MIGUEL HERNÁNDEZ: «ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ»
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería)
[1] Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
[2] Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
[3] daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
[4] Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
[5] No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
[6] Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
[7] Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
[8] No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
[9] En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
[10] Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
[11] Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
[12] Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
[13] de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
[14] Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
[15] Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
[16] A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández, El rayo que no cesa (1936)
Miguel Hernández había renunciado a Orihuela y se había afiliado al partido comunista,
algo que era puramente soviético, lo que supuso también una ruptura con su vida anterior.
Este tremendo poema expresa el dolor inconmensurable del yo poético, fácilmente
identificable con Miguel Hernández, tras la muerte fulminante de su amigo oriolano Ramón Sijé
(su auténtico nombre era José Ramón Marín Gutiérrez) (Orihuela, 1913 – 1935). Mantenían una
estrecha amistad y estaban unidos no sólo por el lugar de nacimiento, sino por las aficiones
literarias, aunque de estética y trasfondo ideológico muy distinto. Hernández era un joven de
veincinco años, con apenas experiencia en el mundo literario madrileño, adonde había llegado en
1933. Había publicado un solo libro, aunque de gran resonancia y excelente acogida, Perito en lunas
(1933), justamente con un prólogo de su amigo Ramón Sijé. Sin embargo, las biografías más
autorizadas sobre el poeta aclaran que, cuando murió Sijé, ambos amigos se habían distanciado por
su ideología política —Sijé era conservador y tradicional; Hernández, progresista y republicano
más o menos comunista—. Hernández no acudió a su funeral y escribió su carta de pésame a la
familia dos semanas después.
Después de dedicó esta elegía —composición poética del género lírico en la que se lamenta
la muerte de una persona u otra desgracia y que no tiene una forma métrica fija—.
Linealmente considerado, podemos transcribir el contenido lineal: el yo poético comunica su
deseo de revivir a su amigo, ejerciendo de hortelano, a través de árboles y flores (estrofas 1-3). Los
dos últimos versos de la estrofa 3 vierte ya directamente el tema central del poema: el dolor por la
muerte de su amigo. La estrofa 4 recrea cómo fue la muerte: súbita, violenta y “brutal”. Las
estrofas 5 y 6 consignan las consecuencias sobre el yo poético de la muerte de su amigo:
desolación, desesperación, ensimismamiento dolorido. Las estrofas 7 y 8 son una vuelta a la
expresión de cómo se produjo la muerte.
Sijé era joven y vino muy “temprano” para él (sólo tenía 22 años); luego expresa su
reacción a este hecho: no perdona a nada ni a nadie por esa muerte injusta. En las estrofas 9, 10 y
11 el yo poético se apresura a realizar acciones desesperadas para tratar de devolver la vida a su
amigo: clama al cielo, escarba la tierra y agujerea el suelo para buscar su cuerpo inane.
Las estrofas 12, 13 y 14, con verbos en futuro, expresan la fe del yo poético que su amigo
“volverá” para alegrar la vida de ambos; son una afirmación desesperada de su anhelo de ver
revivido a su compañero. Las estrofas 15 y 16, finalmente, expresan la ficción y el deseo de que el
amigo muerto ha oído el requerimiento de su amigo y, en consecuencia, ha vuelto y él lo llama.
Ya juntos, en el campo, podrán comunicarse y compartir todo lo que les une, como los campos de
almendros que conocían de su infancia y adolescencia.
El tema principal, por tanto, es el lamento desconsolado, doloroso y rabioso por la muerte
de un amigo, que genera desesperación y un vivo deseo de traerlo a la vida para seguir con su
amistad. El poema posee una visible y sólida unidad temática. Todo el contenido gira en torno al
dolor desesperado, a la frustración y rabia provocados por la muerte temprana de un amigo. Los
intentos por resucitarlo, siquiera emocional o poéticamente, son un pequeño consuelo, al menos
un lenitivo para aliviar su dolor.
En perfectos, robustos y sonoros versos endecasílabos, Hernández compone una serie de
quince tercetos encadenados con rima consonante, obviamente). La última estrofa del poema no es
terceto, sino serventesio (11 A, B, A, B). Hernández ha elegido una estrofa clásica, muy adecuada
para sus propósitos: expresar con rotundidad y contundencia un estado del alma doloroso y
arruinado. Los versos endecasílabos permiten cierta expansión, pero la brevedad de la estrofa
impone la contención. El conjunto, al estar encadenados los tercetos, no sólo métricamente, sino
por el sentido, permite un fluir, bien que atormentado, de un dolor inconmensurable.
Este poema se nos presenta como una tormenta desatada de expresión del dolor. El yo
poético siente la necesidad de expresar su angustioso y desesperado estado emocional; para ello,
nada mejor que un poderoso y tumultuoso caudal verbal, engarzado con docenas –no es
exageración– de recursos retóricos.
Este poema se considera una de las mejores muestras del género elegíaco en la literatura
española. En este texto, Miguel Hernández despliega toda su sabiduría poética, pues hay una
perfecta combinación y dosificación de técnicas cultas, imágenes oníricas y rasgos de la lírica
tradicional. La estructura formal, la utilización de figuras retóricas, no impide mostrar la
autenticidad y sinceridad de este lamento, que constituye una de las cimas del tema de la
fraternidad en nuestra literatura.