TESIS
TESIS
Andrea Y. Díaz, Felipe I. Espinoza, Iván F. Muñoz, Romina A. Muñoz y Felipe J. Soto
Universidad Austral de Chile
Mg., Fontbona, Jaime.
28 de abril de 2025
Introducción
Cuando hablamos de salud mental nos referimos al estado de equilibrio en que la
persona tiene la capacidad de reconocer sus propias capacidades, afrontar tensiones normales
de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad (OMS, 2022). En este
sentido, las enfermedades de salud mental constituyen una de las principales causas de
discapacidad a nivel mundial, afectando significativamente la vida de quien las padece (OMS,
2022). En el contexto chileno, los problemas de salud mental representan un alto porcentaje
de prevalencia y las últimas encuestas estiman que una de cada siete personas presenta
problemas y/o algún síntoma de salud mental (Bravo, 2025).
En este sentido, los usuarios de salud mental representan un gran porcentaje de la
población y algunos han decidido desempeñar un papel activo en la búsqueda de soluciones y
en la promoción de su bienestar a través de asociaciones y grupos de apoyo que promueven
un enfoque dirigido a intereses específicos. Las agrupaciones de usuarios de salud mental son
organismos situados cuya configuración está estrechamente vinculada a su contexto, así como
lo indica Menchaca (2017) la identidad de las agrupaciones se constituye en base a las
experiencias comunes de sus participantes, generalmente asociadas al sistema de salud, la
discriminación, la violencia o, a una condición física o mental, ya sea por vivencia propia o
de un cercano. Estas agrupaciones articuladas bajo el manto de la transformación social traen
consigo un espacio físico a la contención y la inherente resistencia simbólica que fortalece el
sentido identitario (Montero, 2004; Bourdieu, 2011).
Según Vololona Rabeharisoa (2006 en: Menchaca, 2017), las agrupaciones de
personas diagnosticadas con una misma condición se organizan en torno a tres
reivindicaciones fundamentales: una reivindicación identitaria, que surge del reconocimiento
de experiencias compartidas y la construcción de una identidad colectiva; una reivindicación
epistemológica, que postula la experiencia vivida como una forma de conocimiento legítima y
complementaria al saber profesional, desde la cual buscan participar en la producción de
conocimiento sobre sus propias condiciones; y una reivindicación política, que defiende el
derecho a intervenir en las decisiones que afectan sus vidas y situaciones diagnósticas.
Las agrupaciones guardan relación con los movimientos sociales del Orgullo Loco, que
surgen en los años 70 en contextos anglosajones, impulsado por organizaciones de ex
pacientes y sobrevivientes de la psiquiatría. Quienes cuestionaron el poder de la psiquiatría
tradicional, generando nuevos significados en torno a sus experiencias e identidades,
fortaleciendo la comunidad a través de la ayuda mutua y promoviendo expresiones de
autonomía, como la creación de instituciones paralelas y la demanda de cambios materiales
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concretos. En conjunto, estas acciones posibilitaron la construcción de nuevas narrativas que
redefinieron sus vivencias, apartándose de las categorías impuestas por el enfoque biomédico.
Se concibe la locura como una identidad colectiva y una construcción política, promoviendo
la defensa de derechos, ya que muchas personas han visto limitado su acceso a la
ciudadanía(Castillo, 2021). Por ello, uno de los prinicipales desafíos es por la igualdad en el
ejercicio de derechos y por la superación de las estructuras de exclusión y discriminación.
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desconfianza hacia los diagnósticos médicos. Por su parte, los pacientes con trastornos
mentales graves han identificado situaciones de violación de la confidencialidad, negación o
interrupción de la atención, y negligencias, afectando el acceso y la calidad de los servicios y
deteriorando la confianza en los profesionales, lo que incrementa su malestar (Vaccari et al,
2020).
Frente a este escenario, las agrupaciones de usuarios y familiares surgen como
espacios de ciudadanía que promueven la defensa de derechos, la reinserción social y la
contención emocional. Estas agrupaciones fortalecen las redes de apoyo, mejoran las
dinámicas familiares afectadas por trastornos mentales y contribuyen a la toma de conciencia
de derechos tanto en el ámbito familiar como comunitario, posicionándose como agentes de
cambio social. Han sido descritas como espacios de socialización, acompañamiento y ayuda
mutua (Otero y Fernadez, 2019). Algunas agrupaciones desarrollan posturas críticas frente al
sistema de salud, denunciando la verticalidad en la toma de decisiones y la falta de
participación de los usuarios, lo que perpetúa un modelo que responde a intereses
institucionales y no a las necesidades de las personas, llevando a muchos usuarios a
marginarse del sistema público de salud (Abarca-Brown y Montenegro, 2023).
En lo que concierne al ámbito político, las agrupaciones de usuarios son actores
relevantes en el proceso de atención de salud y la definición de políticas públicas. Si bien son
comunes en el ámbito de la salud general, en el contexto de la salud mental en Chile estas
organizaciones han emergido de manera más reciente. De hecho, el rol de las agrupaciones ha
sido destacado y amparado dentro de la Ley Nº 21.331 promulgada en mayo del año 2021,
considerándolos como actores necesarios dentro de la implementación de políticas públicas
en salud mental y defensa de los derechos de usuarios.
Esta ley reconoce y protege los derechos fundamentales de las personas con
enfermedad mental o discapacidad psíquica o intelectual. Su objetivo principal es garantizar
el respeto a la dignidad, autonomía y derechos humanos de estas personas en el ámbito de la
salud mental. Promueve una atención interdisciplinaria en salud mental. Además, enfatiza la
importancia de mantener los vínculos y la comunicación de las personas hospitalizadas con
sus familiares y entorno social. Reconoce el derecho de los familiares y quienes apoyan a
estas personas a organizarse para abogar por sus necesidades y promover la inclusión social
(Minsal, 2021).
La implementación efectiva de esta ley requiere de un entorno social que reconozca y
valore el rol de las asociaciones de usuarios como actores legítimos en la co-construcción de
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salud mental, por lo tanto, este reconocimiento garantiza un avance hacia un modelo de
atención en salud mental comunitario (Barrera y Parra, 2024).
Durante el primer Plan Nacional de Salud Mental (Minoletti y Zaccaria, 2005) se
adoptó un enfoque comunitario que reconoció a las familias como un valioso recurso
colectivo y político en el apoyo y cuidado de los usuarios. Este enfoque impulsó, durante el
segundo plan, el desarrollo de una red de actores de la sociedad civil, destacando la creación
de CORFAUSAM, con el objetivo de colaborar y establecer contacto directo con esta
población. Sin embargo, esta fue objeto de críticas por mantener a los usuarios en un rol
pasivo dentro del proceso, baja representatividad, además, por la escasa coordinación y
comunicación con otras organizaciones (Montenegro & Cornish, 2019).
En este contexto, se implementó el Decreto 570, con el objetivo de regular la
internación de personas con enfermedades mentales. Este decreto exigía que las decisiones
sobre hospitalización forzada fueran aprobadas por la Comisión Nacional para la Protección
de las Personas con Enfermedades Mentales, integrada por representantes de organismos
médicos, científicos y legales. En consecuencia, la necesidad de incluir la representación del
usuario condujo a la creación de la Asociación Nacional de Usuarios del Servicio de Salud
Mental (ANUSSAM), que se convirtió en el principal canal de expresión para los usuarios, lo
que aportó mayor legitimidad y sentido a la idea de una participación activa (Montenegro &
Cornish, 2019).
Posteriormente, la reforma del AUGE buscó ampliar el acceso a la atención médica en
Chile, incluyendo inicialmente tres condiciones de salud mental: esquizofrenia, depresión y
consumo problemático de sustancias. Aunque representó un avance, también tuvo efectos
negativos en la participación de usuarios y familiares, al priorizar una lógica biomédica
basada en evidencia científica y paquetes de tratamiento estandarizados. Excluyendo no sólo
aspectos comunitarios, sino que además redujo el presupuesto y frenó el progreso en la
participación de usuarios (Montenegro & Cornish, 2019).
Desde el primer plan nacional, estas organizaciones han sido fundamentales en la
implementación del modelo comunitario de salud mental, asegurando espacios para la
presencia activa de los usuarios y sus familias en la planificación y evaluación de servicios.
Sin embargo, el nivel de participación, según datos del 2013, ha demostrado que es bajo,
siendo la participación activa limitada contando con solo el 1,6% de los consultantes
participando en las agrupaciones de usuarios (Minoletti et al, 2018).
Aunque la importancia de las agrupaciones de usuarios y familiares es reconocida en
la formulación de políticas, informes de la OMS (2014) evidencian una baja presencia y
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escasa organización de las agrupaciones de usuarios y familiares en salud mental, reflejada en
la falta de registros y en su limitada participación en instancias estatales. Además, no existe
una legislación que garantice su inclusión efectiva en la toma de decisiones, lo que se traduce
en una baja participación y escasa influencia de estas organizaciones en el desarrollo de
normativas y programas de salud mental (Menchaca, 2017).
Comprender las barreras que enfrentan las agrupaciones de usuarios en Chile es
esencial para analizar los desafíos en su recuperación. Estas barreras incluyen factores macro-
culturales, micro-culturales e individuales que afectan su formación. Por ello, resulta clave
abordar los obstáculos que surgen desde las instituciones, como centros de salud, organismos
estatales y otros actores vinculados.
Asimismo, una barrera significativa para la recuperación de los usuarios de
agrupaciones de salud mental tiene que ver con el espacio que se les otorga en temas
legislativos. Chile ha impulsado diversas reformas de salud mental, sin embargo carece de
marcos legales que respalden de manera sólida la participación de los usuarios. Montenegro y
Cornish (2019) señalaban que, hasta ese momento, Chile no contaba con una ley de Salud
Mental. Esta ausencia dejaba al colectivo de usuarios sin una protección normativa clara ni un
espacio garantizado dentro del ámbito legislativo, evidenciando una falta de voluntad política
de reconocimiento. Así, los usuarios eran convocados principalmente para discutir medidas
coercitivas, sobre todo centradas en hospitalizaciones involuntarias (CONAPREM), más que
para otorgarles autonomía en la formulación de políticas públicas. Esta situación comenzó a
cambiar el año 2021 con la promulgación de la ley 21.331.
El visibilizar demandas de salud mental, históricamente silenciadas, puede fomentar el
surgimiento de nuevas organizaciones de usuarios, fortaleciendo así la participación
ciudadana en salud mental y contribuyendo a procesos de recuperación más significativos, ya
que al ser parte de una agrupación se construye una identidad colectiva con un rol político
importante en la defensa de derechos (Rosales et al, 2020; Montenegro, 2018; Castillo, 2021).
Por otra parte, para el ámbito académico, es de vital importancia ampliar la
perspectiva teórica en la formación de pregrado de los psicólogos de la Universidad Austral
de Chile, incorporando las experiencias de los usuarios de servicios de salud mental, tanto de
espacios terapéuticos individuales y grupales como de los servicios gratuitos y privados. Esto
impulsaría el desarrollo de profesionales con una perspectiva clínica-comunitaria,
estrechamente relacionada con el problema identificado por tesistas de la misma universidad,
quienes han cuestionado la escasa consideración de los saberes y trayectorias de los usuarios
en los modelos formativos tradicionales. Si bien en atención primaria existe una mayor
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apertura hacia la consideración, opinión y participación de los usuarios de los centros de
salud, dicha participación presenta restricciones importantes, ya que no incluye la toma de
decisiones sobre los modelos de salud o el tipo de atención que la población desea, sino que
se limita principalmente a la asistencia a actividades o talleres organizados por los equipos de
salud (Coloma et al, 2014).
La importancia de ampliar esta perspectiva radica en la necesidad de descentralizar el
conocimiento, ya que, al incluir las voces de los usuarios en la formación, abre la posibilidad
de que los mismos estudiantes (ya sea como usuarios o como personas cercanas a estas
experiencias) contribuyan a la creación de conocimiento basado en relatos verídicos y
situados crono-contextualmente en el momento que se comparten (Montenegro & Cornish,
2019). Esta dinámica, también enriquecería la práctica docente, al nutrirse de experiencias
reales que complejizan la teoría aprendida en las salas de clase.
Por otra parte, la perspectiva clínico-comunitaria, a diferencia de los enfoques
tradicionales centrados principalmente en la remisión de síntomas, permite considerar
factores psicosociales que influyen de manera directa en la salud mental, y que en muchos
casos resultan prioritarios de abordar, tales como el fortalecimiento de redes de apoyo, el
desarrollo de competencias personales, entre otros. En este marco, se vuelve fundamental que
los futuros profesionales fortalezcan su capacidad investigativa, orientándola hacia la
producción de conocimientos pertinentes a la realidad local y regional (Montero, 2004).
En consecuencia, la relevancia de nuestra investigación radica en su capacidad de
incidir en prácticas y políticas que promuevan la inclusión, el respeto y la autonomía de las
personas en sus procesos de recuperación. Asimismo, esta perspectiva investigativa
contribuiría a detectar vacíos de conocimiento, por ejemplo, en áreas poco exploradas de la
experiencia de los usuarios, lo cual debe ser concebido como una oportunidad formativa que
estimule la generación de nuevos saberes comprometidos con las necesidades de la
comunidad.
Siendo así, el presente seminario ofrece una oportunidad valiosa para ampliar la visión
teórica sobre la salud mental, incorporando desafíos actuales al análisis, y fomentando el
interés en el enfoque clínico-comunitario.
Se espera, por tanto, contribuir con material que no solo brinde herramientas
académicas, sino que también ofrezca una dimensión pedagógica e inspiradora para el
empoderamiento de usuarios y de agrupaciones emergentes.
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Relevancia
La relevancia política de nuestra investigación recae en el hecho de que a pesar que
las agrupaciones de usuarios y familiares son reconocidas en la formulación de políticas,
informes de la OMS (2014) evidencian una baja presencia y escasa organización de las
agrupaciones de usuarios y familiares en salud mental, reflejada en la falta de registros y en
su limitada participación en instancias estatales. Además, no existe una legislación que
garantice su inclusión efectiva en la toma de decisiones, lo que se traduce en una baja
participación y escasa influencia de estas organizaciones en el desarrollo de normativas y
programas de salud mental (Menchaca, 2017).
Por esto, comprender las barreras que enfrentan las agrupaciones de usuarios en Chile
es esencial para analizar los desafíos en su recuperación. Estas barreras incluyen factores
macro-culturales, micro-culturales e individuales que afectan su formación. Por ello, resulta
clave abordar los obstáculos que surgen desde las instituciones, como centros de salud,
organismos estatales y otros actores vinculados.
Asimismo, una barrera significativa para la recuperación de los usuarios de
agrupaciones de salud mental tiene que ver con el espacio que se les otorga en temas
legislativos. Chile ha impulsado diversas reformas de salud mental, sin embargo carece de
marcos legales que respalden de manera sólida la participación de los usuarios. Montenegro y
Cornish (2019) señalaban que, hasta ese momento, Chile no contaba con una ley de Salud
Mental. Esta ausencia dejaba al colectivo de usuarios sin una protección normativa clara ni un
espacio garantizado dentro del ámbito legislativo, evidenciando una falta de voluntad política
de reconocimiento. Así, los usuarios eran convocados principalmente para discutir medidas
coercitivas, sobre todo centradas en hospitalizaciones involuntarias (CONAPREM), más que
para otorgarles autonomía en la formulación de políticas públicas. Esta situación comenzó a
cambiar el año 2021 con la promulgación de la ley 21.331.
El visibilizar demandas de salud mental, históricamente silenciadas, puede fomentar el
surgimiento de nuevas organizaciones de usuarios, fortaleciendo así la participación
ciudadana en salud mental y contribuyendo a procesos de recuperación más significativos, ya
que al ser parte de una agrupación se construye una identidad colectiva con un rol político
importante en la defensa de derechos (Rosales et al, 2020; Montenegro, 2018; Castillo, 2021).
Frente a este escenario, el estudio de Villarroel (2019) comprobó que la participación
ciudadana tiene un efecto positivo en la mejora de la calidad y la eficacia en la
implementación de procesos del sistema de salud. Esta participación favorece la canalización
de información sanitaria, mejora la comunicación entre los dispositivos de atención primaria
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y las comunidades usuarias, y permite una retroalimentación más precisa sobre las
necesidades locales. Asimismo, fortalece la eficiencia en la asignación de recursos públicos,
facilita la focalización del gasto conforme a las demandas comunitarias y mejora la
pertinencia de las decisiones de gestión, especialmente en la planificación local, la
identificación de brechas y la formulación de acciones de mejora. Por esto, resulta relevante
fortalecer los mecanismos de participación, mediante estrategias que promuevan una
participación activa en la toma de decisiones, sistemas de evaluación más rigurosos y
políticas públicas que integren de manera estructural a la ciudadanía.
Así, la alta prevalencia de problemas de salud mental en Chile, junto a la persistente
insatisfacción con el sistema de atención y el estigma asociado a los trastornos mentales,
evidencia la necesidad de reconocer y valorar las iniciativas colectivas surgidas desde los
propios usuarios. Las agrupaciones de salud mental no solo representan respuestas a carencias
estructurales, sino que también constituyen espacios fundamentales de producción de
conocimiento, afirmación identitaria y acción política (Otero y Fernadez, 2019; Abarca-
Brown y Montenegro, 2023; Villarroel; 2019). Su estudio se vuelve imprescindible para
comprender las dinámicas de resistencia y transformación que se impulsan desde la base
social, ofreciendo perspectivas que enriquecen y cuestionan los modelos tradicionales de
intervención. Investigar estas agrupaciones permite no solo visibilizar sus aportes a los
procesos de recuperación y ciudadanía, sino también fortalecer la construcción de sistemas de
salud mental más inclusivos, participativos y respetuosos de los derechos humanos
Por otra parte, para el ámbito académico, es de vital importancia ampliar la
perspectiva teórica en la formación de pregrado de los psicólogos de la Universidad Austral
de Chile, incorporando las experiencias de los usuarios de servicios de salud mental, tanto de
espacios terapéuticos individuales y grupales como de los servicios gratuitos y privados. Esto
impulsaría el desarrollo de profesionales con una perspectiva clínica-comunitaria,
estrechamente relacionada con el problema identificado por tesistas de la misma universidad,
quienes han cuestionado la escasa consideración de los saberes y trayectorias de los usuarios
en los modelos formativos tradicionales. Si bien en atención primaria existe una mayor
apertura hacia la consideración, opinión y participación de los usuarios de los centros de
salud, dicha participación presenta restricciones importantes, ya que no incluye la toma de
decisiones sobre los modelos de salud o el tipo de atención que la población desea, sino que
se limita principalmente a la asistencia a actividades o talleres organizados por los equipos de
salud (Coloma et al, 2014).
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La importancia de ampliar esta perspectiva radica en la necesidad de descentralizar el
conocimiento, ya que, al incluir las voces de los usuarios en la formación, abre la posibilidad
de que los mismos estudiantes (ya sea como usuarios o como personas cercanas a estas
experiencias) contribuyan a la creación de conocimiento basado en relatos verídicos y
situados crono-contextualmente en el momento que se comparten (Montenegro & Cornish,
2019). Esta dinámica, también enriquecería la práctica docente, al nutrirse de experiencias
reales que complejizan la teoría aprendida en las salas de clase.
Por otra parte, la perspectiva clínico-comunitaria, a diferencia de los enfoques
tradicionales centrados principalmente en la remisión de síntomas, permite considerar
factores psicosociales que influyen de manera directa en la salud mental, y que en muchos
casos resultan prioritarios de abordar, tales como el fortalecimiento de redes de apoyo, el
desarrollo de competencias personales, entre otros. En este marco, se vuelve fundamental que
los futuros profesionales fortalezcan su capacidad investigativa, orientándola hacia la
producción de conocimientos pertinentes a la realidad local y regional (Montero, 2004).
En consecuencia, la relevancia de nuestra investigación radica en su capacidad de
incidir en prácticas y políticas que promuevan la inclusión, el respeto y la autonomía de las
personas en sus procesos de recuperación. Asimismo, esta perspectiva investigativa
contribuiría a detectar vacíos de conocimiento, por ejemplo, en áreas poco exploradas de la
experiencia de los usuarios, lo cual debe ser concebido como una oportunidad formativa que
estimule la generación de nuevos saberes comprometidos con las necesidades de la
comunidad.
Siendo así, el presente seminario ofrece una oportunidad valiosa para ampliar la visión
teórica sobre la salud mental, incorporando desafíos actuales al análisis, y fomentando el
interés en el enfoque clínico-comunitario.
Se espera, por tanto, contribuir con material que no solo brinde herramientas
académicas, sino que también ofrezca una dimensión pedagógica e inspiradora para el
empoderamiento de usuarios y de agrupaciones emergentes.
Focalización
La presente investigación se justifica en el estudio de las trayectorias, desafíos y
procesos de recuperación, profundizando en las vivencias y significados construidos por los
integrantes de agrupaciones de usuarios en salud mental, entendiéndose estos como partes de
colectivos que se compongan por personas que han sido previamente diagnosticadas dentro
del sistema de salud mental en Chile y por familiares o cercanos que han decidido organizarse
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en función de experiencias compartidas. Además, este estudio está territorialmente situado en
la ciudad de Puerto Montt, respondiendo a la necesidad de descentralización de la producción
de conocimiento en torno a las experiencias de organización y participación en salud mental.
Pregunta de investigación
¿Cómo se caracterizan los usuarios y familiares de agrupaciones de usuarios de salud
mental de Puerto Montt la trayectoria, funcionamiento, desafíos y la resignificación de sus
perspectivas de recuperación ?
Objetivo general
Explorar la trayectoria, funcionamiento, desafíos y perspectivas que resignifican la
recuperación de usuarios y familiares en agrupaciones de salud mental de Puerto Montt desde
la experiencia de sus participantes.
Objetivos específicos
● Describir la trayectoría de las agrupaciones de usuarios y familiares en salud mental.
● Conocer los desafíos institucionales y normativos de las agrupaciones de usuarios de
salud mental.
● Indagar en las perspectivas de recuperación desde los usuarios de agrupaciones de
salud mental.
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La propuesta de investigación es plenamente viable considerando diversos factores:
En primer lugar, la investigación se realizará mediante una metodología cualitativa basada en
focus group, esto permitirá obtener información en profundidad sobre las experiencias,
trayectorias y perspectivas de los participantes. Esta técnica es adecuada para el objetivo de
investigación, debido a que no requiere grandes recursos monetarios.
Otro factor relevante que contribuye a la factibilidad del proyecto es que un integrante
del equipo mantiene vínculos previos con personas pertenecientes a agrupaciones de
usuarios. Este contacto directo facilita significativamente el acceso a los participantes y
fortalece el proceso de convocatoria, disminuyendo potenciales barreras de entrada.
En cuanto a recursos logísticos no se contempla un gasto elevado, dado que las
principales necesidades van ligadas al transporte dentro de la región de Los Lagos,
específicamente en la ciudad de Puerto Montt. Los costos se limitan a pasajes de locomoción,
sin requerir gastos adicionales de envergadura. Respecto a los espacios físicos necesarios para
la realización de los focus group, se prevé gestionar salas o habitaciones a través de las
propias agrupaciones participantes, o bien utilizar instalaciones de la universidad, esto
garantiza la disponibilidad de un entorno adecuado y seguro para las actividades de
investigación.
Debido a la naturaleza y sensibilidad que rodea al tema de investigación, su viabilidad
será evaluada por el comité de ética de la Universidad Austral de Chile, con el objetivo de
verificar que se tomen todos los resguardos necesarios para realizar esta investigación, sin
trangredir, ni vulnerar los derechos de ninguno de sus participantes.
Por esto, el equipo se compromete a difundir de forma abierta y veraz, información
relacionada con el desarrollo y propósito de la investigación con todos los involucrados, a
través de encuadre del procedimiento e información, en conjunto de consentimientos
informados.
Marco teórico
I. Teoría crítica
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todo, fueron excluidos y recluidos de la sociedad bajo la lógica de la moral, convirtiéndose así
en objeto de la institución, controlado por los dispositivos de poder que lo definen, vigilan y
normalizan (Foucault, 1975). El individuo pierde su identidad y pasa a ser sujeto de un poder
que subyuga y somete (Foucault, 1988, p.7).
Concepto de locura según foucault – Historia de la locura
Cap.
“En suma, el objetivo principal de estas luchas no es tanto atacar tal o cual institución de
poder, o grupo, o élite, o clase, sino más bien una técnica. una forma de poder.” (El sujeto y el
poder,1988 )
Dispositivos de poder, institución, estado, politicas públicas como modeladoras de
sujetos – Vigilar y castigar / El sujeto y el poder
Resistencia según foucault (El sujeto y el poder)
- “Me gustaría sugerir otra vía para ir más lejos hacia un nueva economía de las
relaciones de poder, una vía más empírica, más directamente relacionada con nuestra
situación actual, la cual implica una mayor relación entre la teoría y la práctica. Esta
consiste en tomar como punto de partida, a las formas de resistencia contra las
diferentes formas de poder”.
- “Finalmente todas estas luchas giran en torno a la pregunta: “¿Quiénes somos
nosotros?”. Son un rechazo a las abstracciones de la violencia económica e ideológica,
que ignoran quienes somos individualmente como también son un rechazo a la
inquisición científica y administrativa que determina quien es uno Para concluir, el
objetivo principal de estas luchas no es atacar tanto a tal o cual institución de poder,
grupo, elite, clase, sino más bien a una técnica, a una forma de poder. Esta forma de
poder emerge en nuestra vida cotidiana, categoriza al individuo, lo marca por su
propia individualidad, lo une a su propia identidad, le impone una ley de verdad que él
tiene que reconocer y al mismo tiempo otros deben reconocer en él. Es una forma de
poder que construye sujetos individuales. Hay dos significados de la palabra sujeto;
sujeto a otro por control y dependencia y sujeto como constreñido a su propia
identidad, a la conciencia y a su propio autoconocimiento. Ambos significados
sugieren una forma de poder que sojuzga y constituye al sujeto.”
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que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según
la rapidez y la eficacia que se determina”. (Vigilar y castigar, p.126) – gerencialismo.
B. Instituciones totales
En este contexto donde el poder sobre los individuos y sus cuerpos, se manifiesta en la
aparición de dispositivos de poder que a través de discursos HEGEMÓNICOS y prácticas
buscan regular y controlar la vida y subjetividad de los individuos, aparece el concepto de
"institución total". Definidas como espacios de residencia donde un gran número de personas
son aisladas de la sociedad durante un período prolongado, bajo condiciones que imponen una
organización burocrática e impersonal de sus necesidades humanas. Dentro de estas
instituciones, se implementan mecanismos que buscan despojar al individuo de sus roles
sociales previos y de su identidad habitual. Este proceso se manifiesta a través del abuso
físico y social, y tiene como consecuencia la transformación profunda del autoconcepto del
interno, que conlleva a la aceptación del punto de vista institucional sobre la identidad de los
propios internos (Weinstein, 1982).
C. Goffman - Institucionalización - Estigma social
Por lo tanto, al interior de estas intiruciones se desarrolla un conjunto de estrategias
que actúan sobre la subjetividad y la vida de las personas, reproduciendo dinámicas de
control, encierro y homogeneización, constituyen lo que se denomina como prácticas de
institucionalización. Estas prácticas tienden a ignorar la singularidad de los individuos,
tratándolos como una masa uniforme sin considerar sus capacidades o necesidades
particulares. Imponen rutinas estrictas y ajenas que limitan la autonomía y la posibilidad de
autodeterminación, al regular aspectos como la libertad, los horarios, los espacios, la
alimentación e incluso el cuerpo de los sujetos. Esta estructuración rígida genera dependencia
institucional, desvinculación social y una profunda pérdida de identidad (Olaechea, 2015).
Estas prácticas no buscan la cura, sino que operan como mecanismos de vigilancia,
disciplina y normalización de las conductas consideradas desviadas o improductivas. Además,
su carácter prolongado e innecesario puede resultar patologizante, cuyos efectos incluyen
monotonía, automatización, pérdida de creatividad y estereotipias, configurando sujetos
sobreadaptados, sometidos y dependientes. Estas prácticas perpetúan un modelo centrado en
el control y la negación de la subjetividad, con serias consecuencias para el bienestar y la
dignidad de las personas internadas (Olaechea, 2015).
Bourdieu
Violencia simbolica
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«Todo poder de violencia simbólica, es decir, todo poder que logra imponer significados e
imponerlos como legítimos disimulando las relaciones de fuerza en las que se basa su fuerza,
agrega su propia fuerza, es decir, una fuerza específicamente simbólica, a estas relaciones de
fuerza. (p.25)
D. Estigma social
El estigma hacia la enfermedad mental es un fenómeno social que se manifiesta como
un proceso de desvalorización y exclusión, producto de la discrepancia entre lo socialmente
esperado y la percepción sobre personas con trastornos mentales. Este se expresa en cuatro
formas interrelacionadas. El estigma internalizado, que implica la adopción de creencias
negativas por parte del propio sujeto. El estigma familiar, que afecta el bienestar psicosocial
de los cuidadores y puede replicar actitudes discriminatorias. El estigma institucional,
reflejado en prácticas restrictivas y paternalistas dentro de servicios públicos y profesionales
de salud. El estigma público, que reproduce estereotipos como peligrosidad, debilidad o
incapacidad. Estos tipos de estigma se vinculan con variables psicológicas y sociales,
conformando un entramado de barreras que obstaculizan la inclusión social, la recuperación y
el ejercicio de derechos de las personas con sufrimiento psíquico (Mascayano et al., 2015).
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Guzmán et al., 2019; Fernández et al., 2016). En este enfoque, el buen trato adquiere un rol
central, al implicar el reconocimiento del usuario como sujeto de derechos, la validación de
sus experiencias y necesidades, y la construcción de vínculos terapéuticos horizontales,
basados en la ética, la afectividad y la competencia profesional (Fernández et al., 2016).
Promover prácticas anti-estigma desde un enfoque de derechos humanos y con participación
activa de los usuarios y la comunidad resulta fundamental para transformar las relaciones de
poder en salud mental y garantizar una atención más inclusiva, equitativa y humanizada.
A pesar del tránsito conceptual desde un modelo asilar hacia un modelo comunitario de
atención en salud mental, basado en la integración social y el respeto a los derechos humanos
(Devia, s.f.), las políticas de gestión neoliberales han configurado mecanismos de
financiamiento incongruentes con estos principios. La utilización de presupuestos globales,
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pago por prestación o proyectos concursables determina no sólo qué se financia, sino también
qué prácticas clínicas y organizacionales se privilegian, introduciendo incentivos que
favorecen atenciones individuales, tecnificadas y fragmentadas (Devia, s.f.). Esta disociación
estructural impide la consolidación de prácticas comunitarias, participativas y continuas,
propias de un enfoque territorial.
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neoliberal dominante y sostienen una praxis crítica, situada y transformadora (Campillay-
Araya, 2023).
F. Resistencia
G. Antipsiquiatría
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El movimiento antipsiquiátrico se dirige a cuestionar y desafiar la hegemonía de la
psiquiatría tradicional, buscando desmantelar sus prácticas represivas y coercitivas, y
promoviendo alternativas que reconozcan la diversidad subjetiva y el respeto por los derechos
de las personas afectadas. Más allá de la oposición, este movimiento aspira a construir nuevos
modelos de comprensión y abordaje de la salud mental, basados en la autonomía, el apoyo
mutuo y la inclusión social, configurándose así como un espacio político de resistencia y
transformación social que continúa vigente hasta la actualidad (Cea-Madrid & Castillo-
Parada, 2016).
Por lo tanto resulta fundamental la reivindicación de la voz del paciente como un eje
central, legítimo y necesario para comprender en profundidad el fenómeno del internamiento
psiquiátrico. Tradicionalmente, el discurso sobre el paciente ha sido construido desde una
mirada externa, centrada en el lenguaje clínico y en la autoridad del profesional de salud
mental, lo que ha reducido al sujeto a un objeto pasivo de diagnóstico, tratamiento y control,
invisibilizando su experiencia vivida y deslegitimando su capacidad de producir conocimiento
sobre su propia situación. Frente a esta postura, se vuelve urgente visibilizar las tensiones,
malestares, ambigüedades comunicacionales y formas de resistencia que atraviesan su vida
institucional, adoptando un paradigma que lo reconozca como sujeto epistémico capaz de
reflexionar críticamente sobre su realidad y expresarla con sentido. Al poner atención en
cómo los pacientes experimentan cotidianamente las normas, relaciones y espacios del
hospital psiquiátrico, su voz se convierte en clave para repensar críticamente el sentido, la
función y las prácticas del encierro, y para abrir paso a dispositivos más humanos y
respetuosos de la subjetividad, mediante el cuestionamiento de los modelos asimétricos de
poder que dominan la relación clínica y la organización institucional, proponiendo en su lugar
una mirada dialógica donde el saber se construye en forma conjunta (Perez, 2010).
H. Psicología de la liberación
Martín-Baró
Propone una Psicología de la Liberación como respuesta crítica a la psicología tradicional, la
cual, según él, ha sido funcional a los intereses de las clases dominantes y ha ignorado las
realidades sociales y políticas de América Latina. En lugar de aplicar teorías y métodos
extranjeros, busca adaptarlos a las necesidades y realidades locales de las comunidades
oprimidas. Además considera al individualismo como un reductor de problemas estructurales
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minimizándolos al enfocarse solo en los aspectos personales. Lo que contribuye a mantener
estructuras de desigualdad. (Baró, 2006)
Para comprender los procesos de recuperación de los usuarios de salud mental, es necesario
conocer cuales son los modelos que han estado y están presentes en las políticas públicas que
engloban las prácticas de atención, así como los servicios que se le atribuyen a esta área en
nuestro país. En Chile, el modelo que orienta la atención no sólo define el tipo de tratamiento
que se ofrece, sino también el rol que ocupa la persona usuaria en su proceso de recuperación.
El adoptar enfoques o modelos centrados en la enfermedad o, por el contrario, en la
comunidad, marcan una diferencia importante en el respeto de la autonomía, la participación
y la dignidad de las personas. De acuerdo al Plan Nacional de Salud Mental 2017 - 2025 del
Ministerio de Salud (MINSAL), se promueve un modelo comunitario de atención el cual
reconoce la salud mental como un derecho fundamental que busca romper aquellas
concepciones limitantes centradas exclusivamente en el diagnóstico hacia una mirada más
amplia, inclusiva y participativa (MINSAL, 2017). Sin embargo, este cambio no ha estado
exento de tensiones con el predominante modelo biomédico, arrastrando dificultades para
adoptar enfoques integrales de salud mental (Iturra et al., 2022). En este marco, las
agrupaciones de usuarios de salud mental emergen como actores clave que se cuestionan y
resignifican las formas de atención y por lo tanto, los procesos de recuperación (Castillo,
2021; Abarca-Brown y Montenegro, 2023).
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El enfoque que ha sido tradicionalmente dominante en el campo de la salud mental es el
biomédico. Este paradigma concibe los trastornos mentales como enfermedades que deben
ser diagnosticadas y tratadas desde una lógica médico - farmacológica, enfocándose en
intervenir en el síntoma mediante fármacos y aplicando procedimientos clínicos
estandarizados. En esa línea, el paciente es visto como objeto de tratamiento, reduciendo su
participación activa en la toma de decisiones (Montenegro y Cornish, 2017). En el contexto
nacional, este modelo ha estado presente tanto en la práctica clínica como en las políticas
públicas, en especial con la implementación de garantías explícitas en salud (AUGE), donde
se priorizan condiciones de salud mental como la depresión, el consumo problemático de
sustancias o la esquizofrenia (Minoletti et al., 2018). Este modelo ha sido blanco de críticas
que provienen principalmente de movimientos de usuarios y de expertos en salud mental
comunitaria, quienes rechazan su carácter reduccionista, la medicalización del sufrimiento
humano, la marginación del contexto sociocultural y la exclusión de las personas usuarias
como sujetos de derecho. También se ha señalado en distintos estudios que este modelo
favorece prácticas autoritarias, como las internaciones sin consentimiento, y mantiene
estereotipos negativos hacia las personas con trastornos mentales, lo que limita su autonomía
y dificulta su plena inclusión como sujetos de derecho (Vaccari et al., 2020; Castillo, 2021).
En respuesta a las limitaciones del modelo biomédico, surge un enfoque que busca integrar
las dimensiones biológicas, psicológicas y sociales en la comprensión del sufrimiento
psíquico, reconociendo que la salud mental es el resultado de múltiples factores
interrelacionados, este enfoque fue denominado biopsicosocial y fue propuesto originalmente
por George Engel (1977) en su artículo “La necesidad de un nuevo modelo biomédico”. Este
modelo representa avances en el plano teórico, sin embargo, aunque muchos programas de
salud mental se presentan bajo este paradigma, en la práctica persisten lógicas biomédicas en
la toma de decisiones clínicas y en la definición de tratamientos. Esto ha llevado a algunos
autores a plantear que el modelo biopsicosocial ha sido más una declaración de principios que
una transformación real en la atención (Minoletti et al., 2015; Coloma et al., 2014).
En esta línea, surge el modelo comunitario de atención en salud mental como una alternativa
a los modelos mencionados anteriormente. Este modelo tiene como base la promoción de los
derechos humanos, participación activa de los usuarios y redes de apoyo territorializadas
(Gatica et al., 2020). Según Montero (2004) este enfoque comprende la salud mental como un
fenómeno situado, dinámico y relacional, en ese sentido, se promueve la integración social,
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autonomía y empoderamiento de los sujetos. En Chile, el modelo comunitario ha sido
instaurado de manera progresiva en los centros de salud, particularmente desde la
implementación del primer Plan Nacional de Salud Mental en el año 2000 y con mayor fuerza
en el Plan 2017 - 2025 (MINSAL, 2021) . A pesar de aquello siguen prevaleciendo elementos
del enfoque biomédico en los tratamientos otorgados desde los distintos niveles de atención
en salud.
Dado este contexto, resulta necesario señalar cómo se organiza el sistema de salud chileno en
torno a los distintos niveles de atención. El Modelo de Atención Integral en Salud con
Enfoque Familiar y Comunitario (MAIS), implementado por el Ministerio de Salud de Chile,
establece una red asistencial compuesta por tres niveles: primario, secundario y terciario. En
el nivel primario encontramos dispositivos como CESFAM y CECOSF, siendo la base del
sistema, promoviendo un enfoque territorial, preventivo y comunitario, estos dispositivos
están orientados a la promoción y prevención de salud mental, el abordaje de trastornos leves
y la articulación de redes. El nivel secundario está representado por COSAM y hospitales de
mediana complejidad, aquí se ofrece una atención especializada para trastornos de nivel
moderado a severos mediante intervenciones clínicas intensivas y apoyando la labor de
atención primaria (Rojas y Martínez, 2020). Finalmente, el nivel terciario está compuesto por
hospitales psiquiátricos y unidades de alta complejidad, que responden a situaciones críticas y
cuadros graves que requieren hospitalización o manejo intensivo (MINSAL, 2016).
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posibilidades que enfrentan las agrupaciones en su lucha por una atención digna, participativa
y centrada en las personas.
C. Sentido de comunidad
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salud mental, al ser considerado como un elemento fundamental para la transformación social
y la participación activa de los individuos. Debido a que este sentido, desarrolla el
fortalecimiento psicológico de individuos participantes de las agrupaciones, permitiendo abrir
nuevas perspectivas respecto al proceso de recuperación; entregando estrategias, apoyo y
espacios comunes para resignificar las patologías, contribuyendo al bienestar mediante el
fomento de redes de apoyo, tal como lo destaca Montero (2006):
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de confinamiento y uno de los principales espacios dónde se cuestiona el estigma que
perpetuaba que no contribuye a la rehabilitación, es decir pasa del modelo asilado a uno
preventivo, siendo aplicadas ideas reformistas para la época con prácticas más médicas,
psicoterapéuticas y educativas (Ibacache, 2021).
El hospital El Peral fue creado en 1928 en Santiago de Chile bajo reformas médico-
sociales de la década de los 20. Denominado “Open Door” por la ausencia de cerrojos dónde
los pacientes podían circular libremente por el espacio. Su objetivo era tratar a pacientes
crónicos, incurables provenientes de La casa de Orates. Seleccionados por tener baja
agitación, provenientes en su mayoría de provincias y con escasos vínculos familiares.
No era centrado únicamente bajo un enfoque psiquiátrico farmacológico, sino que las
reformas daban a los pacientes espacios de rehabilitación , siendo de hecho uno de los
primeros objetivos de esta institución una granja de laborterapia. Esto llevó a que se
organizaran además talleres diversos, reconociendo el valor de su participación mediante
remuneraciones para los enfermos trabajadores, que a su vez potenciaban su participación en
esta institución. Aún así nunca se logró superar completamente la institucionalización por el
alto grado de enfermos crónicos, lo que buscaba El Peral era la . AGREGAR CITAAA
Uno de los primeros movimientos sociales que hizo que esta institución pase de ser reclusión
a enfoque en salud mental es el movimiento Higiene mental, siendo esta una corriente
transnacional impulsada a mediados del siglo XX, en Chile Entre 1920 y 1950. Sectores del
movimiento obrero en Chile incorporaron las ideas de higiene mental para enfrentar
colectivamente las condiciones de vida difíciles bajo el capitalismo. Ideas provenientes de la
psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis. La higiene mental era entendida como una
estrategia para prevenir trastornos psíquicos derivados de las escasas condiciones de vida.
Esta apropiación se manifestó en la prensa obrera y en acciones que buscaban enfrentar
problemáticas como el alcoholismo, la sexualidad, y la manipulación ideológica. El enfoque
higienista impulsaba la educación popular y el autocuidado psíquico como herramientas
políticas. Así, la higiene mental fue integrada como parte de una crítica social y no solo
como dispositivo biomédico estatal. (Ruperthuz, 2021).
Junto con estas apropiaciones colectivas de higiene mental por parte del movimiento obrero,
También se impulsó la creación de un enfoque que buscaba fortalecer la salud pública, desde
la lógica institucional. En este espacio destaca la participación de Juan Marconi Tassara ,
médico quién contribuye a la higiene mental con una nueva perspectiva psiquiátrica
intracomunitaria. Marcó su trabajo con una línea diferente a lo que se hacía habitualmente,
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siendo en 1996 dada una propuesta junto a otros psiquiatras de una nueva política de salud
mental. Dónde se deja atrás el modelo de hospital psiquiátrico, avanzando hacia su
integración en hospitales generales. Entre las críticas que presentaba su nueva propuesta se
encontraban la falta de integración entre la psiquiatría y la salud pública, que funcionaba de
forma aislada y marginal donde la salud mental se trataba sólo a nivel de instituciones
cerradas; Baja efectividad de los tratamientos que llevaban a muchas dificultades para la
recuperación; la ausencia de una política de sectorización que provocan el estancamiento en
el desarrollo de salud mental y sobretodo el énfasis en los elevados costos de servicios .
(Muñoz, 2011).
Es así como este nuevo modelo llevaría a tratamientos que se desarrollen en un entorno que
incluya a la familia dejando de lado el aislamiento, evitando la dependencia de las
instituciones psiquiátricas cómo único lugar de cuidado. Pero rápidamente dió cuenta también
de ciertas dificultades, aunque el modelo de hospital general que reemplazaría a los
manicomios parecía ventajoso, por el menor costo, hacía evidente la falta de recursos para su
mantención tanto personal como material. Este problema afectaba también a la calidad del
servicio, considerando además que hasta este punto la participación de la comunidad era
acotada ( Muñoz, 2011).
(CONECTAR)
El movimiento “orgullo loco” surge en los años 70” en países como Canadá, Reino Unido y
Estados Unidos. En Chile se comienza a manifestar entre los años (AÑADIR) . El Orgullo
loco busca cambiar la forma en que es entendida la locura definiéndose como una identidad
colectiva. Nace desde agrupaciones de personas que habían sido pacientes psiquiátricos y que
cuestionan el poder de la psiquiatría . Lo que lleva a la creación de grupos que otorguen
apoyo entre pares desarrollando servicios alternativos (Parada, 2021).
A partir de la década de los 90´ el campo de la salud mental chilena experimentó reformas
bajo la lógica neoliberal. Lo que hace que posteriormente se generen red de servicios
públicos y privados. Las instituciones comienzan a priorizar la eficiencia y los costos sobre
todo el control financiero. Lo que produjo un cambio de funcionamiento, los Centros de salud
que funcionaban como lugares de asistencia directa, ahora estaban bajo la lógica neoliberal y
comienzan a operar como empresas. Privados con metas de eficiencia, reducción de costos
y rendimiento. A esto se le llamó "gestión del riesgo social" . El foco de la salud mental en
este momento estaba dado por la asistencia directa a problemas puntuales (Carrasco, 2015).
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El estado deja de tener la responsabilidad directa de la salud de las personas y pasa a ser
un gestor de servicios públicos y privados> eficiencia más que derecho de salud. >
privatización funcional
- neoliberalismo
[Link]
gar_de_la_antipsiquiatria_en_la_salud_mental_contemporanea
Desde los años 2000, las asociaciones de usuario comenzaron a ser más visibles y
establecerse como espacios de contención, ayuda mutua y denuncia frente a prácticas
coercitivas, estigmatizantes y de medicalización. Un hito en esta trayectoria fue el
surgimiento del movimiento “Orgullo Loco” en Chile, que entre 2015 y 2018 organizó
marchas y actividades para resignificar la experiencia de la locura desde una perspectiva
identitaria y de derechos (Castillo, 2021). Al mismo tiempo que esto aconteció, surgieron
colectivos como LibreMente y Locos por nuestros derechos, que impulsaron la elaboración de
documentos como el Manual de derechos en salud mental, donde se reivindica el rol activo de
los usuarios en la transformación del sistema (Cea, 2015). Estos procesos también están
vinculados a la crítica y a la psiquiatría tradicional y a la necesidad de construir modelos de
atención más inclusivos y democráticos (Menchaca, 2017).
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La conformación de asociaciones ha sido reconocida por el propio MINSAL, que en sus
planes nacionales (2000 y 2017) incorpora a los usuarios como actores claves en la
planificación de servicios y en la mejora de la calidad de atención. Sin embargo, como
plantea Montenegro (2018), este reconocimiento no siempre se traduce en una real
redistribución del poder en la toma de decisiones, por lo que la lucha por la autonomía y sus
experiencias vividas se mantiene vigente.
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