aunque parecía impresionada, aunque no del
todo—. Y buenos reflejos.
Clarion apenas podía creer que realmente estuvieran allí. Si su mente
no hubiera estado ocupada en otra cosa, podría haber estado preocupada
por la posibilidad de que los inocentes transeúntes pudieran recibir una
flecha perdida. No creía que Petra hubiera apuntado con un arma en su
vida. Pero en ese momento, no podía sentir nada más que una gratitud
abrumadora.
—Vayan —dijo Milori en voz baja—. Voy a ayudar a los demás a
encontrar el camino al Salón del Invierno.
—Estaré justo detrás de ti. —Le sostuvo la mirada, presa de un
repentino ataque de miedo. Si algo le sucediera… No, ni siquiera podía
pensar en ello—. Ten cuidado.
Milori asintió con fuerza. —Tú también. Te veré pronto.
Se dio la vuelta, la tela de su capa chasqueó detrás de él y luego
emprendió el vuelo. Clarion no pudo tragarse por completo el nudo de
ansiedad que sentía en la garganta cuando su brillo se vio atenuado por la
fuerte nevada. Milori podía cuidar de sí mismo, se aseguró a sí misma.
Pronto volvería a estar a su lado. Apartó la mirada del lugar donde había
desaparecido y corrió a través de la nieve hacia Artemis y Petra.
—¿Qué hacen aquí? —Al cabo de un momento, se le ocurrió algo más
urgente—. ¿Cómo estás aquí?
Petra dejó caer su arma a un costado. Como si fuera lo más obvio, dijo:
—No íbamos a dejar que hicieras esto sola. En cuanto al cómo… mis
prototipos de abrigos pueden ser feos, pero cumplen su función bastante
bien.
Clarion los miró con atención. Las dos lucían ridículas; estaban
ahogadas en tela. Los abrigos eran monstruosas telas de retazos de gran
tamaño, claramente hechos de lo que Petra había encontrado tirado en el
rincón del artesano. Clarion no pudo evitar reírse a pesar del ardor de las
lágrimas en el fondo de su garganta.
—También quería una oportunidad para probar su otro prototipo. —
Artemis miró con codicia el arma de Petra. Levantó la suya, que, aunque
por lo demás era más o menos idéntica, parecía sostenida por un sueño
más que por algo concreto. Para el ojo inexperto de Clarion, parecía un
arco de explorador clavado en un fino bloque de madera. Una larga ranura
recorría su centro, donde se colocaría una flecha. La cuerda del arco, una
vez tensa, se mantenía en su lugar mediante un mecanismo que se liberaba
con un gatillo—. O al menos, el mío es un prototipo.
—Por eso tienes que estar cerca de mí —dijo Petra con una sonrisa
casi pícara—. Todos mis esfuerzos finalmente dieron sus frutos.
—Tus esfuerzos por arruinar un arco y una flecha en perfecto estado
—murmuró Artemis, sin ningún entusiasmo detrás. —Le quitan todo el
talento artístico.
Petra la señaló con el dedo acusador. —¡Hay arte! Pero tú no lo
aprecias…
—Espera. —A Clarion se le hizo un nudo en el estómago—. ¿En esto
es en lo que has estado trabajando? ¿No en la espada?
Artemis y Petra se quedaron en silencio. La tensión se disipó en el aire
entre ellas.
—Por supuesto —Petra le dedicó una sonrisa vacilante—. Te lo habría
dicho antes, pero nunca tuve la oportunidad.
Clarion se estremeció al recordar su pelea, pero antes de que pudiera
hablar, Petra se abalanzó sobre ella.
—Quiero decir, también estaba trabajando en la espada de Elvina.
Pero después de cierto punto, pasé la mayor parte de mi tiempo tratando
de que pareciera convincente.
Clarion frunció el ceño.
—¿Convincente?
—No funciona —dijo Petra en un tono que ya no podía contener—. Si
se entera…
—No se va a enterar —intervino Artemis, un poco cansada. Parecía
una conversación que ya habían tenido al menos dos veces antes.
—¡Entonces seré exiliada de verdad esta vez!
—¿No funciona?
Petra se detuvo a pensarlo, recomponiéndose. —Bueno, supongo que
funciona en la medida en que las piedras solares canalizan la luz del sol.
Así que no es una exageración pensar que funcionaría con los talentos
gobernantes de la luz estelar… —La mención de los talentos gobernantes,
evidentemente, le recordó a Petra sus preocupaciones más inmediatas—.
El caso es que no hará lo que Elvina quiere. Iba a decírtelo, pero tú parecías
pensar que sabías lo que estabas haciendo y…
El resto de su frase se convirtió en un sinsentido. Lo único que Clarion
pudo entender fue: —¿Le mentiste a Elvina?
La cara de Petra se puso muy pálida y luego ligeramente verde.
—Supongo que sí.
Pero Petra nunca mentía. Clarion apenas podía procesarlo. —¿Por qué
hiciste eso?
—No lo sé. —Petra se pasó la mano por la cara—. Cuando lo hice, ya
era demasiado tarde. Y ahora, cuando ella se entere…
Artemis suspiró. —Ambas creíamos en ti —dijo diplomáticamente.
Deslizó su mirada fijamente hacia Petra—. Incluso cuando nos
preocupábamos por ti.
La culpa ahuyentó el pánico de Petra. —Siento lo de antes. No debería
haber sido tan…
—¿Crítica? —añadió Clarion.
—Claro. Eso. —Petra hizo una mueca—. Lamento haber involucrado
a Elvina cuando sabía que eso era lo último que querías. Entré en pánico,
como siempre. Me preocupaba que hicieras algo tonto. No quería que te
lastimaran.
—Lo sé. Y supongo que no te equivocaste —dijo ella, riendo
ahogadamente. Clarion podría haber llorado en ese momento, de alivio o
de arrepentimiento, no estaba del todo segura. Todavía había muchas
cosas enredadas entre ellas, pero por ahora, esto era suficiente. Tenía que
serlo, cuando no sabía si lograrían sobrevivir a la noche—. Yo también lo
siento. No debería haber...
—Hablaremos más tarde —dijo Petra suavemente.
—Si, claro. —Clarion hizo todo lo posible por contener la repentina
oleada de emoción. Señaló vagamente el arma que sostenía Petra—. ¿Qué
es exactamente esta cosa, por cierto?
Petra se animó. —Oh, ¿esto?
Al parecer, se trataba de algún tipo de artefacto capaz de derrotar a las
pesadillas. Al menos, eso fue lo que Clarion dedujo de la entusiasta (y muy
técnica) descripción que Petra lanzó.
—He decidido llamarlo ballesta. ¿O quizás lanzadora? Todavía estoy
trabajando en los detalles más finos, pero puedes cargarlo con flechas
impregnadas de polvo de hadas. Obviamente, no es tan potente como la
magia del talento gobernante, pero he planteado la hipótesis… —Petra se
quedó en silencio y su rostro palideció—. Sabes, no creo que la ciencia que
hay detrás de esto importe ahora mismo.
El final de su frase se interrumpió con un chirrido. Clarion se giró para
ver que la pesadilla a la que Petra había disparado antes comenzaba a
recomponerse. Su forma similar a la niebla colapsó y burbujeó mientras
intentaba ponerse de pie. No tenían mucho tiempo antes de que pudiera
atacar de nuevo.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Artemis, siempre pragmática.
—La mayoría de las hadas de invierno se han refugiado en el Salón de
Invierno —respondió Clarion—. Ante todo, debemos garantizar su
seguridad. Nos reuniremos con Milori allí, aseguraremos la entrada y nos
reagrupamos. ¿Entendido?
Artemis saludó. —Entendido, Su Alteza.
Petra cargó otra flecha y tensó la cuerda. La punta de la flecha brilló y
llenó sus ojos de luz dorada. Su rostro había adquirido esa calma familiar
y misteriosa; había adoptado el mismo estado mental que cuando una
fecha límite se acercaba tanto que no dejaba lugar al pánico.
—Hagámoslo.
Entre ellas y el Salón de Invierno se encontraba un verdadero mar de
pesadillas. No podrían llegar hasta allí sin luchar. Pero cuando Clarion
miró a Artemis y Petra, con los ojos brillantes de determinación, decidió
que se sentía como si pudieran ganar.
21
Se dirigieron al Salón del Invierno, abriéndose paso a través de la
nieve hasta las rodillas y de oscuros matorrales de árboles. A pie, el avance
era enloquecedoramente lento. La ventisca continuaba, con nieve
azotadora y vientos desgarradores. El hielo le raspaba la piel expuesta del
rostro y el frío, tan afilado como una cuchilla, se le metía en los huesos.
Clarion no sabía si el clima era la influencia de las pesadillas o del propio
Invierno aullando su grito de guerra.
—Ya no falta mucho —les gritó a Artemis y Petra.
Esperaba que eso fuera cierto. Era difícil saber exactamente adónde
iban, pero el sonido de las escaramuzas la alcanzó: gritos y rugidos que se
alejaban a medida que la tormenta las alejaba. Aunque podía ver y oír
poco, el poder de las pesadillas permanecía como una niebla baja. Se
deslizaba sobre su piel, calentando de terror todos sus nervios.
Aquí y allá, vio destellos de pesadillas volando por encima de su
cabeza: madejas de sombras retorcidas que ocultaban incluso la oscuridad
de las nubes. No se percataron del trío mientras perseguían tenazmente a
las hadas de invierno que huían. El pánico oprimió el pecho de Clarion.
Ella envió un deseo silencioso a las estrellas: que vuelen rápido.
Había sido un error, pensó Clarion, dejar que Milori siguiera adelante
solo.
Cuando vio el Salón de Invierno (cuyas puertas talladas en hielo
brillaban con la suave luz azul de sus runas), estaba ardiendo de
expectación. Se encontraban en la cima de una colina, contemplando el
valle donde el Salón estaba tallado en la ladera de la montaña. Desde allí,
Clarion podía ver el caos que se desataba ante ella.
El Salón del Invierno era completamente asediado por pesadillas.
Los exploradores hicieron pasar a las aterrorizadas hadas por las
puertas entreabiertas, haciendo todo lo posible por controlar la frenética
presión de la multitud. Otro grupo voló por el aire, provocando a las
pesadillas mientras las alejaban del Salón. Y allí, en el centro de todo,
rodeado por una tropa de exploradores, estaba Milori.
Su corazón dio un vuelco mientras la admiración y el alivio se
entrelazaban en su interior. Nunca lo había visto moverse así, con una
gracia eficiente y despiadada. Lanzaba ráfagas de puro frío, el aire se llenó
de cristales de hielo mientras congelaba a las pesadillas en pleno ataque.
Las bestias se estremecieron y rugieron bajo la escarcha, amenazando con
liberarse, y aún más descendieron de los cielos.
Por ahora, estaban aguantando. ¿Cuánto tiempo podrían mantenerlas
a raya?
Artemis recargó su arco. Sus ojos oscuros brillaron mientras
observaba la escena que se desarrollaba debajo de ellas. —Hay tantas.
Clarion entendió claramente lo que no había dicho: demasiadas.
—Solo tenemos que mantenerlas a raya hasta el amanecer. Tendrán
que esconderse de la luz del sol.
Pero todavía faltaban horas para el amanecer.
Las runas grabadas en las puertas del Salón del Invierno brillaron
cuando una Pesadilla golpeó el hielo. Las barreras protectoras eran
poderosas, pero contra una avalancha de monstruos…
—Hasta el amanecer, entonces —dijo Artemis, con expresión fría e
imperturbable—. ¿Cuáles son sus órdenes?
—Cúbreme. Voy a ir a las puertas. Después, ayuda a los exploradores
a mantener ocupadas a las pesadillas. No hagas nada arriesgado. —
Cuando Artemis le dedicó una media sonrisa irónica, Clarion añadió: —
Solo mantente con vida.
Se lanzaron a la carga hacia la refriega. Sus amigas la flanqueaban:
Petra, con su pelo rojo colgando detrás de ella como un cometa; Artemis,
con los labios fruncidos en una mueca feroz.
Allí, en el valle, la atmósfera opresiva era tan insoportable como lo
había sido en la prisión. Toda la negatividad que exudaban las pesadillas
les oprimía como una mano asfixiante. Un sudor frío le picaba en la nuca
y el olor rancio del miedo le quemaba la garganta. A su alrededor, las
pesadillas ondeaban como franjas de tela oscura y hecha jirones. Los
exploradores pasaban volando, sus expresiones angustiadas se volvían
esqueléticas bajo la luz naranja de sus propios resplandores.
Las hordas parecían no tener fin. Las pesadillas surgían de las sombras
y se materializaban entre la nevada como espectros. Juntas, Clarion y sus
amigas eliminaron a las pesadillas que se cruzaron en su camino. Cayeron
bajo las flechas y la luz de las estrellas. Bajo el calor de la magia de Clarion,
algunas de ellas comenzaron a desintegrarse, pero se escabulleron hacia
la sombra del bosque.
Cobardes, pensó.
De entre el velo de nieve, apareció una forma oscura. Un ciervo se
alzaba detrás de Artemis, con sus astas goteando veneno sombrío.
—¡Artemis! —gritó Clarion.
Artemis se sobresaltó. Por reflejo, desenvainó su espada y apuñaló la
pierna de la bestia. Su forma se onduló como el agua cuando la hoja la
atravesó sin hacerle daño. Lentamente, las sombras de su carne se
solidificaron alrededor de su arma y la alejaron de ella. Cuando su pezuña
bajó para estrellarla contra el suelo, Artemis la esquivó con una leve
inhalación. Una segunda espada se materializó en su mano. La estaba
haciendo girar entre sus dedos, preparándose para golpear al ciervo de
nuevo, cuando Petra lo atravesó con una flecha que brillaba con polvo de
hadas. El ciervo bramó, tambaleándose y alejándose de ellas mientras la
sangre aceitosa brotaba de su herida.
—Gracias —dijo Artemis bruscamente.
Eso había estado demasiado cerca para su comodidad.
Clarion las observó a las dos. Una fina línea escarlata se había abierto
en la mejilla de Artemis y, aunque Petra parecía tranquila, su brazo
temblaba por soportar el peso de su arco. Incluso Clarion se sentía
agotada, con su magia a punto de estallar en su interior.
—Vete —dijo Petra—. No te preocupes por nosotras.
De mala gana, Clarion asintió y corrió hacia el Salón del Invierno.
Entre el clamor y el furor de la batalla, encontró su verdadero norte:
Milori.
Un grupo de pesadillas surgió de la ventisca y se abalanzó sobre ella.
Se tambaleó hacia atrás y casi tropezó con sus propios pies. Sin pensarlo,
extendió la mano y desató un rayo de luz estelar. Las bestias retrocedieron
ante su poder y se contorsionaron para evitar quemarse. Cuando se
dispersaron, ella jadeaba con dificultad por el esfuerzo. No sabía cuánto
tiempo podría seguir así.
—¡La reina está aquí! —gritó un explorador desde arriba—. ¡Sigan
luchando!
Se escucharon gritos de guerra en el claro. Clarion miró sus manos
temblorosas antes de cerrarlas en puños. Su poder era un símbolo de
esperanza. En ese momento, tal vez eso era todo lo que necesitaban.
Clarion corrió el resto del camino hacia el Salón de Invierno y lanzó
otro rayo de luz estelar contra una pesadilla que se preparaba para atacar
a Milori. La derribó y chilló de angustia. Se giró hacia ella, con la sorpresa
y la gratitud reflejadas en su rostro.
Corrió a su lado y, en un breve momento de calma, lo evaluó.
—Estás bien.
Sus dedos recorrieron la línea de su mandíbula, solo por un momento,
antes de que su mano cayera de nuevo a su costado.
—¿Y tú?
No tuvo tiempo de responder, porque las pesadillas que había
desorientado se habían recuperado. Se acercaron más, sus gruñidos bajos
y el golpeteo de sus garras contra el hielo resonaban en la ladera de la
montaña. Claramente, dudaban en acercarse demasiado a ella. Ninguna
de ellas había recuperado su forma por completo. Algunas se escabulleron
vacilantes hacia ellos, otras se levantaron como el humo de un incendio
forestal y los rodearon, envolviéndolos en un velo de oscuridad.
Clarion y Milori intercambiaron miradas antes de juntar sus espaldas.
La escarcha se arremolinaba a su alrededor mientras el oro se acumulaba
en las palmas de las manos de ella. Mientras las pesadillas atacaban,
cayeron en el ritmo de la batalla. Ella manejaba su magia como cuchillos,
cortando a través de las pesadillas mientras se alzaban. Ofrecieron poca
resistencia contra ella; su luz atravesó sin esfuerzo la oscuridad. Pero ella
nunca había recurrido tanto a su poder; con cada bestia que derribaba,
más vacilaba.
Uno con forma de rata la golpeó con su cola y ella fue arrojada con
fuerza contra la ladera de la montaña. Se quedó sin aliento. A toda prisa,
el blanco explotó ante su visión. Se recuperó justo cuando una ráfaga de
hielo la alejó de ella.
Milori la ayudó a ponerse de pie y no la soltó. Sus ojos estaban llenos
de preocupación y sus dedos se cerraron con urgencia alrededor de su
antebrazo.
—Ya has hecho suficiente, Clarion. Deberías entrar.
—No —dijo con fuerza, apretando los dientes—. Puedo seguir
luchando. Tenemos que contenerlos hasta el amanecer.
Había algo resignado brillando en sus ojos. Clarion vio la verdad allí:
no esperaba durar hasta el amanecer, pero no tenía intención de rendirse.
Un nudo de emoción se tensó dentro de ella. No podía negar que parecía
imposible. Arrastradas por la tormenta que rugía detrás de ellos, las
pesadillas se abalanzaban sobre ellos cada vez más.
Clarion apoyó la mano sobre la de él y sostuvo su mirada.
—No te voy a dejar. No puedes pedirme eso.
Ella vio el momento en que su autocontrol cedió. Su expresión se
desdibujó y, por un momento tortuoso, apoyó su frente contra la de ella.
—Hemos evacuado a todos los que pudimos —dijo en voz baja—.
Deberíamos llamar a todos los que aún están afuera y prepararnos para
hacer nuestra última defensa.
Última defensa. Esas palabras le provocaron un escalofrío. Sin
embargo, asintió.
—Ve a buscar a los exploradores. Yo encontraré a Artemis y Petra para
asegurarme de que regresen a pie.
Se elevó hacia los cielos, gritando la orden de retirada. Clarion buscó
a sus amigas en el caos. Finalmente, vio a Artemis y Petra enzarzadas en
una batalla con un lince de pesadillas.
Corrió a través del campo hacia ellas. Los gritos de las pesadillas
llenaron sus oídos. Se dejó caer en un rodar cuando algo saltó hacia ella.
Un rayo de oro voló por su brazo y la tiró hacia atrás. Con el corazón en la
garganta, se puso de pie, justo a tiempo para ver a la bestia hundir sus
dientes profundamente en la espinilla de Artemis. Artemis gritó de
agonía. Sacudió la cabeza con saña; el cuerpo de Artemis se sacudía de un
lado a otro como una muñeca de trapo.
—¡Artemis! —gritó Petra.
Lanzó una flecha hacia él, pero por poco no le dio en el hombro. El
lince se giró hacia Petra, que tenía los ojos muy abiertos y vidriosos por el
miedo.
Un murciélago de pesadillas se abalanzó sobre Clarion. Ella recogió la
luz de las estrellas en su mano y la disparó hacia abajo, pero otra la tiró al
suelo. El monstruo la inmovilizó bajo su peso. Ella luchó salvajemente por
un momento antes de que la magia brotara de ella. La bestia giró hacia
atrás, liberándola de su aplastante agarre. Clarion se arrastró hacia
adelante antes de ponerse de pie. Le dolían los huesos. Se había cortado el
labio con los dientes. Sus manos temblaban demasiado como para
canalizar la magia en algo más que borbotones. Pero no podía detenerse.
A poca distancia, vio un tenue destello de polvo de hadas cayendo del
cielo: otro perdido. Le provocó una oleada de agonía, pero Clarion no
podía hacer nada por ellos ahora. Solo podía concentrarse en Artemis, con
el rostro pálido y ligeramente brillante por el sudor, la pierna aplastada en
un ángulo extraño y reluciendo de un rojo intenso y visceral.
El lince había avanzado hacia Petra. Sus garras estaban cubiertas de
veneno y brillaban de color violeta en la oscuridad. Mientras Petra luchaba
por colocar otra flecha en el arco, la pesadilla la atacó. Ella se elevó y se
estrelló contra el tronco de un árbol. Un crujido repugnante rompió el
silencio. Su arma cayó al suelo y se deslizó por el hielo, muy lejos de su
alcance. Petra yacía muy quieta, su cabello rojo esparcido sobre la nieve
como una mancha de sangre. Tenía los ojos cerrados y su rostro estaba
fijo en una máscara de horror.
Atrapada en el hechizo de las pesadillas.
No, pensó Clarion. No, no, no.
¿Cuántas hadas habían caído hoy? ¿Cuántas más caerían? Había
perdido a muchas. Y ahora, había perdido a Petra.
La fuerza de sus emociones la atravesó y luego explotó hacia afuera en
un arco de luz cegadora. Su magia se reflejó en todo el hielo y la nieve
hasta que el valle quedó tan brillante como el día en medio de la noche.
Todas las bestias que pululaban en el Salón de Invierno aullaron de agonía.
Era casi lastimoso ver cómo luchaban por escapar. Se retorcían y
adoptaban mil formas diferentes, desesperadas por liberarse de la
despiadada iluminación de su poder.
En su esplendor, todas las pesadillas se revelaron: pequeñas,
acobardadas y patéticas, expuestas como las pequeñas cosas que eran. La
magia brotó de ella sin descanso, incinerándolas. Cuando la luz
finalmente se desvaneció, el viento suspiró a través del valle. Lo que quedó
de las pesadillas se dispersó, llevadas por el aire como granos de arena
negra.
Y Clarion cayó de rodillas.
22
Clarion se sintió vacía, como si alguien le hubiera arrancado la
médula de los huesos. El destello de luz de las estrellas que normalmente
percibía en su pecho se había enfriado como las cenizas de un hogar.
Aunque el cansancio la agotaba, aunque su visión se oscurecía, se
arrastró hacia Petra. Cuando por fin lo logró, dejó escapar un sollozo
ahogado. Las pecas de Petra parecieron desaparecer en la palidez cérea de
su tez. Sus ojos vagaban tras los párpados cerrados, atormentados por algo
que Clarion no podía ver, algo de lo que no podía salvarla. Clarion no
podía soportarlo. No podía soportar más el peso de su fracaso. Quería
acurrucarse en la nieve a su lado y rendirse. Quería dormir una eternidad.
Sería tan fácil dormir.
No supo cuánto tiempo permaneció arrodillada allí antes de oír el
crujido de pasos en la nieve a su lado. Clarion inclinó la cabeza y se dirigió
hacia el sonido. Milori y Yarrow estaban de pie sobre ella, luciendo
miradas gemelas de preocupación. Sintió un frío que ni siquiera la noche
más larga y más amarga del invierno podría lograr. Lo sintió hasta el alma.
Hizo que su sangre se volviera lenta, y sus pensamientos aún más. Todo
parecía tan irreal, que no podía estar segura de si estaban allí o no.
—Primero ve a ver a Artemis —murmuró Clarion. Las palabras se le
espesaban en la boca; apenas podía obligar a sus labios a formarlas.
—Los sanadores se están ocupando de ella —respondió Milori
suavemente.
—Bien. —Cerró los ojos—. Hace mucho frío.
A lo lejos, se dio cuenta de que Milori le hablaba a Yarrow en voz baja.
Solo captó fragmentos.
Demasiado pálida…
Haz algo…
Estaba hablando de ella, pensó Clarion. Se obligó a concentrarse en la
respuesta de Yarrow.
—No puedo hacer nada si no hay ninguna herida que curar. La tensión
a la que se ha sometido… —La sanadora se quedó en silencio—. Es grave,
Milori. Está completamente agotada. Necesita regresar a las estaciones
cálidas de inmediato. Sus sanadores sabrán qué hacer con ella.
¿Me estoy muriendo?, se preguntó. Se sentía tan desconectada de su
propio cuerpo que la perspectiva no la asustaba.
—Ninguna de sus amigas está en condiciones de llevarla —dijo
Milori—. Yo puedo ir hasta el borde de la primavera.
—¿Y si no encuentras hadas cálidas? —preguntó Yarrow, cerrando los
puños a los costados—. Nuestros exploradores les advirtieron del ataque.
No creo que haya nadie esperando en la frontera.
Su expresión se ensombreció. A Clarion no le gustó la determinación
de su mandíbula ni la resignación de sus hombros. Una sensación
incipiente de temor se arremolinó en ella, mucho peor que cualquier cosa
que las pesadillas le habían infligido.
—Entonces haré lo que debo.
—Milori —dijo Yarrow en tono de advertencia.
—Entiendo el costo.
—¿En serio?
Clarion captó un destello del dolor que iluminó los ojos de Yarrow y
cómo no protestó más cuando Milori se arrodilló junto a Clarion. Pasó un
brazo por debajo de ella y la levantó en sus brazos.
Hizo una seña a un explorador y silbó para llamar a Noctua. En un
instante, la lechuza revoloteó desde su percha. Con la ayuda del
explorador, Milori subió a Clarion a la espalda de Noctua y luego subió
con ella. La suave calidez de las plumas de Noctua la reconfortó.
Mientras surcaban el cielo invernal, la visión de Clarion empezó a
desaparecer. Apenas podía distinguir los planos de su rostro, dorados por
la luz de la luna, y su cabello, un mechón de nieve blanca contra el cielo
estrellado. La tormenta había amainado, pensó confusamente. Se veía tan
hermoso… y tan triste. Sintiendo que ella lo miraba, él la miró. La
preocupación que se reflejaba en su frente le rompió el corazón. Más que
nada, quería alejarlo de él.
Pero en ese momento, ella era impotente.
No sentía nada más que vacío en su interior. Un entumecimiento
desconcertante se había apoderado de todo su cuerpo. Si se dejaba llevar,
pensó que podría irse a la deriva. Sonaba muy tentador. Sus párpados
estaban increíblemente pesados. A través de la nieve enmarañada en sus
pestañas, vio cómo las estrellas se apagaban. La llamaban por su nombre.
Clarion.
¿O era Milori?
—Clarion —dijo con firmeza—. Quédate conmigo.
Estaba muy cansada. Pero si Milori le hubiera pedido que se quedara…
bueno, no había nada en este mundo que ella pudiera negarle. Todo lo que
estuviera en su poder para darle era suyo. Sus palabras eran arrastradas
cuando dijo: —háblame.
Hubo un momento de silencio antes de que dejara escapar un sonido
sin aliento, como si no pudiera creer lo que estaba a punto de decir.
—¿Sabías que vi caer tu estrella?
Ante eso, una pequeña chispa de calidez se encendió en ella. Sonrió
con ojos llorosos.
—¿En serio?
—En serio.
Se obligó a abrir los ojos al percibir la ternura de su voz. Envuelto en
un halo de luz celestial, parecía casi de otro mundo. La miró con una
desesperación feroz, a partes iguales de adoración y dolor. Eso hizo que
un dolor floreciera en su interior, una emoción que no podía nombrar y
que burbujeaba en la superficie del estanque turbio de sus pensamientos.
—En ese momento no sabía que nos estaba trayendo una nueva reina.
Nunca había visto una estrella fugaz antes; caen tan rápido. Pero capté el
momento exacto en que se elevó por el cielo. Recuerdo sentirme tan… —
Se quedó callado, su voz se suavizó. Una sonrisa agridulce se dibujó en su
rostro—. No había sentido esperanza en mucho tiempo, pero la sentí esa
noche. Incluso pedí un deseo.
¿Un deseo?
Sabía que no se debían compartir los propios deseos, pues tendía a
dejarlos sin poder. Pero, sin duda, si lo había pedido en su propia estrella,
podría guardarlo a salvo para él.
Como si hubiera percibido el giro de sus pensamientos, respondió: —
Me gustaría que hubiera un futuro diferente para mí en Pixie Hollow —
dijo en voz baja—. Uno en el que no estuviera atado a las pesadillas. En el
que tal vez nuestros mundos no estuvieran tan divididos.
Un hermoso deseo. Cuando se permitió imaginarlo, su corazón se
llenó de anhelo. Él entrelazó sus dedos con los de ella y rozó sus nudillos
con sus labios.
—Lo habrá —susurró—. Lo prometo.
Aunque fuera lo último que hiciera, haría realidad su deseo.
Las estrellas brillaban con más fuerza en lo alto. La expresión de Milori
se llenó de asombro mientras su luz danzaba sobre la nieve que
revoloteaba a su alrededor. Cuando su mirada encontró la de ella de nuevo,
no pudo recordar cómo respirar. Qué hermoso, ver el momento exacto en
que él se enamoró de ella. Tal vez siempre la había amado, en algún nivel,
desde aquella noche en que se permitió volver a tener esperanza. Pero con
la oscuridad invadiendo, con su mente flotando en algún lugar más allá de
ella, no pudo convencerse a sí misma de que no lo había imaginado.
Seguramente, pensó, algo tan hermoso tenía que ser un sueño.
Cuando su visión volvió a ser clara, ya habían aterrizado.
Clarion estaba acurrucada de costado, todavía segura entre las plumas
de Noctua. Le tomó solo un momento darse cuenta de que se habían
detenido en la frontera entre el invierno y la primavera, y que Milori ya no
estaba a su lado. Con una sacudida, luchó por levantarse apoyándose en
un codo. Pero con sus fuerzas agotadas, se desplomó una vez más. Solo
pudo gemir débilmente mientras el mundo se inclinaba sobre su eje.
Desde ese punto de observación, no podía ver más que copos de nieve
que se reunían en su pelo y giraban perezosamente ante ella. La luz blanca
de la luna brillaba en la superficie del río. Y allí, a lo largo de sus orillas,
profundos rastros de pisadas, superpuestos uno sobre otro. Milori había
estado caminando de un lado a otro, pensó, seguía caminando de un lado
a otro. Apareció de nuevo con dificultad, con una expresión que rayaba en
el abatimiento.
¿Qué pasó?
A Clarion le dolía la cabeza por el esfuerzo de recordar. Allí, con el frío
instalado en su interior, la respuesta se le escapaba. Todo parecía tan
lejano, como si se estuviera observando a sí misma desde una gran altura.
—¿Qué estás haciendo? —logró preguntar Clarion. Su propia voz
sonaba confusa.
Milori se sobresaltó, claramente sorprendido de encontrarla despierta.
Después de un momento, sus rasgos adoptaron una compostura sombría.
—Nada. ¿Dónde están tus sanadores?
Ella frunció el ceño, luchando por concentrarse. —En los campos de
matricaria.
—¿Dónde está eso? —La desesperación se reflejaba en su voz.
La respuesta claramente le importaba. Ella podría aferrarse a la
conciencia, solo por un poco más.
—Al borde del verano y el otoño.
Milori respiró profundamente para tranquilizarse. —Está bien,
entonces.
Ante la resolución de su voz, se le ocurrió (demasiado tarde) por qué le
había preguntado. Los recuerdos volvieron a inundarla. El enjambre de
pesadillas. Una detonación de luz. Milori, decidido a devolverla a las
estaciones cálidas. Un rayo de urgencia atravesó su delirio: no puede.
Si cruzara la frontera, se rompería las alas.
Tenía que haber otra manera. Si pudiera encontrar la fuerza para
caminar, o incluso mantenerse a horcajadas sobre Noctua… Pero no,
apenas podía mover un dedo. Incluso su temblor había cesado, como si su
cuerpo hubiera perdido la esperanza de volver a calentarse. Su única
oportunidad era su magia. Aunque nunca había logrado teletransportarse,
Elvina le había enseñado la teoría detrás de eso. Si podía lograrlo solo una
vez en su vida, tenía que ser ahora. Buscó en lo más profundo de sí misma
y sintió como si se raspara las uñas contra el fondo de un pozo seco. Un
suave jadeo de dolor se le escapó. No quedaba nada.
Así que no había otra opción.
—Déjame —dijo con voz áspera.
Mientras la observaba, su pánico se transformó lentamente en agonía.
Ambos sabían que en ese estado, era mucho más probable que cayera a
que llegara intacta hasta donde estaban los sanadores.
—Tu brillo se ha extinguido casi por completo.
Supuso que así era ahora que lo mencionaba. A lo lejos, notó su piel
cetrina; la noche, sin un resplandor que la hiciera retroceder, se posaba
sobre ella como un paño mortuorio. Clarion no sintió dolor, pero la mirada
en sus ojos la desgarró: completamente indefensa. Era como si él estuviera
muriendo junto con ella.
Había pensado en argumentar algo, pero se le estaba escapando. Era
demasiado difícil forzar las palabras a salir. Demasiado difícil aferrarse a
la conciencia. Cuando cerró los ojos, él dejó escapar un sonido
estrangulado. Con un aleteo de sus alas, flotó sobre la espalda de Noctua
y la abrazó.
—Milori… detente.
Él no le respondió. Se limitó a tomar las riendas con una mano y
hacerlas chasquear, instando a Noctua a que volará una vez más. Ni
siquiera se inmutó cuando se elevaron sobre la frontera. Pasar a la
primavera era como sumergirse en agua caliente. Mientras la inundaba,
Clarion quiso sollozar de alivio y horror. Un hada de invierno no tenía
protección allí.
—Por favor. —Sus labios formaron la palabra, pero sólo salió como un
hilo de sonido.
¿La había oído siquiera?
Con la cabeza apoyada en su hombro, lo único que podía ver era su
mandíbula apretada con determinación y su mirada acerada fija al frente.
Su piel pálida ya había comenzado a sonrojarse. El sudor le perlaba las
sienes. Apoyada en él como estaba, podía sentir su corazón acelerado.
El calor era demasiado para él.
—Tus alas. —Su voz estaba cargada de emoción. ¿Cuándo había
empezado a llorar? Había sido tan repentino.
—Clarion —pronunció su nombre como una súplica—. Comparadas
con tu vida, no significan nada para mí. Siempre haría ese trato.
Esas palabras casi la destrozaron. Las lágrimas resbalaban libremente
por sus mejillas, pero no le quedaban fuerzas para enjuagarlas. Apenas
podía concentrarse en él; el mundo le daba vueltas, veteado por la
renuencia en sus ojos.
—¿Por qué?
—Pixie Hollow te necesita —dijo en voz baja—. Como Guardián,
tengo el deber de defender a Pixie Hollow. Eso significa protegerte.
Si tan solo tuviera los medios para discutir con él… lo atacaría con
todas sus fuerzas. ¿Cómo podía importarle tan poco su propia seguridad?
Pero ella había quedado reducida a prisionera en su propio cuerpo,
obligada a observar cómo él se sacrificaba por ella. Era la peor clase de
tortura que podía imaginar.
—Enfadate si quieres —dijo—. Pero no puedo perderte.
Desdichadamente, comprendió que ella haría lo mismo.
En qué tontos se han convertido sus corazones.
Clarion supo el momento en que entraron en el verano. Debajo de
ellos, había una mancha de verdes exuberantes y flores doradas. Pero su
calor suspiró sobre su piel como si le diera la bienvenida a casa. El agua le
caía por el cuello mientras la nieve enredada en su cabello se derretía.
Lentamente, la sensibilidad regresó a sus extremidades. No lo quería, no
cuando sentía como si mil agujas perforaran su piel, que alguna vez estuvo
entumecida. Sin embargo, el calor del aire no hizo nada por el frío que
sentía en su interior. Su pecho estaba tan oscuro y vacío como el espacio
entre las estrellas.
La respiración de Milori se volvió entrecortada y se le erizaron los
pelos que le rodeaban la cara. Para él, aquel era, con diferencia, el lugar
más peligroso de Pixie Hollow. Al menos por la noche, sólo hacía tibio
calor, nada que ver con las sofocantes tardes bajo el sol abrasador.
El familiar aroma de la matricaria llegó hasta ella. Cuando Clarion
volvió su mirada llorosa hacia afuera, vio cada blanco pétalo bañado por
la luz de la luna. Nunca antes había parecido tan hermoso ni tan horrible.
—Ahí está —dijo ella miserablemente.
Cuando aterrizaron en el campo, Milori se deslizó de la espalda de
Noctua y aterrizó pesadamente, como si apenas pudiera sostener su
propio peso. Se acercó a la puerta de la clínica con pasos lentos y
tambaleantes. Clarion no podía apartar la mirada de sus alas. Estaban
plegadas contra su espalda, pero parecían estar… marchitándose.
No, pensó. Derritiéndose.
Goteaban de los extremos como carámbanos en el deshielo de
principios de primavera. La sola visión de los carámbanos le revolvía el
estómago con nauseabundas oleadas de culpa. No podía imaginar la
determinación que hacía falta para soportar ese tipo de dolor. Llamó a la
puerta y su puño cayó débilmente contra ella.
En cuestión de momentos, un sanador apareció en el umbral,
iluminado por la luz que se filtraba desde el interior. Clarion no podía oír
lo que decían desde allí, pero podía imaginar el tono general de su
conversación. Observó las emociones que desgarraban al sanador
mientras Milori hablaba: la confusión dio paso a la conmoción y luego a
la calma sombría nacida de la urgencia.
Le hizo un gesto con la cabeza y luego desapareció en el interior de la
clínica. Dejó la puerta entreabierta. Una luciérnaga mensajera se arrastró
por el hueco y se dirigió hacia el árbol de polvo de hadas; su vientre
parpadeaba con la señal de emergencia.
Milori volvió hacia ella. —Voy a tener que moverte.
Con un suave gruñido de esfuerzo, la bajó de la espalda de Noctua. La
levantó en brazos y la llevó a la clínica. Su piel, normalmente tan fría
contra la de ella, se sentía febrilmente caliente. Las velas ardían
tenuemente, derretidas hasta convertirse en charcos de cera en sus platos
poco profundos. El olor relajante de las hierbas curativas (pamplina
mentolada y raíz de bardana acre) perfumaba el aire. Lo único en lo que
podía concentrarse era en el rítmico goteo, goteo, goteo de sus alas contra
las tablas del suelo.
—Vuelve aquí —gritó alguien a Milori.
Milori atravesó la clínica con paso vacilante. En la oscuridad casi total,
Clarion no podía distinguir gran cosa, pero se dio cuenta cuando pasaron
bajo la cortina de suculentas. Las hojas cerosas chocaban entre sí y le
rozaban la cara casi con ternura. La llevó a la habitación reservada para
las hadas en estado crítico. Aún no parecía del todo real, incluso cuando
la acostó en el catre. Le castañeteaban los dientes. Milori se desabrochó el
broche que llevaba en el cuello y le puso su capa encima. Pensaba en ella,
incluso ahora.
—Vete —susurró Clarion—. Por favor.
Parecía afligido. —No puedo. —Se arrodilló junto a su cama—.
Todavía no.
—Por favor, Milori. —Buscó algo, cualquier cosa, para convencerlo,
pero no encontró nada. Apenas podía entender los sonidos que salían de
su boca. A través de su delirio, podía ver el sudor que cubría su rostro.
Podía oír a los sanadores gritándose unos a otros. Clarion solo registró
sensaciones fugaces. Agua fría en sus labios. Destellos de polvo de hadas.
El pinchazo de una aguja. Y el calor, que regresaba lentamente, muy
lentamente. No sabía si habían pasado minutos, horas o días cuando oyó
una voz.
—¿Guardián?
Elvina, pensó. Su tono era cauteloso, pero no se parecía en nada a la
hostilidad que le había lanzado hacía horas.
Clarion entreabrió los ojos, apenas, para mirar fijamente la luz de la
vela que se proyectaba sobre el techo. Oscilaba hipnóticamente mientras
la llama danzaba sobre la mecha. Qué extraño, estar envuelta en una
oscuridad tan absoluta. Sus alas eran transparentes como un cristal
oscurecido. Solo las más tenues motas de luz de estrellas brillaban en su
interior.
—Necesitaba saber si estaría bien —respondió Milori con voz ronca.
Elvina emitió un sonido entre admiración e incredulidad. —Debes irte
ahora. Regresa a Invierno antes de que sea demasiado tarde.
Ninguno de los dos habló. Por un momento, Clarion creyó que no
habían sido más que ficciones que su mente confundida había conjurado
y que ahora se habían desvanecido.
Pero entonces Elvina dijo: —Gracias.
No necesitaba aclararlo.
—Ella haría lo mismo por mí —dijo Milori.
Clarion se esforzó por aferrarse a esas palabras, pero la oscuridad se
coló por los rincones de su visión. Lo último que oyó antes de volver a
sumergirse fue:
—Vale la pena protegerla.
23
Cuando Clarion se despertó, el suave resplandor de las linternas llenó
la sala de recuperación con una luz cálida, que brillaba sobre los frascos y
botellitas que se alineaban en los estantes. El cielo fuera de su ventana
estaba surcado por franjas de azul profundo y naranja mientras el sol se
asomaba por la línea del horizonte.
Estoy viva, pensó vagamente.
Después de todo, había vivido para ver el amanecer.
Incluso debajo de las sábanas, el frío persistía bajo su piel y se
enroscaba alrededor de su corazón. Experimentó con enroscar los dedos.
Todavía estaban unidos, afortunadamente. No se había perdido nada por
la congelación. Retiró la manta y exhaló un suspiro de alivio al ver que sus
alas titilaban débilmente en la oscuridad previa al amanecer. Los
remolinos de oro que las atravesaban habían regresado, aunque el
resplandor que emitían se había atenuado.
Cuando se dio la vuelta y quedó de lado, su mirada se fijó en la capa
que cubría la silla junto a la cama.
Milori.
El solo hecho de pensar en él era como un témpano de hielo que le
atravesaba el corazón. Cuando cerró los ojos, le ardía el recuerdo de sus
alas marchitándose mientras goteaban sobre las tablas del suelo de la
clínica. La devoción y la agonía se unieron en su voz cuando le dijo: no
puedo perderte.
Quizás Elvina tenía razón.
Si no le importara nadie, si se hubiera mantenido alejada como debía,
nada de esto habría sucedido. Si Milori la hubiera dejado en la frontera,
las estrellas habrían enmendado su error. Tal vez otra estrella hubiera
caído esa misma noche para reemplazarla. Otra hada con alas doradas, con
un corazón que igualara su talento: una hada equilibrada y práctica, una
que no anhelara cosas que no podía tener.
En cambio, se había asegurado de que Pixie Hollow la tendría, con
todas sus imperfecciones, durante toda su larga vida. Ella quería gritar.
Quería tomar los frascos de los estantes y escucharlos romperse. Quería
volver atrás en el tiempo, hacer todo lo que estuviera en su poder para
salvarlo de su propio altruismo.
¿Cómo pudo hacer esto?
No, ¿cómo pudo haber hecho eso? Si alguien tenía la culpa, era ella.
Había sido lo suficientemente egoísta como para atraerlo a su órbita. Una
reina no estaba destinada a vivir entre sus súbditos. No podía mezclarse
con ellos y enredarlos en cosas que estaban más allá del alcance de sus
talentos. Siempre había estado destinada a estar sola.
Ya era hora de que dejara de luchar contra ello.
—Clarion.
Se sobresaltó y parpadeó con fuerza al oír su nombre. En su
desorientación, tardó un momento en asimilar que la habitación se había
iluminado. La luz del sol del final de la mañana se filtraba por la ventana,
suavizándose al traspasar las hojas, y bañando su rostro suavemente con
su calor.
Ella debió haberse quedado dormida otra vez.
Con los ojos llorosos, se tocó la mejilla. Las lágrimas se habían secado
en su piel y le escocían la cara por la sal. Se las secó con el dorso de la
muñeca. Cuando su visión se ajustó a la luz del día, Elvina se enfocó.
Estaba sentada en la silla junto a la cama con un profundo cansancio
escrito en cada línea de su rostro. Una punzada de culpa se apoderó del
estómago de Clarion. ¿La había estado vigilando toda la noche?
—Estás despierta —dijo Elvina, con la voz cargada de alivio—. Gracias
a las estrellas.
Clarion se incorporó sobre las almohadas.
—¿Dónde están Petra y Artemis?
Una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Elvina,
como si hubiera esperado esa pregunta. Se desvaneció tan rápido como
había surgido, reemplazada por una máscara de reina, la que reservaba
para transmitir malas noticias con calma y desapego. —Ambas están aquí.
Vi al Guardián brevemente antes de que volviera a Invierno. Nos pidió que
enviáramos sanadores a la frontera para recogerlas.
Por supuesto, pensó. Incluso cuando estaba sufriendo, había pensado
en coordinar con Elvina cómo llevarlas a casa.
—¿Cómo están?
—Artemis tendrá un largo camino para recuperarse, pero se encuentra
estable. Petra está dormida, como los demás.
A Clarion se le hizo un nudo en la garganta.
—¿Y Milori?
Elvina dudó. —No tenía buen aspecto.
—Ya veo.
Clarion cerró los ojos con fuerza. Por mucho que quisiera creer que
había regresado ileso, no podía ser tan ingenuamente optimista. Ningún
hada del invierno podía permanecer en las estaciones cálidas sin sufrir
consecuencias. Si pensaba en ello un poco más, no sabía si podría
mantener la calma.
Elvina la observó mientras controlaba sus emociones. Cuando se
recompuso, Elvina dijo: —Tenías razón, Clarion.
Clarion recogió la punta de su manta y se secó los ojos. Se le escapó
una risa sin humor. —¿Sobre qué?
—Sobre el Guardián. —Su boca se torció en una mueca de desagrado,
como si le doliera admitir que estaba equivocada. Después de un
momento, suspiró—. Sobre todo, mi plan era miope en el mejor de los
casos… e increíblemente peligroso en el peor. Nuestros reinos deberían
trabajar juntos.
Clarion había deseado oír esas palabras durante mucho tiempo. Y, sin
embargo, apenas podía creerlas. —¿De dónde viene eso?
—Te salvó la vida —respondió Elvina con total naturalidad. Cruzó las
manos sobre el regazo—. Por eso, estoy en deuda con él.
Entonces todavía había una oportunidad de arreglarlo.
Tal vez su magia no había sido lo suficientemente poderosa como para
atar a las pesadillas como lo habían hecho las hadas oníricas. Pero el libro
del Guardián también había hablado de una pesadilla que habitaba en las
profundidades de su prisión como una abeja reina en su colmena. Una lo
suficientemente poderosa como para comandar a sus zánganos, para
contener todo su poder.
La luz estelar de Clarion había aniquilado a todas las pesadillas que se
encontraban fuera del Salón de Invierno. Si derrotaba a la Reina Pesadilla,
seguramente su hechizo latente se rompería. Pero ella todavía se estaba
recuperando. Y además, cada intento que había hecho por ayudar solo
había empeorado las cosas al final.
—Puedes ayudarme. Juntas, con nuestra magia gobernante, podemos
destruir las pesadillas —dijo Clarion.
—No puedo —Elvina sonrió con tristeza—. Mi poder está
disminuyendo
—¿Disminuyendo? —Su voz sonó terriblemente pequeña para sus
propios oídos, casi infantil.
Elvina abrió la mano. La luz de las estrellas floreció como una rosa en
su palma, desplegándose lentamente. Ardía de manera constante, pero
ciertamente no tan brillante como Clarion estaba acostumbrada. Elvina
cerró la mano, apagándola. —Ya no puedo hacer mucho más que esto.
Nunca había oído que el talento de las hadas disminuyera con el
tiempo.
—¿Por qué?
—Así son las cosas —dijo Elvina—. Poco después de tu coronación,
regresaré a las estrellas, como lo hicieron todas las reinas que nos
precedieron.
—No… —Clarion negó con la cabeza. No podía procesarlo; se negaba
a hacerlo. Las palabras de Elvina se desdibujaron hasta perder el sentido.
Si eso fuera cierto, seguramente habría visto las señales.
Elvina no parecía diferente, ¿verdad? Pero Clarion apenas podía
recordar cómo se veía cuando llegó por primera vez a Pixie Hollow.
¿Había canas nuevas en su cabello? ¿Siempre había parecido frágil, con
delicados huesos de pájaro debajo de su pálida piel? Las hadas vivían vidas
largas, las reinas incluso más que la mayoría. Pero no se suponía que
murieran simplemente de algo tan mundano como la edad…
—No lo entiendo —dijo finalmente Clarion.
—Lo siento, Clarion —la voz de Elvina vaciló, apenas. Su frente se
frunció por el dolor que intentó controlar sin éxito—. Hay tantas cosas
que debería haberte dicho. Debería haberte dicho antes, pero no sabía
cómo.
Clarion no quería oír eso. Durante mucho tiempo había querido que
Elvina le confiara la verdad. Ahora, parecía demasiado para soportar. Las
lágrimas ardían en la garganta de Clarion cuando Elvina extendió la mano
y le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Nunca he estado en tierra firme, pero he oído muchos informes al
respecto. Los humanos aman a sus hijos desde el momento en que nacen.
Los crían con la esperanza de que sean mejores que sus padres. —Los
dedos de Elvina se demoraron en la barbilla de Clarion—. Cuando te vi
descender desde esa estrella, creo que entendí algo de lo que deben sentir
las madres. Sé lo difícil y confuso que es que te digan desde el momento
en que respiras por primera vez, que el mundo depende de ti. Y en tu
corazón sabes que eso es verdad. Vi muchas maneras en las que eras como
yo, pero vi muchas más maneras en las que no lo eras. La experiencia me
había enseñado muchas lecciones, la mayoría de ellas duras y dolorosas.
Quería protegerte de eso. No quería que te lastimaran. Eres preciosa para
mí. —Elvina dejó caer su mano—. El peso de un reino es pesado, y nuestras
vidas son largas. Y todas las hadas que amas eventualmente se
desvanecerán mientras que tú permanecerás inalterada. Me mantuve
apartada para no sufrir más de lo que podía soportar. Te animé a hacer lo
mismo, aunque podía ver cuánto te dolía. Y te esforzaste mucho por mí.
A Clarion le dolía el corazón por ella, más de lo que jamás hubiera
creído posible. Veía a Elvina como la niña que había sido y la mujer que
era ahora, una mujer con una existencia larga y solitaria, marcada por la
pérdida. Elvina había intentado protegerla de todo daño. Al final, sus
mejores esfuerzos sólo habían dejado un nuevo tipo de cicatriz, un espejo
distorsionado de las propias heridas de Elvina. Pero, por fin, Elvina las
había liberado a ambas. Clarion podía elegir por sí misma en qué tipo de
reina quería convertirse.
Desearía que hubiera un futuro diferente para mí en Pixie Hollow, le
había dicho Milori.
Pensar en él, en un deseo que llevaba a salvo en su interior, despertó
algo en ella. La luz de las estrellas se encendió en el frío hueco de su pecho,
arremolinándose a través de ella como el calor reconfortante de un fuego
en otoño. Tal vez pudiera hacer realidad ese sueño para ambos. Tal vez
una buena reina fuera como la estrella de la que había nacido. No una fría
y distante, sino una que llevara las esperanzas de sus súbditos hacia
adelante.
Aunque fuera lo último que hiciera, tenía que hacer que sus sacrificios
valieran la pena. Tenía que proteger a Pixie Hollow (y a todos los que le
importaban) con todo lo que tenía. Decidió que esa era el tipo de reina que
sería.
—Creo que ya lo entiendo —murmuró Clarion—. Gracias, Elvina. Por
todo.
—Por supuesto —parecía algo sorprendida—. Ahora descansa y
recupera fuerzas. Encontraremos juntas la manera de seguir adelante.
Juntas. Parecía una idea muy dulce, pero esto lo tenía que hacer sola.
Nadie más saldría lastimado por sus fracasos.
Cuando la puerta se cerró tras ella, Clarion se aferró a esa chispa de
esperanza que brillaba en su interior, cálida como una brasa, y luego se
avivó con más fuerza. Para poner fin a esto, tendría que enfrentarse sola a
la Reina Pesadilla, antes de que se liberara.
Tendría que pasar por debajo del hielo.
Al tercer día de su convalecencia, Clarion planeó su escape.
Ella no sabía si algún día estaría realmente lista para enfrentar
nuevamente a las pesadillas, pero si su inminente coronación le había
enseñado algo, era que uno nunca se sentiría completamente preparada
para las cosas difíciles.
Esperó hasta que el amanecer tiñó de rojo sangre la línea del horizonte
y los sonidos matinales del verano se filtraron a través de las ventanas
entreabiertas de la clínica. A esa altura, Clarion ya se había acostumbrado
a los ritmos de la vida allí. En esas horas del crepúsculo, los sanadores
mantenían un flujo constante de charlas en la habitación contigua,
cotilleando sobre algún que otro drama laboral. Nada terriblemente
interesante, por lo que Clarion pudo deducir. El alegre canto de los
pinzones y los suaves llamados de las tórtolas llenaban los momentos de
calma en su conversación.
Era ahora o nunca.
Su abrigo de invierno estaba doblado junto a su cama y, cuando lo
sacudió, estaba intacto, a pesar de algunas manchas de sangre.
Sobreviviría al menos un viaje más al invierno. Todo lo que faltaba era
salir de la clínica sin que la vieran. Lo que significaba que tendría que
superar el último obstáculo de la magia del talento gobernante: la
teletransportación.
Nunca lo había logrado antes, pero ahora, con la luz de las estrellas
brillando en su interior, no sentía nada más que una tranquila certeza.
Clarion se puso el abrigo y abrió la ventana. Decidió que lo mejor sería
que su primer intento real no fuera a través de un objeto sólido. Respiró
profundamente y cerró los ojos.
Ahora, si tan solo se imaginara que cada vez estaba más y más liviana…
Un resplandor emanó de su interior. Cuando levantó las manos a la
altura de los ojos, pudo ver que sus bordes se volvían más tenues y se
convertían en chispas doradas. El pánico instintivo fue rápidamente
reemplazado por alegría. Poco a poco, se disolvió en una nube brillante de
polvo de hadas. Como si la hubiera convocado su capricho, la brisa se
levantó. Bailó entre las hojas y la llevó en su suave corriente. Pasó por la
ventana abierta, tan silenciosa e informe como la niebla que se arrastra
por la ladera de la montaña. Pasó por encima de las matricarias y se dirigió
hacia la línea de árboles. Tan pronto como estuvo a salvo en la sombra del
bosque, se permitió tomar forma nuevamente.
Ella lo había hecho.
Clarion se rió con incredulidad. Se sentía desorientada y con
problemas de equilibrio, pero una rápida mirada hacia abajo confirmó
que, en efecto, lo había logrado. No había dejado ninguna extremidad
atrás, un éxito en su libro. Pero no tuvo tiempo de maravillarse de lo que
había hecho.
Clarion se elevó a los cielos y partió hacia la frontera. Ahora que la
chispa de luz estelar dentro de ella se había reavivado, el frío que se había
infiltrado en sus huesos había comenzado a desaparecer. Su brillo no se
acercaba ni por asomo a su resplandor habitual, pero la luz del sol que se
filtraba en sus alas se sentía casi curativa. Con cada aleteo, chispas
doradas danzaban en el aire a su alrededor.
Debajo de ella, los prados de hierba era un vasto mar verde. Los cardos
corrían a toda velocidad entre la hierba alta y, de vez en cuando, chocaban
entre sí en su prisa. Era inusual ver tantos amontonados, pero Clarion
pronto vio la razón: una franja de campo larga y ennegrecida, como una
cicatriz tallada en la tierra. Las pesadillas debían haber expulsado a los
cardos de sus hogares. La determinación estalló en su interior, avivada por
la ira.
De una vez por todas, acabaría con esto.
Cuando llegó a la frontera, sintió una punzada de alivio y tristeza al
ver que el puente estaba vacío. Bien, pensó. Le resultaría más fácil la tarea
si no tuviera que convencer a Milori de que se quedara.
Clarion se abrochó los botones del abrigo y cruzó hacia el invierno.
Bajó del puente e inclinó la cabeza hacia el cielo. Se quedó allí unos
instantes respirando el aire fresco y el aroma de los árboles de hoja
perenne, saboreando el frío en las mejillas y observando cómo los copos
de nieve caían a borbotones. Nunca había visto el bosque de invierno a la
luz del día. La nieve brillaba como si tuviera incrustaciones de diamantes
y el hielo esparcía una luz dorada por el suelo.
Hermoso, pensó.
Le asombraba que un lugar pudiera albergar recuerdos tan alegres y
dolorosos a la vez. Pero quería recordar el invierno así, como un amigo,
que la acompañaba en su silencio. El viento le acarició el pelo, tirándole
de las puntas casi juguetonamente.
—Es hora de liberarte —murmuró.
Desde allí, el viaje hasta la prisión de las pesadillas era largo. Si tan
solo pudiera invocar a Noctua… Clarion frunció el ceño cuando se le
ocurrió la idea. Sin duda, no haría daño intentarlo. Se llevó los dedos a los
labios y silbó.
No pasó nada.
Lentamente, dejó caer la mano a un costado, sintiéndose bastante
tonta por haberlo intentado. Pero entonces, un ulular inquisitivo sonó
justo encima de ella.
Clarion jadeó.
—¡Noctua!
La lechuza giró la cabeza para inspeccionar a Clarion. De alguna
manera, logró parecer bastante incrédula. Claramente, no esperaba que
Clarion la llamara. Sin embargo, saltó hacia la nieve y erizó sus plumas a
modo de saludo.
Demasiado mareada para recordar su miedo, Clarion prácticamente
dio un salto hacia delante y pasó los dedos por el pico de Noctua. Su mano
parecía muy frágil ante la punta mortal del pico. Con qué rapidez, pensó
con ironía, había perdido todo su instinto de autoconservación. Tal vez
Milori había sido una mala influencia después de todo. Con suerte, no le
importaría mucho que ella tomara prestada a su mascota.
—Lo siento —dijo en voz baja—. Hoy solo estamos tú y yo.
Noctua parpadeó lentamente. Clarion no estaba segura, pero parecía
que lo estaba aceptando.
Clarion la miró mientras se daba cuenta de algo terrible: volaría sola.
Pero ya había practicado lo suficiente, sin duda. Y el riesgo de caerse era
mucho mayor que el de caminar. Después de todo, tenía que llegar antes
del anochecer.
—Está bien —se aseguró a sí misma—. Puedes hacerlo.
Clarion tomó las riendas y se subió a la espalda de Noctua. Una vez
que recuperó el equilibrio, una sonrisa se dibujó en su rostro. No fue tan
difícil. Ahora bien, ¿qué hacía Milori para hacerla volar? Ah, eso era
cierto. Tiraba de las riendas con cautela.
Noctua salió disparada como una flecha. Y como estaba sola, Clarion
no se molestó en reprimir su grito.
Salieron del dosel en una lluvia de nieve y ramas de pino. El sol se
reflejaba en las alas de Noctua, tiñendo los bordes de sus plumas con un
brillo iridiscente. La lechuza se lanzó hacia adelante a toda velocidad
mientras las riendas se deslizaban inútilmente entre los dedos de Clarion.
Se inclinó sobre el cuello de Noctua, con el pelo suelto ondeando
violentamente detrás de ella. Después de un frenético momento de
forcejeo, agarró las riendas con con fuerza. Noctua sacudió la cabeza en
señal de protesta.
—Guau. —Su voz sonaba entrecortada, mitad terror, mitad alegría.
Una vez recuperado el control, Clarion se estabilizó. Le costó toda la
fuerza de los muslos y los antebrazos mantenerse en el asiento, pero lo
estaba logrando. Con un rubor de triunfo, instó a Noctua a seguir adelante
hacia la prisión de las pesadillas.
Ahora entendía por qué a Milori le encantaba tanto volar en lomo de
la lechuza.
Se elevaron sobre los pinos y abedules, y se lanzaron en picado sólo
cuando Clarion divisó el centro del lago helado. Aterrizaron en la orilla y
Clarion desmontó. Le temblaban las piernas y se apoyó contra Noctua. Se
quedó al lado de la lechuza, contemplando la brillante extensión del lago.
Incluso en la fría luz de la mañana, esa aceitosa sensación de pavor la
abrumaba con más implacabilidad que nunca. Luchó por reprimir un
escalofrío.
—Deséame suerte.
Noctua le rozó el hombro con el pico, lo cuál ella decidió interpretar
como buenos deseos.
Clarion caminó hacia la orilla con pasos lentos e inestables. El hielo
parecía más fino que la última vez que estuvo allí; se movió y crujió bajo
su peso. Pero solo cuando llegó al centro, Clarion vio los restos de la
barrera que ella y Milori habían creado. Los fragmentos de hielo brillaban
como un montón de vidrio roto y los delicados hilos de luz de las estrellas
brillaban. Los habían destrozado como si no fueran más que telarañas. La
prisión se había abierto lo suficiente para liberar a todas las pesadillas,
excepto a las más grandes. Tal vez la magia del talento gobernante fuera
realmente incompatible con la magia de los sueños, o tal vez las pesadillas
se habían vuelto demasiado poderosas para ser contenidas por más
tiempo. Cualquiera que fuera la razón, Clarion se aseguraría de que nunca
volvieran a dañar a otra hada.
A la luz del día, lo que quedaba debajo del hielo estaba
inquietantemente quieto. Pero Clarion podía sentir sus ojos clavándose
en ella mientras miraba hacia el mundo debajo del lago. ¿Estaría helando
adentro? ¿Habría agua después de todo, lista para arrastrarla a sus
profundidades más oscuras? La incertidumbre la desgarraba. Había
llegado tan lejos y realmente solo había una manera de averiguarlo.
Ella saltó.
24
Clarion esperaba un chapoteo, una ráfaga de frío. Pero mientras se
deslizaba bajo el hielo, no había nada más que espacio abierto y oscuridad
que la envolvía. Su caída se hizo más lenta y luego se detuvo por completo.
Incluso con las alas atadas debajo de su abrigo, flotó en algún lugar sobre
el abismo sin fondo, suspendida en la oscuridad total. Una sensación de
hormigueo se extendió por su piel, similar a la sensación de los ojos de un
depredador fijos en ella desde la maleza.
Algo la estaba observando.
Clarion reprimió un escalofrío y echó la cabeza hacia atrás. Desde allí,
podía ver la grieta en la prisión por la que había entrado… y, justo más allá,
lanzas de luz vaporosa filtrándose hacia abajo. El sol iluminaba el hielo
desde arriba, proyectando patrones extrañamente hermosos a su
alrededor. El mundo de arriba estaba borroso y tentadoramente fuera de
su alcance. Casi podía entender por qué las pesadillas querían escapar tan
desesperadamente. No había nada allí abajo. Ni luz, ni sonido, ni olores.
Eso la inquietaba terriblemente.
Luego vino un goteo constante.
A Clarion se le quedó la respiración atrapada en la garganta. Sonaba
demasiado como… Sacudió la cabeza para disipar el pensamiento y
preguntó: —¿Quién es?
No hubo respuesta, solo goteo, goteo, goteo.
El sonido rebotó en su mente, enloquecedoramente fuerte. Con cada
gota, la culpa y el horror subían por su garganta como bilis. Se giró hacia
el sonido y canalizó su poder. La luz de las estrellas se acumuló en sus
palmas, pero la cortina de sombras no se levantó. La sensación de presión
insoportable, de malicia, se intensificó. Pero vio una fina brizna de blanco
contra la oscuridad.
Milori.
Apenas alcanzó a ver su cabello ondeando detrás de él mientras se
alejaba con pasos lentos y vacilantes. Le recordó demasiado cómo se veía
la otra noche, mientras subía las escaleras hacia la clínica de los sanadores.
—¿Milori? —llamó. Su voz resonó sin cesar en la oscuridad.
Él no la reconoció.
De repente, sus pies tocaron tierra firme. Se tambaleó al intentar
recuperar el equilibrio. No había aparecido nada debajo de ella que
pudiera ver, pero con cada paso que daba, la oscuridad se ondulaba bajo
sus pies como si hubiera aterrizado en la superficie de un estanque
tranquilo y oscuro. Poco a poco, echó a correr. Tenía que alcanzarlo.
¿Qué hacía allí? ¿Y adónde iba?
—¡Milori!
Ella lo persiguió, pero por más rápido que se moviera y por más lejos
que viajaran, él nunca parecía acercarse. La oscuridad se agitaba a su
alrededor, las sombras se deslizaban, nadaban y se acercaban.
Un cambio en la presión del aire. Entonces, algo se abalanzó sobre ella.
Clarion se agachó, esquivando por poco el chasquido de dientes que se
cerraban sobre su cabeza. Le disparó un rayo de luz estelar. Fuera lo que
fuese, retrocedió, silbando furioso por haber sido frustrado.
El corazón le latía con fuerza en la garganta; sus manos, encendidas
por su magia, temblaban. ¿Cómo se suponía que lucharía si apenas podía
ver a sus enemigos? Pero no podía quedarse allí; no podía perder a Milori
en un lugar como ese.
Cuando levantó la vista, lo vio de pie a poca distancia, mirándola con
esos penetrantes ojos grises. Clarion se lanzó hacia él. Cuanto más se
acercaba, más comenzaba a tomar forma el mundo a su alrededor en tonos
de carbón.
Las siluetas de los árboles surgían de la oscuridad. La hierba brotaba
y se agitaba con un viento que ella no podía sentir. Sus pies sabían
exactamente adónde llevarla, qué obstáculos superar, como si se tratara de
un sueño por el que ya había pasado muchas veces.
Esto ya no era invierno.
Milori se dio la vuelta y se alejó de ella con determinación, sin
importarle lo que el calor le haría. No, pensó. Lo que ya le había hecho.
Ella no podía permitir que eso sucediera otra vez.
Las nubes se acumulaban en lo alto, delineadas por un siniestro
resplandor violeta. Parecía el momento previo a un rayo, como el
momento previo al ataque de una pesadilla. Se le erizó la piel con una
ansiedad informe. Su mente se había vaciado de todo pensamiento, pero
tenía que detenerlo.
El aire se volvió más denso y se asentó pesadamente en sus pulmones.
Olía a descomposición: un olor vegetal fétido y empalagoso que le revolvía
el estómago. Ahora reconocía ese lugar: el último tramo de bosque antes
de llegar al río que separaba el árbol de polvo de hadas del verano.
Mientras seguía adelante, habría jurado que oyó gritos.
Las zarzas brotaron de la tierra y le cerraron el paso. Clarion se abrió
paso a empujones y tropezó; su bota se enganchó en una enredadera
volcada. Se desparramó por el suelo, limpiándose la piel de las manos. La
sangre le brotó de las palmas y le goteó por las muñecas. Pero el dolor
apenas la afectó. Cuando levantó la vista, lo que vio la dejó clavada en el
sitio. La dejó completamente entumecida de horror.
El árbol de polvo de hadas se estaba pudriendo.
Un líquido negro viscoso goteaba de los extremos de sus ramas y todas
las hojas se habían vuelto resbaladizas por la descomposición. Una
podredumbre enfermiza lamía los costados del tronco, burbujeando y
supurando. Pero lo peor de todo era que había producido un nuevo y débil
crecimiento: ramilletes tenues de rododendros y rosas negras que apenas
lograban desplegarse.
Peligro, decía. Desesperación.
Ayúdame.
Charcos de pesadillas se alzaban desde el suelo esponjoso de sus
raíces, abriéndose paso hacia el pozo de polvillo. Todo lo relacionado con
el mundo de las hadas dependía de la supervivencia del árbol. Sin él, no
habría polvo de hadas. No habría hogar. Ningún lugar donde las hadas
recién nacidas pudieran aterrizar. Pixie Hollow desaparecería… y sin las
Hadas de Nunca Jamás, ¿qué pasaría con tierra firme?
—No —dijo Clarion con voz entrecortada—. No, no, no.
Clarion vadeó las aguas poco profundas del río, casi frenética en su
desesperación. Sudaba dentro de su abrigo de invierno. ¿Por qué llevaba
un abrigo de invierno? A las pocas pesadillas que vio las atacó sin sentido,
sin siquiera mirar si sus golpes daban en el blanco o si se quedaban en el
suelo.
Cuando llegó al otro lado, agarró por el hombro a la primera hada que
vio. —¿Qué pasó?
Él se apartó de ella, con el asco reflejado en su rostro. Había algo en
sus ojos que ella nunca había visto: odio. Eso deformó sus rasgos en un
horrible rictus y le hizo brillar los ojos. Verlo la sacudió hasta lo más
profundo de su ser.
—Tú —escupió.
¿Yo?
Él se soltó de ella. Clarion se dio la vuelta y descubrió que un pequeño
grupo se había reunido detrás de ella, acurrucados cerca mientras
observaban cómo se pudría el corazón de su reino. Todos la miraron con
odio puro. Los murmullos se extendieron por el grupo, bajos y siniestros.
Pudo distinguir algunas palabras aquí y allá:
Fría. Insensible. Indigna.
Error, error, error.
Resonó en su cabeza, la confirmación de todos sus peores temores.
No, todavía podía hacer algo. Todavía podía salvarlos. ¿No había
venido allí para salvarlos? El pánico borró todo sentido mientras huía
hacia la base del árbol de polvo de hadas. Las hadas yacían esparcidas por
las raíces, inmóviles como cadáveres bajo el hechizo de las pesadillas.
Algunas de ellas habían comenzado a hundirse en la tierra podrida. Y allí,
contra la mancha de podredumbre negra, estaba el cabello rojo de Petra.
—¡Petra!
La tierra burbujeaba como el agua de un pantano y la arrastraba hacia
las profundidades. Clarion hundió las manos, atragantada por el hedor, y
la sacó.
—Petra —dijo suplicante—. Por favor, despierta. Lo siento.
Los ojos de Petra se abrieron de golpe. Clarion dejó escapar un sollozo
ahogado. Al menos había algo bueno en este mundo. Un poco de
misericordia.
—Tú —dijo Petra, llena de veneno. Se incorporó lentamente y miró a
Clarion sin pestañear—. Tú me hiciste esto. Te negaste a escucharme
cuando más importaba. Eres tan egoísta.
Clarion se tambaleó hacia atrás y chocó contra las espinillas de otra
persona. Estiró el cuello y se encontró mirando directamente a la cara
desapasionada de Elvina.
—Eres una completa decepción —dijo Elvina con un gesto de la
boca—. ¿Por qué te enviaron las estrellas?
—No lo sé —susurró ella, encogiéndose sobre sí misma—. No lo sé.
Ojalá no lo hubieran hecho. El peso de la corona siempre había sido
demasiado para soportar. ¿Cómo había pensado alguna vez que podría
soportarlo todo? Haber nacido con talento para gobernar era un error. No
importaba lo que hiciera, las cosas nunca mejorarían. Siempre estaba
destinado a terminar así.
Pixie Hollow, en ruinas. Ella, completamente sola.
La oscuridad se desprendía del río y la envolvía como niebla. ¿Qué
sentido tenía contraatacar?
—¡Clarion!
Conocía esa voz, pero ¿de dónde? Se atrevió a levantar la cabeza, pero
la sentía muy pesada, y sus párpados aún más. Todo lo que veía eran los
rostros crueles de quienes más la amaban y la odiaban con más amargura.
Al menos se estaban desvaneciendo lentamente, mientras esta oscuridad
se cerraba a su alrededor. Si se lo permitía, podría quedarse dormida para
siempre.
—Clarion. —La voz sonaba mucho más tensa que antes, con un matiz
de desesperación—. No es real. Tienes que despertar.
Milori, ¿qué estaba haciendo aquí?
No podía estar allí en las estaciones cálidas. Y, sin embargo, ¿no lo
había visto hacía apenas unos momentos…?
No, se dio cuenta. No estaba en las estaciones cálidas en absoluto.
Estaba debajo del hielo, en lo profundo de los Bosques de Invierno. La
niebla la había envuelto por completo, tan asfixiante que apenas podía
respirar. Si se concentraba, podía ver la luz violeta de la magia de las
pesadillas atravesando su entorno. Una ilusión. Como todas esas hadas
atrapadas en su letargo, ella había sido arrojada al reino de las pesadillas.
Se mordió el interior del labio con tanta fuerza que el dolor la despertó
sobresaltada. La horrible versión de pesadilla de Pixie Hollow desapareció
y no reveló nada más que la oscuridad que la envolvía debajo del lago una
vez más.
Clarion luchó contra el malestar y aprovechó su poder. La luz de las
estrellas brotó de ella en rayos y la oscuridad que la ataba se desvaneció,
como una tela cortada en tiras. Cayó de rodillas y aterrizó con fuerza sobre
el agua invisible y cristalina que tenía debajo. Le castañetearon los
dientes. Pero con la luz de la magia reflejándose en el hielo que tenía sobre
su cabeza, se dio cuenta de lo que se había apoderado de ella: un humo
púrpura enfermizo que se elevaba en espiral desde las fosas nasales de una
criatura enorme. Dejó escapar un suspiro tembloroso y retrocedió a
rastras para alejarse un poco.
Un siseo gutural rompió el silencio. Dos ojos de reptil se abrieron y la
miraron con venganza. Ahora veía lo que acechaba en los rincones más
profundos de la prisión.
La Reina Pesadilla.
Un dragón.
Clarion no podía comprender cómo podía existir algo así. No sabía
cómo se suponía que debía enfrentarse a algo así. El terror la dejó clavada
en el sitio. Sus manos temblaban violentamente y esa chispa de luz estelar
que había en su interior se sentía terriblemente pequeña ante algo tan
inmenso. El miedo no era sólo un terror puro e instintivo, o la muerte que
te mordía los talones. Era también eso: desesperación.
El dragón abrió la boca y reveló hilera tras hilera de dientes dentados,
y una luz sulfúrica se derramó en la oscuridad que había entre ellos. Le
tomó solo un momento darse cuenta de que era una bola de fuego, lista
para ser desatada.
—¡Clarion!
Clarion se sobresaltó al oír la voz distante de Milori. Levantó la vista y
lo vio golpeando el hielo desde arriba. Su rostro no se distinguía, pero ella
podía ver la desesperada fe que brillaba en él.
—¡No olvides lo que me prometiste!
Sacó a Clarion de su estupor, lo suficiente como para provocarle una
risa leve. Había sido un deseo tan hermoso, por el que valía la pena luchar.
No, ella no podía rendirse ahora.
En su interior llevaba los sueños de miles de personas que habían visto
caer su estrella. Por un momento, se habían sentido lo suficientemente
esperanzados o desesperados como para dejar de lado su cinismo y
confiarle sus deseos. Mientras los tuviera, no podría sucumbir a la
desesperación.
Mientras las llamas subían por la garganta del dragón, Clarion irguió
los hombros. Ella era la reina de Pixie Hollow. ¿Y esta bestia? Era el miedo
de un niño, al que se le había dado forma y se le había dejado pudrirse
durante demasiado tiempo.
A la dura luz del día, no era nada en absoluto.
Clarion ardía como una estrella: inagotable y aniquiladora. Una luz
dorada explotó hacia afuera, llenando la prisión. El dragón bramó
mientras, hebra por hebra, el horror y la duda que lo habían creado se
desenredaban. Hilos de oscuridad se desenrollaron, desmoronándose en
cenizas mientras flotaban por el aire.
Al final, no quedó nada más que esto: motas centelleantes de luz de
estrellas, transformando lo que había estado vacío en el brillo infinito del
cielo nocturno.
25
Cuando la luz de las estrellas se apagó, Milori la sacó de las
profundidades del lago. En cuanto la guió hacia el suelo firme, el hielo se
cerró detrás de ella, como una herida que finalmente sanaba… y debajo,
Clarion pudo ver las oscuras aguas agitándose. Así de simple, fue como si
la prisión nunca hubiera existido.
Ella lo había hecho.
Lentamente, se recostó sobre el liso espejo de la superficie del lago y
miró hacia el cielo. El frío se filtraba a través de su abrigo, pero descubrió
que no le importaba. El tiempo se le había escapado bajo el hielo. La noche
había caído como una cortina sobre el invierno, pero era positivamente
luminosa con luz celestial. Una aurora boreal se desplegaba a través del
cielo en cintas anchas y ondulantes. Alguna vez, tal vez, las hadas de los
sueños habrían volado debajo de ellas, recogiéndolas en sus cestas. Pero
ahora, brillaban tentadoramente fuera de su alcance, su magia tan
maravillosa y misteriosa como la noche misma. Rodearon a Milori con un
halo, pintándolo de suaves tonos verdes y azules.
—¿Cómo supiste que debías venir aquí? —preguntó ella, incapaz de
ocultar el asombro en su voz.
—Me robaste mi lechuza —dijo con un dejo de diversión—. ¿Quién
más que la reina se atrevería a hacer algo así? No fue particularmente
difícil averiguar adónde la habías llevado.
Clarion se sonrojó. —Para que quede claro, ella me dejó robarla.
Milori se rió. Parecía tan feliz, tan aniñado, que ella no pudo evitar
reírse también. Lo agarró del brazo y lo tiró hacia el hielo, a su lado. Él se
acercó voluntariamente. Por un momento, los dos se quedaron acostados
uno al lado del otro como una pareja de observadores de estrellas.
Lentamente, Clarion extendió los dedos sobre su pecho y se incorporó
para mirarlo. Su cabello se arremolinaba a su alrededor, un derrame de
blanco contra el azul apagado del hielo.
Quería quedarse allí un poco más, donde no existía nada más que ellos
dos. Clarion recorrió la línea de su mandíbula con las puntas de los dedos.
Se inclinó sobre él, su cabello se derramó sobre sus hombros y los cubrió
con una cortina.
—Ya se te ha concedido tu deseo —murmuró—. ¿Qué harás ahora?
Milori recogió el peso de su cabello en una mano, se lo apartó del
rostro y lo colocó sobre su hombro. A pesar del frío de su piel, todo su
cuerpo se calentó con su toque. —La verdad es que no lo sé. Ha sido como
un sueño imposible durante tanto tiempo. Nunca me he permitido
considerar qué pasaría si se hiciera realidad.
Afortunadamente, había pensado en ello durante las horas que había
pasado atrapada en la cama. —Bueno, si voy a concederte tu segundo
deseo… te quiero en mi corte. No como el Guardián de los Bosques
Invernales, sino como el Señor del Invierno.
Milori parpadeó sorprendido. Su voz sonaba cautelosa, pero su
expresión estaba llena de esperanza.
—Hace mucho tiempo que no tenemos un Señor del Invierno.
—Y eso es una vergüenza. —No quiso escuchar argumentos. Clarion
se sentó y le ofreció las manos. Cuando él las aceptó, ella lo apretó con
más fuerza, como si pudiera imponerle su confianza—. Te mereces que te
devuelvan tu título ancestral. Tenemos tres Ministros estacionales sin
participación en el Invierno. No tiene sentido excluirte.
—Puede que tus otros ministros no piensen lo mismo —dijo, pero ella
podía decir que había ganado.
—Entrarán en razón —dijo Clarion, levantando la barbilla y
ganándose una sonrisa de Milori. Con las extremidades doloridas, se puso
de pie y lo ayudó a ponerse de pie—. O haré que entren en razón en cuanto
sea reina. Cada uno de nosotros tiene recursos y experiencia para
compartir.
—Muy bien. Acepto tu oferta. —Hizo gala de un tono respetuoso, pero
una pequeña sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca.
—Será mi primer decreto —afirmó—. Nunca más nuestros dos
mundos estarán en conflicto.
—Nunca más —convino suavemente.
En el silencio que siguió, la realidad atravesó la burbuja de ensueño de
su victoria. Aún quedaba mucho por hacer para convertir esa visión en
realidad. Y ahora que estaban a salvo, ahora que él estaba allí, frente a ella,
tenía que abordar lo que había sucedido. A regañadientes, soltó sus
manos.
—¿Cómo es…?
Le faltaron las palabras, pero no necesitó terminar la pregunta. Los
ojos de él se llenaron de una comprensión terrible y sombría.
—Está rota —dijo.
Se dio la vuelta y la tranquila alegría de ese momento robado se
evaporó. Su mirada siguió los delicados y retorcidos patrones de su ala
derecha hasta el final. Por un momento, el horror de eso… Era algo que su
mente se negaba a procesar. La mitad inferior parecía haberse derretido
por completo y luego haberse congelado nuevamente en bordes
irregulares.
La fuerza de su emoción la dejó sin aliento. La culpa y la vergüenza
eran grilletes que la aprisionaban y la arrastraban hacia la desesperación
una vez más. —Milori… lo siento mucho.
—Clarion —dijo con voz firme—. No me arrepiento de lo que he
hecho, ni te culpo por lo que pasó. Lo volvería a hacer si tuviera la
oportunidad.
Su visión se nubló por las lágrimas que no había derramado, pero
parpadeó con fuerza para contenerlas.
—Deberías haberme dejado en la frontera.
—No. —Milori se giró para mirarla y apoyó las manos firmemente
sobre sus hombros. El destello de vulnerabilidad en sus ojos la devastó.
Bajo su mirada, casi podía creer que era algo precioso e irremplazable—.
No podría haberlo hecho. Esto será un cambio, sí. Pero en invierno, las
cicatrices como esta son un signo de honor, y no es como si nunca más
pudiera volar. Tengo a Noctua.
Por supuesto, ella sabía que todo era verdad. Por lo que había hecho,
sería reconocido como un héroe. Y, sin embargo, esto debería haber sido
evitable.
—Ni siquiera lo dudaste. ¿Por qué?
—Creo que sabes por qué, Clarion.
Su voz era baja y suave, y tan agridulce que apenas podía soportarla.
Por supuesto que sabía por qué. Era la misma razón por la que su corazón
se estaba rompiendo en pedazos ahora.
Mientras lo miraba fijamente, a sus sinceros ojos grises, la inmensidad
del sentimiento que la invadió parecía al mismo tiempo una revelación y
una inevitabilidad.
Ella lo amaba.
Tal vez siempre estuvo destinada a hacerlo, desde el mismo momento
en que lo vio de pie en la frontera. ¿Cómo podría no hacerlo? Amaba su
firmeza, su bondad, incluso su actitud temeraria y desinteresada. Su
valentía. Le encantaba su humor irónico y su inquebrantable devoción por
su pueblo. Lo amaba porque él también la había liberado.
Y aún así, le había roto el corazón.
Si algo le sucediera, ella no sobreviviría. Y Milori, leal hasta la médula,
se pondría en peligro por ella una y otra vez. Ahora, ella veía toda la verdad
de la sabiduría de Elvina. El amor te exponía a demasiado dolor. El amor
dividía tus lealtades, tus prioridades. Para la mayoría de las personas en
Pixie Hollow, sería aceptable, pero para el Señor del Invierno…
Era demasiado peligroso amarla.
—Lo hago —susurró Clarion.
La calidez que brillaba en los ojos de Milori se desvaneció cuando él
absorbió su expresión.
—Entiendo si no sientes lo mismo, pero yo…
—No es eso. —Su voz temblaba. No, no podía llorar ahora. No podía
soportar que él dudara de su convicción. Pero le resultaba demasiado
difícil respirar a pesar del dolor que sentía en el pecho. No sabía que se
sentiría así, como si su corazón realmente se estuviera desmoronando—.
No puedes. Eso impedirá tu capacidad de liderazgo.
—No. —Milori parecía un hombre en caída libre, como si no pudiera
encontrar nada sólido a lo que aferrarse, como si todo lo que creía tener
se le estuviera escapando rápidamente de las manos—. No lo sabes… no
con seguridad.
—Eso afectará mi capacidad de liderazgo. —Ya lo había hecho.
Preferiría ver a Pixie Hollow pudrirse, su peor pesadilla convertida en una
horrible realidad, que volver a ver que algo malo le sucediera—. Tomaría
todas las decisiones pensando en ti. Arriesgaría cualquier cosa, todo, para
protegerte. ¿Entiendes? Te amo, Milori. Me asusta demasiado.
—Yo también te amo —dijo tristemente.
Escuchar esas palabras casi la desanimó. Bien, pensó. Que este dolor
sirva como recordatorio de lo desesperadamente necesaria que es nuestra
separación.
Un amor como el de ellos era ruinoso. Un ala rota no era nada
comparado con un corazón roto. Ella solo podía esperar que el dolor de
ambos se desvaneciera con el tiempo.
Se armó de determinación, de resignación. Cuando volvió a hablar, su
voz sonó serena. —Me aseguraré de que el mundo que ambos soñamos
exista. Pero nadie más debería tener que soportar lo que hemos tenido que
soportar. Cruzar la frontera es demasiado peligroso. Debería estar
prohibido. Con efecto inmediato.
No había reproche en su expresión, pero lo que encontró allí algo entre
súplica y desafío. Le dolió al mirarlo. Sus ojos, normalmente de la plácida
plata del agua iluminada por la luna, ahora le parecieron del gris pizarra
del Mar de Nunca Jamás, profundos y salvajes. La hundirían.
—Si eso es realmente lo que quieres —dijo con más serenidad de la
que ella esperaba—, defenderé tu mandato.
—Lo es. —Su alma gritó en señal de protesta mientras pronunciaba
esas palabras—. Es lo que quiero.
Pero en cuanto la última palabra cayó como una piedra entre ellos, se
dio cuenta de lo tonta que había sido al creer que él le haría las cosas
fáciles. No sabía cuál de los dos se movió primero.
Se estrellaron y él posó su boca sobre la de ella con una desesperación
que la dejó sin aliento. Ella lo recibió con el mismo fervor. Su mundo se
redujo a esto: su cabello, deslizándose entre sus dedos como agua. Sus
manos, deslizándose por la cresta de su columna vertebral y abarcando la
curva de su cintura. La atrajo más cerca, como si quisiera borrar todo el
espacio entre ellos. Como si alguna vez pudieran estar lo suficientemente
cerca. Como si ella pudiera expresar lo profundo de su anhelo por el
tiempo que nunca tendrían.
Se separaron, respirando con dificultad. Él apoyó la frente contra la de
ella y acunó su rostro entre las manos. Recorrió sus pómulos, la línea de
su mandíbula, el arco de sus labios, con tal reverencia que era como si
estuviera memorizando cada detalle. Vagamente, Clarion registró la
humedad de lágrimas en su rostro. No sabía de quién eran. Con la yema
del pulgar, las secó.
—Está bien —dijo en voz baja, una vez que la tranquilizó. Su contacto
se desvaneció, dejándola desamparada—. Vamos a llevarte de vuelta al
otro lado de la frontera.
Por favor, quería decir. Sólo un poco más. En cambio, con su voz
apenas un susurro, respondió: —Está bien.
Silbó para llamar a Noctua. En cuestión de segundos, la extensión de
sus alas ocultó la luz de la luna. Cuando Clarion se subió a su lomo, se
negó a pensar en que esta podría ser la última vez que montaría en una
lechuza. No podía pensar en todas las hadas de invierno que nunca
conocería y todos los lugares maravillosos a los que nunca se aventuraría.
Nunca más volvería a escuchar el crujido de sus pasos en la nieve recién
caída. Nunca más sentiría la danza del frío viento del norte en su cabello.
Nunca más volvería a caminar junto al hada que una vez había
considerado tan estoico. Él nunca le había enseñado a patinar.
Estrellas, ella no era lo suficientemente fuerte para hacer esto.
—¿Te volveré a ver? —preguntó tan suavemente que ella casi no lo
escuchó.
—He decidido que quiero que mi coronación se celebre en un lugar
donde todos mis súbditos puedan estar presentes, en la frontera. Así que,
si quieres venir…
—Por supuesto —respondió—. No me lo perdería.
Por un momento, se sostuvieron la mirada. Clarion apartó la suya
primero, aunque sólo fuera para no volver a llorar.
Cuando llegaron a la frontera, un grupo de hadas la estaba esperando
en el lado primaveral. Las hadas exploradoras revoloteaban arriba y abajo
de la orilla del río, y allí, un brillante faro dorado en la oscuridad, estaba
Elvina. Incluso desde esa altura, Clarion pudo distinguir gritos de
sorpresa y alarma. Casi la hizo sonreír. Qué triste que ninguna de ellas
jamás conocería la amistad de una lechuza.
Noctua aterrizó en silencio. Cuando Clarion se deslizó de su espalda,
un silencioso asombro se apoderó de las cálidas hadas. Clarion quería
hundirse en el agua. Sus rodillas estaban en la nieve. Quería estar sola,
aunque sólo fuera para poder sentir todo el peso de lo que había hecho.
Pero sus súbditos la necesitaban.
Con los hombros erguidos, bajó al puente. Y cuando cruzó hacia la
primavera, no se dio la vuelta. Si lo hacía, si sentía que el lazo invisible que
los unía se tensaba y la llamaba para que volviera a su lado, tal vez
cambiara de opinión. Pero sabía que esto era lo mejor.
Un día, ella esperaba creer eso realmente.
Durante todo el camino de regreso al palacio, las hadas la miraron con
curiosidad y, tal vez por primera vez en su vida, le hablaron sin que nadie
se lo pidiera. Los exploradores que la escoltaban a ella y a Elvina de
regreso al Árbol de Polvo de Hadas comenzaron a acribillarla con
preguntas que ella no respondió (o no pudo responder).
—¿Cómo es el Guardián de los Bosques de Invierno?
—¿Cómo lograste derrotarlas?
—¿Se romperá el hechizo?
El bombardeo duró hasta que llegaron al palacio, hasta que se
agolparon alrededor de la puerta de las habitaciones de Clarion con sus
ojos brillantes y ansiosos.
—Dejen que su reina descanse —dijo Elvina con una mirada que
podría cuajar la crema—. Tendrán tiempo suficiente para entrevistarla
más tarde.
Con un coro apresurado de sí, Su Majestad, se dispersaron.
Clarion le lanzó una mirada de gratitud. Con una sonrisa cómplice,
Elvina la hizo pasar. La puerta se cerró y Clarion no perdió tiempo en
arrastrarse hasta la cama. Se quitó el abrigo de invierno, lo dejó deslizarse
en el suelo a sus pies y luego se dejó caer boca abajo sobre el colchón. Este
se hundió bajo el peso de Elvina cuando se sentó a su lado.
Incluso sin mirarla, Clarion sabía que estaba esperando… lo que fuera
que saliera, supuso. En verdad, ella misma no sabía qué diría hasta que
habló.
—Se acabó.
Y así fue: tanto las pesadillas como lo que fuera que había tenido con
Milori. En ese momento, se sentía misericordiosamente entumecida.
Cuando Elvina no respondió, Clarion giró la cabeza lo suficiente para
mirarla. No había compasión en los ojos de Elvina, sino una comprensión
antigua y terrible. Era extrañamente reconfortante y extrañamente
hermoso ser conocida sin tener que decir una palabra.
Había tantas cosas que Elvina no le había contado a Clarion sobre el
funcionamiento de su mundo. Había tantas otras cosas que no le había
contado a Clarion sobre sí misma… ¿También la habían lastimado de esa
manera? Parecía imposible imaginar que Elvina se hubiera enamorado,
más aún que hubiera cometido algún tipo de error fatal o error de cálculo.
Pero admitía que no le había resultado fácil adquirir sabiduría.
Durante semanas, el abismo que las separaba había parecido casi
imposible de superar, pero ahora, ese dolor compartido las unía. Tal vez,
con lo que le quedaba de vida a Elvina, ella la guiaría hacia adelante.
De todas las cosas, eso fue lo que finalmente rompió las compuertas.
Las lágrimas le corrían por el rostro, calientes e implacables. Los
sollozos le sacudían el cuerpo. Para su total sorpresa, Elvina abrazó a
Clarion y la dejó llorar en su regazo como una niña.
—Cometí muchos errores contigo —dijo Elvina en voz baja—. Quizá
incluso conmigo misma. Qué triste que solo pueda darme cuenta de ello
al final de mi vida. Solo estuviste aquí un instante y, sin embargo, me has
enseñado mucho.
—No te vayas —susurró Clarion—. Por favor, por favor, no te vayas.
Escuchó la suave inhalación de Elvina. —Ni siquiera yo puedo desafiar
a las estrellas. Pero estarás bien sin mí, Clarion. Me siento muy confiada
al dejar Pixie Hollow en tus capaces manos.
El pecho de Clarion se contrajo dolorosamente. Toda su vida había
anhelado escuchar esas palabras. Qué dulce, tener finalmente la seguridad
que ansiaba. Solo que no estaba tan segura de merecerla. Había salvado
Pixie Hollow. Había dominado su propia magia. Pero viviría el resto de su
vida con la mancha de sus errores. ¿Cómo podría enseñar a los recién
llegados a volar? ¿Cómo podría atreverse a desplegar sus alas con la
ternura que merecían cuando siempre recordaría las que había roto?
La voz de Elvina atravesó la niebla de su desesperación. —Es bueno
tener una conexión con el invierno. Unificar las estaciones es una forma
muy poderosa de comenzar tu reinado. Tendrás que disculparte con tu
Guardián de los Bosques Invernales en mi nombre.
Su Guardián. No, ya no tenía derecho a reclamarlo.
—No sé si podré volver a verlo.
Elvina frunció el ceño. Fuera lo que fuese lo que veía en los ojos de
Clarion, parecía comprenderlo.
—Sólo descansa… y esta vez lo digo en serio. Aún queda mucho por
hacer antes de tu coronación.
En ese estado, el descanso no sería fácil. Pero Elvina le acarició
suavemente el cabello y no protestó cuando Clarion le rodeó la cintura con
los brazos. A pesar de lo destrozada y desdichada que se sentía, era un
gran consuelo que la abrazaran.
—Érase una vez —empezó Elvina y le susurró todas las lindas historias
que alguna vez contó cuando Clarion llegó por primera vez, sobre valor,
amor y reinas que habían desaparecido hacía mucho tiempo.
Clarion se dejó llevar por el ritmo relajante de la voz de Elvina. Soñó
con nieve y luz de estrellas. Con ojos grises y claros, llenos de perdón que
nunca podría merecer.
26
Clarion se despertó y encontró su habitación bañada por la luz del sol
de la tarde. Había dormido tanto tiempo que la desorientaba, pero sus
párpados todavía se sentían lo suficientemente pesados como para que se
volviera a quedar dormida si los dejaba caer. Este cansancio no se parecía
en nada al agotamiento, al frío devorador que se había extendido por el
hueco de su pecho, pero todavía era muy tentador acurrucarse de nuevo
y…
Petra. El pensamiento la hizo recobrar la conciencia. Tenía que
comprobar cómo estaban ella y los demás.
Clarion se quitó las sábanas de encima. Hacía tanto calor debajo de
ellas que hasta el aire cerrado de su habitación le resultaba fresco en la
piel. En la mesilla de noche la esperaban tres cosas: un cuenco de avena,
que se había enfriado por el tiempo que había estado fuera; su ración
diaria de polvo de hadas, cuidadosamente envuelto en una bolsita de hojas;
y una carta, sellada con el sello real.
¿Qué podría decirle Elvina?
Tomó la carta y deslizó con cuidado el dedo por debajo del sello de
cera para abrirla. Incluso sin la insignia real, habría reconocido la letra
perfecta de Elvina.
Ven a la clínica lo antes posible. El hechizo se ha roto por fin.
A Clarion se le escapó el aliento de golpe. Semanas de estrés y de
preocupación se le fueron de las manos en un instante. Pixie Hollow por
fin era libre.
Y volvería a ver a su mejor amiga.
Clarion se puso el primer vestido que encontró y luego se echó el polvo
de hadas sobre las alas. Suspiró de satisfacción cuando su dulce aroma
inundó el aire. Desde el otro lado de la habitación, vio su reflejo. Había
motas doradas adheridas a sus pestañas y brillaban en su cabello suelto y
enredado por el sueño. Tenía los párpados hinchados por el llanto y las
arrugas de las sábanas le presionaban el rostro en finas líneas rojas. Poco
importaba cómo luciera. No podía esperar ni un minuto más para irse.
Abrió de golpe las puertas de su balcón. El árbol de polvo de hadas la
saludó con el suave balanceo de su follaje, agitado por la brisa. Por un
momento, Clarion se permitió quedarse allí. Apoyó las manos en la
barandilla y se inclinó hacia el borde. La tierra de las hadas se extendía
ante ella, vasta y hermosa a la luz de la hora dorada.
Pronto, todo esto sería suyo para protegerlo.
Y por primera vez, quizás, se sintió a la altura de la tarea.
Sintiéndose más ligera que en las últimas semanas, emprendió el
vuelo. Se sentía terriblemente extraño no estar escabulléndose por allí
para variar. No había exploradores vigilantes patrullando los cielos. No
sentía náuseas, en parte por la emoción y en parte por el miedo a ser
atrapada. No hubo comentarios de Artemis mientras alzaba vuelo.
Artemis.
Ojalá ella también se estuviera recuperando. Clarion la vería pronto.
Mientras volaba sobre el Claro de Verano, sonrió al ver que la Tierra
de las Hadas había vuelto a la normalidad. El sonido de las risas y los
cantos la alcanzó, incluso desde esa altura. Las hadas del jardín flotaban
sobre los campos de matricaria, estimulando la aparición de nuevos
brotes. Mientras trabajaban, los aromas de la rica marga y las hierbas
amargas se intensificaban, llevados por el aliento del viento.
Clarion aterrizó frente a la clínica de los sanadores, donde las flores de
corazón dorado dieron paso a una hierba exuberante. Los hongos
venenosos brotaron de la tierra, sus amplios sombreros servían como
porche delantero de la clínica. Ella revoloteó hacia arriba para salvar la
distancia, luego se posó en el porche. Inmediatamente, su corazón saltó
de alegría.
—¡Artemis!
La exploradora estaba sentada en una mecedora, con la pierna derecha
extendida frente a ella. Estaba colocada sobre un soporte hecho con dos
tiras finas de corteza unidas por una cuerda tejida con hierba. Un bastón
estaba apoyado a su lado, en el hueco de su cuello y hombro. Su cabello
oscuro estaba más despeinado de lo que Clarion lo había visto nunca, y
sus ojos todavía estaban ensombrecidos por el cansancio. Al oír la voz de
Clarion, su expresión se suavizó con alivio.
Artemis se levantó de su asiento con un aleteo y se apoyó en su bastón
para sostenerse. No dijo ni una palabra. Se limitó a cerrar el espacio que
las separaba, golpeando rítmicamente la punta del bastón contra los
sombreros de los hongos. Luego, abrazó a Clarion con un brazo musculoso
alrededor de su cuello. Su agarre era aplastante, pero Clarion no se atrevió
a quejarse. Era poco probable que volviera a obtener de ella un afecto tan
abierto.
—Lo lograste —dijo Artemis contra su cabello.
—No lo habría logrado sin ti. —Clarion se apartó y la observó—.
¿Cómo te sientes?
—Ya casi volvemos a la normalidad, Su Alteza.
Clarion le dirigió una mirada inexpresiva que decía: sé honesta
conmigo. Artemis se apoyaba pesadamente en su bastón. Incluso Aunque
las hadas rara vez caminaban, pequeñas diferencias en la distribución de
su peso podían dificultarles el equilibrio en pleno vuelo. Necesitaría un
dispositivo de ayuda para la movilidad durante un tiempo, como mínimo.
—He estado mejor —dijo Artemis, abatida, claramente disgustada por
tener que admitirlo—. ¿Te importa si me siento?
—Por supuesto que no —respondió Clarion—. Tranquila.
Artemis le dirigió una mirada agradecida y se sentó con cuidado en la
mecedora. Estiró la pierna, teniendo cuidado de no sacudirla. —El dolor
es soportable y pronto ya no tendrán que impedirme escapar.
—No hay escapatoria —reprendió Clarion—. Por cierto, es una orden.
Tienes que curarte.
—Sí, Su Alteza —Artemis sonrió levemente—. Si aprueba una
excepción, los sanadores me han dado permiso para asistir a su
coronación. Una reina no debería estar sin su guardia.
—Lo apruebo, por supuesto —Clarion frunció el ceño—. Pero creo que
te has ganado con creces un puesto diferente. Después de que me coronen,
estaré feliz de reasignarte a…
—Con todo respeto —intervino Artemis, —estoy feliz con mi puesto.
Si no te importa, me gustaría conservarlo.
—¿Quieres quedarte en mi guardia? —preguntó Clarion con
incredulidad—. Pensé que querías volver a patrullar.
—Si, quería. —Malinterpretando su incredulidad como resistencia,
Artemis se apresuró a agregar—: Por supuesto, si crees que estaría mejor
en otro lugar…
—No es eso —respondió Clarion. Había estado completamente
preparada para dejar ir a Artemis, pero no podía negar que, en el fondo,
había deseado que esto sucediera. Después de tantos años juntas, no sabía
qué haría sin Artemis—. Solo tengo curiosidad por saber qué provocó este
repentino cambio de actitud.
—Solía creer que servir como tu guardia era mi expiación. Tal vez
incluso un castigo. —La boca de Artemis hizo una mueca—. Recuperar
mi puesto era la única forma en que podía marcar una diferencia en Pixie
Hollow. En los últimos días, he llegado a dudar de que mis intenciones
fueran tan puras. Desde mi reasignación, he sentido que había algo que
necesitaba demostrar.
—No tienes que demostrar nada, Artemis —dijo Clarion con
dulzura—. Siempre he creído que eres una de las hadas más nobles de
Pixie Hollow.
—Me alegra que pienses eso. —Artemis golpeó el suelo con su bastón,
pensativa—. Si volviera, tendría que reprimir esa parte de mí que dices
admirar. Durante muchos años, he intentado hacerlo. Pero al ver lo que
hiciste…
Se quedó en silencio, claramente buscando las palabras adecuadas.
Clarion se calentó bajo la intensidad reverente de su mirada.
—Creo en ti —dijo Artemis—. En tu fuerza. En tu bondad. En tu
visión. Proteger a alguien como tú es un uso digno de mi talento.
Oh, Clarion se pondría sensiblera si continuaba con esto. Bromeando,
preguntó: —¿Estás diciendo que me extrañarías?
—Lo que digo es que no confío en nadie más para que sea tu guardia
—replicó Artemis. Clarion se alegró de que ella no negara su acusación—
. Con tu temperamento, es un trabajo más difícil de lo que uno podría
esperar. Ni siquiera yo he estado rindiendo a mi nivel últimamente.
Artemis la miró. Aunque nunca lo diría en voz alta, Clarion entendió
claramente lo que quería decir: te ves terrible.
Clarion no pudo evitar reírse. No había forma de discutirlo. Sin duda,
ambas estaban muy mal después de los acontecimientos de los últimos
días.
—Bueno —dijo, —me encantaría tenerte aquí. Yo también te
extrañaría, ¿sabes?
—Bien —dijo Artemis con brusquedad—. Esta herida no me impedirá
servirte.
—No tengo dudas —le sonrió Clarion—. Si me disculpas, voy a ver
cómo están todos los que están dentro.
—Por supuesto, Su Alteza. —Artemis inclinó la cabeza. Dudó, como si
no estuviera segura de lo que diría a continuación. Por fin, dijo: —La
última vez que lo comprobé, la artesana no se había despertado. Cuando
lo haga…
Clarion le apretó el hombro para tranquilizarla mientras pasaba. —
Serás la primera en saberlo.
El suave «gracias» de Artemis la siguió hasta la clínica.
El aire estaba impregnado del familiar olor de las hierbas curativas:
manzanilla, raíz de malvavisco, ortiga. Cuando la puerta se cerró detrás de
ella, se dio cuenta de que podía oír voces (y risas) que se derramaban por
la estancia. Clarion no creía haberlas oído nunca tan fuerte allí. Por
primera vez en semanas, el ambiente era casi… alegre. Animada por la
energía, pasó a toda prisa por la cortina de suculentas colgantes que
acordonaba la habitación de enfermería.
Estaba lleno.
Clarion no pudo evitar su asombro y alegría. Las hadas habían llegado
en tropel con arreglos florales y ollas de sopa y, por supuesto, con los
últimos chismes. Las hadas que habían despertado tenían verdaderas
multitudes alrededor de sus camas. Algunas charlaban y reían, listas para
reanudar sus vidas normales. Otras lloraban. Otras abrazaban a sus
amigas mientras salían de sus atormentados sueños.
Todos ellos estaban completamente rodeados de amor.
Estaban tan absortos en sus reuniones que nadie la notó en la puerta,
nadie excepto Elvina, que rondaba al fondo de la sala junto a una sanadora.
La reina le dedicó una sonrisa amable antes de señalar con la barbilla un
catre que había en la esquina.
Ella está allí, parecía decir.
Clarion no perdió tiempo y corrió hacia donde Petra yacía en su catre.
Su cabello rojo estaba esparcido prolijamente contra la almohada. Los
rizos, brillantes y perfectos como nunca antes en su vida cotidiana; se
notaba que alguien los había peinado y retorcido hasta formar bucles. El
orden no le sentaba bien a Petra. Clarion sonrió, conmovida por el cariño
que brotaba de su interior.
Con mucho cuidado, tomó una de las manos de Petra entre las suyas.
—Cuando despiertes —susurró, —tengo mucho que contarte.
Y como si la hubiera oído, Petra se movió.
—¡Que alguien llame a Artemis! —gritó Clarion.
Apenas registró una respuesta de un sanador. —¡De inmediato, Su
Alteza!
Clarion no podía concentrarse en nada más que en su propio alivio,
una sensación tan brillante y ligera como la luz del sol.
Los ojos de Petra parpadearon, vidriosos y desenfocados por la
desorientación. Entonces, cuando vio el rostro de Clarion a escasos
centímetros del suyo, se le abrieron de par en par por la sorpresa. Soltó un
grito y se tambaleó hacia atrás.
—¡Clarion!
—Petra. —La voz de Clarion tembló humillantemente.
—¿Qué estás…? Oh.
Clarion abrazó a Petra, fuerte. —Has vuelto. Gracias a las estrellas.
Petra se relajó contra ella. —¿Qué pasó? Me siento tan descansada. Y
también como si hubiera estado corriendo durante días sin parar. Lo
último que recuerdo…
Clarion se echó hacia atrás cuando sintió que se estremecía. La
expresión de Petra se había vuelto angustiada a medida que los recuerdos
volvían a inundarla.
—Las pesadillas se han ido —dijo—. Estás a salvo.
Clarion le contó lo que había sucedido desde que había caído bajo el
hechizo de las pesadillas. Cuando terminó, Petra la miraba con infinita
simpatía en sus ojos. Clarion apenas podía soportar mirarla.
—Lo siento mucho —dijeron al unísono.
Hubo un momento de silencio y luego ambas estallaron en risas.
—¿Lo sientes? —preguntó Clarion con incredulidad—. ¿Por qué? Soy
yo quien tiene que disculparse contigo.
Petra frunció el ceño. —Por la distancia que nos separa.
—No te disculpes por eso, por favor —dijo Clarion—. Para mí no has
sido más que una buena amiga. Y yo…
—Oye. —Petra apoyó una mano en su brazo—. No tienes por qué
castigarte, Clarion. Te perdono.
—¿Lo haces?
—Por supuesto que sí —le sonrió Petra—. Ambas estábamos ocupadas
con nuestras propias cosas. Sé que nos llevará algún tiempo descubrir
cómo encajar en la vida de cada una una vez que seas reina, pero no me iré
a ningún lado.
—Gracias.
Antes de que Petra pudiera responder, las cortinas de la puerta de la
clínica crujieron violentamente. Ambas se giraron hacia la entrada de la
habitación de enfermería. Artemis se quedó flotando a poca distancia, con
los ojos desorbitados por una mezcla de miedo y esperanza. —Petra.
Clarion nunca había escuchado su voz tan frágil.
Artemis se acercó a ellas, sorteando el desorden y el laberinto de catres
lo mejor que pudo con su bastón. Aun así, casi tiró todo al suelo en su
prisa. Una sanadora que estaba parada en su puesto de trabajo parecía
consternada, pero no dijo nada. En cambio, se dedicó a moler bayas y
hierbas con su mortero.
Cuando Artemis llegó al lado de la cama de Petra, la miró fijamente.
—Tú… —empezó a decir Petra, pero la silenció cuando la exploradora
le dio un beso en la frente y luego, con más cautela, en los labios. Cuando
Artemis se apartó, todo el rostro de Petra estaba teñido de rojo.
—No vuelvas a asustarme así nunca más —dijo Artemis.
—Por fin —murmuró Clarion para sí misma. Luego, dirigiéndose a
ellos, les dijo: —Les daré un momento.
Pero ellas apenas parecían oírla.
Le dolía el pecho con una punzada de soledad… y también algo
parecido a la alegría. Si ella no podía ser feliz, al menos sus amigas la
merecían. No se resentiría con nadie por tener lo que ella se había negado
a sí misma. Su corazón, y toda su devoción, ahora pertenecían a sus
pacientes. Clarion centró su atención en el resto de la clínica.
Todavía había otra hada que necesitaba visitar.
Cuando llegó a la cabecera del Ministro del Otoño, se sentó en la silla
vacía y observó su rostro, relajado y tranquilo en el sueño. Así que esto
terminaría donde había comenzado.
No tuvo que esperar mucho. Cuando él se despertó, con suavidad, con
facilidad, como si se hubiera quedado dormido para echarse una siesta que
necesitaba urgentemente, sus ojos se encontraron de inmediato con los de
ella y luego se curvaron en una sonrisa.
—¿Su Majestad?
—Todavía no —dijo Clarion suavemente.
Cerró los ojos de nuevo y una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro.
—Siempre supe que podías hacerlo.
27
La Coronación tuvo lugar en una gloriosa tarde de pleno verano.
Clarion esperaba entre bastidores en el terreno de la ceremonia,
escondida entre una espesura de arbustos de arándanos. Las ramas que se
extendían por encima de ella colgaban cargadas de bayas que se
enrojecían al madurar y delicadas flores en forma de campana. El parloteo
excitado de la multitud se elevaba por encima del sonido del murmullo del
río y del sonido de su propio corazón acelerado. Su expectación
aumentaba con cada momento que pasaba, especialmente porque no
podía ver nada a través de las densas hojas.
—Es hora, princesa —dijo Artemis—. Están listos para ti.
Clarion se volvió hacia el sonido de su voz. Artemis había aparecido a
su lado, anunciada solo por el suave golpe de su bastón. —Puede que sea
la última vez que te oiga llamarme así. Será un proceso de adaptación.
—Creo que por mi parte será bastante natural —Artemis le ofreció una
pequeña sonrisa—. ¿Vamos?
Juntas se dirigieron hacia la salida, un arco con volutas tallado en la
espesura. Debajo de él, Elvina y los tres ministros de temporada la
esperaban. Los rasgos de la reina estaban serenos como siempre, pero
Clarion no se equivocó al ver el orgullo que irradiaba.
Iris jadeó. —¡Su Alteza! Eres una visión.
Clarion le sonrió. —Gracias.
Su vestido era de oro puro y brillante, con una capa de encaje de seda
de araña translúcida impregnada de polvo de hadas. Su cabello estaba
peinado con la tradicional corona trenzada y adornado con una corona de
flores que caían como nieve sobre el verano.
No importaba lo nerviosa que se sintiera, no había forma de negarlo:
parecía una reina, y se sentía como tal también.
Rowan se inclinó hacia ella con aire conspirador, y las costuras
doradas de su capa reflejaron la luz cuando se deslizó sobre su hombro. —
¿Estás lista?
—Eso esperamos —dijo Aurelia con ironía, —o se perderá su propia
ceremonia.
Iris ocultó una risa detrás de su mano.
—Estoy muy preparada —dijo Clarion—. Veamos qué milagros has
hecho.
—Creo que serás feliz —dijo Iris con voz cantarina.
Clarion tenía la máxima fe en ellos, por supuesto… pero aun así, no
tenía idea de qué esperar. Cuando ella y Elvina le dieron la noticia de que,
con dos días de aviso, cambiarían el lugar, Aurelia reaccionó con una
mirada estudiadamente inexpresiva. Si estaba decepcionada o presa del
pánico, Clarion no lo sabía, ni tuvo muchas oportunidades de
preguntárselo. Iris había girado en el aire, casi riéndose triunfalmente.
¡Por fin llegó la primavera!, exclamó. ¡No te arrepentirás!
Aurelia miró con el ceño fruncido a la Ministro de la Primavera, pero
ambas decidieron hacerlo realidad. Rowan parecía bastante divertido con
todo el asunto, de una manera en la que solo alguien que no tenía ningún
interés real en el asunto podía estarlo.
Quizás el único beneficio de estar dormido tanto tiempo, dijo con un
guiño.
Elvina se aclaró la garganta y acomodó el pergamino que llevaba en los
brazos.
—No los hagamos esperar más. Me imagino que todos están ansiosos
por ver a su nueva reina.
Salieron de la espesura y se encontraron al borde de la primavera.
Cuando Clarion vio el lugar de la ceremonia, se quedó sin aliento de
asombro. A su lado, Aurelia e Iris intercambiaron miradas complacidas.
Se habían superado a sí mismas.
La luz del sol se filtraba a través de las ramas del cielo, y la tierra se
teñía de oro. Los arcoíris, cuidadosamente pintados por las hadas
lumínicas de Aurelia, cubrían el claro y se desenredaban por el cielo como
estandartes reales. Filas de sillas, dispuestas en semicírculo, miraban
hacia el puente que unía el Invierno y la Primavera… y a todas las hadas
del invierno del otro lado de la frontera. Las hadas de escarcha habían
tallado filas y filas de bancos de hielo, todos ellos adornados con
guirnaldas de muérdago, acebo y delicadas flores de color blanco nieve. Le
conmovió que Aurelia e Iris hubieran pensado en coordinarse con Milori.
—¡Todos de pie! —gritó un heraldo—. ¡Su Alteza Real, la Princesa
Clarion!
Al unísono, todas las hadas de Pixie Hollow se pusieron de pie y se
giraron para mirarla. Nunca en su vida habían estado tantas miradas sobre
ella. Nunca antes habían estado tan llenas de adoración.
Clarion no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en su rostro. Murmullos
y jadeos de alegría resonaron mientras ella y Elvina se dirigían hacia el
puente, pero pronto se vieron envueltas por el sonido de los instrumentos
de los músicos que comenzaban a tocar. La cola de su vestido flotaba justo
por encima del suelo y ondeaba detrás de ella como si la llevara la corriente
invisible de un río.
Ella y Elvina atravesaron los pasillos y descendieron en el puente,
acomodándose bajo un intrincado arco que cruzaba la brecha entre las
estaciones. De todos los detalles que habían organizado sus ministros,
este era quizás su favorito. La mitad del arco correspondiente al invierno
estaba compuesta de madera de abedul, coronada con nieve y delicada
escarcha. La mitad correspondiente a la primavera, tejida con las ramas
cubiertas de musgo de un árbol joven, se encontraba en el medio, donde
sus ramas se entrelazaban como dedos entrelazados. Las flores de todas
las estaciones estaban entretejidas en la estructura, rebosantes de textura
y color.
El espacio liminal de la frontera la reconfortaba. El frío del invierno la
rozaba con ternura, como el tacto de un viejo amigo. Unos cuantos copos
de nieve sueltos se le enganchaban en el pelo antes de derretirse. No había
ningún otro lugar en el que preferiría ser coronada: aquí, donde había
aprendido a creer en sí misma. Aquí, donde había conocido a quien había
curado y roto su corazón.
Sin darse cuenta, lo buscó entre la multitud, pero no lo encontró antes
de que Elvina comenzará a desplegar el pergamino que llevaba.
—Princesa Clarion —dijo, con su voz resonando en el silencio—.
¿Estás dispuesta a hacer tu juramento real?
Su voz no tembló cuando dijo: —Lo estoy.
—¿Prometes proteger a Pixie Hollow con tu vida?
—Sí.
—¿Gobernarás a estas hadas reunidas ante ti con justicia y
misericordia?
—Lo haré.
—¿Juras asegurar el cambio de estaciones de manera fiel y eficiente?
—Lo juro.
Elvina asintió y aparecieron dos hadas ayudantes. Una llevaba el cetro
real; la otra, una corona colocada sobre un cojín. Elvina tomó la corona
primero, una elegante diadema de cobre batido que Clarion reconoció de
inmediato como obra de Petra. De alguna manera, a pesar de todo esto,
había encontrado el tiempo para hacer algo hermoso para ella.
Con cuidado, Elvina la colocó en el cabello de Clarion. Luego, presionó
el cetro en sus manos. Elvina ajustó la corona una vez más y, por un
momento, Clarion podría haber jurado que vio lágrimas en sus ojos, que
aparecieron y desaparecieron antes de que pudiera parpadear. Cuando
Elvina estuvo satisfecha, se volvió hacia la multitud.
—¡Entonces todos saluden a la nueva Reina de Pixie Hollow, la Reina
Clarion!
Los gritos y vítores resonaron en el claro. Clarion sintió que su corazón
se aceleraba al recibirlas. Las hadas metieron la mano en unas bolsitas y
lanzaron polvo de hadas al aire. Un grupo de hadas veloces se lanzó en
picado desde las ramas, levantando una brisa alegre. El oro brilló y se
arremolinó en el aire. Clarion solo pudo mirarlas con la emoción
atormentada en la garganta. Las amaba a todas con tanta intensidad.
Ese amor sería suficiente para sostenerla.
Cuando se calmó el alboroto, respiró hondo y proyectó su voz: —Si me
lo permiten, me gustaría dirigirme a ustedes por primera vez como su
reina.
Inmediatamente, la multitud se quedó en silencio. ¿Se acostumbraría
alguna vez a ese efecto? ¿Le resultaría natural llenar el espacio que le
cedían?
—Puede que muchos de ustedes no me conozcan bien. Me he
mantenido alejada de ustedes desde que llegué, algo que lamento
profundamente. Pero me gustaría cambiar eso a partir de hoy. Así que…
permítanme presentarme oficialmente. Soy Clarion. Espero conocer a
todos y cada uno de ustedes a lo largo de mi reinado. Su seguridad y
felicidad son mis prioridades. Mis prioridades son las más importantes,
así que espero dirigir con sabiduría… y sentido del humor —sonrió
tímidamente—. No dudes en acercarte a mí con cualquier problema o idea
que tengas. Y no dudes en saludarme. Aprecio cualquier oportunidad de
hablar contigo.
Se atrevió a mirar a Elvina, quien bajó la barbilla.
Adelante, parecía decir.
—Durante el último mes, he aprendido mucho sobre mí y nuestro
mundo. Lo más importante que he aprendido es sobre nuestras hadas
vecinas, las hadas de invierno. —Clarion las miró y asintió con la cabeza
en señal de reconocimiento—. Entiendo que durante muchos años se las
ha considerado… inaccesibles, incluso poco confiables. Pero he tenido el
placer de conocerlas. Son un grupo vibrante, con mucho que enseñarnos.
Me han recibido con más generosidad y calidez de la que podría haber
esperado. De ellas, he aprendido a aferrarme firmemente a la esperanza,
incluso en las noches más oscuras y frías. Espero ver qué más podemos
lograr juntos.
Del lado invernal, en la frontera, se alzaron vítores. Esperó a que se
apagaran antes de continuar.
—Sin el Guardián de los Bosques Invernales, no estaríamos aquí hoy.
—Clarion tragó saliva para quitarse el nudo de emoción que tenía en la
garganta—. Lo digo con confianza. No habría podido derrotar a las
pesadillas sin él. Muchos más de nosotros estaríamos bajo su hechizo. Con
el tiempo, podrían habernos arrebatado a todos. Tenemos una enorme
deuda de gratitud con él.
Al menos, eso era lo que ella hacía. Nunca podría pagarle por lo que
había hecho por ella.
—Y por eso, mi primer decreto es unir nuestros reinos. —El propósito
la calentó por dentro, ardiendo tan firmemente como una llama—. Les
brindaremos ayuda, prestándoles nuestros artesanos para que realicen
mejoras en sus procesos. Además, el Guardián de los Bosques Invernales
a partir de ahora será conocido como el Señor del Invierno. Ha gobernado
los Bosques Invernales como mi representante y debe ser reconocido por
ello. Servirá formalmente en mi consejo.
Hizo una pausa, sin saber cómo sería recibido el decreto. Pero poco a
poco, los aplausos llenaron el silencio que había dejado atrás. La alegría y
el alivio que sintió la animaron. La ayudarían a hacer su próximo anuncio.
—Sin embargo —continuó, —como todos ustedes saben, su mundo,
aunque hermoso, no es seguro para las hadas de las estaciones cálidas, al
igual que el nuestro no es seguro para ellas. Y por eso, hoy prohíbo
oficialmente que cualquier hada cruce la frontera. Incluso si debemos
permanecer separados físicamente, sepan que estamos unidos en espíritu
y propósito. Con nuestra alianza, quiero dar la bienvenida a una nueva era
de una Pixie Hollow unificada. Una era de esperanza. Haré lo mejor que
pueda. Sé que cometeré errores, pero juro que les daré todo lo que tengo.
Las últimas palabras de su discurso se disiparon en el cálido aire
primaveral. Y entonces, escuchó la voz de Milori.
—¡Salud, Reina Clarion!
Algo se tensó en su interior al oír su nombre. Como si hubiera un lazo
que los uniera, su mirada encontró la de él entre la multitud. Qué raro era
verlo en la brillante luz de la tarde. El plateado sol de sus ojos la atravesó
por completo.
Todos los presentes en el claro le habían secundado y prorrumpieron
en estridentes aplausos, pero a ella le sonaban apagados y todo, salvo él,
se desvaneció. Era como si ella y Milori hubieran sido sumergidos en un
mundo privado y compartido, un mundo fuera del tiempo, que brillaba
como un sueño. No podía apartar los ojos de él. No podía protegerse del
orgullo que irradiaba de él… y también de todo el anhelo.
Se obligó a volver a la realidad, a centrarse en la felicidad de ese día.
Era una felicidad incompleta, cuando la mitad de ella quedó donde nunca
podría llegar. Pero ahora, bañada por la aceptación de sus súbditos, era
suficiente.
La fiesta se prolongó durante horas, llena de alegría. Aunque al
principio las hadas cálidas e invernales se mantuvieron en secreto, con el
tiempo sus celebraciones se extendieron al otro lado de la frontera. Unas
cuantas almas más valientes (o al menos más amistosas) se habían
acercado a la orilla del río para romper el hielo proverbial. Se enzarzaron
en conversaciones a gritos y bailaron por el aire, tan cerca como se
atrevieron. Dejaron comida para los demás en el puente, invitándolos a
disfrutar de lo que cada estación tenía para ofrecer. Un hada de escarcha
incluso había comenzado un juego de atrapar la bola de nieve, que duró
hasta que la trágica bola de nieve se derritió.
Pero a medida que el sol se ponía más bajo y las hadas comenzaban a
regresar a casa, Clarion se sintió pensativa, casi melancólica. Todavía
quedaba una última cosa por hacer, lo que más temía.
Decir adiós.
Aunque sus reinos trabajarían juntos de cerca, ella y Milori nunca
volverían a encontrarse como antes.
Clarion se encontraba al borde de la fiesta, envuelta en una cortina de
fragantes glicinas. Bebía un vaso de ponche, algo que objetivamente sabía
que era brillante y ácido, pero que no le producía ningún sabor. Su mente
estaba completamente en otra parte. Las flores tejidas en su cabello ya
habían comenzado a marchitarse con el calor, y su anterior felicidad
parecía muy lejana ahora, pues sabía lo que tenía que hacer.
Pero ser reina no se trataba de tomar decisiones fáciles. Se trataba de
tomar las correctas.
Finalmente Petra la encontró.
Se acercó a Clarion. —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Pensando? —le
preguntó.
Clarion no pudo evitar soltar una suave carcajada. —Supongo que sí.
¿Has venido a detenerme?
Petra vestía un vestido de filodendro con falda larga. Brazaletes de
metal pulido (diseño propio, por supuesto) tintineaban en sus muñecas
mientras hacía girar un vaso de cristal en sus manos. Encogiéndose de
hombros, dijo: —Puedes venir, si realmente insistes. Es tu fiesta.
—Es cierto. —La expresión de Clarion se suavizó—. Por cierto, la
corona es preciosa. Gracias.
—Ni lo menciones. —Petra se quedó en silencio unos momentos,
pensativa. Cuando volvió a hablar, no había acusación en su voz, solo una
tranquila simpatía—. ¿Vas a hablar con él? Ha estado lunático toda la
noche.
—Debería. Quiero hacerlo. —Pero ¿Debía? Volver a verlo le dolería, y
ya se había causado suficiente dolor ese día por su propio decreto. Allí, en
la reconfortante oscuridad con su mejor amiga, la pregunta con la que
había estado luchando parecía demasiado urgente como para dejarla sin
formular—. Petra, ¿he hecho lo correcto?
—Por supuesto que sí. Eres nuestra reina. —Petra frunció el ceño,
vacilando, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus próximas
palabras. Estudió el rostro de Clarion y lo que sea que encontró allí pareció
solidificar su decisión—. Pero no creo que nunca lo sepas con certeza.
Clarion suspiró tristemente. Supuso que era verdad.
—Lo único que sé es que tenemos que protegernos de la forma que
podamos, y tú tienes que cuidar de las vidas de muchas otras personas.
Estás haciendo lo mejor que puedes. —Petra le dio un codazo en el
hombro con el suyo—. Vete. Estaré bien sola.
—Gracias. —Clarion le apretó el brazo—. De verdad. Por todo.
Petra le dedicó una sonrisa amable.
—Buena suerte.
Mientras se dirigía hacia la frontera, los sonidos de su fiesta (la música,
las risas, los gritos) se desvanecieron. Aquí y allá, las luciérnagas brillaban
en la noche. Iluminaban su camino, bailando y zigzagueando a su
alrededor, como si quisieran animarla. Solo se separaron de ella cuando
pisó el puente. Se sentía muy similar a la primera noche que se había
aventurado allí: su determinación contenía la oleada de su miedo, las
flores de cerezo se pintaban con la luz de la luna mientras caían.
El musgo estaba fresco y húmedo por el rocío. La larga cola de su
vestido se arrastraba por la tierra. Una niebla baja había llegado desde el
río, agitada por la suave brisa. Se perfilaba una tarde sombría, con la
promesa de lluvia en las nubes grises que se hinchaban.
Milori no tardó más de un minuto en llegar, como si hubiera estado
vigilando el puente, esperando que su resplandor apareciera como un faro.
Confiable, como siempre… y devastador. Sus ojos eran lo más brillante y
claro que había visto nunca. Se clavaron directamente en su corazón con
su fuerza tranquila y amable. Su corazón dio un vuelco terrible. No sabía
si sobreviviría a su pérdida. Pero, tanto si permanecían juntos como si no,
lo perdería. De una forma u otra, las estrellas los mantendrían separados.
Lo mejor entonces es mantenerlo a salvo de ella.
El espacio entre el invierno y la primavera parecía una barrera invisible
entre ellos. De repente, parecía tan espeso como una capa de hielo y nada
en absoluto.
Milori fue el primero en romper el silencio. —Felicitaciones, Su
Majestad.
La fría formalidad de su tono la dejó sin aliento. Todo el tiempo que
habían pasado juntos, borrado: él se dirigía a ella con esa expresión. La
misma imparcialidad que tenía la noche en que se conocieron. Necesitó
de todas sus fuerzas para quedarse quieta, para no cerrar la distancia que
los separaba, ni abrazarlo ni rogarle que la mirara como lo había hecho
tan solo unos días antes.
Su mirada se fijó en las dos cuentas de turquesa que llevaba prendidas
en la túnica. Sostenían en su lugar las puntas de dos plumas blancas. Se
dio cuenta de que se trataba de una capa nueva: una hecha completamente
con las plumas de Noctua. Parecía un nuevo par de alas plegadas contra
su espalda.
Se obligó a mirarlo a los ojos otra vez.
—Gracias, Lord Milori.
El uso de su título hizo ceder sus últimas resistencias.
—¿Qué sentido tiene fingir? —Su voz sonaba absolutamente
desdichada—. Desde que nos separamos, no he pensado en nada más que
en ti.
Esta vez, no se molestó en negar sus peores impulsos. Lo abrazó y el
frío del invierno suspiró contra sus brazos desnudos. El corazón de él latía
ferozmente contra su mejilla. Sus dedos se hundieron en la parte superior
de sus hombros, probablemente con más fuerza de la que debían, pero
necesitaba algo que la sostuviera.
—Yo tampoco —dijo—. Me hiciste creer que merecía esto y, sin
embargo, me hiciste sentir que daría cualquier cosa por ser otra persona,
cualquier otra persona. Lo devolvería todo si pudiera.
—No digas eso, por favor —murmuró Milori—. Te lo mereces. Vas a
hacer cosas increíbles, Clarion. Ya lo has hecho.
—Y aun así, estaré sola —dijo, demasiado rápido como para que
pudiera detenerse.
Milori levantó la barbilla para poder mirarla a los ojos.
—Todos tus súbditos te amarán. Y aunque yo no esté a tu lado, me
tendrás a mí. Nunca habrá una estrella más brillante. Siempre te amaré.
Clarion sollozó. Era impropio de una reina, pensó a lo lejos, pero no se
atrevió a preocuparse.
—Yo también lo haré.
Ella tomó su rostro entre sus manos y lo besó, brevemente,
egoístamente, aunque sólo fuera para grabarlo por completo en su
memoria. La sensación de sus labios, suaves contra los suyos. La forma en
que su respiración se agitaba, sin importar cuántas veces lo hubieran
hecho. El agradable frío de su piel bajo su tacto. El aroma de las plantas
perennes y el aire fresco. No le trajo ningún alivio cuando se sintió tan
definitivo… y tan insuficiente.
Esto era una despedida.
A regañadientes, se apartó lo suficiente para susurrar: —Recuerda ser
libre, Milori. No vuelvas a rondar por esta frontera como un fantasma.
Él le dedicó la sonrisa más desgarradora que jamás había visto.
—Tú también.
Imposible, pensó. Mientras viviera, nunca se libraría de él. Nunca
habría otro. No importaba. Como reina de Pixie Hollow, podía soportar
este dolor sola. Eso era su deber. Lentamente, se apartó de él. Dejó que sus
manos se deslizaran por sus brazos, luego por sus muñecas, hasta que por
fin sus dedos se soltaron.
—Tenga cuidado, Majestad —dijo.
Ella no confiaba en sí misma para hablar.
Cuando se dio la vuelta, se levantó un viento suave que le acarició el
pelo he hizo ondear la nueva capa detrás de él. Ella vislumbró brevemente
su ala. A la luz de la luna, brillaba tan clara y brillante como un cristal roto.
Clarion permaneció en el puente hasta que desapareció entre los
árboles, hasta que las nubes cedieron y empezó a caer una suave lluvia. Se
quedó sola en primavera mientras el aroma del petricor se elevaba a su
alrededor, contemplando el frío vacío del invierno.
Lo llamaría hogar para el resto de su larga vida.
Allison Saft
Es autora de los best-sellers del New York Times y
del sector independiente A Far Wilder Magic, A Fragile
Enchantment y A Dark and Drowning Tide. Después de
recibir su maestría en literatura inglesa de la Universidad
de Tulane, se mudó de la Costa del Golfo a la Costa Oeste,
donde pasa su tiempo rodando sobre ocho ruedas y
practicando telas aéreas. Vive con su pareja y un galgo
italiano llamado Marzipan.